Sentidos y sensibilidades: India y Nepal



Del 9-26 de agosto 2004
A Mónica mi «hermana» viajera

¡Namasté!!! Bienvenidos a la India y Nepal, dos países dónde el viajero se pierde en un mundo de sensibilidad y emociones, y en dónde la razón no encuentra explicaciones a lo que la vida ofrece. No será fácil para el Diario Viajero intentar describir y transmitir lo que allí vivió. Sonrisas, pobreza extrema, religiosidad irracional o, al menos, poco asimilable, un choque cultural que no deja al viajero indiferente, una experiencia personal única e imborrable. En este viaje, el Diario se ha dejado llevar por las emociones, porque la mente no podía asimilar tantas situaciones surrealistas. Ha sido el viaje de los 5 sentidos; el viaje en el que sacar fotos no tenía mérito, porque cada momento merecía la pena guardarlo en la retina de la cámara. Un viaje muy emotivo y recomendable para todo el mundo. ¿Por dónde empezar a escribir el Diario?¿Por dónde empezar a describir un país como India en el que te despiertas en los mejores hoteles del mundo, antiguos palacios de marajás, y al cruzar la puerta, te encuentras con una pobreza tan dura que parece irreal, con un caos en las calles tan terrible que si el infierno existe puede que se le parezca. Monos, elefantes, pavos reales, cerdos..¡Es la Jungla! y las vacas sagradas son dueñas y señoras de la calle. No será fácil, pero se intentará.

Lunes 9 de Agosto: Vuelo Valencia – Milán – Nueva Delhi
Un viaje a la India y Nepal no podía empezar de otra manera: cogiendo el primer vuelo a las 2:30 de la madrugada. Salimos de Valencia con una humedad ambiental muy alta y llegamos a Nueva Delhi con la boca del infierno a pie de escalera. El viaje empezaba bien, cuando al subir al avión Valencia-Milano, nos encontramos con dos azafatos con pintas de actores de pelis X serie B. El siguiente vuelo, Milano- Nueva Delhi, tenía una duración de 8 horas y, con el desfase horario, de 3 horas y media más tarde en La India, llegamos a la noche al aeropuerto de la capital hindú.
El funcionario de turno, examinaba los visados muy pausadamente y, enseguida nos dimos cuenta de que en la India, al igual que en Marruecos, «el tiempo no existe» . Música de fondo muy étnica, tapizado de los despachos de aduana con florecitas, cacheo exhaustivo y paseíllo final, una vez superados todos los trámites, con cientos de ojos negros mirando a dos «marcianas» blancas. Allí nos esperaba nuestro guía que nos llevaría al Hotel Plaza, http://www.booking.com/hotel/in/rockwell-plaza.html?aid=307415 en un coche Ambassador blanco, como recién salido de la película «Casablanca» El coche olía a jazmín, (es muy típico llevar una corona de flores de jazmín colgando del espejo retrovisor) y los bocinazos eran el sonido ambiente. Conducir en la India, es lo más parecido a una «casa de locos».

No hay semáforos y si los hay, no se respetan; la lógica de ceder el paso, responde a los bocinazos del que viene detrás, vamos, un «sálvese quien pueda en toda regla». Pero esta bienvenida era sólo un aperitivo de lo que nos esperaba…; Para rematar el día, descanso en el Hotel Plaza de Nueva Delhi y los vídeoclips más frikies del mundo mundial. Contexto: chico machote con bigote y camisa de satén, corteja a chica tan hortera o más que él. El chico tiene un coro de chicos que le acompaña y la chica también. Una de guerra de sexos . Merece la pena, en serio. Después de un día agotador, una sesión frikie de estas, levanta el ánimo a cualquiera.

Martes 10 de agosto: Nueva Delhi -Katmandú (Nepal)
Nuestro siguiente destino era Katmandú, capital de Nepal. Kasta Mandap significa «templo de madera». Este país pequeño de 22 millones de habitantes, de los cuales más de la mitad, viven en la capital, tiene el orgullo de ser el único reino hindú del mundo.El budismo e hinduismo conviven sin problemas, aunque, la guerrilla maoísta que reivindica este territorio hace estragos. (de hecho, unos días más tarde de nuestro paso por Katmandú, entró la guerrilla y la ciudad estuvo sitiada por el ejército Indio).

El vuelo Nueva Delhi – Katmandú en Indian Airlines no podía ser menos Indie: azafatas vestidas con saris, comida picante y poco más de una hora de vuelo. Nepal es un país más pobre que la India , aunque parezca mentira. Desde el avión, el paisaje es muy entrañable: un gran valle verde, y cientos de casas destartaladas, unidas entre sí por caminos de piedra, las carreteras son un bien escaso. Rodeando el valle, que alberga 7 patrimonios de la humanidad, en un radio de 20 km, se ven a lo lejos las cordilleras con sus cimas nevadas. Aunque sean unas cimas altas, el Himalaya no se percibe desde Katmandú. Según nos comenta el chofer, la cima más famosa y alta del planeta se encuentra a varios cientos de kilómetros de la capital. Pero a pesar de la distancia, las expediciones se pueden contratar desde Katmandú. No se puede dar un paso sin ver ofertas de trekking y alpinismo. El buscado Yeti, aparece en todos los reclamos publicitarios. Un consejo útil: para entrar en Nepal hace falta visado y se paga en el mismo aeropuerto. El precio varía según dure la estancia y se paga en dólares (unos 20 USD). Pero,¡ ojo al dato! Si conseguís entender el inglés nepalí y vais a permanecer en el país menos de 3 días, no es obligatorio el visado.

Una vez superados todos los trámites y un cacheo, aún más tremendo que en la India, el guía nos conduce al hotel de los hoteles: el Shagri-la. No hay palabras!! El Diario os recomienda ver la web del hotel para haceros una idea de este paraíso: www.hotelshangrila.com Sus jardines y piscina de terracota son un oasis de calma en medio del caos de la calle. En las terrazas se ven varias parejas de italianos y alemanes con niños nepalíes recién adoptados. Parece ser que en Nepal es más fácil adoptar niños que en la India. Una buena idea es tomarse un «Lassi», la bebida a base de yogurt con frutas, al atardecer, en una de las terrazas del hotel y coger fuerzas antes de salir al exterior.

Katamandú es una ciudad muy bulliciosa y más que la sensación de miedo ante lo desconocido, lo que desconcierta un poco es el tráfico, la polución y el ruido. Conforme fueron pasando los días, nos dimos cuenta que en India y Nepal, muchos hoteles son auténticas «islas de tranquilidad», en dónde cargar pilas antes de salir «al mundo real». La primera salida a la ciudad fue interesante. Perderse por las calles, abarrotadas de tiendas, y palpar el ambiente es toda una experiencia. En Agosto, es tiempo de monzones y al caer la tarde, el cielo oscurece y llueve a caudales. Suele ocurrir todos los días: hace calor durante el día y al atardecer cae el monzón. Con el «monsoon» todo el mundo está contento, porque significa que la tierra recibe agua y la cosecha será buena. Ante el diluvio momentáneo, lo mejor es montarse en un taxi, previo regateo claro, y volver al hotel. Llega la hora de cenar en el jardín de los jardines, a la luz de las velas y con olor a hierba mojada. Impresionante. En todos los hoteles, suele haber dos opciones culinarias: comida hindú vegetariana y no vegetariana. Para los estómagos más delicados, que no aguanten las especias y la comida picante, siempre queda la posibilidad de elegir un menú continental. En el Shangri-la, el servicio es impecable y su pastel de manzana es de infarto. Para que os hagáis una idea, en las guías recomiendan ir al hotel a probarlo. El primer día del viaje había llegado a su fin y con la mente bien «cargada» nos fuímos a descansar.

Miércoles 11 de agosto: Durbar square y Soyambhu Nath (Templo de los monos)
Con un desayuno de buffet libre muy nutritivo, el Diario estaba listo para otro día de emociones y sensibilidades. Con puntualidad británica, esperaba el chofer en recepción. Este viaje a la carta, con chofer y guía privado en cada lugar, coche ambassador con aire acondicionado y unos hoteles impresionantes, nos convertían en dos «marajás» privilegiadas, en medio de la pobreza. Este aspecto tenía sus ventajas materiales pero también sus desventajas emocionales.

La primera parada obligada en Katmandú es el Hanuman-dhoka Durbar, o Durbar square, declarado Patrimonio de la humanidad. La entrada a este conjunto de templos y pagodas hinduistas y budistas, construido entre los siglos XII y XVIII, cuesta 100 rupias (+/- 1,5 euros). En este recinto histórico se corona a los reyes del Nepal. La dinastía reinante fue protagonista de una historia truculenta hace unos años. Al príncipe heredero Dipendra no le dejaban casarse con su amada y acabó asesinando a la familia real. Culebrones aparte, el Palacio real con ostentación insultante, se encuentra en mitad de Katmandú, «protegido» de la miseria con muros y verjas. El Durbar square es un auténtico museo al aire libre (foto 2). Hay dos áreas principales. www.kathmandu.gov.np. Nada más entrar en el recinto vemos el Kumari-ghar (1757), construido por el rey Jaya Prakash. Allí vive Kumari, la Diosa viviente que se supone es la reencarnación de la Diosa Tajelu. A veces se asoma a la ventana del tercer piso para deleite de los turistas. Su aparición suele coincidir, sospechosamente, con el previo pago de los curiosos. Hay que seguir el recorrido, contemplando los distintos templos, como el dedicado a Shiva, donde se concentran los creyentes que tocan la campana cada vez que hacen una ofrenda. Es un espectáculo único que afecta a los sentidos: olor a incienso y flores de las ofrendas, canciones y plegarias, color en los saris y una espiritualidad difícil de entender, cuando se ve a la gente pobre dar ofrendas , mientras los «sacerdotes-guardianes» las recogen sin mediar palabra y las van recaudando con cara de «pocos amigos».
Es un choque cultural muy fuerte y el Diario recomienda observar el «fenómeno» tranquilamente, desde las escaleras de las pagodas que rodean las entradas de los templos.

No perderse la Hanuman Statue (Dedicada al Dios Hanuman, mitad hombre y mitad mono). Ante él, la gente se santigua, entrega ofrendas y, a cambio, el sacerdote-guardián, les señala la frente con una pintura naranja que extrae de la cara de mono. Es muy auténtico. Otra imagen curiosa la protagonizan los «Sadhus y gurús». Estos personajes que deambulan por los caminos de India y Nepal (Foto 1) con pinta de mendigos un poco estrafalarios, actúan como «predicadores» por su sabiduría espiritual y conducta ejemplar.

En el Durbar Square hay algunos, que más que dedicarse al proselitismo, lo que hacen es ganarse unas rupias por dejarse fotografiar. Además de ver el ambiente y los templos, es un sitio perfecto para comprar collares de sándalo, Mandalas o Tangkas (dibujos hechos a mano en miniatura que describen la vida de Buda, como «la rueda de la vida», marionetas, etc…Hay que regatear y tener paciencia. Hay vendedores muy perseverantes que te persiguen, incluso, cuando ya estás con el coche en marcha…

Para culminar la visita de Katmandú, nada mejor que ir al «templo de los monos» o «Soyambhu Nath». Este templo, conocido por los turistas como el de los monos, (hay muchos y hay que tener cuidado con ellos, porque son expertos «carteristas», está a las afueras de la ciudad. En lo alto de un monte, y desde donde se puede ver todo el valle de Katmandú, el Templo de los monos es un lugar muy auténtico. Se oyen cantos budistas, huele a incienso y las vistas son alucinantes (ver foto ). Tras la visita de Katmandú llegó el descanso del guerrero. Bañito en la piscina del hotel y cena suculenta y bien picante en los jardines. Al día siguiente nos esperaba uno destino muy esperado: Varanasi, ciudad sagrada conocida como Benarés.

Jueves 12 de agosto: Vuelo a Varanasi.
Si creíamos que lo habíamos visto todo en cacheos, estábamos equivocadas. A pie de escalera, antes de entrar en el avión, y después de haber pasado ya un primer cacheo en el aeropuerto, nos revisaron los bolsos de mano y casi me quitan ese mechero tan preciado, recuerdo del último viaje a Malta. Por un lado las mujeres y por otro los hombres. La guerrilla maoísta es muy temida por la India y se nota. Antes de embarcar, en el aeropuerto nepalí las escenas eran de traca: rusos bebiéndose la petaca de vodka a tragos, jóvenes nepalíes haciendo cola para volar a los países del Golfo y jugarse la vida en cualquier tipo de trabajo, por sueldos mucho más cuantiosos… Y eso para que luego, como se ha visto en las noticias, los secuestren y los fulminen en Irak sin que el gobierno haga algo por ellos.

El vuelo de Katmandú a Varanasi, apenas dura hora y media. El aeropuerto de la ciudad sagrada deja bastante que desear. Sobre todo, si tenemos en cuenta que es una de las ciudades más visitadas de la India. Además del calor sofocante y de los ventiladores de tiempos del imperio de Isabel II, tuvimos que sufrir delante de nuestras narices cómo funcionaba el soborno más descarado. Llegó la guía espabilada de un grupo de españolitos, y deslizando unas cuantas rupias sin disimulo, conseguía que el funcionario agilizara la entrada de su grupo en India. Mientras los que íbamos por libre, tuvimos que esperar ojo- pláticos a que acabaran con sus «negocios». Allí, como siempre puntuales, nos esperaban el guía local y el chofer para llevarnos a Varun- Asi (los nombres de los dos ríos que confluyen en el Ganges o Ganga en hindú).

Además de ser la «meca» del hinduismo, Varanasi también es conocida por sus sedas, mangos y por ser la ciudad viviente más antigua del mundo. Con sus dos millones y medio de habitantes, la ciudad sagrada de la India nos recibía con sus vacas y toros sagrados por la calle, y un caos circulatorio que nos dejó boquiabiertas hasta la llegada al hotel Clarks. http://www.clarkshotels.com.

Los toros son sagrados también porque Varanasi es la ciudad sagrada de Shiva y este Dios está representado con un moño, pelo trenzado, danzando entre las llamas y con un toro por montura ( es el tercer ojo, puede destruir todo lo que no refleje la realidad y simboliza el ritmo perpetuo de la destrucción y la recreación). Los toros y vacas sagradas de La India, no están abandonados, tienen dueño, pero los dejan libres para que pasten solos y no les cueste una rupia alimentarlos. Las vacas simbolizan la maternidad, la caridad y la piedad. Además, según la mitología hindú, las vacas sagradas son las que permiten atravesar el río sagrado a los difuntos y así lograr la eternidad. Muerte, religión, ruido, pobreza y mucha espiritualidad. Varanasi nos impactó desde el primer momento. Y eso que el espectáculo no había hecho más que empezar. Nos esperaban las abluciones y cremaciones en el Ganges, y vivir, en todos los sentidos, la magia de la ciudad más visitada de la India.

Baño de rigor en la piscina, cena en el salón principal del hotel, decorado al más puro estilo británico decimonónico y merecido descanso, con los gurús «on line» en la tele, tipo Aramis fuster, pero con turbante.

Viernes 13: Un día para recordar en el Ganges
A las 4:30 de la mañana, el botones del hotel (como recién salido de un cómic de Tintín) nos daba el toque de queda. Para ver las abluciones en el Ganges es necesario ir antes de que amanezca, porque cuando los primeros rayos de luz atraviesan las nubes por el este, es el mejor momento. El Río Ganges o Ganga en hindi es adorado en tanto que Diosa y madre. Un baño lava los pecados porque el río es la madre protectora de la que todo fluye.

La llegada al río es indescriptible: olor a incienso y flores, cientos de peregrinos vestidos de naranja cantando y con cara de alucinados, los turistas aún dormidos con los ojos como platos y una espiritualidad que no deja indiferente a nadie. Las abluciones o baños rituales se celebran en los ghâts (los escalones que están en la orilla del río). Desde uno de ellos, el Dasashwamedh, se cogen las barcas para contemplar el espectáculo. Algunos Ghâts tienen siglos de antigüedad y reciben el nombre de sus donadores. Uno de ellos, reconvertido en hostal y con nombre japonés, fue comprado por una turista nipona que se enamoró de un guía hindú y desde el «flechazo» , se instalaron allí. Desde sus habitaciones, muy frecuentadas por turistas japoneses, se ve el Ganges en primera línea.

Los peregrinos que acuden al Ganges tienen que bañarse en 5 sitios diferentes. Además, el hindú religioso tiene que seguir este ritual cada mañana, pronunciar el mantra sagrado, meterse en el agua 3 veces seguidas, tomar agua con la mano y devolverla al río como libación. Normalmente, los peregrinos que vienen de todos los rincones de la India, acuden al Ganges, rezan, se bañan y vuelven a sus lugares de origen con agua del río sagrado en una jarrita, para luego usarla, poco a poco, como agua bendita. Desde las barcas, sólo se oye a la gente contenta al bañarse, los cánticos y plegarias que entonan mirando al sol. Los colores con la luz del amanecer son fascinantes. Rosados, naranjas y amarillos de los edificios, combinados con los colores vivos de los saris de las mujeres y los distintos tonos anaranjados de los peregrinos. Sencillamente maravilloso.

Desconcierta un poco la amabilidad de la gente porque al fin y al cabo el aseo es algo personal, y tampoco tiene que ser cómodo para ellos que un montón de curiosos les miren mientras se bañan. Se ve de todo: barberos, videntes, algunos haciendo yoga, sacerdotes que reciben a la multitud para darles consejo y santiguarles, y otros a la «pata coja» sobre un pié, imitando a Shiva, (parece ser que pasó mucho tiempo de su vida en esa posición). La marea está alta y se asoman algunos templos enterrados por el agua. Los niños que reman las barcas, lo hacen con cuidado para evitar que los fondos de madera de las barcas se dañen al pasar por encima de los templos, sepultados bajo el agua. Nos dejan en otro Ghât importante, dónde se celebra la mayoría de cremaciones: el Ghât de Manikarnika. El guía nos pregunta si queremos acercarnos pero declinamos la idea… puede más el pudor que el morbo. Está prohibido hacer fotos como era de esperar. Para quemar un cuerpo se necesitan 350 kgs de madera de sándalo y unas 6 horas. Pero no todo el mundo tiene dinero para pagar tanta madera y, muchas veces se quema sólo la mitad del cuerpo y el resto se tira al río sagrado.

Otra opción es incinerar el cuerpo en el lugar de origen y traer las cenizas para arrojarlas al río o bien utilizar los crematorios eléctricos que son mucho más económicos. Como dato curioso, el hombre más rico de Varanasi no es un brahmán de la casta superior, ni siquiera es de la casta vaisya (comerciantes o artesanos), es un intocable o paria, pero eso sí, es dueño del negocio de las maderas de sándalo utilizadas en las cremaciones. Una vez apeados, el guía nos conduce, por un laberinto de callejuelas al centro comercial de Varanasi. El Diario sufrió uno de los peores momentos del viaje: olor a boñigas de vaca, y peligro de caída al pisarlas, suciedad, claustrofobia, moscas y mucha, mucha mugre. Si a esto se suma, el impacto del paseo en barca y el ayuno desde la noche anterior…¡No comment!
En el centro de la parte vieja de Varanasi, se encuentra el «Templo de oro», custodiado por la policía. Al lado del templo, sin permiso de entrada para los no hinduistas, se erige la mezquita que actualmente está cerrada a cal y canto. Como siempre, el entendimiento entre religiones deja mucho que desear, y el enfrentamiento entre musulmanes e hinduistas hizo el resto. Rodeando los templos, hay cientos de tiendas donde se puede comprar de todo: perfumes, esencias, sedas, saris, etc…Entre sedas e inciensos, nos saludan los mendigos siempre sonrientes y los gurús que por su sabiduría espiritual son considerados como santos. En Benarés, muchos de ellos llegados de todas partes, tienen el cuerpo cubierto de las cenizas sagradas que se arrojan al Ganga.

Saliendo de la parte más antigua de la ciudad, hay varios puntos de interés: el templo de la Madre India, que consiste en un mapa gigante en relieve, hecho en mármol blanco y con el que los niños aprenden geografía. El templo de los monos (nombre dado por los turistas) es el Templo de la Diosa Durga. Todo el edificio es de color rojo y merece la pena visitarlo. Como en todos los templos, hay que descalzarse y dejarse llevar por los sentidos. La mentalidad occidental no puede asimilar tan fácilmente el ver a tanta gente ensimismada rezando y tocando la campana, dando sus ofrendas y dejándose santiguar por los sacerdotes que están en el altar. Por último, y antes del merecido descanso hasta el atardecer, visitamos la universidad de Varanasi.

Es una ciudad dentro de la propia ciudad y ocupa 20 km de extensión. Está considerada como una de las mejores universidades de Asia y fue construida gracias al líder nacionalista Pandit Madan Mohan. Las facultades y colegios universitarios están rodeados de parques inmensos y es una verdadera gozada «aislarse» del caos vivido en la ciudad vieja. Como no podía ser de otra manera, allí también hay otro famoso templo en el que destaca un «Linga», que es un símbolo fálico que representa el principio generativo femenino del Shakti. Por eso a Shiva se le otorgan tanto cualidades femeninas como masculinas. Los estudiantes suelen frecuentar el templo y ruegan por unos buenos resultados en sus exámenes. Ante tanto rezo y plegaria, la pregunta al guía es inevitable: ¿pero cuándo trabaja la gente? Y la respuesta fue de lo más sui géneris: «la religión requiere tanta energía que hay mucha flexibilidad en el trabajo»…

El día culminó como empezó, lleno de emociones. Antes del anochecer, volvimos al río a coger una barca y ver la celebración que se hace en la orilla, de agradecimiento por el día que acaba. Se llama el «Puja» y consiste en que 5 sacerdotes cantan, mientras otros tantos bailan con antorchas en las manos. Impresiona, aunque al cabo de un buen rato oyendo los mantras, se hace un poco repetitivo. Los niños llevan en bandejas flores con velitas para arrojarlas al río y es un momento muy entrañable. Mientras nos embarcamos hacia los ghâts de la llama eterna, donde se celebran las cremaciones, ofrecemos las flores con velas al Ganges, pidiendo un deseo como manda la tradición. En silencio y a oscuras, vemos a lo lejos los cuerpos enfilados de los difuntos, envueltos en telas de distintos colores: rojo para el hombre, blanco para las viudas, etc. A la ceremonia acuden sólo los varones de la familia. Y en el silencio de la noche, se oye el crujir de las maderas quemándose, las plegarias de los familiares y la respiración contenida de los que nos quedamos completamente mudos ante el espectáculo.

De vuelta a tierra, nos siguen esperando los vendedores ambulantes que nos persiguen por las calles de vuelta al hotel. Tienen un sistema de venta muy peculiar: cuando ven que no quieres comprar nada, no te insisten y te dicen «vale de acuerdo, mañana ok?». Con una seguridad pasmosa, piensan que al día siguiente, o más tarde, vas a comprarles a ellos, precisamente a ellos, cuando los hay a cientos y seguramente mañana ya estarás en otro lugar… Será una nueva estrategia de marketing local. Un día tan intenso merecía un descanso eterno. Ni gurús on line, ni vídeoclips horteras, el sueño de las sábanas blancas no tardó en llegar. Sin palabras y con la mente conmocionada, el Diario pasaba otra página, una página histórica.

Sábado 14 de agosto: visita a Sarnath
A unos 9 km de Varanasi, se encuentra Sarnath, un lugar muy tranquilo y muy verde, dónde cuenta la leyenda que Buda celebró su primer sermón ante 5 discípulos. El budismo está presente en Nepal y en la India y tiene un por qué: Buda fue un príncipe hindú que lo dejó todo y se fue a predicar a los 16 años. La leyenda cuenta que tuvo 4 encuentros o visiones con un viejo, un enfermo, un mendigo y un muerto que le hicieron reflexionar y tomar conciencia del sufrimiento humano. Dejó su vida en palacio y empezó una nueva vida con los ascetas brahmanes. En un momento dado tuvo una revelación divina sobre la universalidad del sufrimiento y decidió predicar. Antes de morir y de acceder al nirvana, reunió a sus discípulos y les exhortó a seguir su camino.

El Budismo en realidad, desaparece de su lugar de origen hindú porque sus adeptos predicaban la abolición de las castas. El hinduismo más que una religión es una forma de vida. Dios es un ente supremo y absoluto. Sólo se puede venerar a sus formas manifiestas y por eso hay tantas divinidades con distintos atributos. El número de brazos simboliza la potencia y la soberanía cósmica. Existe la «trinidad» hindú: Brahma sería el creador del mundo, nacido de las aguas primordiales, Vishnou cuya función es proteger al mundo, y sus símbolos son el disco y la rueda del tiempo, se presenta en la tierra en diferentes formas para poner orden. Y por último, Shiva, que es el tercer ojo, y destruye todo lo que no refleje la realidad. Luego están las Diosas como Pavarti, la esposa de Shiva y madre de Skanda y Ganesh, el Dios de la sabiduría y la buena suerte (con cabeza de elefante). Este Dios es muy popular y venerado. En casi todas las entradas de los templos y los hogares está presente ya que trae prosperidad y buena suerte.

Sarnath, es un lugar de culto para los budistas y un lugar muy tranquilo para pasear y refrescarse. El aire es puro y se agradece la lluvia fina que cae de los primeros monzones. En un apartado, está el árbol sagrado, dónde parece ser que Buda dio su sermón. Hay cientos de banderitas de colores colgadas, con mensajes de los visitantes. El templo original fue arrasado por los musulmanes (Dinastía Mogol) y en su lugar, se ha construido una imitación que tiene su encanto, con los monjes budistas paseando entre los fieles. La visita a Varanasi había llegado a su fin. Por la tarde nos esperaba el viaje nocturno en tren hasta Agra.

Nuestro «bautizo» con los trenes en la India no pudo ser más «sui generis»: entre barro y gente en la cola, conseguimos llegar al andén y esperar ante el que iba a ser el «vagón de los turistas y gente con posibles». Los trenes siempre están a tope y por eso es mejor reservar con tiempo. Afortunadamente, teníamos todos los billetes de los trenes ya reservados de antemano. Hay vagones de 1ª con Aire acondicionado y literas, de 1ª sin aire acondicionado (no aconsejable si se viaja en verano) , de 2ª, 3ª y hasta de 4ª clase donde se hacina la gente. Viendo el panorama, uno puede entender lo que significa un sistema de castas a primera vista. Los trenes, son herencia del Imperio británico pero sin «plan renove». Son viejos, lentos pero con encanto. Sus cristales tienen un color amarillo muy sospechoso, las cortinas son de color azul pavo, a juego con los asientos de sky , de esos que te arrancan la piel cuando llevas más de media hora sentado. Los baños dejan mucho que desear pero, aún con todo, viajar en tren por la India es una experiencia a no perderse bajo ningún concepto.

Sábado 15 : Llegada a Agra
La llegada a la estación de Agra al amanecer fue toda una odisea. Los retrasos de una hora no son una excepción y la gente parece estar acostumbrada. Unos bajan a las vías a hacer sus necesidades, otros se limpian los dientes con ramitas que cogen de los árboles y el resto miramos, aún dormidos, las escenas cotidianas de la India. Desde la ventana con los cristales de color amarillo sospechoso, vemos a mucha gente engalanada «de domingo», con banderitas tricolor. Pronto nos enteramos de que el 15 de agosto es el día de la Independencia y se celebra en todo el país con desfiles militares, fuegos artificiales y varios actos civiles, de esos que sirven para ensalzar el orgullo nacional y «tapar» con banderitas los verdaderos problemas.

En el lugar más visitado de la India y uno de los más visitados del mundo: el Taj Mahal, vimos cientos de indios con sus mejores galas, celebrando el Día «del orgullo indio». Este Mausoleo de mármol y piedras preciosas, dedicado por el Emperador Shah Jahan a su amada esposa, con motivo de su muerte, es la «Joya de la corona» hindú. El único «pero» que tiene es el precio de la entrada (el triple que en el resto de los lugares de interés turístico: 750 rupias, casi 3000 pesetas de las antiguas). En temporada alta, el Taj registra más de 15.000 personas y se aconseja visitarlo temprano por la mañana o al atardecer, cuando los últimos rayos de sol transforman los tonos blancos en rosados y malvas. El cacheo antes de entrar es impresionante, se requisan mecheros, comida, tabaco, móviles, etc…Se recomienda llevar lo imprescindible y dejar el resto en la consigna que está justo a la derecha de la entrada.

El Taj-Mahal aparece al fondo de un jardín muy amplio y largo, flanqueado por dos edificios de arcilla roja: la mezquita y su réplica. Se construyó entre los años 1631 y 1653 y sus rasgos árabes son herencia del Imperio Mogol que reinó durante siglos en la India. Por eso, el edificio principal está decorado con versos del Corán y piedras preciosas (rubíes, jade, ágatas, corales y lapislázuli) engarzadas en el mármol. Toda pareja que se precie en la India se hace la foto con el Taj Mahal al fondo. Es una tradición y los fotógrafos profesionales hacen negocio, sobre todo un día como hoy, que no hay casi turistas y sí muchos visitantes nacionales que han aprovechado el Día nacional para retratarse con el Mausoleo al fondo. El edificio es 100% simétrico respecto a la tumba de la reina. Las tumbas que se ven en el interior están vacías, las verdaderas están en la cripta. Otro lugar que merece la pena visitar en Agra es el «Fuerte rojo «. Se trata de un palacio, edificado a mediados del siglo XVI, en sólo 10 años. También fue obra del imperio Mogol y al igual que el Taj Mahal , se encuentra en las orillas del río Yamuna. Todo el conjunto está construido en arcilla roja y en el interior hay varios palacios de mármol, mezquitas y jardines fabulosos. El fuerte protegía la ciudad imperial. Desde los minaretes del fuerte que asoman al río, a rebosar de parejas de enamorados, las vistas al Taj Mahal son únicas.

En Agra, a diferencia de Varanasi se ven más signos occidentales. Chicas en vaqueros, móviles etc.. No hay tanto agobio de gente como en otras ciudades pero, en general, tienen un carácter más seco. Puede que contar con el Taj Mahal en su territorio se les haya «subido a la cabeza». Antes de salir de Agra, merece la pena visitar el «Baby Taj», como se conoce al Mausoleo de Itimad – ud – Daulah. Es anterior al Taj, fue construido en 1628, en honor al padre de la poetisa persa Nur Jahan. Se parece mucho al «Hermano mayor», pero en pequeño y con mucho encanto. No hay casi turistas y un paseo por sus jardines vale su peso en oro.

El hotel Clarks de Agra: http://www.hotelclarksshiraz.com/index.html, donde nos esperaba el baño diario en la piscina al atardecer, es un 5 estrellas con la mejor cocina de todo el viaje. Se recomienda degustar el buffet libre y olvidarse de la dieta totalmente. Todo tipo de curris, arroces y tandoris para morirse de gusto. Lo que hay que evitar en los hoteles en general son las llamadas por teléfono. Un consejo muy útil en la India: buscar un locutorio exterior para las llamadas a casa. Aunque sea menos cómodo y te puedas ver rodeado de un montón de niños, mientras llamas, la diferencia de precio es para pensárselo: 35 o 40 rupias (unas cien pesetas por 5 minutos) frente a las 200 rupias (600 pesetas por minuto que cobran en los hoteles). Así se evitan escenas como la que presenció el Diario en la recepción del hotel. Una pareja de españolitos gritando como energúmenos a los 4 vientos porque decían que les habían timado por no avisarles del precio. Aviso a navegantes.

Lunes 16: de Agra a Jaipur en tren
Jaipur, Udaipur, Jodhpur serían nuestros próximos destinos: las ciudades más visitadas del Rajastán. Esta región al noroeste de la India, de unos 55 millones de habitantes, es más seca y árida pero, al mismo tiempo, cuenta con un gran número de puntos de interés turístico. Al norte limita con el Punjab, una región conocida por su música y por ser la cuna del guardián sijh que mató a traición a Indira Gandhi. En el punjab vive una gran mayoría de la población Sijh. Son en total unos 20 millones y predican la honestidad y el servicio a la sociedad. Por eso, suelen dedicarse a los negocios porque son de fiar en las relaciones comerciales. Se les identifica por ser más robustos y altos. Además llevan un turbante que esconde un moño, con el que se sujetan el cabello que no pueden cortar por sus creencias. Su religión es una mezcla entre el Islam monoteísta y el politeísmo hindú. Al oeste, el Rajastán limita con el desierto del Thar y la frontera con Pakistán. Es probablemente la región más visitada de la India como conjunto. Hoteles-Palacio, tradición histórica, hombres con turbantes de hasta 6 metros de longitud y mucho, mucho color en la tierra de los Rajpures.

El trayecto en tren dura 7 horas y lo hacemos de día. Los cristales son más nítidos y nos permiten ver el paisaje: pavos reales salvajes, vacas bañándose en el río, niños con bolas enormes de paja en la cabeza que saludan al paso del tren, dromedarios, y algún que otro tractor destartalado pero, al menos, motorizado. Una de las escenas que permanecen en la memoria es la de un señor amputado de piernas y, a falta de muletas o silla, se apoya las manos en unas chancletas de plástico. En este viaje de sentidos y sensibilidades, imágenes como ésta son difíciles de olvidar.

Históricamente, el Rajastán ha sido una tierra de guerreros. Entre los siglos XIV y XVI esta zona se cubrió de palacios con la dominación de los musulmanes Mogholes. Reinó Akbar y pronto comprendió que era mejor llevarse bien con los habitantes de la zona. Más tarde Aurangzeb, su nieto, rompió las alianzas y los rajpures buscaron la protección de los británicos. Estos, a su vez, fueron comiendo terreno político y económico y relegando a los príncipes en sus palacios. A pesar de todo, los británicos contaron con su ayuda en las revueltas de los cipayos de 1857. Llegamos a Jaipur, la ciudad rosa y capital del Rajastán.

Con sus más de 2 millones de habitantes, esta ciudad caótica, nos recibe con una pesadilla de bocinazos, ruido y polución. La ciudad, pintada de este color rosa en honor a la visita que hizo el príncipe de Gales, parece interesante pero después de un día entero en el tren, se impone un descanso. Esta vez, el hotel está a las afueras, a unos 9 km, justo en frente del Fuerte de Amber. El lugar es muy tranquilo, verde y con unas vistas impresionantes sobre el Fuerte. Nos acomodamos en la habitación y nos damos cuenta de que el hotel está vacío y sólo falta Jack Nicholson con el hacha por los pasillos, tipo «El Resplandor». Así que, mientras llega la hora de cenar y de ver a otros turistas, decidimos hacer algo de shopping en las tiendas del hotel. Normalmente, estas tiendas suelen tener precios fijos. Son las tiendas llamadas «emporium», o tiendas con precios más o menos oficiales; Aunque, al final, el regateo también funciona. Antes de cenar, y después de las compras, sucede otra de las experiencias que quedarán para siempre en la memoria del Diario: la salida al exterior del hotel, buscando un locutorio.

Como si hubiese aterrizado una nave espacial, nos siguen el rastro cientos de ojos que no dan crédito a lo que ven. Una vez elegido el locutorio, de repente, en cuestión de segundos nos vemos con una mano en el auricular y con la otra repartiendo caramelos a una decena de niños que no dejan de sonreír y agradecer el detalle. Sólo por ver esas sonrisas merece el viaje a la India, de verdad. A la hora de cenar, nos trasladamos al lejano oriente.

Rodeaditas de nipones que se ríen, chillan y comen como sólo ellos saben. Para postre, a ritmo de música autóctona, nos espera un espectáculo muy típico de la zona: las marionetas. Desde siempre, los espectáculos de marionetas en el Rajastán han sido itinerantes y para todos los públicos. Normalmente, suele haber un músico que mientras toca una especie de acordeón, va relatando la historia del cuento. Al otro lado del escenario, está su compañero que mueve las marionetas, a un ritmo trepidante y provoca la carcajada general. Así, con la sonrisa en los labios nos retiramos a descansar.

Martes 17: Jaipur, la ciudad rosa
Puntual como siempre, nos esperaba el guía local en la recepción del hotel. Desde el primer momento, vimos que, a pesar de su amabilidad, la jornada se presentaba dura: hablaba a la velocidad del rayo un inglés rajastaniano que dejaba a la altura del barro todos los diplomas y certificados logrados hasta la fecha. Eso sí que fue un «Listening» de los duros, durísimos. En el camino hacia Jaipur, nos paramos ante una imagen de «postal»: un palacio en medio de un lago. Parece que está flotando literalmente sobre el agua. En su día estaba habitado por algún marajá y actualmente, según entendemos a duras penas al guía, es propiedad del Gobierno.

Muchos de los Palacios que se visitan en la India son propiedad del gobierno y fueron expropiados cuando la India logró la independencia. Con la colonización británica, los marajás contaban con la protección de la corona a cambio de favores pero, cuando los british se fueron, muchos perdieron sus privilegios y para mantenerse económicamente han tenido que reconvertir sus palacios en museos y hoteles. Jaipur cuenta con grandes avenidas y, según parece, es la única ciudad pensada por un urbanista. Es la capital del Rajastán y está dividida en dos partes por una muralla.

En la ciudad vieja se encuentran los principales lugares de interés turístico: el «Palacio de los vientos»  ó «Hawa Mahal», el Mercado, el City Palace y el observatorio astrológico. El Palacio de los vientos es muy curioso. Hoy en día, sólo se conserva la fachada, llena de orificios o ventanucos, por los que las mujeres de la corte podían ver las procesiones y otros eventos de la ciudad, sin ser vistas desde el exterior. Muy cerca, en la misma zona, se recomienda visitar el Observatorio astrológico que financió un marajá aficionado a las estrellas y el City Palace. Cuando hablamos de los «City Palace», no hablamos sólo de Palacios, hablamos de auténticas ciudades-museo, cargadas de historia, con exposiciones, patios, galerías, jardines y muchos rincones donde perderse y soñar con tiempos pasados.

En el City Palace de Jaipur, el Diario recomienda visitar la exposición de trajes de época y la tienda, donde el chico que pinta las típicas miniaturas del Rajastán, está para llevárselo «empaquetado» y con precinto de garantía…. Las miniaturas son dibujos hechos con pigmentos de color naturales, extraídos de las piedras y mezclados con agua, que representan escenas costumbristas de la época: cacerías, desfiles, paisajes, etc.. Hay escuelas dedicadas a este tipo de pintura y una larga tradición que pasa de padres a hijos. En uno de los patios del City Palace, también coincidimos con otro espectáculo de marionetas. De repente, todo es colorido una vez más: los turbantes de los guardianes de palacio, cuyo color varía según las castas, la procedencia geográfica o el estado emocional, las telas de los trajes de las marionetas, el color rosado de los edificios, los saris de las mujeres, los tapices típicos del Rajastán, hechos con varios trozos de tela «patchwork» y espejitos, que adornan las paredes de las tiendas. Todo es color, y si no fuera porque es real, cualquiera pensaría que es un sueño.

Antes de seguir ruta, nos paramos a comer y volvemos a deleitarnos con la comida picante. Pollo tandori, verduras con curri y el adorado pan indio (nan), esta vez de ajo. En la mesa de al lado, un viajero francés solitario (ya es el segundo que nos encontramos) pide arroz (rice) y le traen hielo (ice). El pobre no controla mucho el inglés y mucho menos ese extraño inglés con acento hindú que nos trae locas. Si encima le añadimos al cuadro, un camarero que va matando moscas con una especie de raqueta eléctrica, os podéis imaginar el ataque de risa colectivo. Con la boca echando humo del picante, las rupias nos quemaban en el bolsillo: queríamos gastar!!!!

En Jaipur y en general en toda la región, son típicos los tapices y ropa en general con espejitos incrustados, las piedras preciosas, las tejidos de algodón con estampaciones hechas a mano, con sellos de madera, las pinturas de miniaturas, y un montón de razones para quemar la visa. En la India hay que regatear también y, a veces, las «negociaciones» son duras. No son tan inquisitivos como los árabes pero, con la sonrisa como arma de seducción, hacen del turista lo que quieren. Casi siempre acabamos con la sensación de que nos han timado pero, más vale no pensarlo mucho porque, al fin y al cabo, siempre será más barato que los «robos a mano armada» que se dan en esas tiendas «hippies» de tan buen rollito españolas. Con el bolsillo sin rupias, unos «bidis» para fumar y la boca aún picante, nos fuimos a visitar el impresionante fuerte de Amber.

A unos 10 km, y al lado del hotel donde habíamos dormido, se asoma el fuerte, de color ocre  . Desde la zona de abajo se puede subir hasta allí en elefante. Pero cuando ves a los pobres paquidermos, más viejos que la tos y pintados como monas se te quitan las ganas de verles sufrir más todavía .
Amber fue la capital de varias dinastías y está rodeada por una muralla de 9 km. La entrada principal es la del Dios Ganesh, hijo de Shiva (con rostro de elefante). Las vistas desde el fuerte son absolutamente fantásticas. Lástima de olor a pis y gritos de adolescentes, en plena edad del pavo, que en vez de disfrutar del entorno, como el perro del hortelano «ni joden, ni dejan joder». El palacio del fuerte está bastante abandonado y es una pena porque hay salas, como las de los espejos que son verdaderas joyas históricas. Antes de llegar al patio principal de entrada y salida, merece la pena perderse por el laberinto de pasillos y habitaciones, en las que en su día, durmieron las mujeres de la corte. Al salir del fuerte no os emocionéis si veis a alguien vendiendo prensa extranjera: venden «El País», por ejemplo, pero ojo con la fecha, porque la actualidad llega al fuerte de Amber con dos días de retraso.

Volvimos a Jaipur, porque esa misma noche teníamos que coger otro tren rumbo a Udaipur. Pero antes, el guía se despidió y nos dejó en manos del chofer, un auténtico «gentleman» que nos enseñó los barrios residenciales de la ciudad y el «Birla Temple«, un templo hindú más moderno, en mármol blanco y financiado por el tal Birla, dueño de la firma de coches «Ambassador». (los mismos con los que nos hemos movido por la India).

El otro gran patriarca es el dueño de medio país: Tata. Es omnipresente: coches, acero, Internet, telefonía, y un largo etcétera. Son los nuevos marajás del siglo XXI. Antes de ir a la estación de trenes, el chofer nos llevó a tomar «el té de las cinco» a un hotel Palacio de las cadena Taj Hotels. Es un hotel alucinante y por el precio de un Lassi o de un café (precio razonable), puedes aislarte y descansar en sus jardines, viendo cómo juegan al polo, o cómo negocia la «beautiful people», mientras el equipo de camareros/as elegantísimos/as con sus turbantes y saris, te sirven la consumición con la mejor de sus sonrisas.

Después de relajarnos, salimos del hotel y en la puerta los guardas se cuadran ante nosotras. Extraña sensación. El «chofer-gentleman», tan amable y elegante, nos conduce a la estación para coger el tren que nos llevará a Udaipur. Pasamos del hotel de las mil y una noches a la jungla de la estación, con la gente durmiendo en el suelo y la mugre asomando por las cuatro esquinas. Son los contrastes de la India.

Miércoles 18 y Jueves 19: Udaipur
Un oasis cerca del desierto Llegamos agotadas, después de una noche en tren, amenizada por los ronquidos de nuestros compañeros de viaje. Nos espera el guía local en la puerta del tren y, sin mediar palabra por el sueño, le suplicamos que nos deje en el hotel hasta el día siguiente. Cama, comida en la habitación, tumbona y piscina. Después de más de una semana sin parar, un día de relax viene que ni al pelo. Al anochecer después del enésimo bañito en la piscina, llega la hora de la cena y en los jardines están preparando una carpa bastante grande y una «disco» en el jardín. Según nos comenta el camarero, es un «wedding party». En la India las bodas duran varios días, y la fiesta de pedida es tan importante como la boda. Hoy en día, la familia de la novia sigue aportando la dote pero, se dan casos, como el del guía de Jaipur, en los que el novio no acepta la dote porque supone un gasto importante para «parte contraria». Con todo un día de relajo, la visita de Udaipur apetecía mucho. Además, al final resultó ser unos de los destinos más recomendables del viaje.

Es una ciudad pequeña, blanca, rodeada de lagos, montañas y bosques, que antaño fueron junglas. Por sus calles, pasean los turistas tranquilamente, no hay tanto tráfico, ni tanta suciedad y los vecinos son muy amables. El guía local es buenísimo y nos acompaña toda la mañana durante la visita al City Palace, al Templo de Jagdish y alrededores de la ciudad.

La Ciudad- Palacio o City Palace es impresionante una vez más . Si el de Jaipur era rosa, éste es de mármol blanco. La entrada vale 50 rupias y 100 si es con cámara de fotos o vídeo. El Edificio fue construido por el Marajá Udai Singh, el mismo que fundó la ciudad en 1559. Como en la mayoría de los Palacios, está dividido en 3 partes por un laberinto de pasillos, salones y salas. En una de las partes vive el actual Maharana (en Udaipur se llaman así porque nunca fueron sometidos ni a los mogholes ni a los británicos y se autoproclaman descendientes del Dios Sol). El actual maharana ya no tiene privilegios, ni poder político desde la independencia del país, pero aún así, ha reconvertido sus propiedades en Hoteles y está considerado como uno de los mejores «hoteleros» del mundo. Según nos comentan, el casarse en Udaipur se ha puesto de moda y celebrarlo en una de las terrazas del Hotel-Palacio es de lo más «fashion». Recorremos todas las salas de exposiciones del Palacio, los jardines, como el de Badi Mahal (cima de la colina), sobre la que se edificó el Palacio, el patio de los Pavos reales, con las puertas flanqueadas por este animal, símbolo de la India, por su falta de actividad sexual, según nos explica el guía. (será, será que se reproducen por esporas…).

Otra parte del City Palace es la que ocupa el Zanana Palace o Palacio de las Mujeres. No tiene tanto interés. Lo que sí recomienda el Diario es asomarse a algún balcón y contemplar el «Lake Palace Hotel» . Este Palacio-hotel de la cadena Taj, es otro hotel de ensueño que se encuentra en mitad de un lago. Desde el City Palace se ve muy bien. Algunas escenas de la película Octopussy, de James Bond, fueron rodadas en este lugar y una de las atracciones que ofrecen los hoteles locales es ver la película a partir de las 7:00 de la tarde. Este hotel en mitad del lago, que parece estar flotando en el agua, dependiendo del nivel del mar, o mejor dicho, del nivel del lago, es todo un lujo. No se puede visitar sin más. Hay que reservar mesa o pernoctar y la broma puede salir bastante cara. Pero como siempre hay gente que no sabe qué hacer con el dinero, siempre les quedará un hotel como este, para seguir pensando que el dinero no da la felicidad pero ayuda…a olvidar lo infelices que son los demás sin él.

Al salir del City Palace, bajando la calle comercial se llega al Templo de Jagdish. Este templo está dedicado al Dios Vishnou y fue construido en 1624. Llegamos justo en el momento en el que un grupo de amas de casa está orando y cantando plegarias. El ambiente del templo, al que se accede por unas escaleras empinada, es auténtico: Gurús en los rincones, creyentes rezando, algún turista perdido, posturas del Kamasutra en los frisos y, otra imagen a guardar en el archivo del Diario. Justo enfrente del templo está el Mayur Café. Un restaurante vegetariano muy genuino y recomendable. Lo mejor es subir a la azotea, donde tienen una terraza con unas vistas sobre el templo y la ciudad alucinantes. La comida es muy buena y a buen precio. Si se os ocurre pedir una cerveza, nos os extrañe si el camarero os la trae a escondidas y os pide que la bebáis con discreción. No es broma. Al estar justo en frente del templo, no pueden servir alcohol pero lo hacen casi en estraperlo. Luego en la cuenta resulta que para no declarar que han servido cerveza, la denominan «Big Pepsi». ¡Son geniales!. Desde la azotea, mientras se disfruta del paisaje y de la cerveza camaleónica, el ambiente en la calle es único: elefantes porteando mercancías, turistas, camellos, creyentes en el templo…

Con renovadas fuerzas, ir de compras por Udaipur es una gozada. No hay tráfico, ni agobio y los propietarios de las tiendas están acostumbrados a tratar muy bien a los turistas. Las especialidades: álbumes de fotos y agendas hechas a mano con telas de seda, marionetas del Rajastán, láminas de miniaturas y, como en el resto, saris y ropa en general. Por cierto, si queréis un traje a medida en Udaipur, todo es posible: se elige la tela en la tienda, te toman medidas y en unas 3 horas te hacen un Kurta (Casaca larga y pantalón) y te lo llevan a la habitación del hotel. Increíble pero cierto. Además, el resultado es alucinante; buen corte, botones forrados y sin comerlo ni beberlo, por unos 40 euros, te llevas un traje de marajá auténtico.

Mientras te hacen el traje a medida, y te sientes «Marajajá de la India» , nada mejor que acercarse a la terraza del Shiv Niwas Palace Hotel, propiedad también del actual Marajá. Hay que pagar entrada pero merece la pena. Las vistas sobre el (ver foLake Palace Hotel  son todavía mejores que desde el City Palace. Y si es cuando el sol va ocultándose entre las colinas, ya es el no va más.

Volvemos al hotel en rickshaw motorizado. Nos lleva un señor encantador, que nos da su tarjeta y nos invita a ver la película de Octopussy en un hotel. Declinamos la idea pero no le dejamos escapar sin hacernos una foto con él y su turbante sijh. Baño en la piscina, cena picante y entrega del traje a medida en recepción, a las 10 de la noche. Había acabado la estancia en Udaipur; ¡una lástima!, porque realmente, es uno de los lugares a los que volverá el Diario, seguro.

Viernes 21: de Udaipur a Johdpur en coche, pasando por Ranakpur
Unos 300 km separan Udaipur de Johdpur. Lo que en Europa costaría menos de 3 horas de viaje en la India cuesta el triple pero, da igual, el paisaje y la parada en Ranakpur, el templo Jainista más importante de la India, te hacen olvidar las horas de ruta. A unos 98 km de Udaipur se encuentra el Templo Jainista de Adinath. Es impresionante. Desde fuera parece una mole pero el interior, con su planta cuadrada y sus 1444 columnas todas diferentes entre sí, da la sensación de estar en un espacio casi etéreo. Todas las columnas esculpidas en mármol son diferentes y hay una que no es perfecta, está torcida, porque «sólo Dios es perfecto». Coincidimos con la visita de un colegio de niñas, todas uniformadas de azul y lazos rojos en el pelo. El cuadro es colorista al 100%. Porque al color del mármol y de los uniformes escolares, se une el color naranja y amarillo de los hábitos de los monjes Jainistas.

Pero, ¿qué es el Jainismo?, ¿por qué los monjes llevan tapada la boca con un velo?. Los Jainistas rechazan las armas y no comen ningún animal. En la India son unos 4 millones. Son ecologistas de los de verdad, por eso llevan el velo en la boca, para no tragarse ningún insecto y matar vidas…También se les ve barriendo continuamente los templos para no matar a ninguna hormiga. Suena a chiste pero es real. Son ascetas pero no por ello pobres. Como no pueden traicionar a nadie, la gente confía en ellos y , al igual que los sijhs, la gente les confía su dinero. Por eso hay muchos comerciantes, joyeros y banqueros jainistas. Por sus creencias, no ejercen oficios relacionados con la agricultura, la cría de ganado o el ejército. Ante todo, respeto a la vida humana y animal.

El templo de Ranakpur es una joya arquitectónica, perdida en un valle al que se accede por una carretera muy sinuosa. Sería pecado mortal jainista perdérselo. En la entrada, nos atiende un guía-sacerdote de unos 14 años. No cobran entrada pero sí cobran por llevar cámara de fotos o de vídeo. El guía habla un inglés marciano, apenas identificable. Nos imaginamos lo que nos cuenta porque es imposible seguir el argumento. Acaba la visita en menos de 5 minutos y ya nos pide el donativo, bajo la atenta mirada de otro monje que resulta ser su padre. En fin, lo de siempre: religión sin ánimo de lucro pero con caja registradora, en forma de monje con velo en la boca…

Seguimos la ruta y el chofer nos para a comer en un restaurante de carretera. Por menos de 600 pesetas, comemos en un salón enorme, con la única compañía de una pareja que viaja como nosotras. Queremos invitar al guía pero parece ser que no procede. A esto del clasismo tan definido cuesta acostumbrarse. El chofer, nos explica, ya de camino otra vez, que el viaje más vale hacerlo de día. Por la noche es peligroso porque, según cuentan, los lugareños a veces ponen piedras enormes en la carretera, obligando a parar a los coches para asaltarlos y robar todo lo que pillan. Entre el peligro ambiental y las 8 horas que cuesta hacer 300 km, cuando llegamos a Johdpur, ni nos lo creemos.

Antes de llegar, el chofer nos para en un lugar donde tejen tapices y jarapas. La costumbre de llevarte a los sitios a «picar el anzuelo», sin comerlo ni beberlo es un incordio. Pero bueno, al final uno se habitúa y con cara de circunstancias repetimos que «todo muy bonito» pero que no nos interesa. Encima, para más inri, en este caso, los tapices son horribles y el pobre artesano, jura y perjura, que su tatarabuelo era proveedor oficial de los británicos. ¡Qué duro se hace disimular las ganas que tenemos de irnos zingando! Al final conseguimos irnos sin herir demasiado la «sensibilidad del artista – jarapero-proveedor de la Corona».

Johdpur, de entrada es un caos y una agonía. Sobre todo, cuando vienes de la tranquilidad y la calma de Udaipur. Calor, ruido, suciedad y pocas ganas de socializar con la gente. Nos miran como si hubiésemos aterrizado del planeta Marte y cuando, el chofer nos propone llevarnos a un sitio tranquilo para tomar algo, no nos lo pensamos dos veces.

El restaurante se llama «On the rocks» y es una especie de parque jurásico, con camareros, extrañamente vestidos de «coronel Tapioca» y mesas a lo «Picapiedra». Después de todo un día en la carretera, apetece un sitio tan tranquilo como éste. Nos quedamos a cenar en el restaurante «Yellowstone», hasta la hora de salida del tren nocturno con destino a Jaisalmer.

Antes de coger el tren, pasó lo que tenía que pasar y que ojalà no hubiese pasado: ratas como gatos, paseándose entre los viajeros que esperaban pacientemente en el andén. En un país como la India, lo raro hubiese sido no verlas pero el Diario, mantenía la esperanza de que la excepción fuese una realidad durante todo el viaje. Lo más chocante era ver cómo corrían entre la gente, sin que prácticamente nadie se inmutase. Pasado el susto y con los pelos aún como escarpias, nos colocamos en nuestras literas y olvidamos el «capítulo ratas» charlando con nuestros nuevos compañeros de viaje.

Esta vez, uno de ellos, era un Sijh ligón que, cuando vio que no tenía nada que hacer, la simpatía inicial se tornó en un «si te he visto no me acuerdo»…, o sea, un ligón de tres al cuarto de los que abundan en el planeta.

Sábado 21: Jaisalmer
A la ciudad de Jaisalmer llegamos a las 5 y media de la mañana, cuando ni siquiera había amanecido. Nos esperaba como siempre el chofer puntual en la estación. Nos trasladó al Hotel «Heritage Inn»: http://www.hotelheritageinn.com y directamente nos fuimos a descansar unas horas, para poder disfrutar de la ciudad del desierto. Nos encontrábamos a unos 100 km de la frontera con Pakistán y a otros tantos de las zonas reservadas para pruebas nucleares. Ironías de la vida, India se muere de hambre pero también es una potencia nuclear mundial.

Jaisalmer impresiona desde el primer momento. Es una ciudad seca, amarilla e intrigante como el desierto que le rodea. Se encuentra a poca distancia del enemigo número 1 de la India: Pakistán. De hecho, el 60% de la población de Jaisalmer es militar y el ruido de los reactores sobrevolando esta ciudad milenaria nos recuerda que el peligro forma parte del ambiente. El sol y el cielo amarillo se confunden con la ciudad-fortaleza, construida con piedra arenosa del desierto. Es como un gran castillo de arena que asoma en lo alto de una colina. La ciudadela es del siglo XII pero las murallas son de los siglos XV y XVI. Cuenta con 99 torres y 4 puertas principales. En el interior, se recomienda perderse por las callejuelas empinadas y visitar las tiendas, casas y templos jainistas que se edificaban en el interior de la fortaleza como templos protectores.

Jaisalmer fue fundada por príncipes del Rajastán que decían descender de Krishna. En realidad eran bandidos del desierto hasta que llegaron los mogholes en el siglo XIV. Con ellos llegó la calma hasta que con el colonialismo la ciudad fronteriza perdió poder. Jaisalmer vive actualmente del ejército y del turismo pero no es ni la sombra de lo que fue en su día. Por esta ciudad pasaba la Ruta de la seda entre Asia central y la India y se traficaba con opio, especias y sedas. A cambio de protección, los habitantes hacían pagar importantes tributos a los comerciantes que transitaban por la ruta. Muchos se enriquecieron y se hicieron construir Casas-Palacio, conocidas como Havelis.

Sólo por ver estos Palacios y sus balcones merece la pena ir a Jaisalmer. Son impresionantes, con sus ventanas, puertas y balcones esculpidos en filigranas del mismo material arenoso que el resto del edificio. Los Havelis más importantes son los de Patwah-ki-Haveli, cuyo dueño era un traficante de opio, el de Nathwal cuyas alas izquierda y derecha difieren, porque fueron construidas por dos hermanos arquitectos pakistaníes, que compitieron por ver quién diseñaba su parte más hermosa, y el Salam Singh Haveli, edificado hace 400 años y que perteneció a uno de los mayores tiranos de la región.

Este Haveli tenía 10 pisos pero actualmente se ha reducido a 2 plantas. A las afueras de la Ciudadela, se encuentra el «City Park«, o Estanque de Gadi Sagar. Es un sitio tranquilo que hace olvidar un poco la sequedad del desierto. En torno a un lago artificial, se asoman varios edificios también de tono amarillo-ocre y gente en la orilla bañándose y haciendo abluciones. Destaca el porche de la casa de la bailarina «Tilo». Cuenta la leyenda que el porche, lo hizo construir la famosa bailarina y como parecía que los dos pilares eran sus piernas y había que pasar por entre «las piernas», para coger agua del estanque, el Marajá se negó, e hizo poner encima del porche un santuario dedicado a Krishna. Todo lo que rodea al lago y la ciudad de Jaisalmer es puro desierto y la verdad es que acongoja un poco. Al igual que en Udaipur, la gente es muy amable y sabe tratar a los turistas. Además se respira un ambiente muy tranquilo y nada agobiante, si no fuera por los treinta y pico grados de fuego que caen del cielo, sin gota de aire.

Antes de sucumbir en la piscina del hotel por fuerza mayor, ir de compras en Jaisalmer es un «must»: Joyas de plata, especias (aunque las mejores se venden en Johdpur) y ropa en general. Hay mucho comercio y con precios interesantes. Para cenar, un restaurante típico y aconsejable por su cocina y sus vistas desde la terraza a la ciudadela, es el Trio Restaurant. Está en el centro y es mejor reservar mesa, porque es el más frecuentado por los turistas.

De regreso al hotel, podéis concertar la vuelta con el conductor de un rickshaw motorizado que os esperará puntualmente a la hora que le digáis y en dónde queráis. Antes de finalizar el día, nos aguardaba otra sorpresa. En la India no pueden pasar 5 minutos sin que una situación o imagen te sorprendan. Y así ocurre. Al subir al restaurante, un camarero me pregunta al oído si me llamo tal y si me alojo en tal hotel. Con cara alucinada le digo que sí y al minuto me viene el jefe del restaurante a preguntar con quién había contratado el safari por el desierto del día siguiente. Sin palabras nos quedamos. El dueño del restaurante resultaba ser el mismo al que una hora antes, por teléfono, habíamos anulado el safari por ser demasiado caro. Sin saber quiénes éramos, ni habernos visto nunca, nos localizaba en un santiamén entre los cientos de turistas que frecuentan la ciudad. ¡Alucinante!

Domingo 22: Jaisalmer y safari por el desierto de Thar
Despertar en el hotel Heritage Inn no fue la mejor experiencia del viaje. Hacía un calor sofocante y las habitaciones no tenían apenas ventilación. Sin duda, es el peor hotel de la ruta. Es una lástima porque, tal y como está construido, podría estar mucho mejor. Alrededor de un patio y una piscina al fondo, están las habitaciones tipo bungalows. Lo que falla no es la idea, sino cómo se han edificado las habitaciones, sin ventanas, cuando estábamos en pleno desierto. A las 12:00 en punto, como mandan los cánones, nos «invitaban» a dejar la habitación.

Molesta un poco, porque cuando ves un hotel prácticamente vacío, sin problemas de disponibilidad de habitaciones, el «acoso nada subliminal, más bien directo» del personal que te pregunta amablemente ¿cuándo se van Ustedes?, te toca un poco la moral. Pero en fin, son unos mandados y en todo caso, el libro de reclamaciones está en recepción. Nuestro rickshaw particular llevaba una hora esperando en la entrada. Quedamos a la 1 y él entendió a las 11:00. Sólo sabía decir en inglés «new rickshaw is good». A las 15:00 teníamos concertado el safari por el desierto y, mientras llegaba el momento, intentamos hacer tiempo a la sombra de cualquier bar: el fuego caía literalmente desde el cielo.

Encontramos otro restaurante, no tan frecuentado pero sí con buenas vistas a la calle y con precios más que baratos: el Restaurante Mónica. Llegada la hora de coger el jeep que nos llevaría al desierto, compramos 6 litros de agua y escuchamos a unos niños que nos decían riendo: ¡»España mañana será republicana»!. Con la sonrisa en los labios, nos montamos en el jeep e iniciamos el recorrido, que por 800 rupias, nos llevaría hasta las dunas del desierto.

La primera parada la hicimos a pocos km de Jaisalmer, en una especie de cementerio hindú en el que no hay tumbas pero sí cenotafios. El lugar se llama Bada Bagh. En medio de la nada, se levantan cúpulas sobre pilares, que cubren estelas funerarias con breves inscripciones sobre la persona a la que se honra. No son mausoleos porque en la India se incinera, no se entierra a los muertos. Pero sí son como lápidas que recuerdan la vida y los actos de los marajás y personajes históricos.

La segunda parada fue en un templo Jainista que también se confunde con la arena del desierto. Se encuentra en mitad de una pequeña aldea y es muy agradable, si no fuera por los ratoncillos que campan a sus anchas. EL Jainismo es lo que tiene, todo ser viviente tiene derecho a vivir, incluso las ratas… Antes de llegar a nuestro destino final, las dunas de Sam, nos paramos en Kudhara, un pueblo fantasma que un día contó con más de 700 casas, donde vivían los Brahmanes. Ahora sólo quedan ruinas y un eremita en la puerta que cobra la entrada por pasar con el jeep. El tirano Salam Singh, dueño de uno de los Havelis más impresionantes de Jaisalmer, fue quien destruyó todo el poblado. Quería casarse con una de las chicas del pueblo y, como no era de la misma casta Brahman, le impidieron casarse con ella. El tirano enfurecido arrasó con todo, y los habitantes huyeron por la noche antes de que él llegara.

La sensación que se respira aquí es rara: ruinas, soledad, silencio y cierta angustia al ver tantos hogares arrasados y tanta «muerte en vida». Nos despedimos del guarda solitario y echando la vista atrás, dejamos el pueblo abandonado con el corazón un poco sobrecogido. Antes de llegar al destino final del safari, las lágrimas que durante todo el viaje no habían surgido, aparecieron, cuando varios niños nos saludaron al pasar con la mano, y viéndoles en medio de la nada, sin ningún futuro aparente, el Diario tocó fondo…

Al llegar al destino final, las dunas de Sam, nos encontramos con toda una infraestructura turística montada en torno a los paseos en camello hasta las dunas para ver el atardecer. En el punto de partida, esperan varios camelleros a los cándidos turistas que caerán en la trampa sin remisión. De todos modos, más vale coger un camello porque si se os ocurre ir por libre a las dunas andando, la venganza de todos los dioses puede caer sobre vuestras cabezas.

Empiezas a andar y la situación es más que surrealista, indescriptible: camellos y camelleros persiguiéndonos e intentando convencernos de que es mejor subirse, niños también rodeándonos para pedirnos dinero a cambio de un baile o de una canción improvisada con nuestros nombres, mujeres del pueblo con los cántaros de agua en las cabezas, mirándonos boquiabiertas por ir andando en vez de ir en camello…¡Ni los Monti Pyton se hubiesen imaginado una escena tan rocambolesca!. Al final, logramos llegar a las dunas andando. El atardecer, no muy nítido esta vez, por la presencia de una neblina, lo vimos acompañadas de tres niños, hermanos, guapísimos y con unos ojos tan alucinantes que aún hoy los tengo clavados en la memoria.

La vuelta a Jaisalmer, aún con la risa en el cuerpo, la hicimos en el mismo jeep de ida. Esta vez , con un altar luminoso en la guantera que Montesinos hubiese pagado dinero por tenerlo en su taxi de «Mujeres al borde de un ataque de nervios». La estancia en Jaisalmer llegaba a su fin, y después de cenar otra vez en el trio Restaurant, con los mismos turistas de la noche anterior, cogíamos el tren nocturno con destino a Johdpur. En el tren, coincidimos con un grupo de turistas catalanes que habían pasado 3 días en el desierto, y se quejaban del precio pagado por ver piedras y comer mal…No comment!

Lunes 23: Johdpur
Al amanecer llegábamos a la misma estación de tren de la que partimos para Jaisalmer dos días antes, rodeadas de gente y simpáticos roedores. Era temprano por la mañana y ahí estaban el guía local y el chofer para llevarnos al hotel de los hoteles: el Balsamand Lake Palace. http://www.hoteles.com/ho346068/welcomheritage-bal-samand-lake-palace-jodhpur-india/#description . Éste se encuentra a las afueras de la ciudad, en un bosque y cerca de una reserva militar. Johdpur también se encuentra, al igual que Jaisalmer, cerca de la frontera con Pakistán.

El hotel es un antiguo palacio de verano, con coto privado de caza y las habitaciones a todo lujo, se encuentran en las antiguas caballerizas. En sus jardines pasean pavos reales, monos, ardillas y los caballos de pura sangre del Marajá que sigue viniendo de vez en cuando a montar. También hay un lago y una piscina de ensueño que invita a quedarse para siempre.

Decidimos descansar un poco y bañarnos en la piscina antes de salir al exterior. Con unos 40º a la sombra y, a las 3 de la tarde, el Diario corría el peligro de desintegrarse en la visita del Fuerte de Mehrangarh. Pero una vez allí, delante del «coloso» en tierra caliza ocre, no importaba que hiciese un calor infernal, el Fuerte de Johdpur es una visita obligada. Se levanta en lo alto de un montaña, a 135 metros, y desde allí, las vistas sobre la ciudad azul o «Sun city», (la media de días de lluvia al año es de 1 son de foto del National Geographic. Las casas en Johdpur están pintadas de ese color porque así se distinguían las que pertenecían a los Brahmanes.

En la entrada principal del Fuerte, se recomienda optar por el sistema de guía audio con auriculares por 250 rupias. Una voz argentina hipnotizadora, va explicando las distintas salas y rincones del Fuerte, mientras la mente se deja llevar por el túnel del tiempo. Para llegar a la parte principal hay que subir por unas rampas, mientras el sudor resbala por la columna vertebral a chorros. El consumo de agua embotellada en la India se lleva buena parte del presupuesto. (¿del grifo? ¡ ni soñar, ni para lavaros los dientes!). El Fuerte fue construido por el fundador de la ciudad «Rao Jodha» en 1459, y, hasta principios del siglo XX, vivieron allí sus descendientes. En total hay 33 puntos de interés y, entre ellos, destacan los patios interiores dónde se celebraban las coronaciones, las salas de pinturas en miniatura, de palanquines y de armas. Antes de acabar la visita, que puede durar entre 2 y 3 horas, podéis visitar a un famoso vidente quiromántico que tiene la consulta en la salida del fuerte. No es casual que esté allí y que haya incluso cola para entrar. Los videntes en la India siempre han sido muy respetados y valorados. De hecho, cuando nacía un bebé en Palacio, lo primero que se hacía era su carta astral.

Muy cerca del Fuerte, y antes de volver a la ciudad, se puede visitar el Jaswant Thada. Es un templo pequeño de mármol blanco, construido por el hijo de Jaswant Signh II en honor a su padre. En el interior, hay una serie de fotos de Marajás que son venerados como Santos. En los jardines no hay apenas gente y es un lugar muy tranquilo para descansar de la visita del Fuerte, y coger fuerzas para ir de compras en Johdpur.

Aquí, son famosas las especias (dicen que son las mejores de la India) y los muebles y objetos de madera de sándalo en general. En torno a la Clock Tower está el mercado y hay que estar mentalizado para aguantar el ruido, la gente y el tráfico que hay allí. Otra opción es volver al hotel y darse un baño de esos que resucitan a un muerto. Así lo decidimos, y así fue como disfrutamos del hotel Balsamand, hasta que llegó la hora de irse al día siguiente hacia Nueva Delhi.

Martes 24: relax en el hotel y viaje en tren a Nueva Delhi
El capítulo India y Nepal del Diario estaba llegando a su fin. Con las maletas a bordo del colapso y muchas anécdotas en el «archivo», poco a poco, nuestra aventura iba dando sus últimos pasos. Antes de volver a coger el último tren hacia Delhi, decidimos agotar hasta el último momento, nuestra estancia en el «HOTEL»: www.jodhpurheritage.com

A las dos y media de la tarde en punto, nos recogieron y nos condujeron a la estación de tren, para salir de noche, rumbo a la capital de la India. Un viaje de contrastes, ¡Sí señor!. Del hotel maravilloso a la litera de sky azul pavo, con cristales amarillentos y mantas de cuando Isabel II hizo la primera comunión. El viaje duró toda la noche y a las 6 de la mañana llegamos al infierno: kilómetros de chabolas en la periferia de Nueva Delhi.

Miércoles 25 de agosto: Nueva Delhi y despedida
Ni en la peor pesadilla, uno puede imaginarse hasta qué punto puede ser pobre la gente. Cientos de chabolas mugrientas, gente durmiendo en charcos y lavándose con agua sucia, niños desnudos, una auténtica pesadilla a tan sólo unos kilómetros de la capital. ¡Qué lejos quedaban Udaipur y Jasailmer.! ¡Qué triste es ver a la gente hacinada en las ciudades en busca de oportunidades que quizás no lleguen nunca!. A esta triste llegada, se sumaba un diluvio que no cesó en todo el día. Este año los monzones se habían retrasado y por suerte, sólo habíamos «padecido» algunas tormentas muy breves al atardecer.

En Nueva Delhi, el Diario comprobó cuál era el verdadero significado de un monzón. La visita por la capital no fue muy larga, porque después de la noche en tren, el cansancio, la lluvia y el caos de la gran ciudad, el cuerpo no estaba para muchos trotes. Delhi cuenta con grandes avenidas y muchos parques. Es una macrociudad, con casi 10 millones de habitantes y el caos circulatorio, que ya de por sí es mortal, con lluvia es una agonía. Nuestro pobre chofer Sijh se ganó el cielo o el nirvana en pocas horas.

Durante la mini-gira por Delhi, visitamos la mezquita más grande de Asia, el jardín donde incineraron a Mahamat Gandhi, y donde hoy arde una llama eterna en su honor, el templo de la flor de Loto, los Ministerios, el Parlamento y la zona residencial. A pesar de la lluvia y el cansancio, el Diario vivió uno de los mejores momentos del viaje: cuando el chofer, en un inglés indescriptible, nos contaba un chiste y nos entró un ataque de risa imposible de parar. Cuanto más nos reíamos, más contento se ponía el chofer pensando que nos hacía gracia su chiste y más lo alargaba. Hasta tal punto llegó la risa que nos dolía hasta el alma de tanto reírnos. Fue memorable!

Nos despedimos de él y con más resistencia que los numantinos, estuvimos esperando 7 horas en el Hotel, viendo la lluvia caer, hasta que nos vinieron a recoger para llevarnos al aeropuerto. El avión de vuelta a España salía a las 2:30 de la madrugada. Otras 3 horas de espera, gastando las últimas rupias, recordando los mejores momentos y riéndonos aún del chiste incomprendido del chofer. Incluso, tuvimos la oferta de retrasar el viaje por overbooking, a cambio de 300 euros, una noche de hotel y la posibilidad de viajar al día siguiente. Declinamos la oferta porque ya teníamos nuestros planes hechos y además, nuestra dosis de aventura ya estaba más que cubierta. Con un fondo de música de consulta de dentista hindú, resistimos la espera hasta que llegó la hora del embarque.

Jueves 26 de agosto: fin del viaje
8 largas horas de avión, nos separaban de Milán. Después de dos días sin dormir, el asiento del avión se convertía en un tálamo nupcial. Sin conciencia, caímos derrotadas hasta la llegada a Milano a las 10:00 de la mañana, hora local. A las 11:30 salía el avión a Valencia y con olor a mofeta salvaje, después de dos días sin ducha, nuestra prioridad era llegar cuanto antes a casa para morir en la ducha por inhalación de gel y burbujas. Llegamos puntuales pero, con sorpresa final, como no podía ser menos. Al ir a recoger las maletas, nos comunicaron que se habían quedado en Milán y que nos las llevarían a casa al día siguiente. La cara de gilipollas que se nos quedó fue de órdago, más que nada porque después de haber cargado con las mochilas de 200 mil kilos por toda la India, en un país «civilizado», nos decían que era la práctica habitual de la compañía italiana: dejar a los pasajeros en «bragas» , o mejor dicho, ¡¡sin ellas!!!. Había acabado el viaje, y nuestros recuerdos se quedaban a la espera, en una sala anónima del aeropuerto de Milano. La sensación de vacío no duró mucho. Al día siguiente, tal y como, habían prometido, nos llevaron las maletas a casa.

Es un viaje que el Diario recomienda a todo el mundo. No sólo para darse cuenta de que realmente, no tenemos derecho a quejarnos, cuando hay gente en el mundo que vive así. Pero también, porque tanto India como Nepal, son dos países que dejan huella y que, conforme pasa el tiempo, entiendes por qué la gente vuelve. Si tengo que quedarme con una frase o pensamiento del viaje, elijo lo que nos dijo una señora en uno de los trayectos en tren: «No os quedéis con la suciedad de la India, porque si no vais más allá no podréis disfrutar de este maravilloso país». ¡Qué razón tenía!

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