Bélgica, ne me quitte pas…..


Bélgica: ne me quitte pas….
Del  29 de abril al 1 de mayo 2005

A Mamie, y su recuerdo en Bruselas A Mónica y Ralph los mejores anfitriones

Por los pelos…. A 150 km por hora para llegar al vuelo que salía desde Valencia a las 9:55. Llegada in extremis a las 9:35. Por supuesto ya se había cerrado el despacho de facturación de equipaje y gracias a los cielos y a todo el santoral, un alma caritativa de Virgin express nos atendió y consiguió que embarcáramos de puritito milagro…. Qué horror! A nuestras edades ya no estamos para estos sustos. En fin, lo importante fue llegar dos horas más tarde con puntualidad bruselina al aeropuerto de Zanvetem.

De Valencia salimos con las gafas de sol y al llegar al aeropuerto decidimos prescindir de ellas,…. nos recibía la nube negra que suele coronar los cielos de la capital de Europa. Por cierto, el Diario ha hecho un estudio de campo de todas las compañías de vuelos-chollo y hay que decir que la media de edad de las azafatas de estas compañías suele ser inversamente proporcional a la modernidad de los aviones. Si se pudiese elegir algo de cada una, el diario se queda con los asientos más cómodos y amplios de Virgin, los aviones recién salidos de fábrica de Vueling y los «azafatos» de Ryan air, elegidos por casting en la mayoría de los casos. De Easy jet, el diario se queda con la puntualidad y del resto, de los cientos de compañías que crecen como setas, no hay testimonio…. El Diario tendrá que seguir haciendo el «estudio de campo»…

Llegamos a las 12 y pico a Bruselas, al super mega fashion aeropuerto de Zanvetem. Dicen que el más impresionante del mundo, después del de Nueva York es el de Frankfurt, aunque el de Bruselas es impresionante. De algo tendrá que servir que la capital belga sea la sede de las instituciones de la UE, de la OTAN y de un montón de organismos y entidades oficiales que viven de la burro-cracia europea. Desde el sótano del aeropuerto lo más cómodo es coger el tren que en unos 20 minutos y cada cuarto de hora llega a las 3 estaciones principales de Bruselas. Para ir al centro de la ciudad, lo mejor es apearse en la «gare centrale», ya que se encuentra a un paso del centro de la ciudad, al lado de la maravillosa e inolvidable Grande Place.

Una de las cosas que sorprenden a llegar a este país es la división lingüística tan marcada entre francófonos y flamencos. Bélgica es más bien un estado estratégicamente situado entre Alemania y Francia que sirvió de frontera natural entre los dos países enemigos en la segunda guerra mundial. Por eso, choca bastante ver las diferencias tan marcadas, de idioma, paisajes, físico de la gente e incluso de carácter; nada que ver. Si a estas diferencias se añade, un 35% de población árabe (en proporción, Bélgica acoge más extranjeros que Alemania) y el mogollón de gente que trabaja en las instituciones europeas de todas las nacionalidades, al final resulta que Bruselas es un «mapamundi» en miniatura. Al llegar por primera vez, parece una ciudad fea y aburrida, pero el Diario confirma que es uno de los sitios más interesantes para pasar una temporada larga, a pesar de la ausencia de sol y el tono gris que lo «tiñe» todo. Jamás olvidaré el año tan apasionante que viví allí y que queda en la memoria como uno de los mejores de mi vida (nota personal e inevitable de la que aquí escribe, porque Bruselas marca….)

La emoción embarga y el Diario se va por los cerros de Valonia… A la hora de comer llegamos a una de las plazas más bonitas del mundo: la GRANDE PLACE. Jean Cocteau la definió así, como la plaza más hermosa del mundo. Cuando se ve por primera vez el quedarse boquiabierto es lo normal. Está presidida por el «Hotel de ville» (Ayuntamiento), un edificio gótico del Siglo XV con una torre de más de 100 metros que se salvó del bombardeo de la artillería francesa en 1695. Rodeando este edificio se encuentran las casas de las corporaciones (gremios medievales) del siglo XVI. Por eso, no extraña que las calles que rodean a la plaza se llamen la rue des bouchers (carniceros), o des charbonniers (carboneros). Gótico, Barroco y Renacentista, todos los estilos en una plaza adoquinada, donde se concentra el turismo y la vida social de los bruselinos. Antes de comer, tomamos la cerveza obligada (hay más de 200 variedades en Bélgica) en la terraza del Roy d´Espagne (es un bar-restaurante que es toda una institución). Las terrazas que se encuentran el la plaza cobran sobre todo las «vistas» pero merece la pena, la verdad. Cervezas hay muchísimas, rubias, negras, tostadas, de cereza como la Kriek, blancas, trapenses como la chimay, etc…. El diario recomienda tomarse una «Blanche» bien fresquita antes de atacar otra de las especialidades belgas: les moules aux frites. (mejillones al vapor con patatas fritas).

Antes de ir a comer a la Rue des Bouchers que está muy cerca y es muy típica porque allí hay un montón de restaurantes con sus mesas en la calle, haga frío o calor, que para eso están las estufas de exterior; nos tomamos la cerveza como decía antes en el Roy d´Espagne. Es una «brasserie» muy antigua del año 1697 y en su origen era la sede del gremio de los panaderos. El nombre actual se debe al rey Carlos II de España y soberano de los Países Bajos que en aquella época se encargó de decorar la fachada del segundo piso. La visita al interior es obligada aunque el café en la terraza cueste 3 euros.

Tras el «apéritif», el plato nacional de mejillones con patatas fritas en Chez León era otro «must» del viaje. Hay muchos restaurantes en la rue des bouchers pero Chez León es de los más típicos para comer mejillones. Los hacen de tres tipos, con apio, con vino blanco y con crema. Las raciones son de 1 kg de mejillones por persona y después de la «mejillonada» la dosis de vitamina B cunde para todo el año… Tiene mucho encanto la calle, y aunque haga frío con las estufas en la calle ni se nota. Las nubes negras iban desapareciendo y después del café otra vez en la «Plaza de las plazas», empezamos a oír unos cantos cristianos que nos dejaron un poco moscas. De repente, vimos una invasión de decenas de italianos con carteles de la Iglesia neoconcatecumenal, o sea, los llamados kikos, con guitarras y pancartas de iconos, cantando Aleluyas. Nos sorprendió sobre todo la media de edad del grupo, la mayoría muy jóvenes y con pinta hippiloide cantando Dios es amor…. Todos se dirigían al Manneken pis, como nosotros y decidimos seguirles de lejos por si pegaba algo… (al final de la tarde fueron nuestra peor pesadilla, allá donde fuimos allá estaban cantando salmos).

El «Manneken pis», símbolo de la ciudad, (ver foto) se encuentra muy cerca de la Grande Place; el famoso niño que mea es otra visita obligada. También existe la versión femenina (la Janneken pis) que no es tan famosa y está medio escondida, en un impasse, al lado de la rue des Bouchers, donde están los restaurantes. La historia del niño meón es un poco rocambolesca pero es un sitio de «culto» que ningún visitante de Bruselas puede perderse bajo pena de cadena perpetua por omisión. Son varias las leyendas que explican la presencia de este niño con el esfínter relajado: una de las más oídas es que un niño se perdió y el padre prometió que si lo encontraba, haría esculpir una figura en la posición que se encontrara su hijo; Hay otras leyendas, tantas como vestidos luce la figura cada vez que viene un grupo a visitarlo; (se dice que tiene más vestidos que la Barbie).

No nos quedamos mucho tiempo allí, porque los cantos religiosos empezaban a «taladrarnos» literalmente los oídos. Siguiendo hacia la Rue des Charbonniers (una de las calles de marcha del centro de Bruselas), subimos hacia la zona del Gran Sablon: esta plaza se ha convertido en el centro de anticuarios y galeristas de arte. Es otra zona de terrazas y restaurantes pero menos turística, es una zona muy auténtica. Antes de llegar, se encuentra la Fundación del cantante Jacques Brel. Era un honor para el Diario entrar allí y recordar los momentos que pasé en la infancia oyendo sus canciones, cuando las ponía en el toca discos mi padre…. Fue un momento bastante emotivo.

Cuando se llega a la plaza del Sablon, , impresionan los escaparates de las tiendas de chocolate (otra «joya» belga»). Todo el mundo conoce los Godiva o los Leonidas que son las marcas más conocidas. Pero a parte de estas, hay otros chocolateros que enseñan sus «obras de arte» como si fuesen joyas de diamantes. En el Sablon, concretamente, hay una tienda de chocolate tan «fashion» que más bien parece el escaparate de Tiffanys. Se llama Chocolatier Pierre Marcolini y viendo el escaparate, el Diario recomienda comprar las cajitas-regalo de bombones «típico regalo de Bruselas» para la suegra y la cuñada en otras tiendas más «terrenales». En la misma plaza, se encuentra la iglesia Notre-Dame-du-Sablon construida en el siglo XV, magnífico ejemplo de arte gótico belga. Cruzando la rue de la Régence, se llega a la Place du Petit-Sablon, plaza jardín diseñada en 1890 y rodeada de 48 estatuillas de bronce que representan los gremios medievales de Bruselas.

En el centro de la plaza están las estatuas de los condes de Egmont y Hornes, que fueron decapitados en la Grand Place por su resistencia a los españoles en el siglo XVI, por el temible y odiado Duque de Alba. Detrás de los jardines está el Palacio d»Egmont. Hacia la derecha, seguimos la ruta por la misma rue de la Régence y llegamos a la zona del Museo de Bellas Artes donde hay un buen número de obras de Magritte, pintor surrealista que dejó huella ya en su día en la memoria del Diario.

Un poco más adelante se encuentra el Palacio Real, frente a los jardines del parque Warande. En este punto nos encontrábamos en la parte alta de la ciudad desde donde se ven unas vistas alucinantes sobre Bruselas. Desde ese punto teníamos dos opciones: una era seguir hacia la rue de La loi y Rue Belliard donde están las instituciones de la UE o bien volver a bajar hacia la grande place otra vez, visitando la Catedral de Santa Gúdula y el Museo del Comic, que por algo Tintín es hijo predilecto de la villa.
Ya era tarde para visitar el Museo del Cómic, aunque si tenéis tiempo, el Diario lo recomienda, porque ya en su día lo visitó y es una auténtica gozada. Está en la Rue des Sables, nº 20 , en un edificio art nouveau y es para quedarse varias horas porque hay más de 25.000 trabajos expuestos y 400 originales de Tintin. Como os decía, el Museo está en un edificio de art nouveau y si se presta atención, cuando se pasea por las calles de Bruselas, la que parece una ciudad fría y gris, resulta que tiene más de 500 ejemplos de art nouveau y art deco. De hecho hay una ruta que recorre los principales edificios, como la que existe en Reus (Tarragona). Y si queréis saber más sobre el art nouveau, podéis visitar también el Museo Horta: es la antigua residencia del precursor del estilo Art Nouveau, Victor Horta (1861-1947). Bruselas tiene posiblemente el mayor número de edificios de este estilo de toda Europa al haber sido la cuna del movimiento.

Al final, decidimos dar una vuelta por la Rue Neuve. Donde están todas las tiendas (las mismas que hay en todas las ciudades), nos damos cuenta de que algo ha cambiado: en un momento dado parece que estamos en Madrid o en Barcelona: Zara, Mango, Springfield, Máximo Tutti, Berksha, ,…. el emporio textil español conquista Europa….

Los pies se arrastraban ya literalmente y tomarse otra cervecita era ya cuestión de vida o muerte. Muy cerca de la calle comercial y de la Grande Place, justo al lado de la Bourse, está uno de los bares más antiguos y castizos de Bruselas: el Cirio. Tiene historia y allí se ve a las ricachonas burguesas de las que se burlaba Jacques Brel en sus canciones (Les bourgeois avec ses geules de cochons), bebiendo jarras de cerveza con total impunidad. Choca un poco ver a las mujeres mayores tomando cerveza como si fuese un cafelito, pero es que en Bélgica, como ocurre en Alemania, la cerveza no se considera una bebida alcohólica como tal, es sobre todo un «alimento» indispensable e inevitable en la dieta. El bar tiene terraza como el Falstaff de en frente donde sirven los mejores half-half de la ciudad (media copa de vino blanco y media copa de champán, perdón de champagne). Desde las terrazas el espectáculo de ver a la gente pasar, mientras los pies van volviendo a su ser, es una buena idea.

Ya teníamos que ir a casa de nuestros anfitriones que nos esperaban para cenar. Al ir hacia el metro, volvimos a pasar por el Manneken Pis, y el grupo que lo rodeaba ya no era de «cristianos», esta vez ondeaban las banderas multicolor de los gays. El ambiente era muy distinto claro… Tocaba una banda, y desde la estatuilla del Manneken pis en vez de agua salía vino de su pilila…. Entre el grupo sobresalían, por su estatura, 3 travestís, vestidos como estrellas de Hollywood, con pamela incluida….

Con la risa en el cuerpo, cogimos el metro en dirección a Stockel, donde viven nuestros amigos. Un barrio residencial, donde vive la crème de la crème de los funcionarios europeos. Es un barrio muy tranquilo y las «casitas» son impresionantes. De hecho, Bruselas tiene mucho por descubrir, y entre las cosas que sorprenden es la cantidad de parques y zonas verdes que tiene. Llegaba la hora del relax y después de 8 horas andando, y el susto de la casi pérdida del avión, nos fuimos a descansar después de una cena suculenta preparada por el «Chef Ralph».

Sábado 30 de abril: Gante y Brujas
Tampoco era cuestión de olvidarnos de que estábamos de vacaciones, así que nos levantamos tranquilamente y después de desayunar, cogimos el metro y nos bajamos en la estación de Schuman, al lado de la Rue de la Loi, donde está el «mogollón»: Comisión Europea, Comité Regional, el Parlamento Europeo… Por pura casualidad ese día era jornada de puertas abiertas, y como «semos europeos» el Diario aprovechó para volver al barrio comunitario y recordar viejos tiempos. No había mucha cola para entrar en la Comisión Europea, pero después de subir al piso 13 y ver la sala donde está la mesa de reunión de los comisarios, tampoco había mucho que ver: pasillos con stands donde las azafatas daban folletos del año 2004 (todos los que sobran ya) de cada comisión y de los diferentes programas e Iniciativas comunitarias y poco más. Para el que pensase tomarse un piscolabis a cuenta de la Unión Europea lo llevaba claro…… mucho panfleto de que «buenos somos» y prau!. Así que después de visitar el Comité de las Regiones, después de ver la Comisión, donde en la sala de reunión vimos el asiento presidencial de Barroso y el de Almunia a su vera, decidimos pasar del Parlamento Europeo y de los folletos caducados y aprovechar el tiempo viendo cosas más interesantes.

Andando fuimos hasta la Gare Centrale a coger el primer tren hacia Gante. Está a tan sólo 55 km de Bruselas y hay tren cada 20 minutos aprox. Junto a Brujas y Amberes, Gante es una ciudad de visita obligada. Allí nació Carlos I de España y V de Alemania. Sus calles y canales están cargados de historia y el Diario recomienda coger el tranvía nº 1 desde la estación de tren y bajarse en el centro de la ciudad. No es tan pintoresca como Brujas pero tiene mucho encanto y además se nota que es una ciudad donde vive la gente regularmente. Brujas es más de postal de cuento de hadas, mientras que Gante es una ciudad viva, con mucho ambiente y muchos sitios para ver. Además si se tiene la suerte de disfrutar de un día soleado, como fue el caso, ya es el no va más. Al bajarse del tranvía al lado de la Catedral de San Babón, desde allí se puede ir recorriendo las calles y canales, llenos de gente y comercios. Las terrazas están a rebosar y como ya apretaba el hambre, decidimos comer en una de las terrazas que dan al canal: en el restaurante Belga Queen. El sitio es genial, es un poco caro pero se come muy bien. Además, si tienes la suerte de pillar sitio en la terraza, al borde del canal pues mejor que mejor…

Después de comer, nos acercamos a la zona donde están la Catedral de San Nicolás de estilo Gótico primitivo y la Catedral de San Bavón, de estilo gótico también. En ella fue bautizado el Emperador Carlos V y merece la pena pasar un buen rato en su interior, viendo el púlpito de mármol blanco y madera oscura, los cuadros de Rubens y la obra más visitada: «la Adoración del cordero místico» de Van Eyck. Además, tuvimos la suerte de disfrutar mientras paseábamos de un ensayo de coral de música barroca que nos dejó extasiados para el resto del día.

Ya eran las cuatro de la tarde y el Diario quería volver a Brujas. Volvimos a coger el tranvía hacia la estación de Gante y en poco más de media hora llegábamos a la «ciudad encantada» de Brujas. Cuando llegas a esta ciudad flamenca, entras en un cuento de hadas que dura hasta el final de la visita. Es tan «asquerosamente» bonito que parece irreal.

Varios canales la atraviesan (dicen que es la Venecia del Norte), aunque para ser justos también lo dicen de Ámsterdam. Mientras paseamos y nos cruzamos con cientos de turistas (creo que es el lugar más visitado de Bélgica), vemos las tiendas de chocolate y encajes, las casitas en las orillas de los canales, los barcos de excursión que pasean a los turistas, etc…Todo el paseo por el centro se puede hacer perfectamente a pie. Impresiona también ver la cantidad de cisnes que se ven. Cuenta la leyenda que en el Siglo XV hubo una revuelta local contra Maximiliano de Austria, a causa de una subida de impuestos. Entonces los revolucionarios decapitaron a un alto dignatario cuyo escudo de armas llevaba un cisne.

Dominada la revuelta, Maximiliano ordenó a los hombres de la urbe que a partir de ese momento alimentaran a los cisnes, como forma de penar el crimen. El verdadero centro de Brujas está en el espacio formado por la Plaza Mayor con su campanario de 83 metros de altura, de estilo gótico y la plaza de Burg. En esta última, hay varios sitios que dejaran la cámara de fotos agotada: la basílica de la Santa Sangre, con dos capillas superpuestas, una románica y la superior neogótica. Aquí se venera una reliquia de la sangre de Cristo, traída de Tierra Santa por el Conde de Flandes en la Segunda Cruzada. Al salir, justo al lado se encuentra el Ayuntamiento con su fachada de estilo gótico y también muy cerca un palacio del Siglo XVI, llamado Brugse Vrije que actualmente sirve de centro administrativo municipal.

El cuento de hadas llegaba a su fin y de vuelta al tren, nos perdimos por unas calles sin turistas, donde viven los lugareños en casitas como las que el Diario inmortalizó. La frecuencia de trenes hacia Bruselas es de cada 20 minutos, así que la excursión a Gante y Brujas se puede hacer perfectamente en un día. A la estación central de Bruselas llegamos en aprox. una hora y a casa de nuestros amigos llegamos justo a tiempo de disfrutar de una barbacoa de sardinas, en el patio de la casa, de chuparse los dedos y parte de los brazos. El Chef Ralph se volvió a lucir. (bueno no quitemos el mérito a la amiga Mónica que es un encanto de mujer y la mejor anfitriona que podíamos tener en Bruselas). Va por tí Monique!!!

Domingo 1 de mayo: mercado «brocante» Uccle – Amberes
Una vez más la suerte nos sonreía. El sol lucía como nunca y pudimos desayunar en el patio al aire libre (algo realmente raro por estos lares). Si coincidió que el sábado era la jornada de puertas abiertas en las Instituciones de la UE, el domingo se celebraba una «brocante» de las grandes cerca de la Universidad de Uccle. Los belgas son muy aficionados a las antigüedades, en el más estricto sentido de la palabra, porque en las broncantes el personal vende todo lo que tiene en casa del año de la polca, a precios chollo. No sé cuál será el matiz que diferencia la venta de antigüedades con la venta de cosas usadas, de segunda mano. Será cuestión de eufemismos, porque si una antigüedad tiene quizás más valor, para algunos el poder comprar vinilos de Edith Piaff o una gramola de principios del siglo XX, también tendrá su aquél, digo yo. Pero bueno, bajo un Lorenzo de justicia y 30 grados a la sombra, el Diario acabó refugiándose en una terracita para tomar una Blanche y dejar el rastreo de «objetos personales no identificados» para otra ocasión.

A comer nos fuimos a Amberes , (Anvers en Francés y Antwerpen en Flamenco). Esta ciudad portuaria, es la cuna de Rubens y de la segunda comunidad judía más importante del mundo, después de Nueva York . Está muy cerca de la frontera con Holanda y se nota en la gente, en los edificios, en las tiendas…. Detrás de la estación de trenes (obligatorio visitarla, es impresionante), aparcamos el coche en un barrio de judíos ortodoxos. Al salir del coche, impresiona la imagen de las madres vestidas al estilo años 50, con pelucas y tocados (las mujeres judías ortodoxas se afeitan la cabeza cuando se casan y llevan medias hasta en verano) y los niños con los Yarmulke (gorros para varones) y sus tirabuzones que les caen por ambos lados de la cara. Según nos cuenta Mónica, este barrio no es muy rico, los judíos ricos viven en otros barrios residenciales.

Amberes es y ha sido uno de los puertos marítimos más importantes de Europa y se palpa en la calle todavía lo rica que ha sido y sigue siendo. De hecho, todavía es uno de los lugares con más joyerías por m2 del mundo y es el centro mundial del diamante. Yendo hacia el centro histórico se pueden ver las decenas de tiendas que exponen los diamantes en todo tipo de joyas. Se dice, se comenta, se habla que de cada diez diamantes, 7 proceden de Amberes. El comercio del diamante representa el 8% del total de las exportaciones de Bélgica. El constante ir y venir de los compradores profesionales de diamantes, los comerciantes de diamantes, los corredores de diamantes y los fabricantes de joyas se mezcla con el paseo de parejas de enamorados del mundo entero buscándose un anillo de compromiso o la joya de su sueño. Amberes es el centro mundial del diamante ya desde la Guerra Mundial cuando Amsterdam perdió su predominio en el sector. Después de Amberes, los centros mundiales del diamante más importantes son Nueva York, Tel Aviv y Bombay.

Como tampoco el Diario tenía previsto hacer acopio de diamantes, seguimos la ruta hacia la zona céntrica. En el paseo por la calle peatonal principal, a un lado se encuentra la casa-museo de Rubens, ese pintor que hizo justicia al común de las mujeres…. Más adelante se llega al centro, que ese domingo de sol estaba a rebosar. Todas las terrazas a tope de gente, luciendo tirantes y bermudas. La plaza mayor está rodeada de casas gremiales de los siglos XVI y XVII. En el medio está la estatua de Brabo que según cuenta la leyenda «echó una mano» (hand werpen) y de ahí viene el nombre de la ciudad.

La fachada del Ayuntamiento  es del siglo XV, y es una mezcla de estilo flamenco con renacimiento italiano. Volvíamos a ver una plaza inolvidable como ocurrió en Brujas y en Gante. Desde allí, aparece también la monumental Catedral de Nuestra Señora,  una de las más grandes e importantes catedrales góticas de Bélgica, con 7 naves y 125 pilares. Si queréis ver la obra de Rubens, allí se encuentra parte de ella. Tanta belleza y tanta piedra nos dejó boquiabiertos, tanto, que ya eran las 3 y todavía no habíamos comido.

Entramos en un garito libanés que está muy bien, cerca de la plaza mayor y que ya conocían nuestros amigos. Humus, Falafel, Kebbab… buenísimo y a muy buen precio. El Restaurante se llama Mama´s garden y si algún día caéis por Amberes y no queréis arruinaros después de haber comprado algún diamante, de esos que decía Marilín que eran los mejores amigos de las mujeres, podéis comer allí y luego tomar el cafelito en otro bar entrañable, muy cercano que se llama el «onceavo mandamiento» .

No podéis marcharos de allí sin entrar dentro del local: el ambiente es algo tétrico pero tiene una explicación: mientras te tomas algo, te rodean por todas partes, mires donde mires, un montón de figuras y esculturas de santos y vírgenes antiguas, de esas que se ven en las iglesias. La verdad es que el pedo rodeado de tantos ojos al acecho puede ser de infarto, pero son las cosas del directo. La visita a Amberes llegaba a su fin y los «pinreles» ya estaban fuera del cuerpo…. Nuestros cuerpos se dejaban llevar por ellos. Pero no podíamos irnos sin dar una vuelta por el paseo que bordea el río Escalda. Allí sopla el viento, haga el tiempo que haga, y la vista desde allí a la torre de la catedral de Nuestra Señora es increíble. Cuando ya nos decidimos a volver por el camino andando, de repente oímos el sonido de una banda de música brasileña y a un montón de gente rodeándoles y bailando con ellos. No era Carlinhos Brown pero tampoco se quedaba atrás, vista la marcha que se montó en plena calle. El único problema era que los pies, como de decía antes ya no nos seguían y tampoco era cuestión de martirizarlos más todavía al son de la samba. Así que sabiamente nos fuimos andando hasta el coche y regresamos a Bruselas, al patio adorado de la casa de nuestros anfitriones. Cervecitas, cena suculenta y de charleta después de haber pasado tres días inolvidables en Bélgica.

El Diario cerraba las páginas de este viaje, porque al día siguiente teníamos que volar a las 10 de la mañana de vuelta a Valencia.
El sol al día siguiente desapareció y empezó a diluviar como es habitual. Lo anormal fue el tiempo soleado que tuvimos a finales de abril. Pero da igual, el tiempo y las isobaras. Bruselas es algo más que una predicción del tiempo, es una ciudad que siempre, siempre tendrá su hueco en el corazón del Diario Viajero…

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