¡God bless America!


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GOD BLESS AMERICA!
Del 9 al 29 de Agosto de 2005

Martes 9: Vuelo Madrid – Nueva York
Maletas, visados, información recién salida del horno Internauta, todo estaba preparado para el Gran Viaje de la conquista de América. La ruta estaba más que hablada y preparada. Lo único que nos preocupaba en los primeros momentos del viaje, era ver si nos dejarían entrar en los States. Yo iba con un poco de miedo, a pesar de haberme visto obligada a sacar visado. Normalmente no hace falta para los viajes de turismo de menos de 3 meses, pero como ya desobedecí en su día las normas, y me quedé más de 3 meses, la sorpresa que me llevé cuando volví en 1997 fue de órdago. Dos horas aislada del mundo con peligro de repatriación, multa de 100 dólares y aviso final de que la próxima vez sólo podría entrar si me concedían el visado. Los americanos, no se andan con tonterías, sobre todo después del 11-S y, nada más llegar al aeropuerto de Barajas, pudimos comprobarlo en persona.

La primera prueba de fuego tenía cara de mujer, con unos ojos verdes que se le salían de las órbitas, las manos vendadas y un peinado tipo “venganza de su peor enemigo”. La batería de preguntas se había modificado y ampliado desde la última vez: al tradicional, ¿se ha hecho Usted la maleta?, momento en el cual ya empiezas a alucinar y pensar en voz alta, pues claro señora con 37 años hace tiempo que mi mamá no me hace las maletitas…. Pero las nuevas preguntas ya son de órdago la mayor: ¿dónde y cuando compraron las maletas? Pues mire Usted Señora, la amarilla me la regaló “Ruralcaja” con los puntos de la visa electrón, sí, sí con 1520 puntos, porque me faltaban 30 puntos para la tostadora y bla, bla, bla…. Y luego llegó la pregunta del millón ¿y por qué tiene Usted tanta familia en Estados Unidos? La cara se me quedó perpleja, a punto del “paralís cerebral”…. Que le podía contestar a esa pregunta tan infinitamente chorra? Pues mire Usted, tengo familia, tanta según Usted, porque los españoles desde que nos quedamos sin las Américas queremos repoblar estas tierras, o era mejor hablar de la potencia sexual y procreadora de mis familiares?????, lo arreglamos con una sonrisa profident, poniendo cara de circunstancias. Para culminar el “tercer grado” me tuve que deshacer de los 4 mecheros que llevaba en el bolso de mano y pensé en tantas las veces que tuve que pedir fuego a falta de lumbre. Los ojos de la chucky se hicieron más grandes todavía, había conseguido 4 mecheros de golpe para su colección….

Tras el primer asalto, llegamos al mostrador de Delta Airlines y allí nos esperaba una postal genuinamente americana: un chico imberbe con los dientes blanquísimos, de esos que según mi Santo, como dice mi admirada Elvira Lindo, son tan blancos que parecen falsos. Nos pidió los pasaportes y al darnos las tarjetas de embarque profirió las primeras palabras mágicas: en vez del tradicional: “por la puerta 13” con su acento de Oklahoma, el chico dientes-blancos nos dijo “Nos gustaría que estuviesen en la puerta 13 a la hora de embarcar”. Debe ser la educación WASP, de blanco, anglosajón y protestante, o los genes, vaya Usted a saber; lo que está claro es que los yankees tienen ese “poquito de por favor” que tanto nos falta a nosotros. Las formas, sí, esas formas que tanto nos pierden y que en los USA deben ser asignatura obligatoria en el colegio.

El vuelo salió puntual y llegó en las 8 horas previstas. Nos quedaba aún la verdadera prueba de fuego: el paso por la aduana estadounidense. Por un lado, la fila de los residentes en los USA, que pasaban a paso ligero, y la otra fila, la de los “non-residents” , formada por todo tipo de nacionalidades aspirantes a entrar en el “Dorado”.

Los agentes de aduanas en su mayoría son hispanos, negros (perdón afroamericanos, si le llamas a un negro “Nigger” tu vida corre auténtico peligro) o asiáticos; y según experiencia de la que aquí suscribe, las probabilidades de tener problemas aumentaban según la raza del agente. En definitiva, me alegré cuando comprobé que no me tocaba el agente asiático, de esos a quienes cualquier síntoma o gesto de sonrisa les produce urticaria. Aún tenía yo grabado en la memoria, aquél coreano que sin contemplaciones me quería repatriar y cuando le pregunté ¿por qué? me contestó que yo no hacía las preguntas, que las preguntas las hacía él. Menos mal que al final el “sheriff blanco” me salvó la vida, previo pago de 100 dólares de mordida…. Business is business!!

A los pocos minutos, menos de los que me esperaba, entrábamos en los UNITED STATES OF AMERICA. ¡¡Prueba superada ¡. Tuvimos que esperar una hora para que la empresa que nos trasladaba al hotel, nos agrupara a todos. La espera no fue pesada porque el espectáculo era gratis y en primera fila: mientras un cubano le llamada “Audaz” a su novio, un histérico con la vena aorta a punto de reventar, chillaba por el móvil y daba más vueltas que una peonza al no encontrar a no sé quién. Situaciones trágico – cómicas se sucedían sin parar, mientras todo el mundo peligraba por no hacer caso al cartel que decía: “piso mojado”, en perfecto castellano; (en USA los hispanos ya son la segunda población mayoritaria y según dicen los estudios, dentro de unos años el bilingüismo estará generalizado).

Cuando ya estuvimos todos agrupados, nos trasladaron a los diferentes hoteles. El nuestro fue el primero. Situado en la calle 64 con la Madison Avenue ,y muy cerca de Central Park, el Hotel Affinia Gardens http://www.affinia.com/New-York-City-Hotel.aspx?name=Affinia-Gardens  es con diferencia, uno de los mejores hoteles visitados por el Diario hasta la fecha. Se trata de un “Executive suite hotel”, frecuentado por ejecutivos durante la semana y turistas durante los fines de semana. La sorpresa al entrar en la habitación fue mayúscula. Más de 30 m2 con dos camas –dobles enormes, TV panorámica, cocina, baño y sofá de diseño. Por si fuera poco, en la mesilla teníamos un menú de almohadas. La noruega, la finlandesa, la sueca… hasta 5 tipos de almohada a elegir, disponibles con una sola llamada a recepción. Optamos por la de “serie” que ya estaba en la habitación, pero no pudimos dejar de reír antes este tipo de cosas que sólo ocurren en Estados Unidos. Para los que visitéis New York este hotel es “Highly recommended” como dirían por aquí.

Tras disfrutar y flipar un rato con la súper habitación, decidimos dar un voltio por la Gran manzana. Eran las 6 de la tarde pero en realidad, para nuestros cuerpos y mentes ya eran las 12 de la noche en España. Llegamos hasta la Quinta Avenida y bajando, decidimos tomarnos la primera birra en las terrazas del Rockefeller Center. Allí estaban todos los yuppies, después de trabajar, socializando en las terrazas que ocupan lo que en invierno se convierte en la tan famosa pista de patinaje que sale en las películas, y donde se planta el árbol de navidad más famoso de la city. Se nos hizo la hora de cenar y de vuelta al hotel, encontramos otro lugar sorprendente: una iglesia bizantina, convertida en restaurante “fashion” entre los rascacielos de la Lexington Avenue. La primera hamburguesa del viaje con todos sus condimentos, el primer cigarrillo al aire libre (toda una proeza en un país declarado enemigo número uno de los fumadores) y el primer sablazo en dólares USA. Pero la verdad, es que el sitio merecía la pena. La vista del reflejo del atardecer en los rascacielos, mientras cenábamos con música de fondo de Tonny Bennet, nos hizo olvidar todas las penas…. Al llegar al hotel caímos sin rendición, llevábamos casi 24 horas sin dormir…

Miércoles 10: New York, New York….
Una de las cosas raras que te ocurren en Nueva York, es que cuando te despiertas, no puedes saber qué tiempo hace hasta que no sacas el cuello literalmente por la ventana. Cuando asomas la cabeza y logras alzar la vista hasta el cielo, es cuando realmente puedes saber si hace bueno o no. No había duda, en Agosto el calor en esta ciudad es de infarto: no sólo por los grados, que en Fahrenheit asustan, sino por el altísimo nivel de humedad de hasta un 90%.

Antes de hacer la excursión guiada por el Alto y Bajo Manhattan, tomamos un desayuno como mandan los cánones: en un dinner cerca del hotel, de esos en los que las camareras te sirven todo el café “americano” que quieras y los asientos son de sky rojo, con grandes ventanales a la calle, nos metimos entre pecho y espalda un plato de huevos revueltos, con bacon, tostadas y fried potatoes. Todas las calorías y energías suficientes para aguantar hasta la hora de la cena. Mientras esperábamos a nuestro guía, el despertar de Nueva York nos “regaló” varias escenas curiosas: un barrendero hispano hacía su faena bailando a ritmo de música salsa, los porteros de los edificios más elegantes saludaban a los vecinos con sus uniformes lustrosos, algún que otro judío ortodoxo, vestido con abrigo y levita a pesar del calor asfixiante y algún que otro turista como nosotros, deseando “comerse” la gran manzana a pedazos.

Llegó nuestro guía, y junto a otras dos parejas, nos embarcamos en un mini-autobús para recorrer el Alto y Bajo Manhattan. Salimos por Central Park y nuestro guía puertorriqueño nos fue contando anécdotas e historias suculentas de la ciudad. En la cara Este de Central Park, y muy cerca de la Milla de los Museos (Metropolitan, Guggenhein y la Frick Collection), se encuentran varios edificios lujosos que son sede de embajadas y de gente rica y famosa como: Woody Allen, Donatella Versace (que vive justo al lado de nuestro hotel), o la que fue la gran dama de Estados Unidos: Jackie Onassis. Nos comenta el guía que ella vivía muy cerca del Metropolitan porque le encantaba visitarlo a menudo.

En este lado de Central Park, por el lado de la Quinta avenida, también vemos el lujoso edificio del hotel St Pierre donde se rodó la famosa escena del baile de tango en la película “Esencia de mujer”. Entre tanto lujo, resulta que el actual alcalde, dueño del canal económico de TV Bloomberg, sólo cobra 1 dólar simbólico por sus labores de alcaldía. Aunque, tampoco le debe importar mucho cuando su fortuna se cuenta por miles de millones. Lo que sí noto, a diferencia de la última vez, es la ausencia de vagabundos por las calles. Según me explica el guía, el anterior alcalde Giulliani, se encargó de “limpiar” las calles de “homeless” y como dice con ironía, siguen existiendo, pero los han trasladado a New Jersey y a otras partes fuera de Manhattan, para que no “ensucien” y no estropeen las vistas.

Seguimos la ruta y rodeando Central Park, pasamos a la cara Oeste del Parque. Pasamos por el famoso Hotel Plaza que ya ha pasado a mejor vida, y pronto se convertirá en apartamentos de lujo. Llegamos al Edificio Dakota. Este impresionante edificio con gárgolas góticas y tejado original, es donde aún reside Yoko Ono, la viuda de Jhonn Lennon.

Justo enfrente de la casa y dentro del Parque, se encuentra el lugar de peregrinación de todos los fans del Beatle, donde fue asesinado (ver foto). En el Dakota también fue rodada la película de miedo la “Semilla del Diablo” con Mia Farrow. Justo al lado, vemos la Iglesia del “Cristo Científico”: se trata de una “secta” de Boston que entre otras cosas, asegura curar las enfermedades mediante la oración. A este lado, tienen casa: Bono de U2, Robert de Niro, Demi Moore, y Barbara Streysand, entre otros. Esta última, en su día, quiso venderle su piso a Mariah Carey pero la comunidad de propietarios no se lo permitió. En Nueva York, cada edificio de apartamentos tiene su comunidad de propietarios, y por consenso se decide, entre otras cosas, si un nuevo inquilino puede perturbarles la vida o no. No todo es dinero, ni cualquiera puede vivir en la zona más “in” de New York; Madonna también tuvo problemas para poder comprar su “nidito” en frente de Central Park. Subiendo por la 8ª Avenida de repente, y casi sin darnos cuenta, entramos en Harlem. ¡Cuánto ha cambiado también esta parte de la ciudad!.

Los precios de la vivienda se han puesto tan prohibitivos que ya no sólo se ven negros por Harlem. La que antes era la “ciudad sin ley” de Manhattan se está repoblando de familias “blancas” y, según nos cuenta el guía, con la ayuda de fundaciones como la de Jimmy Carter, y voluntarios como Harrison Ford, que antes de actor famoso era carpintero, se están rehabilitando un montón de casas y apartamentos. En Harlem abundan las iglesias, donde el Diario recomienda no perderse una misa Gospel de las muchas que se celebran los domingos. Es una experiencia única que no pudimos disfrutar porque no coincidía en domingo. Si caéis por Harlem en “el día del Señor”, realmente merece la pena ver a familias enteras vestidas con sus mejores trajes, y compartir con ellos los sermones, los cantos y los abrazos que se dan a ritmo de blues, con los ojos entornados mientras gritan “Amen” (eymen Aleluya). Sin palabras.

Volviendo otra vez por el lado Este de Central Park, y saliendo de Harlem, nos encontramos con el “Barrio” de los “puertoricans” . La calle de Tito Puente (viudo de la Gran Celia Cruz), el barrio donde vivió el hombre más afortunado de la tierra, según el guía: el actual marido de Jennifer Lopez: Marc Anthony. En sus calles y parques se oye el “spanglish” con frases gloriosas como “Ey baby no te llamé porque el phone estaba busy”.

Bajamos por la quinta y ya nos adentramos en la zona del Middle town, dónde se condensan las grandes tiendas, y dónde late el corazón de la ciudad a cien por hora. Entre las calles 49 y 59, que cruzan con la Quinta avenida, se encuentran: Tiffanys, la joyería más famosa del mundo, Los grandes almacenes como Bloomingdales, el Rockefeller Center, la Catedral de Saint Patricks, los teatros de Broadway, una de las plazas más famosas del mundo: Times Square y una larga lista de sitios a no perderse.

Pero antes de tirarnos literalmente al asfalto, nuestro quía nos lleva por la 7ª avenida, conocida como la calle Textil, por la cantidad de tiendas de moda y donde muchos judíos tienen allí sus negocios de electrónica. (En New York a los españolitos nos conocen como los “give me two” porque compramos a pares; y aunque hay auténticos chollazos en electrónica, también hay mucho timo. Las tiendas más recomendadas son la “Best buy” en la 6ª avenida y la tienda B y H en la calle 34. En esta calle “textil” están los famosos almacenes Macy´s , donde hacen un 11% de descuento a todos los turistas. Es la tienda más grande del mundo. El edificio ocupa una manzana entera, tiene 195.000 metros cuadrados en 11 plantas, en las que se ofertan 500.000 artículos, y por las que pasan a diario 30.000 personas.

Al igual que Londres, NY es la ciudad de las compras, y las tarjetas visa echan humo desde el primer momento. Seguimos ruta y pasamos por el Madison Square Garden, hasta llegar a la calle 32, conocida como la “little Corea”. Muy cerca de allí, en la calle 33, aparece majestuoso el “Empire State Building” y justo enfrente está el rascacielos favorito del Diario: el “Flat Iron”, con forma de plancha y dónde Cary Grant trabajó de ascensorista. El trío de rascacielos famosos se completa con el edificio de la Chrysler, muy cercano también y con una cúpula en estilo “Art deco” impresionante.

Habíamos llegado al Downtown, la parte baja de Manhattan. Empieza en la calle 14 y acaba en la punta, en el Battery park, dónde se cogen los ferries para ir a la isla de Staten Island  Esta zona de la gran manzana es donde se encuentran el barrio de Chelsea, el SOHO, Greenwich Village, Wall Street, Tribeca, Chinatown y Little Italy.

Empezamos por Greenwich Village o el West Village y nos encontramos con la zona de “ambiente” y las universidades. Es la zona más animada, con restaurantes y garitos para todos los gustos. Allí viven también muchos famosos como Gwidney Paltrow, Sting y el actor Sydney Poitier, entre otros. Una de las sorpresas del día llegó en ese momento: justo cuando íbamos hacia Greenwich, nos dimos cuenta de que estábamos en mitad del rodaje de los exteriores de una película. Según nos contó el guía es algo muy habitual en NY. Coches de los años 70, la gente con pelucones tipo los Jackson 5 y carteles de protesta política. La película en rodaje resultó ser “The Hoax” algo así como el engaño. En Nueva York se ruedan al año 40.000 producciones de cine, televisión, musicales, documentales y spots publicitarios.

Con los ecos de la fama pisándonos los talones y sintiéndonos ya como estrellas del celuloide, nos fuimos adentrando en el Village. En una plaza está el bar “Stonewall”, donde según cuenta la historia, se inició la Revolución gay. Muy cerca se pueden comer los mejores perritos calientes de NY en el “Grace Papaya”. Woody Allen suele frecuentar la John´s Pizzería y justo ahí se encuentra una de las calles con más ambiente: la calle Bleecker.

La calle Houston separa el Greenwich Village del SOHO (el nombre viene de South of Houston). Esta zona es muy conocida porque en ella transcurren muchas secuencias de la serie “Sexo en Nueva York”. Sin darnos cuenta, bajando por la Canal Street habíamos llegado a Chinatown. Es el barrio chino más grande de USA, después del Chinatown de San Francisco. Del barrio italiano “Little Italy” queda poco ya. Chinatown se ha ido “comiendo” la zona, y la pequeña Italia son apenas dos calles de pizzerías con fotos del “Padrino” y de Ray Liotta en “Uno de los nuestros”.

Ya estábamos llegando al triángulo de Wall Street. En el Edificio de la Corte Suprema ondea la bandera de Nueva York, con el color naranja de los holandeses. Los holandeses compraron por 24 dólares la isla de Manhattan a los indios nativos y en 1626 la bautizaron con el nombre de New Ámsterdam. Más tarde, en 1664, Nueva York entró a formar parte de las colonias inglesas, y los británicos la rebautizaron como Nueva York, en honor al Duque de York.

En este punto nos dejó el guía a nuestra suerte y decidimos acercarnos al custodiadísimo distrito bursátil de Wall Street. Ya no pueden pasar coches y la placita, donde está la bolsa más famosa del mundo, está atrincherada por policía a caballo y a pié. Muy cerca, se encuentra la “zona cero”. Al ir hacia allí, vimos el Mac Donnalds de Wall Street que merece la pena visitarlo. Con piano de cola y los índices de la bolsa actualizados en pantallas, es el lugar donde los “brokers” comen sus hamburguesas mientras ven como cae o se alza el índice Down Jones.

Sigue habiendo mucha gente por esta zona, con un ritmo trepidante, pero, cuando se llega a la zona cero, las vistas impresionan. Sobre todo, cuando se contempla el espacio vacío donde un día estuvieron las Torres Gemelas. La zona está “limpia”, con verjas, con imágenes de la catástrofe en secuencias y con la lista de los nombres de todos los desaparecidos. En ese momento es cuando te viene a la cabeza la imagen de las dos torres que se alzaban por encima de todos los edificios. Se respira un silencio entrecortado que sólo se interrumpe con el sonido del tráfico de las calles aledañas. La perspectiva de la “zona cero” es más visible desde la esquina donde están los almacenes Century 21 (almacenes un poco caóticos pero con grandes marcas a precios chollo, especialmente en lencería masculina).

Unos pasos más adelante, se encuentra la Iglesia de Saint Paul, que el 11S sirvió de refugio y hoy se ha convertido en un museo-mausoleo con fotos y recuerdos del atentado. Salvando las distancias y sin entrar en demagogias políticas, es un lugar que no deja indiferente a nadie y la emoción está a flor de piel. El Diario tampoco salió inmune, las lágrimas se dejaron caer….

Ya estaba atardeciendo, y poco a poco, fuimos remontando por Chinatown, Little Italy y el SOHO. En Greenwich Village nos dejamos tentar por un restaurante asiático para cenar y con los ojos cerrados sin saber muy bien lo que pedíamos, acabamos cenando una “degustación” de sushi, algas, tofu y otros objetos no identificados. Fue una buena alternativa a las hamburguesas.

Con el estómago lleno de algas y las piernas reventadas del día tan “aprovechado” decidimos volver al hotel en taxi. (Hay que decir que los taxis en Nueva York son bastante baratos y, como hay tantos, y a todas horas, es lo más cómodo, sobre todo cuando los pies ya ni responden). Antes de subirnos, tuvimos el gusto de ver un partido de basket en directo. Y digo el gusto, porque los cuerpazos “made in black” de los jugadores eran de anuncio ……De quitar el hip hop!!!

Jueves 11: NY by night: the city that never sleeps
Para ver el Metropolitan Museum of Art se necesitan 4 o 5 horas mínimo y un buen desayuno como el que nos tomamos en otro dinner neoyorquino. Actualmente el Museo más importante de NY está en obras de ampliación pero se puede visitar casi en un 90%. Personalmente, creo que el MOMA o la Frick Collection son más interesantes, aunque el renombre lo lleve el Metropolitan. Una verja de la catedral de Valladolid divide en dos mitades la sala dedicada a la Edad Media, en un laberinto de salas se exponen obras de todas las civilizaciones, un gran muestrario de obras de Picasso , una exposición itinerante sobre Matisse y las telas que utilizaba en sus obras como motivos pictóricos, son sólo algunos ejemplos de la riqueza que contiene el Museo. La visita se puede prolongar durante horas y días pero el tiempo apremiaba y, antes de irnos, subimos a la terraza desde donde se ven unas vistas a Central Park impresionantes.

A la salida caían chuzos de fuego del cielo y como ya era habitual, cogimos un taxi para que nos acercara a la Quinta avenida, a la altura de las tiendas, donde el aire acondicionado nos salvaría de una insolación. La primera que visitamos fue la que se autoproclama la tienda de juguetes más grande del mundo (aunque en Londres dicen lo mismo de la que allí tienen). La tienda se llama FAOS Schwarz y es un paraíso para los niños y los no tan niños….El stand de la Barbie es de museo y la incubadora de muñecos con dos dependientas disfrazadas de matronas es para flipar a colores. Muy cerca de allí, se encuentra otro paraíso: la Nike city. Todo un edificio dedicado a la marca de la “Victoria en griego: nike”. Dicen los entendidos que los modelos más raros están allí y los amantes de las zapatillas voladoras se quedan sin habla cuando pasean por los pasillos de este “mega store”. La visa se quema igual, sea de oro, de platino o de diamantes. En Nueva York no hay límite de compra. Basta con cruzar la calle para encontrar otra tentación con nombre de mujer: Tiffany´s. Probablemente la joyería más famosa del mundo. Entra mucha gente sólo para fisgonear, pero en las plantas superiores es donde están las verdaderas joyas y el acceso está más restringido.

Los termómetros daban un poco de respiro y decidimos acercarnos a nuestro hotel para hacer una comida-merienda-cena en un sitio recomendado por nuestro guía: el Jackson Hole. Según cuentan, allí sirven las mejores hamburguesas de la ciudad, y no sé si será cierto, lo que sí que creo, es que son las más grandes del planeta… 7 onzas de carne, o sea casi un cuarto de kilo por ración. Cuando vimos aparecer los platos no sabíamos qué hacer si salir huyendo por si acaso “eso” se movía o pedir directamente un tapper para los próximos sanfermines…..En esos momentos es cuando dices y piensas eso de “Everything is big in America”!!!.

Después del festín y para coronar el día, en la habitación del hotel mientras nos cambiábamos de ropa para ir a la excursión nocturna, casi nos da el ataque de miocardio in extremis. Por la tele salía una mujer pidiendo ayuda para su niño cuyo nombre era…… Einstein!, mientras en otra cadena, hablaban del escándalo de los escándalos: el rector de la Catedral de San Patricks se había liado con su secretaria y daban todos los detalles, intimidades incluidas.

Salimos por la puerta a duras penas, y con el estómago lleno hasta el día del juicio final, nos fuimos andando hasta el hotel donde teníamos nuestra cita para la visita de la ciudad de noche. Está claro que lo mejor es ir por tu cuenta, pero para ir hasta Staten Island y Brooklyn, sin tener muchos días de estancia, la solución de la visita guiada era más que conveniente. Puntualmente vinieron a recogernos y en un autobús lleno hasta la bandera de españolitos nos llevaron primero por el East Village. Es la parte Este del Village y también tiene mucho ambiente universitario. Aquí los restaurantes son más baratos y las pintas del personal son más del tipo “me acabo de levantar de la cama, la rasta se me pega a la cara y la legaña también”….

Hay muchos restaurantes de comida internacional: Cocina hindú en una zona también llamada “Little India”, restaurantes etíopes (el Diario se quedó con las ganas y la curiosidad de comer en uno), y de todos los rincones del mundo. En este punto, un poco más al sur, llegamos a la “Alphabet city”. Este rincón de Nueva York se llama así porque las calles no van por números sino por letras. Antes era la “ciudad sin ley”, donde estaban los “after hours” y ahora la cosa está más calmada.

De repente el quía nos indicó que allí se encontraba el “Deli Katz”, un deli de comida Kocher judía (en la que está prohibido mezclar los lácteos con la carne por religión) y es famoso por su sándwich de pastrami. Es de esos lugares “sagrados” y de obligada visita en Nueva York. También es famoso porque allí se rodó la famosa escena del orgasmo de Meg Ryan en “Donde Harry encontró a Rally”. Si alguien se anima a visitarlo, el asiento donde Sally la “gosó” está señalado… no hay pérdida….

Llegamos al embarcadero de Battery Park, al lado de Wall Street para cruzar el Hudson en dirección a Staten Island. Eran ya las 8 de la tarde y las vistas del Manhattan nocturno son de película. El trayecto en ferrie a la Isla, pasando por delante de la Estatua de la libertad es gratis. La gran Dama de la Libertad se ve a lo lejos. Si queréis perder más de tres horas con las medidas de seguridad actuales se puede visitar, pero el Diario decidió quedarse con la imagen desde la lejanía. El trayecto no dura más de media hora pero merece la pena. Las luces de la ciudad “laten” literalmente y desde la cubierta del barco, en silencio, todo el mundo boquiabierto contempla las luces de Manhattan. Pasamos delante de la Estatua de la Libertad que es más pequeña de lo que todo el mundo se imagina. Al llegar a Staten Island se apagaron los últimos flashes de las cámaras y nos montamos de nuevo en el autobús.

Dicen que los italianos en su mayoría, nacen en Brooklyn, se casan en Staten Island y se jubilan en New Jersey. Staten es, digamos, una zona residencial de clase media – baja, mayoritariamente blanca y bastante sectaria. No tienen muy buena fama porque no suelen recibir muy bien a los extranjeros. Al tener cierto complejo de inferioridad respecto a Manhattan, no son muy hospitalarios. Cerca del embarcadero vemos un local: “Rent a center” y el guía nos explica que es una tienda perteneciente a una cadena presente en todos los Estados. Estas tiendas lo que hacen es alquilar de todo: desde un sofá para cuando se tienen invitados, hasta una TV de plasma para impresionar a la suegra. No hay mucho que ver en Staten. Según nos explica el guía los mejores violines del mundo se hacen artesanalmente aquí; También nos confirma que el mayor vertedero de Manhattan era el vertedero de Fresh Kills, en Staten Island (el más grande del mundo hasta que cerró en Marzo de 2001). Tenía una superficie de 890 hectáreas, en la que recibía a diario 12.000 toneladas de basura, y fue el destino final de los restos de las Torres Gemelas.

Cruzamos el puente de Verazzano, que según dicen, es el puente colgante más largo de los Estados Unidos. Las medidas de seguridad también son claras y concisas: ni cámaras, ni videos ni fotografías. Al llegar a Brooklyn (del holandés Brooke lin, tierras rotas), nos adentramos en unas de la zonas más genuinas de Nueva York,. Al igual que Manhattan, es otro barrio histórico, en el que nacieron entre otros: Woody Allen y Al Capone.

Nos llevan a la zona donde viven los judíos ortodoxos, los “asyrics”. Al igual que en Amberes, las mujeres judías ortodoxas llevan pelucas y vestidos años 50, con medias, incluso en verano. Al casarse, se rapan el pelo porque según dictan los cánones de sus creencias, el cabello es una arma de seducción y es mejor evitar las tentaciones….Las mujeres y los hombres nunca se cruzan, ellas siempre van por el lado “siniestro” y las relaciones sexuales tienen un solo y único objetivo: procrear. Son sólo algunos aspectos, la lista es larga y para muchos incomprensible.

Mientras nos alejamos de la zona, vemos a los rabinos que corren de un lado a otro, mientras las mujeres, algunas muy jóvenes, empujan carritos de niño y caminan rodeadas de sus proles. Al salir de allí, vemos otro “bastión” religioso: la sede central de los testigos de Jehová. Se llama la “Atalaya”. Es un edificio enorme y según nos comenta el guía, manejan millones de dólares. Medio Brooklyn es suyo. No comment….

Desde este lado del río, las luces de Manhattan son impresionantes. Paramos en la base del puente de Brooklyn, muy cerca de la famosísima “Pizzería Garibaldi”. Su propietario era el sobrino del emigrante italiano, Genaro Lombarda, que introdujo la pizza en Nueva York. A este local acudía la “Voz”, Frank Sinatra, con sus colegas del “Rat Pack”: Samuel L. Lewis y Dean Martin, a comerse unas pizzas en sus noches de juerga por la city. Desde ese punto, las vistas de Manhattan by night son acojonantes (para que andar con tonterías….). Es un sitio donde siempre hay turistas pero no es nada extraño, porque realmente es un sitio 100% recomendable.

Extasiados y aún con la boca abierta, regresamos a Manhattan cruzando el puente de Brooklyn. La excursión terminaba en el Empire State Building, con subida al observatorio, incluida en el precio. Como las colas de espera eran de impresión, decidimos dejarlo para el día siguiente y subir al Empire por nuestra cuenta y riesgo. Ya eran las 12 de la noche y, pasito a pasito, fuimos volviendo al hotel con ayuda de un helado “tridimensional” y una parada en Times Square . Este rincón de Nueva York, en la calle 42 es otro “must” de obligada visita. Sobre todo a la noche, cuando todos los neones brillan en la oscuridad y te sumerges en una escena de encuentros en la Tercera fase… Espectacular!!!

Llegamos agotados a nuestra “suite”, con la mente cargada de imágenes, historias y “pálpitos” nocturnos. Del menú de almohadas del hotel, nos esperaba la de serie, allí paradita, diciéndonos: venid y recostaros…Le hicimos caso sin rechistar.

Viernes 12: Más madera… Más New York
Lo habíamos visto en un especial de viajes de “El País”: el desayuno lo tomaríamos en un dinner antológico: el “Skyline”. Nos dimos cuenta de que no estaba muy lejos del hotel y mereció la pena buscarlo. El local era como recién salido de una película de los años 50: asientos de sky rojos, manteles de cuadros, camareros con gorritos y flores de plástico en cada mesa. De telón de fondo musical, mientras desayunábamos nuestros platos de 3000 calorías, se oía el éxito de los 70: “That´s the way… the way I like it ahha…”.

Una vez “carburados”, nos fuimos a visitar la Frick Collection, una pinacoteca privada de un magnate del acero que abre sus puertas justo en frente del Metropolitan. La entrada cuesta 12 dólares y es un paraíso. Con la entrada se incluye la guía con audífonos en castellano. Nada más entrar, te encuentras en un remanso de paz, con cuadros tan impresionantes como el retrato de Tomás Moro, o el retrato de Lady Hamilton, repartidos en las habitaciones de la que un día fue la vivienda privada del tal Frick.
Le gustaba emparejar los cuadros de personajes rivales y este “guiño” al visitante se repite en todas las salas. Todo es silencio y belleza. Nada que ver con las aglomeraciones de otros museos. Fue un auténtico acierto visitar la colección.

Salimos de allí 3 horas más tarde, alucinando aún y “oxigenados”, para encarar los mil grados de temperatura exterior. Con todo el valor del mundo, entramos en Central Park y bajo la sombra de los árboles aún pudimos respirar.

Desde la calle 59 hasta la 110, y entre la Quinta Avenida y Central Park West, se extiende el “Pulmón” de la ciudad. Central Park mide 4 km. de largo por 800 m. de ancho, y tiene una superficie de 341 hectáreas en las que hay plantados 26.000 árboles y donde conviven 275 especies de aves. En sus 93 kilómetros de caminos es muy fácil perderse, por eso es recomendable hacerse con un mapa del parque. Los domingos y días festivos es cuando se pueden encontrar más actividades, conciertos al aire libre y espectáculos. La circulación de vehículos con motor se prohíbe durante los fines de semana, y a ciertas horas de los días laborables. La seguridad es muy grande, incluyendo cámaras ocultas de video vigilancia, pero se recomienda no adentrarse durante la noche.

Sólo recorrimos una pequeña parte del parque, la más cercana a la Quinta avenida. Como el calor era realmente insoportable, nos fuimos a visitar el tercer Museo famoso de NY: el MOMA. La entrada es cara: 20 dólares, pero el aire acondicionado era caso de vida o muerte en esos momentos.

La primera inocentada del viaje estaba por llegar. El MOMA, Museo de Arte Moderno, estaba a reventar. Cientos de personas pululaban por todas partes. Un agobio. En Estados Unidos está permitido sacar fotos en los museos y aunque está muy bien eso de que te puedas llevar una foto de tus cuadros preferidos, es una pesadilla cuando quieres ver un cuadro y se te planta una familia de peruanos, abuela incluida, delante del cuadro como telón de fondo, para sacarse la foto de familia. Eso sin contar con las tropas de japoneses que se plantan también delante de las pinturas y se hacen mil fotos luciendo el signo de la victoria. Vamos que la visita fue infernal.

Había una exposición sobre Pissarro y Cezanne dedicada a las similitudes en sus obras, de la época en la que vivieron en la misma zona del sur de Francia. Era muy interesante pero fue una pena que hubiese tanta gente. La inocentada nos confirmó las sospechas. Resulta que el MOMA, los viernes por la tarde de 4 a 8 es gratis para todo el mundo, y no era nada casual que hubiese tal marabunta de gente. Lo que no nos hizo tanta gracia fue que nos vendieran las entradas a las 14:30 y no nos dijeran nada sobre la gratuidad a partir de las 16:00. Capullos!

Salimos del mogollón y nos fuimos a otros aires acondicionados más baratos: las tiendas de la Quinta Avenida y la Catedral de San Patricks. No podíamos irnos de Nueva York al día siguiente, sin probar un perrito caliente callejero y sin subir al Empire State. Así lo hicimos: el perrito a dos dólares y la subida al “techo de Nueva York” un poco decepcionante. Fue construido en tan sólo 13 meses y en la actualidad, después del derrumbe de las torres gemelas, es el rascacielos más visitado de NY. Nada que ver con la panorámica que se veía desde las “windows of the wordl” de las Gemelas. Además, este edificio se ha quedado un poco obsoleto y no está acondicionado para recibir a tantos miles de turistas. Las colas son de hasta 1 hora de espera, y para más Inri cuando llegas al piso 86, tienes que volver a hacer cola para subir hasta el último piso y ver las vistas desde la azotea. Pero bueno, es un clásico y es una buena opción para ver las vistas de Manhattan desde las alturas.

Lo de coger taxis ya era casi un acto espontáneo, así que sin pensarlo dos veces, nos montamos y, a la aventura, le indicamos que queríamos ir a la “Little India”. EL Taxista no tenía mucha idea de donde queríamos ir, y al final nos dejó a dos calles del destino: la calle de los restaurantes de comida hindú. El primero que vimos fue el “Ghandi” y con ese nombre, dedujimos que allí, el pollo “Tandori” o el cordero con salsa curri no sonarían a chino. Y así fue, cenamos picante, con cerveza “Cobra” del Rajastán y yo personalmente recordé momentos pasados en el país del dueño del restaurante.

Empezaba a chispear y ante la amenaza del chaparrón que nunca llegó, volvimos en taxi al hotel. Cualquier excusa era buena.

Sábado 13: ¡Adiós New York!
La estancia en Nueva York llegaba a su fin. Esa misma tarde teníamos que volar a nuestro siguiente destino: Washington DC. Desayunamos por última vez en otro Dinner, esta vez con Pastrami. A las 11:00 nos venían a buscar y teníamos que dejar nuestra habitación de ensueño… (No creo que el Diario vuelva a pisar una habitación así en mucho tiempo). El conductor con acento “ché boludo” nos llevó al aeropuerto de La Guardia, y mientras nos iba comentando anécdotas de NY, de repente empezó a gritar y a quejarse “del taximetrero de que se intentaba colar”. Con un calor agobiante llegamos a la terminal del “shuttle” que nos llevaría a Washington en 45 minutos.

Al aterrizar en la capital de los Estados Unidos, el calor ya era para morirse, pero enseguida llegó nuestra salvación: “my dearest” Marcel. En la breve espera intenté llamar por teléfono porque no estaba muy claro donde debíamos esperarle. Y cuando fui a pedir cambios a un chico, me dijo que no me cambiaba, que me daba las monedas y que algún día que nos volviésemos a encontrar en la vida ya se los devolvería…. Cosas que pasan en América.

Después de 4 días en el “mogollón” neoyorquino, llegaba la paz. Washington DC, a pesar de ser la capital oficial, es mucho más tranquila que NY. No hay rascacielos y la sensación desde el principio es de mucha más calma y tranquilidad. Cuando llegamos a la urbanización donde vive mi primo con su mujer y sus dos hijos, nos esperaba para cenar un suculento pollo con romero (rosemary) cocinado por Liz y un remanso de paz en forma de casa rodeada de árboles y vegetación. Hogar dulce hogar….

Domingo 14: Domingo de paz y después gloria…
Aún teníamos las luces de Times Square en la retina y los ruidos de NY City taladrando el occipital; Cuando nos despertamos con el sonido de los pájaros y olimos el café recién hecho, nos dimos cuenta de que ese día lo mejor y más acertado que podíamos hacer era relajarnos y disfrutar de la calma. Y así lo hicimos. Un buen baño en la piscina de la urbanización y unas hamburguesas en la barbacoa, al más puro estilo americano, nos resucitaron en el día del Señor… ¡Cuánto se agradecía tener un día así después de tanto patear!!

Por la noche también pudimos disfrutar de otra “barbecue”; Esta vez la carne la pusimos en el asador de otro Fernández, en casa de mi tío Jesús Mari, con Reyes su mujer, y mis primos: Gorka, Itziar y Sofía, a los que no veía hace tiempo. Por un momento pensé si en verdad no estábamos en Pamplona todos, comiendo txistorras en la Servicial de la Plaza de La Cruz. … Pero no, estábamos a miles de km de distancia de la Plaza del Castillo, brindando por la continuación de la Saga en la lenta, pero cuidada y meditada reconquista de América….

Lunes 15: Washington DC, la ciudad del poder
Nada que ver con Nueva York. Washington es una ciudad abierta, con grandes espacios verdes y, mucha, mucha seguridad. Desde el 11 S la capital de Estados Unidos está custodiada por sus 4 puntos cardinales. Muchas de las calles y avenidas que estaban abiertas al tráfico en 1993, hoy en día están totalmente cerradas al tráfico. Uno de los ejemplos más significativos es la Avenida Pennsylvania, a su paso por la Casa Blanca. Aparcar en el centro de la ciudad es misión casi imposible. Muchas aceras de los organismos y embajadas oficiales están totalmente “atrincheradas” con pivotes de cemento. Alambradas y zanjas que recuerdan a las películas sobre el desembarco de Normandía. El miedo sigue latente y personalmente, creo que desde aquel 11S, Estados Unidos perdió su “invulnerabilidad” y esto se palpa, especialmente, en Washington.

Hacía un día buenísimo y dimos un paseo por lo que se conoce como el “Mall”. Iniciamos el “tour” haciéndonos la foto de rigor delante de la Casa Blanca, donde por cierto sigue estando la misma anciana con sus carteles de protesta pacifista en contra de la política exterior americana. La mujer vive en frente de la “White House”, en su tienda de campaña y Mr. Bush la tiene de vecina caiga nieve, lluvia o fuego desde el cielo.

Rodeando la Casa más famosa del mundo y por la parte posterior, llegamos al Washington Memorial, un obelisco rodeado por un círculo de banderas de barras y estrellas. A lo lejos, y en línea recta, se divisa el Capitolio, la sede del Senado y el Congreso americano. Al lado derecho del Obelisco, a unos 500 metros se encuentra una cúpula que alberga el Monumento, o Memorial dedicado a Jefferson, junto al lago Tidal Basin. A lo lejos también, y en el lado opuesto al Capitolio, se encuentra otro Memorial, el dedicado a Abraham Lincoln. Es quizás el más visitado por su interés histórico y por su localización, junto al Vietnams Veterans Memorial: una pared de mármol negro donde están grabados los nombres de los soldados muertos en la guerra de Vietnam. Los veteranos aún vivos, venden sus chapas y recuerdos de aquella guerra en unos kioskos, justo al lado del muro. Enseguida me vino a la mente la idea de que pronto tendrán que ampliar el muro con los muertos en la guerra de Irak; lo que no se sabe es cuántos metros de mármol tendrán que ampliar: ¿qué triste no?.

Ya era mediodía, la hora del lunch como dicen por aquí y habíamos quedado en el Banco Mundial para comer con mi tío que trabaja allí. Una vez más, las medidas de seguridad para entrar en el edificio eran impresionantes. Ilusos de nosotros nos habíamos dejado en casa el pasaporte y al final nos dejaron pasar de milagro, previo paso por el scanner, foto digital y huellas dactilares. Menos mal que íbamos acompañados por mi tío porque si no, hubiese sido imposible.

Para hacerse una idea de cómo están las cosas en la capital de los States, nos contaban que unos días antes, a una adolescente, se la había llevado la policía esposada del metro por comer patatas fritas…

Una vez ya en el comedor del Banco Mundial, hicimos un “tour” por el edificio: moderno, luminoso y con gente pululando de todas las razas y colores. La polémica persigue al Banco y al FMI cuya sede está al lado, por eso, las medidas de seguridad parece que no sobran. Cuando llegamos al comedor, en el self-service vimos los platos del día: los hay para todos los gustos y de todos los rincones del mundo: un pollo al estilo africano, un pescado al curry hindú, etc. Cuando salimos de comer, el calor volvía a castigar, así que decidimos volver a la piscina de la urbanización que es donde mejor se podía estar. La segunda excursión por la ciudad la dejábamos para el día siguiente… Por la noche , cenamos en casa con tranquilidad y la compañía de las libélulas que se dejaban ver como puntos fluorescentes en una noche más que apacible.

Martes 16: Siguiendo el rastro de G. Washington
Muy cerca de Washington, en el Estado de Virginia, se encuentran las ciudades de Alexandria y Mount Vermon, donde aún se puede visitar la que fuera casa del presidente G. Washinton. Para entender la fisonomía de Washigton D.C. hay que ver el distrito como una pequeña isla, rodeada por los Estados de Maryland y Virginia. En las afueras, en poblaciones de estos dos Estados, es donde viven muchos políticos, diplomáticos extranjeros, empleados de gobierno y hombres de negocios internacionales que trabajan en la capital.

El día se nubló y decidimos ir a Alexandria en el mismo metro. Es una ciudad muy auténtica, con casas de ladrillo rojo, tipo “inglés” a orillas del río que cruza Washington, el Potomac. (Por cierto un río impresionante). Alexandria tiene mucha historia, de hecho según vemos, por sus calles adoquinadas es una de las ciudades más antiguas de Estados Unidos y de las más activas durante la colonización de los británicos. Se puede decir que la historia del país se inició aquí. En muchos sitios vemos placas que hacen referencia a hechos históricos que sucedieron durante la guerra contra los ingleses, y durante la guerra civil entre los Estados unionistas y confederados. Empezaba a chispear cuando llegamos al puerto de Alexandria. A orillas del río Potomac vimos una embarcación de las típicas que cruzan el Missisipi, con su rueda frontal que mueve el agua al navegar. Comimos allí, en un sitio que se llama Cosí y que el Diario recomienda. Es una cadena, según supimos después y está muy bien: ensaladas a tu gusto y bocadillos calientes “a la carta” también. Después de comer y el “tour” por Alexandria nos fuimos a otro lugar con mucha “miga” histórica: el cementerio de Arlington. ¿Extraña visita ir a un cementerio no?.

Al ir hacia allí, nos fijamos en dos paradas de metro: Pentágono y la parada de Pentangon city. Por todas partes vemos soldados, hombre y mujeres “vestidos de faena”. Por un momento, nos pareció estar inmersos en una película de “Salvad al soldado Bryan”.

Cuando llegamos a nuestro destino, nos encontramos con un cementerio militar americano, el cementerio de Arlington, establecido durante la Guerra Civil Americana, en los terrenos de la casa de Robert E. Lee. Está situado cerca del Río Potomac, en las proximidades del Pentágono. Es enorme e impresiona. Es tan grande que hay circuitos organizados para visitarlo en una especie de trenes descubiertos que van parando en los lugares de más interés. Veteranos de las guerras están enterrados en este cementerio, desde la Revolución Americana hasta las acciones militares en Afganistán e Irak.

Todo es silencio y aunque el lugar recibe cientos de visitantes, la gente en general se apea de los trenes y va paseando en silencio. La primera parada es delante de la archifamosa tumba de JFK. Se distingue por su llama eterna. Junto a él, está enterrada la gran dama de América, la que fuera su mujer Jackie, que curiosamente en su lápida figura el apellido del que fuera su último amor: Onassis. También están enterrados algunos de sus hijos. Muy cerca de allí se encuentra la tumba de su hermano Robert F. Kennedy que también murió asesinado.

Seguimos la visita y durante el recorrido, la imagen de cientos de tumbas blancas alineadas impacta bastante. Sorprende la sobriedad, la limpieza y el anonimato de las tumbas, sin flores ni adornos. Otras tumbas visitadas son: la dedicada a la tripulación del trasbordador espacial Challenger y la dedicada a las víctimas del ataque terrorista del 11 de septiembre al Pentágono. El memorial incluye el nombre de los 184 desaparecidos. Existe otro memorial a las 270 personas que perdieron la vida en el vuelo de la Pan Am 103 en Lockerbie, Escocia.

Al final del recorrido, una parada “obligada” es la Tumba dedicada al soldado desconocido. Está hecha de siete piezas de granito con un peso total de 72 toneladas. Tiene una guardia permanente las 24 horas del día, todos los días del año. En lo alto de la colina y con unas vistas impresionantes sobre la ciudad de Washington, la parada en este sitio merece la pena para ver el cambio de guardia que se celebra cada media hora. A los que esperéis ver un desfile a paso marcial, tipo paso de la oca como en los países de Europa del Este, os dará un ataque de risa, como a nosotros, cuando vimos desfilar al soldado a paso de “crispin clander”, como deslizándose sobre la alfombra azul. Cuando llegó el relevo, acompañado por un alto mando, empezó la arenga militar y los gritos que pegaba el de las medallitas en la solapa, eran de “siéntate y no te menees…”. ¡Pobre Crispín clander!

La última parada del circuito nos llevó a la Casa de tipo colonial del comandante Robert E-Lee que protagonizó sus hazañas bélicas durante la guerra de Estados Unidos contra México. Más tarde, en la guerra de Secesión (1861-1865), también fue protagonista defensor de los confederados, frente al general Grant, de los unionistas del Sur, su eterno enemigo. Al final, los estados del Sur se rindieron en una localidad de Virginia, llamada Appomattox. La casa no está muy bien conservada pero merece la pena ver la casa de los esclavos y la gran ironía que supone ver como uno de los que más lucharon contra la esclavitud, tenía bajo su dominio familias enteras de esclavos.

Tras casi tres horas de estancia en Arlington, volvimos a la puerta de entrada, donde en las tiendas de recuerdos venden entre otras cosas, el famoso cartel de propaganda militar del Tío Tom con el lema “I want you!”, con el que se animaba a los jóvenes a reclutarse. Es todo un símbolo de la propaganda militar y aunque ya es casi una reliquia del pasado, tal y como están las cosas, el cartel es más actual que nunca desgraciadamente…

De vuelta a casa, y tras un día tan “patriótico” no nos vino mal cenar en un restaurante vietnamita (ironías de la vida otra vez), muy tranquilo, y con una comida buenísima y sanísima. Para rematar el día, nos fuimos a tomar una cerveza a un pub irlandés, en el que una vez más, estaba vetado el “smoking”.
Definitivamente, hoy por hoy, el mejor sitio para dejar de fumar está en el país de las grandes tabacaleras, que por cierto, ya están buscando otras vías de venta para salvar el pellejo.

Miércoles 17: despedida de Washington DC
Amanecí bastante perjudicada de la garganta, con una amigdalitis impresionante. Pero los dolores no me iban a estropear el viaje, así que con un par, y unas pastillas que me dio Liz, conseguí animarme y disfrutar del último día en la capital.

Cogimos un autobús cerca de casa y nos fuimos a Georgetown. Los conductores de los autobuses son en su mayoría de raza negra y aunque a veces son un poco bruscos (se nota cierta tensión racial), al final siempre te ayudan y te aclaran dónde te tienes que bajar o donde tienes que coger el bus. Hay mucha población negra en Washington, de hecho, es una de las pocas ciudades donde han contado con un alcalde negro. El recorrido en bus mereció la pena. Se paraba en cada manzana, pero estuvo muy bien, porque así pudimos observar al personal en un día de diario: amas de casa sofocadas por el calor, estudiantes, y algún espontáneo que le daba conversación al chofer de turno.

Nuestro destino final era la “Ciudad de Jorge”: Georgetown. Allí se encuentra la universidad católica más antigua del país, fundada por los Jesuitas. El Campus incluye 58 edificios y es donde ha dado sus charlas de política internacional Mister “Ansar”, y donde el principito Felipe estudió Relaciones Internacionales. La zona que rodea la Universidad es la antigua ciudad de Georgetown, con sus calles adoquinadas, sus elegantes casas y el canal que la atraviesa. Es una zona de la capital con mucho ambiente universitario, restaurantes de todo tipo y muchos bares con conciertos en directo. Vamos paseando y, de repente, nos encontramos con una especie de barcaza de época en el canal a punto de partir; Nos invita a subir una familia que van vestida como Laura Ingalls en la Casa de la Pradera. Nos subimos y a 10 por hora, nos llevan por el canal y nos cuentan durante una hora cómo era la vida allí en el siglo XIX, cuando muchos emigrantes de Europa recalaron allí. La excursión es interesante, pero lo más alucinante es ver como la gente le presta atención al señor barbudo que parece el abuelo de Heidi, contando anécdotas y tocando su acordeón.

Ya era la hora de comer, y esta vez no acertamos en absoluto. Nos metimos en una pizzería y cuál fue nuestra sorpresa al ver la Pizza de “fruti di mare” con sus mejillones con concha y todo, flotando en el agüilla del mar sobre la base de pan…….asquerosito la verdad. Menos mal que nos quitamos el “disgusto” con un helado de esos cremosos y tridimensionales, tan grandes y tan americanos ellos….
Acababa nuestra estancia en Washington y nos quedamos con una asignatura pendiente: visitar la mayor concentración de museos del mundo, El Smithsonian Institute . El complejo incluye un total de 16 museos y galerías e incluso un zoológico. Se necesitan varios días para visitar todo el complejo. Además todos los museos son gratuitos y el Diario guardaba muy buenos recuerdos de la visita en 1993. Pero todo no podía ser, así que decidimos dejarlo para la próxima vez.

Volvimos a casa y a media tarde vino a buscarnos Marcel para llevarnos al aeropuerto. En Washington hay dos aeropuertos: el de Dulles, más cercano a la ciudad, donde llegamos y el de Ronal Reagan a las afueras. Y digo esto, porque a punto estuvimos de quedarnos en tierra. Subimos las maletas y cuando llegamos al aeropuerto nos dimos cuenta de que era el mismo al que habíamos llegado 3 días antes. Por inercia, fuimos al mismo aeropuerto de llegada, cuando en realidad teníamos que salir por el otro. Yo ya me veía en tierra pero súper Marcel nos llevó por todos los atajos habidos y por haber y conseguimos llegar a tiempo. (No he comentado nada del sistema de facturación tan de última tecnología que se estila en Estados Unidos). Cuando llegas al aeropuerto, puedes facturar tú mismo las maletas, introduciendo en el ordenador tu código de vuelo. Espero que lo implanten pronto en Europa porque la verdad es que se gana muchísimo tiempo.

Después, las medidas de seguridad actuales son otro cantar, pero aún con todo, pudimos llegar a tiempo. Los controles hasta ese momento fueron bastante rápidos, y eso, que ahora nadie se libra de quitarse el calzado.
Cuando llegamos a la puerta de embarque casi nos da el ataque: un mini avión de hélices para 20 personas. Nos santiguamos al entrar y nos encomendamos a la Virgen del Perpetuo Socorro. A un lado teníamos a un chico que debía pesar 400 kilos y al otro lado teníamos a un doble de Robocop, cuyo peso en musculatura también podía rozar los 200 kilos. Impresionante. La balanza parecía equilibrada, pero no dejamos de rezar al Santísimo durante todo el trayecto. Unos 40 minutos después del vuelo del horror llegamos a nuestro siguiente destino: Pittsburg, la capital del Ketchup y del acero.

Jueves 18: Pennsylvania, ¡¡qué recuerdos!!
Cuando abrí la maleta ya en casa de mis tíos, enseguida observé que me la habían abierto. Pero eso sí, el departamento de Seguridad de los Estados Unidos me había dejado una nota oficial, informándome que debido a la situación política actual mis pertenencias habían sido sometidas a un control rutinario. Todo un detalle.

Era de noche ya cuando llegamos a la ciudad de Pitt, y mi amigdalitis era galopante. Pero como la justicia es divina, cuando peor estaba fue cuando llegué a Pittsburg, donde mi tío Ángel ha ejercido de médico durante muchos años y podía recetarme la medicación que necesitaba. Además, en Estados Unidos, la atención médica es mayoritariamente privada y mi inflamación de amígdalas con la medicación recomendada me podía haber salido por un ojo de la cara y parte del otro….Nada más tomar el primer antibiótico ya empecé a mejorar y agradecí eternamente la ayuda de mis tíos.

Cuando nos levantamos ya era tarde y ese día con la salud un poco “tocada”,nos dedicamos a vaguear, leer y esperar a que vinieran a buscarnos para ir a Butler, al interior del Estado de Pennsylvania, donde vive con su marido y su hija, mi también añorada prima Sandy. Después de Nueva York y Washington, un poco de mundo rural no venía nada mal, y cuando llegamos a la urbanización donde viven nuestros anfitriones, nos pareció otro paraíso de tranquilidad y calma. Al atardecer dimos una vuelta por el barrio, y entre casitas con sus yardas cuidadas y sus banderas americanas, recordé los tiempos pasados en otro pueblo, no muy lejano de allí, en el que pasé 6 meses y fue una etapa de mi vida inolvidable. Indiana no estaba muy lejos y los recuerdos se agolpaban.

Como no todo es blanco o negro en esta vida, esa tranquilidad de barrio aparente guardaba sus misterios… Detrás de esas cortinas de cretona y esos gnomos de plástico en los jardines se había cometido algún que otro asesinato, según nos contó Sandy. El escenario era como de película de misterio en la América profunda. La realidad superaba la ficción una vez más.

Viernes 19: ¡¡¡“Thanks God is Friday”!!!
Como dicen los americanos: ¡¡Gracias a Dios es viernes!!!. Ese día mi garganta ya estaba casi curada y la mejor manera de celebrarlo era quemar la visa literalmente. Así que nos fuimos de shopping bestial, a unos “outlets” a las afueras de Butler. El paraíso infernal de las compras: una lista de más de 50 tiendas de marcas como Ralph Lauren, Tommy Hilfiher, american Eagle, GAP, etc…con stocks de ropa a precios increíbles. Más de un pijo hubiera soñado con ese momento “marcas a buen precio”. Sin darnos cuenta, pasamos allí más de 4 horas, hasta que vimos que el sospechoso olor a humo venía de las tarjetas. De vuelta a casa, con todas las bolsas, parecíamos Imelda Marcos después de una tarde de compras. Lo mejor de las compras es cuando llegas a casa y empiezas a recapitular y ver todo lo que has comprado. Una vez revisadas las compras, empiezas a pensar en lo duro que será recuperar la economía doméstica, pero da igual! Como dicen los estatutos del Diario: se viven 4 días y 2 lloviendo…

De vuelta a casa, y a un lado de la carretera, vimos cientos de tiendas de camping sin saber por qué. Cuando llegamos a casa Dave, el marido de Sandy nos explicó que eran miles de personas que vienen a un festival medieval que se celebra todos los años allí. EL festival dura 3 semanas y todo lo que estaba permitido en aquella época es válido y firmado por contrato con las autoridades: se incluye el derecho de pernada, los torneos, y por supuesto los banquetes con trajes de época con los dedos como tenedores para comer. Alguno, según nos cuenta Dave, aprovechan los trajes de época para robar en las tiendas de los alrededores.

Era viernes, y después de cenar, decidimos irnos de marcha. Desde que habíamos llegado a los Estados Unidos, con tanta caminata no teníamos fuerzas por las noches para irnos de marcha, y ese día era nuestra oportunidad. A pesar de las compras teníamos carrete, mucho carrete para ir de marcha. De camino a otra ciudad del interior Killkenny, dimos una vuelta por Butler, donde estábamos hospedados. Nos echamos unas risas cuando vimos un salón de belleza de lo más auténtico haciendo chaflán, llamado “Patty´s beauty corner”. Muy cerca de allí también vimos algunos “Holes on the wall” (son literalmente agujeros en la pared y así se llama a los bares aislados y pequeños a los que no dan muchas ganas de entrar). Es la América interior, la América donde vive mucha gente y donde verdaderamente se palpa el “american way of life”; la vida en Nueva York es otra historia, la gran mayoría de la gente vive en pequeñas ciudades y pueblos como este.

Cuando llegamos al bar, a orillas del Alleghenny que se desemboca en Pittsburg, no imaginábamos la noche tan divertida que íbamos a tener sin movernos de allí. El bar en cuestión era enorme y de película también: con su barra en forma de elipse, con sus asientos y remates de sky, alfombra en el suelo y decoración de lo más lejano oeste. Allí estaba la pareja singular: Sue y su marido, compañero de trabajo de nuestro anfitrión Dave. Para entender el contexto paso a describir a los personajes: la amiga Sue rozaba los 60 años y ya tenía varios nietos, pero estaba divina, muy parecida a la Jane Fonda actual, con un tipazo de envidiar, minifalda, y esa madurez-juvenil de las estrellas de hollywood que no se resignan a envejecer. No dejaba de engullir literalmente lingotazos de ron con coca-cola y cocktails varios. Dentadura blanquísima a pesar de los 200 cigarrillos que se fumó en 6 horas. Por que así fue, desde las 10:30 de la noche hasta las 4:30 de la mañana, estuvimos disfrutando de la noche con esta compañía tan genial. Más tarde llegó otra pareja de la misma edad y con la misma marcha o incluso más. Fue una noche memorable, mientras hablábamos de política, y otros temas candentes, los “chichis” (unos brebajes de piña colada pero de color rosa) rulaban por la barra. Incluso un médico venesolano, perdido desde hace años en ese recóndito lugar, nos invitó a una ronda cuando supo que unos españolitos estaban en el bar. Fue memorable, la verdad. Hacía mucho tiempo que el Diario no vivía una experiencia así con gente tan auténticamente “made in América” y tan divertida.

Sábado 20: noches alegres…..mañanas tristes
Los “chichis” se habían clavado en la nuca y su influjo llegaba hasta el coxis. Qué despertar tan duro pero al mismo tiempo, qué despertar tan placentero después de una noche tan divertida. No teníamos el cuerpo para visitas turísticas pero no nos podíamos ir al día siguiente sin visitar Pittsburg, la ciudad del acero, del Ketchup más famoso del mundo: el de la marca Heinz y la ciudad que vio nacer a Andy Warhol.

Pittsburg es una ciudad mediana y bastante tranquila. El Downtown, el centro comercial y financiero asoma en un triángulo de tierra que desemboca en la confluencia de tres ríos. Cuando llegas por primera vez a Pittsburg es lo que más impresiona, su forma triangular entre los ríos. Ese día, hacía una vez más, un calor impresionante y después de comer una ración de pizza de peperoni gigante en una terraza de una zona de restaurantes y bares muy animada, nos fuimos a la punta del triángulo, donde hay una fuente gigante y donde hay un paseo muy agradable a orillas de los ríos que confluyen. Allí estuvimos un rato oxigenándonos y olvidando al plasta de turno que me había gritado por fumar un cigarro al aire libre en la terraza donde comimos. Se levantó y me increpó diciéndome que molestaba con el humo a sus hijas asmáticas. En fin, otro energúmeno maleducado que me lo podría haber dicho de otra manera, sobre todo, cuando yo estaba fumando al aire libre. Pero bueno, la verdad es que tiene que haber de todo, y en todo el viaje fue el único gilipollas que nos tocó.

Después del paseo, y en vistas de que nos podía dar un jamacuco con el calor que hacía, cogimos el coche y Sandy y Dave nos llevaron a una zona donde las vistas sobre Pittsburg son alucinantes. Cuando llegamos, nos encontramos con la salida de una boda y la sesión de fotos a la americana: con las damas de la novia, vestidas todas iguales y posando con sus pelos cardados y sonrisa profident. La catarsis llegó cuando los testigos del novio cogieron a la novia en brazos y la pusieron para la foto como a Marilyn en la escena de “los caballeros las prefieren rubias”: reclinada y sujetada por los fornidos brazos de los testigos con sonrisa también de recién graduados en Yale. Indescriptible la escenita!!!! La verdad es que tuvimos espectáculo gratis con la boda y unas vistas sobre Pittsburg alucinantes. Cuando nos íbamos de allí, vimos hasta un trolebús alquilado para la ocasión, con el cartel de “Just married”.

Bajando desde la cima, dimos una vuelta con el coche visitando la parte de la Universidad con su “Catedral del aprendizaje”, y los barrios que la rodean con cantidad de bares y restaurantes en la parte Sur de la ciudad (South side). La “turné” con el coche fue genial, porque entre el calor que hacía y el estado comatoso del día después…., fue la mejor manera de conocer Pittsburg. Además, el Diario ya conocía la ciudad y en esos momentos, lo que más apetecía fue la genial idea que tuvimos: un buen baño en la piscina.

Pero, los astros no estaban de nuestro lado. Cuando llegamos a la piscina de la urbanización, las nubes negras del cielo no anunciaban nada bueno. Los chicos de la recepción de la piscina no nos dejaron pasar y razones tenían, porque al llegar a casa, cayó una tormenta de verano de impresión. Y eso que según nos contaron había sido floja, las tormentas de verano habituales suelen ser de las de rayos y centellas. Enseguida pensé en la pobre novia con su pelo cardado y que en ese preciso momento estaría jurando en arameo. Ya en casa de mis tíos, disfrutamos de una cena buenísima con paella valenciana incluida. Y mientras seguía lloviendo a mares, veíamos por la tele a los miles de seguidores del famoso equipo de fútbol americano de Pittsburg, los “steelers” que esperaban con resignación a que amainara, para poder ver su equipo adorado. Era el principio de la temporada, y al final sí que se jugó el partido con victoria para los de casa. Al día siguiente teníamos vuelo hacia nuestro siguiente destino: San Francisco. Nos despedimos de Sandy y Dave y con la lagrimilla en el ojo por la despedida, nos fuimos a dormir que al día siguiente tocaba madrugón. Y así fue, Mari carmen y Ángel nos llevaron al aeropuerto y las lagrimillas volvieron a aparecer.

Domingo 21: Del este al lejano oeste
El vuelo a San Francisco no era directo. Teníamos que regresar a Nueva York para después volar a San Francisco. Nos esperaba un día de vuelos pero no importaba porque el Diario volaba a dos ciudades desconocidas: San Francisco y Las Vegas.

Una vez más, el vuelo salió puntual. En menos de una hora llegamos a otro aeropuerto de NY, el de Newark. Ya habíamos estado en el de JFK al llegar, en el de La Guardia al ir desde NY a Washington y ahora llegamos al tercero, el de Newark que se encuentra en New Jersey. Al llegar todo estaba perfectamente indicado, y no nos costó nada encontrar el autobús que nos trasladaría al aeropuerto de JFK desde donde salía nuestro avión a San Francisco por la tarde.

Cuando estábamos esperando al autobús, nos pasó una cosa curiosa. Me encendí un cigarrillo y no me dio ni tiempo a dar una calada, (los fumadores entenderán las situaciones que yo viví) lo apagué, y el chofer me vino, me cogió el brazo pidiéndome disculpas por no darme tiempo a fumar y con la sonrisa en la boca, se puso hacer unas flexiones en un banco antes de coger el volante. Surrealista la escena.
Pero ahí no acabó la cosa, cuando llegamos al centro de Nueva York, para hacer el trasbordo a otro autobús que nos llevaría al JFK, un señor mayor con sombrero tejano se ofreció para ayudarme a bajar del bus. Una no está acostumbrada a tanta amabilidad y educación, la verdad. Son los pequeños detalles que te hacen sentir bien, y en Estados Unidos tuvimos unos cuantos.

Cuando llegamos al mega aeropuerto de JFK, no sabíamos casi ni para donde tirar. Es como una ciudad de grande y cada compañía tiene su edificio. El nuestro era el de Delta (que por cierto, está en bancarrota en estos momentos). Volvimos a facturar el equipaje nosotros mismos por ordenador y como teníamos 5 horas por delante antes de volar, nos fuimos a buscar un sitio para comer. Encontramos un sitio que era bastante anodino pero con un camarero con acento andaluz y “Philly cheese Steack” en el menú. Ya teníamos ganas de probar otra variante que la sagradísima burguer, y lo encontramos. Esta especialidad de Philadelphia consiste en carne fileteada con queso derretido por encima….No era de los mejores “philys” probados pero no estuvo mal eso de variar un poco el menú.

La tarde se anunciaba larga en espera de nuestro vuelo, pero con el personal que rodaba por la terminal 2, sobraba todo. Una familia de judíos ortodoxos ocupaba media sala de espera. El padre no debía de tener más de 35 años y la madre, con 8 hijos (contaditos con los dedos y sin repetir), tampoco rebasaba los 30 años. Las escenas que ofrecieron no dejaban indiferente a nadie: mientras los 3 hijos mayores leían las sagradas escrituras con el padre, los más pequeños jugaban con la madre en el suelo a pintar y a leer cuentos. De repente los hijos mayores se iban uno a cada lado de la sala, y a escondidas casi, en las esquinas o detrás de los pilares de la sala, se ponían a rezar, moviendo las cabezas de adelante hacia atrás, como si estuviesen en el Muro de las lamentaciones. Así sin pestañear, estuvimos observando a la familia casi durante una hora. Para rematar el “cuadro” el padre de repente se tapó la cara con una servilleta de papel para rezar y la madre, también, con su cara pálida y sus ojos azules casi transparentes, se quedaba absorta como ida y empezaba a susurrar sus rezos. Ya casi estábamos en un limbo espiritual cuando un policía que pasó por delante, al más puro estilo John Wayne nos devolvió a la realidad y a la risa, porque sus andares eran de auténtico chiste.

Así, poco a poco, pero sin aburrirnos en absoluto, dieron las 5:00 de la tarde, la hora de nuestro vuelo. Volábamos con la línea de bajo coste de Delta; la línea Song. Muy parecida a la “vueling” con colores muy llamativos, azafatas con trajes de diseño y unos aviones también muy “cool”, con pantallas de DVD en cada asiento para ver películas, videos musicales y lo que fue un acierto total: la posibilidad de jugar al trivial “on line” contra el resto de pasajeros. Fue genial, las casi 6 horas de vuelo se pasaron así, “volando”.

En la costa Oeste, el desfase horario es de 3 horas menos que en Nueva York, y era impresionante ver desde las ventanillas, a un lado la nocturnidad, y al otro lado el atardecer que se iba produciendo poco a poco. La llegada a San Francisco tuvo un retraso de media hora, pero allí estaba sonriente, como siempre nuestra querida Denise, esperándonos con la chaqueta puesta. Pronto descubrimos que en San Francisco la temperatura media anual es de veintitantos grados, sea invierno o verano. Y después de los calores asfixiantes pasados al otro lado, se agradecía muchísimo el frescor y la “chaquetica” del por si acaso.

Lunes 22: San Francisco, todo un descubrimiento
Probablemente habíamos llegado a una ciudad “diferente” y especial. Nos despertamos pronto porque teníamos muchas ganas de “tirarnos” a las calles de San Francisco, a esas calles empinadas que tantas veces habíamos visto en la tele. Para empezar el día nos fuimos a desayunar a un café en Dolores Park. El nombre en español no era casual. En esta parte de la ciudad, cerca de la “Misión” (barrio latino), abundan los nombres patrios: calle Valencia, Guerrero, Sánchez. El café donde desayunamos, da a un parque con colinas desde donde las vistas a la ciudad son alucinantes. En el café, lleno de intelectuales con sus portátiles y sus platos de fruta fresca para desayunar, el ambiente era genial. En esos momentos es cuando te das cuenta de que la calidad de vida también es eso: trabajar por libre, en cualquier sitio, sin jefes, sin horarios, y con la única preocupación de colocarte en un lugar donde puedas trabajar con el ordenador sin cables ni ataduras. Es la revolución del wi-fi!

Con el café en las venas y soñando aún con otra vida como la del personal del café, subimos las colinas del parque para flipar con las vistas mañaneras sobre la ciudad. De allí nos fuimos andando hasta llegar al barrio gay más famoso del mundo: el barrio de Castro. La verdad es que yo personalmente me quedé un poco desilusionada porque me imaginaba un barrio tipo Chueca en Madrid y en realidad Castro a parte de una avenida principal, donde están los comercios “exclusivos” y algunos bares, es más bien una zona residencial donde vive la gran mayoría de los gays de la ciudad. Así que no penséis que en Castro vais a ver algo muy diferente a otras partes de la ciudad. Lo que sí nos llamó la atención fue la tienda llamada Does your father know? (¿lo sabe tu padre? Genial no?.

Siguiendo las indicaciones y los súper mapas que Denise nos hacía a mano cada día, cogimos el tranvía para bajar hasta el “downtown”. Durante el trayecto, volvimos a ver ejemplares de esos que sólo podían vivir en una ciudad tan liberal como San Francisco: un señor canoso con pinta de rico trasnochado, piropeaba a una señora de unos 50 años con pinta de hippy. Cuando se bajó la señora, muy educada le contestó que era checa, que había vivido en la ciudad en los 70 y que ahora había vuelto a vivir porque le encantaba. Se quedó un poco triste el hombre ante la “huida” de su presa y descargó su mala leche con un chico negro. Primero le increpó y luego como no le hacía caso se levantó y le tocó el culo. Todas estas escenas transcurrieron en los escasos 10 minutos que duró el trayecto. No había lugar para el aburrimiento, habíamos aterrizado en una ciudad muy, muy especial.

En la parte más comercial de S. Fco, se encuentran las oficinas, los bancos, las tiendas importantes como Saks y otro de los barrios más famosos del mundo: Chinatown.

La Union Square (la plaza principal), el “cogollo” de S Fco, se llama así en honor a la victoria de los americanos contra los españoles en la guerra de Filipinas. No es una plaza especialmente bonita, pero sí es donde se cuece gran parte del “bacalao” san franciscano. En un esquina vimos a un doble de Louis Amstrong, cantando “What a wonderful world”, con un traje y sombrero de color rojo chillón de terciopelo, a juego con zapatos de charol rojos también. Era un primor el hombre.

Subimos por una de las cuestas y ya empezamos a darnos cuenta de que las agujetas aquí no son una leyenda urbana. Las calles son verdaderamente empinadas, tanto que, cuando llegamos a la puerta de la Catedral Old Saint Mary, las piernas ya no respondían. Nos vino bien descansar un poco en esta Iglesia, donde los paulistas enseñaban inglés a los chinos que llegaron por miles a esta zona del mundo. De hecho, la “ciudad china” “Chinatown” de San Francisco, es la comunidad asiática más grande del mundo, fuera de Asia.

Justo al lado de la iglesia, se encuentra una de las puertas principales de acceso a la ciudad amarilla. Se reconoce a la legua por los farolillos en las calles y un montón de tiendas y restaurantes de los que salen chinos por todas partes. Es un ambiente muy genuino y además, íbamos a tener la oportunidad de visitarlo a fondo.

Resulta que en San Francisco existe una especie de ONG de guías-voluntarios que aman su ciudad y la enseñan desinteresadamente a los turistas, sin cobrar un duro. (Al final piden la voluntad). Se convoca a la gente por Internet y puntuales llegamos a nuestra cita a la 1 en punto del mediodía en una placita donde se reúnen los chinos más ancianos a jugar al póquer ruso y al ajedrez chino. Nos juntamos unas 30 personas y la guía, una señora canosa, de unos 60 años nos pidió los nombres en una lista, se presentó y nos guió por Chinatown. La verdad es que es una forma muy interesante de conocer los sitios; el único problema es que éramos demasiados, y en las calles estrechas, con tanta gente, no nos enterábamos de la mitad de las explicaciones. Pero aún con todo, nuestra guía voluntaria nos enseñó donde se reunían los”chinos malos”, a principios del siglo pasado, en los fumadores de opio clandestinos, el mercado donde la gente estaba comprando unos peces rarísimos que coleteaban aún y la fábrica de las galletas de la suerte, con dos señoras más ancianas que Matusalén, metiendo los mensajitos que llevan las galletas de la suerte a mano.

Fue una excursión muy instructiva que sólo podíamos rematarla de un modo: comiendo el “lunch” en un restaurante chino. La verdad es que no fue la mejor comida china probada hasta la fecha pero bueno, en casa del herrero….cuchillo mandarín! (se conoce que en Chinatown dan comida cantonesa y no es precisamente la mejor cocina china, según dicen los entendidos)

Salimos de Chinatown, y seguimos bajando hasta llegar a la punta de la península de San Francisco: el embarcadero. Allí ocurrió uno de los momentos gloriosos del viaje, pero no nos dimos cuenta hasta la noche. Cuando llegamos al embarcadero vimos el “puente” más fotografiado del mundo: el Golden Gate. Majestuoso sobre las aguas azules de la Bahía. A un lado “el puente de los puentes” y al otro lado, un poco a lo lejos, en un islote, la cárcel más famosa del mundo también: la de Alcatraz.

Estábamos ante una de las “imágenes” más impactantes del viaje cuando de repente nos entró la duda. ¿No era el Golden Gate de color rojo? Llegamos a la conclusión de que con el paso del tiempo, el puente había perdido su color original. Y nos quedamos tan convencidos que cuando nos enteramos por la noche de que ese no era el Golden Gate, de que era otro puente, nos dio un ataque de risa que todavía nos dura. El verdadero está casi escondido entre brumas, uniendo San Francisco con Sausalito. Cuando por fin lo vimos al día siguiente, no podíamos dar crédito a lo que veían nuestros ojos. El verdadero, el rojo, el que tantas y tantas veces habíamos visto en fotos.

Antes de ese momento histórico, teníamos que acabar el día y después del paseo por el embarcadero, volvimos a coger el tranvía de regreso a casa. Esta vez, la conductora del tranvía era otro personaje de película… Una negra grandiosa, con un pañuelo Louis Vuitton a modo de turbante y con un carácter que no dejaba títere con cabeza: ¡Usted levántese y deje sentarse a las personas mayores!!, Usted, ¡¡váyase más atrás que no deja pasar!!… así hasta el final del trayecto. Todo un carácter!

Esa noche, después de todo el día de paseo por San Francisco, cenamos en un mejicano buenísimo y a buen precio, muy cerca de casa. Pero antes, Denise nos llevó a la parte más alta de la ciudad desde donde las vistas al atardecer, son espectaculares. En San Francisco ocurre un fenómeno a diario: al atardecer y al amanecer, las brumas que van bajando desde las “twin peaks” , las colinas gemelas que coronan la ciudad, van cubriendo las calles y es algo espectacular. A medida que transcurre el día los cielos se van despejando, pero ese momento “bajada de las brumas” es alucinante.

Antes de ir a cenar y cuando estábamos extasiados con las vistas desde las alturas, nos ocurrió una anécdota que nos dejó con la sonrisa en la boca: de repente, se acercó corriendo un perro con forma de bola, o una bola con forma de perro, perseguido por su amo que le llamaba y no le hacía ni caso. Era feo el bicho pero muy gracioso. De repente el dueño, al ver que el perrito pasaba totalmente de él, le susurró y le dijo muy lentamente, marcando las sílabas…:“peanut butter” (mantequilla de cacahuete) y el perrito-bola se lanzó hacia él como si le hubiese dicho las palabras mágicas. Genial el chucho! El día acababa con la primera visita a la ciudad y con un montón de imágenes que tenían que repetirse al día siguiente….¡¡ya estábamos “enganchados a San Francisco”!!

Martes 23: Y se hizo la luz…. el GOLDEN GATE!
Ya nos habíamos aficionado a eso de visitar los sitios con guía voluntario incluido. Según vimos en Internet, la cita era en un parque de la zona de “Pacific Heights”. Con nuestro súper mapa para el día, dibujado por Denise, y nuestra cita con el guía, ya teníamos planes suculentos para nuestro segundo día en San Francisco.

Con puntualidad británica, llegamos al punto de encuentro y allí en la zona residencial más rica de la ciudad, en “Pacific Heights” sólo había una pareja de alemanes, que no sonaban de la visita a Chinatown. Charlamos un poco con ellos, y pasada media hora sin que allí llegara nadie, empezamos a mosquearnos. Al final, cuando la cara de gilipollas se hacía notar, nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado los 4 de día. Resulta que los alemanes se dieron cuenta de que la visita estaba programada para el tercer martes del mes y no para ese martes. Total que con las mismas, nos fuimos a visitar la zona de las mansiones por nuestra cuenta.

Desde esta zona, con unas mansiones impresionantes (allí también hay muchos famosos que tienen casa como la cantante Linda Ronstand) se ve mejor la perspectiva de las calles que van a parar a la bahía. Perdiéndonos, subiendo y bajando cuestas, llegamos a una casa octogonal. Parece ser que hay varias y la que vimos es famosa y ha sido convertida en museo. De repente, se nos acercó un enano muy amable que nos preguntó a ver si estábamos perdidos y que si nos podía ayudar. Le dijimos que no, que simplemente estábamos paseando. Nos preguntó a ver de dónde éramos, y cuando le dijimos que españoles, nos comentó que le encantaba España y que su viaje de novios lo había hecho por Granada, Sevilla y Madrid. Ya nos pasó el día anterior, con una señora que se nos acercó para preguntarnos si necesitábamos ayuda para guiarnos. Cosas que sólo pasan en América…

Desde allí llegamos a Union Street, una calle comercial con tiendas caras y terracitas muy guapas. Los dientes se hacen largos y la visa se resiste a salir del bolsillo, ya estábamos llegando al final del viaje y aún quedaba Las Vegas…. Así que compramos un par de regalitos y seguimos el paseo con un solo destino: el preciado, buscado, y finalmente admirado, Golden Gate. El de verdad, el de color rojo, ese que cuando por fin lo vimos casi nos dio una conmoción cerebral.

Paso a paso, y ya en zona lisa llegamos a la “Marina”. Al puerto, con su paseo maravilloso que va hasta el puente más fotografiado del mundo. Antes de iniciar todo el paseo, hicimos una parada para comer algo en un kiosko al borde del Pacífico. Con renovadas fuerzas nos pusimos a andar y andar, con una brisa marina que dejaba el cutis más suave que el culito de un niño. Merecía la pena, la verdad.

Detrás dejábamos la vista sobre Alcatraz, en frente estaba Sausalito y durante el recorrido entre gaviotas y pelícanos, íbamos apreciando la imagen majestuosa del Golden gate que aparecía y desaparecía entre las brumas que venían del Pacífico. Conforme íbamos llegando, tras una hora de paseo, se iban dibujando mejor las formas del puente. Sin palabras nos quedamos cuando llegamos a 20 metros de sus pilares. El tiempo refrescaba pero no nos importó nada. Disfrutamos durante un buen rato de las vistas y de las gaviotas que acurrucadas posaban ante las cámaras de los turistas. Fue, sin duda, uno de esos momentos en los que uno desea que la mente y los ojos se queden inmovilizados para no dejar pasar el tiempo. Sin hablar, sin comentar nada, el Diario se dejó llevar por las emociones del momento…

Momentos como ese, son los que dan sentido a los viajes. En cada viaje, hay momentos de estos, inigualables, y casi indescriptibles, que merecen la pena vivirlos aunque luego se queden en las cavernas de la memoria….
A la vuelta, cruzamos la gran avenida y visitamos el Palacio de Bellas Artes, que en su día fue la sede de la exposición mundial del Pacífico, a principios del siglo XX. Es una gran cúpula de color cobrizo, con unas figuras de mujeres de estilo modernista, esculpidas en los capiteles, que coronan las columnas enormes e impresionantes. Otra visita a no perderse.

Las piernas flaqueaban ya, y ante la perspectiva de subir otra vez las cuestas infinitas, decidimos regresar en tranvía. Allí mismo, desde el punto de partida del Boulevard de la Marina, cogimos el “tramway” y nos bajamos en una parada cercana al “Alamo Park”, donde se encuentran las “Painted ladies”. Es otro “lugar de culto” de la ciudad. Se trata de una fila de casitas pintadas de colores, entre otros edificios más modernos. Justo enfrente de las “señoritas pintadas” hay un parque con colinas (como no podía ser de otra manera). Al subir a lo alto del parque, desde allí, la imagen de las casitas con los rascacielos del “downtown” de San francisco al fondo es de postal.

Volvimos a coger el tranvía, y llegamos al “hogar dulce hogar”. Esa noche nos esperaba otra especialidad de la cocina internacional: pizza hindú. Sí, tal y como suena. Fuimos a un restaurante de los miles que hay en S Fco., muy famoso por la fusión de pizza con l comida india. Y la verdad es que estaba para chuparse los dedos. El cambio de la mozarella por el curry, fue todo un acierto. Oído cocina!!!

Miércoles 24: últimos momentos en San Francisco
Irse de allí sin montarnos en un trolebús típico de la “city”, hubiese sido pecado de los mortales, no de los veniales. La parada principal desde donde salen estos “cable cars” tan famosos, es en “Powel”, en el centro de la ciudad. Había cola de turistas pero nos dio igual porque iba bastante rápido. Por 6 dólares compramos un billete de ida y vuelta que nos llevó hasta Lombard Street, (donde está la famosa calle de las curvas muy pronunciadas, por las que bajan los coches en un único sentido entre los setos). Ver foto. Es como el Golden Gate, una de las fotos más conocidas de San Francisco.
Cuando llegamos a la parada y nos apeamos del trolebús, la subida a la famosa calle de Lombard nos dejó con unas agujetas de muerte. ¡¡Madre mía qué cuestecita!!! En ese momento, entendimos el significado explícito de “para gozar hay que sufrir…”. Sacamos las fotos, respiramos un poco y volvimos a bajar con el trolebús por las “benditas” calles de San Francisco.

Habíamos quedado al mediodía con Denise, en casa, para dar una vuelta en coche. Y después del ejercicio matutino “cuesta arriba y cuesta abajo” lo agradecimos infinitamente. La primera parada fue en lo alto de las “Twin Peaks” desde donde las vistas son realmente acojonantes. De allí nos llevó a un sitio muy recomendable. Se trata de la “Cliff House” (La casa de los acantilados), convertida en café restaurante, con vistas increíbles sobre el Pacífico. Desde el café, los ventanales dan directamente al mar y es, de verdad, un sitio recomendable.

Con la mente y los ojos aún extasiados, nos preparamos para vivir otro momento histórico: cruzar el Golden Gate en coche. Siempre se quedará grabado en la memoria del Diario ese momento: mientras desde las alturas, íbamos cruzando por la quinta maravilla del mundo, a un lado veíamos a lo lejos la ciudad y la isla de Alcatraz, y por el otro lado, veíamos las brumas que dejaban ver la sombra difuminada de la costa. Al llegar al otro lado, a la costa de Sausalito, nos desviamos por una carretera de curvas, hasta llegar al Parque Natural de “Muir Woods”.

Este parque es un auténtico remanso de paz y de tranquilidad. Es conocido por ser un parque donde abundan las secuoyas gigantes. Allí, por cierto, se celebró hace años una conferencia de las Naciones Unidas en pro del medio ambiente. Los árboles son tan enormes, que el paseo discurre entre las luces y sombras proyectadas por estos árboles con unas concavidades en sus troncos donde caben perfectamente varios cuerpos humanos. Parece mentira que tan cerca de la civilización existan “oasis” como este. Pero América es lo que tiene también: unos espacios naturales fuera de lo común.

Al salir de allí, nos fuimos directamente a Sausalito: un lugar de enormes mansiones donde veranean los ricos de San Francisco. El puerto deportivo es de postal y el helado que nos tomamos, mientras dimos un paseo a orillas del mar, casi se nos cae, cuando vimos una foca marina asomando el hocico. No estábamos soñando, las aguas del Pacífico son frías y las focas nadan a sus anchas por allí. Al volver por el mismo Golden Gate, pasamos por el parque más grande de SFco: el Golden Park, un parque grandísimo y rectangular por el que también se pasean a sus anchas algunos bisontes. ¿Pero que nos podía extrañar? Si no hacía ni 5 minutos que habíamos visto a una foca, tan feliz ella nadando por el mar.

Nuestra súper guía Denise, antes de llegar a casa, nos llevó por la zona también llamada “Little Italy”, donde por supuesto abundan las pizzerías, y donde destaca un edificio antiguo de color verde, en el que según nos comentó tiene un restaurante el director Francis Ford Coppola. Muy cerca de San Francisco se encuentra el Napa Valley, una de las zonas de viñedos más importantes de California. Y parece ser que Coppola, tiene allí varios viñedos y hasta su propia marca de vinos. (El Diario probó varios vinos de la zona y consta en acta que donde esté un riojita….)

Por la noche, probamos otra especialidad internacional: cocina peruana. Está claro que sin salir de la ciudad, uno puede probar todo tipo de cocinas, basta con tener una guía especializada como Denise. Buenísimo el ceviche de pescado, y el chancho (cerdo) guisado con una salsa que pasará a los anales de la historia. Fue la mejor manera de ir despidiéndonos de una ciudad inolvidable, una ciudad que el Diario recomienda y clasifica entre los primeros puestos de los lugares visitados hasta la fecha.

Jueves 25: Good bye San Francisco mon amour…….
Pocas horas quedaban ya. Nuestro siguiente vuelo salía con dirección a las Vegas a las 3 de la tarde. Un día soleado nos despertó y nos fue animando para no deprimirnos demasiado ante la despedida. En la misma calle Valencia, donde estábamos alojados, está la antigua fábrica de Lewis Strauss: aquél emigrante polaco que un día vino en busca de oro y acabó formando el imperio de los vaqueros.

También muy cerca del que había sido nuestro hogar hasta ese momento en San Francisco, se encuentra la calle Misión. Fuimos allí a hacer unas compras y de repente, nos dio la impresión que estábamos paseando por una calle de Tijuana o de Chihuahua. Todo el mundo hablaba castellano; Las tiendas de música dejaban escuchar canciones de los “Tigres del Norte” y olía a guacamole y tortitas. La mega tienda de música que hacía esquina nos llamó la atención y entramos. Entre los miles de CD que estaban expuestos, no vimos ningún título en inglés: desde Pedro Fernández (el chico que cantaba la de la mochila azul), ya crecidito y peinando canas, hasta los “Pelícanos de Tijuana” que, como los “Tigres del Norte”, cantan “narco-corridos”, canciones mejicanas con letras tristes y dedicadas al triste mundo del tráfico de drogas. Bachata, cumbias, los mejores vídeos del Chavo del 8, de Chapulín colorao y los éxitos más recientes de “regetton” claro, lo último en música latina.

Al salir de allí, cantando “Ay Lupita”, nos vino un chico a darnos una publicidad que rezaba lo siguiente: “Quiebra Maldiciones”. La cita anunciada era para ese mismo día, y el chamán de turno aseguraba que en un “abrir y cerrar de ojos” curaba las maldiciones y espantaba los males de ojo. Sin poder acudir a la cita del quebranta maldiciones por falta de tiempo, cogimos el metro que nos llevaría hasta el aeropuerto. Más vale que fuimos con tiempo, porque ese día, el cacheo fue de órdago. Nos desviaron por otra fila (la de los sospechosos), y con los brazos en cruz nos miraron hasta las entrañas. Hasta ese momento no habíamos “sufrido” un control tan exhaustivo. Por un momento, nos vimos metidos en un capítulo de CSI. Con unos papelitos blancos iban “rastreando” cualquier resto de drogas que estuviese impregnado en nuestras ropas y calzado. Nos abrieron todo, la cámara digital incluida. Salimos victoriosos pero con un cierto complejo de “enemigos públicos número 1”.

El vuelo no duró más de una hora y el avión estaba a tope de “marchosos” que iban a las Vegas como si fuesen a Ibiza. Había mucho pasajero con cara de vicioso-jugador de tragaperras. El paisaje era alucinante: sobrevolamos una cadena de montañas impresionante llamada “Sierra Nevada” . De las aguas frías del Pacífico y los veintipocos grados de San Francisco, de repente, pasamos al desierto del Estado de Nevada, con los 100 grados Fahrenheit que suelen marcar los termómetros de las Vegas, en el mes de agosto. Si creíamos que lo habíamos visto todo, al llegar al aeropuerto de la “Sin City” (Ciudad del Pecado) nos dimos cuenta de lo equivocados que estábamos. El aeropuerto de Mac Carran de las Vegas es ultramoderno. Como sonido ambiental tiene uno, único en el mundo: el de las tragaperras. El “Din, din din” de las monedas al caer en las bandejas metálicas se mete en el tímpano y no abandona al turista hasta que se va de allí. Es increíble, ya en el mismo aeropuerto, te puedes “abandonar” al juego.

En la sala de llegada nos esperaba nuestro guía local, un señor argentino que nos explicó que muy cerca de allí hay un pueblo llamado Elco, donde hay muchos “pamplonicas” de origen, que celebran los sanfermines todos los años, con encierros incluidos. A su lado, el chófer, un señor negro altísimo, clavadito a Ray Charles, con su traje negro, su corbata con dibujos de teclados de piano y sus gafas de sol rayban, nos dejó con la boca abierta.

Sólo faltaba ver aparecer lo que vimos: un pedazo de limusina de “mil metros de largo”, con asientos de cuero y un minibar con luces de neón azul, que se suponía era el medio en el que nos iban a trasladar al hotel. Sobran las palabras para describir el momento “traslado al hotel” como dos estrellas de Jolividiú!
Nuestro hotel era el “Circus-Circus” y la verdad es que el Diario no lo recomienda, salvo en el caso excepcional de viajar a las Vegas con niños. Como en todos los hoteles de las Vegas, lo primero que se ve al entrar es el casino. Cada hotel es temático y en función del “tema” así será la decoración. El circus-circus no podía ser de otro modo, un hotel ambientado en el mundo del circo pero con más niños y familias que una guardería.

Por eso, aviso a navegantes: en caso de “alergia” a los chillos, lloros y otras mucosidades infantiles, se ruega no reservar en el Circus. Entre la música de las tragaperras y las familias con cien hijos, no teníamos escapatoria. Dejamos enseguida las maletas en la habitación, decorada con moqueta del año de la picó y Televisión con presentador disfrazado de Tonetti, y nos fuimos disparados a la ciudad del pecado. El ataque de “infantilitis” merecía más de un trago. Justo a salir, nos situamos ya en el famosísimo “Strip” (el boulevard donde se sitúan los hoteles-casino más famosos). En frente del Circus está el Riviera, un casino antológico, de los más veteranos, donde se rodó la película “Casino” Con De Niro y Sharon Stone.

El calor a las 6 de la tarde era seco y potente, así que la mejor solución era empezar a “enviciarnos” sin contemplaciones. En la misma acera de nuestro hotel, a unos 50 metros, nos dejamos seducir por la tentación y nos dejamos nuestras primeras monedas en las maquinitas infernales. Es el paraíso de los ludópatas. Es el único lugar de Estados Unidos donde fumar, jugar y beber está no sólo permitido, es casi obligatorio. Aunque no todo es jugar en esta vida, y en las Vegas el espectáculo está en la calle, en cada esquina… Sólo por eso, merece la pena venir.

El negocio principal es el juego, así que todo lo que incite a jugar, como la bebida o la comida están tiradas de precio. Las margaritas, los cócteles, los combinados, las cervezas, cualquier tipo de alcohol que, en otros lugares es caro y cuando no, está prohibido, en Las Vegas cuesta 1 dólar. Así que, mientras el cuerpo aguante y las moneditas sigan cayendo por las ranuras de las tragaperras…..

Choca bastante ver a tantas “abuelas” solitarias, con el cigarrillo en la boca, el cubata apoyado en la máquina, y con la mano libre metiendo monedas. Además de las tragaperras en cada casino hay mesas para jugar al blackjack, al póker , a la ruleta, etc.. Es el paraíso del juego, como decía antes, y nosotros acabábamos de llegar.
Después de tomarnos la primera margarita a precio especial y jugar las primeras monedas sin suerte, seguimos paseando por el Strip con los neones gigantes ya iluminados. Igualito que en las películas, no se inventan nada. Hay que verlo para creerlo. La imagen tantas veces vista de los enormes carteles iluminados, anunciando las actuaciones estelares de gente como Celine Dion o el “Circo del Sol” dejan al turista boquiabierto.

Siguiendo por la misma acera, vemos a la izquierda un hotel nuevo, bastante “glamuroso” el Wynn. Al principio pensamos que sería el nuevo hotel de Donald Trump o el de su ex Ivana Trump, que también “amenaza” con plantar un hotel al gusto de la reina de las lentejuelas y los brillos. Más adelante, vemos a un montón de gente en las puertas del Hotel “Treasure Island “ (la isla del Tesoro). Ya nos había avisado el guía que hay espectáculos gratis en los hoteles y éste era uno de ellos: una batalla entre barcos piratas con efectos de luz y sonido. La horterada iba “in crescendo” pero esto era sólo un aperitivo. En vista del mogollón de gente agolpado para ver al capitán garfio y compañía, seguimos andando, y flipando. A continuación, no supimos si el efecto de las margaritas hacía estragos ya o realmente era verdad lo que estábamos viendo: la plaza de San Marcos y el Palacio Ducale con sus góndolas y todo, navegando por unos canales de cartón piedra. Sí, sí era el Hotel-Casino Venezia. Fue tal impacto que decidimos verlo por dentro con más detalle al día siguiente.

Cruzamos el boulevard y nos metimos en otro Coloso de impresión: el Caesars Palace. Es un como una gran mole de mármol blanco, columnas romanas apoteósicas, figuras del emperador César en todas las esquinas y dorados que devuelven la vista al más ciego del reino. Necesitábamos más bebida para soportar tanto oropel, así que nos aventuramos a entrar en un sitio llamado “Shadows” en el interior del complejo. Era un bar “fashion”, desde donde salían gritos, masculinos sobre todo, como de perros en celo. Cuando vimos de lo que se trataba, lo entendimos enseguida. El garito se llama así , “sombras”, porque el fondo de la barra consiste en unas pantallas translucidas, donde se proyectan las sombras de mujeres desnudas que bailan detrás. Es como las sombras chinas para niños pero en este caso en versión XXX. La copa con el espectáculo era más cara de lo normal pero merecía la pena ver a los grupos de solteros yuppies, recién llegados a las Vegas y con ganas de juerga, sexo y rock and roll.

De ese modo, pudimos aguantar estoicamente de pié cuando el siguiente espectáculo que vimos, siguiendo nuestra ruta, nos impactó y nos dejó literalmente K.O. El siguiente asalto a la estética y el buen gusto consistía en una plaza romana, con figuras de cartón piedra, imitando a los dioses romanos y que al ritmo de la música se movían y hablaban. Impresionante una vez más. Lo fuerte era ver al público entusiasmado, como si estuviesen en un Port aventura para adultos. La calle donde estábamos, se llamaba la “Apia way” claro. Y por la Vía Apia más falsa que un buda de los todo a 100, nos fuimos riendo a nuestro siguiente destino: la calle.

Ya eran pasadas las 11 de la noche y teníamos hambre. Estábamos un poco perdidos o más bien “deslumbrados” y nos metimos por una calle lateral para ver si encontrábamos algún sitio para cenar que no tuviese más bombillas que las necesarias. Encontramos en la Bourbon Street un hotel casino bastante cutre pero con mucha miga. Cenamos la especialidad de la zona: “steak de carne con langosta” , y la verdad es que no estaba para echar cohetes pero había hambre. No nos fuimos enseguida porque cuando vimos el cartel de “Fat Daddy Karaoke” y el personal que estaba cantando, en aquel escenario tan de lo más, nos quedamos un buen rato y nos reímos como nunca…. Qué risas!! No estábamos más de 10 personas pero no hacía falta más. El uno con pintas de vaquero de wyoming cantaba canciones de country de amor, el otro se desgañitaba sin que nadie se atreviera a callarlo, imitando a Elvis el rey de la pelvis. (Por cierto en Las Vegas hay muchos imitadores del rey de Memphis: allí se casó con Priscylla, y allí actuó muchas veces en los hoteles). Entre canción y canción, cogía el micro el gordo de Daddy y se ponía a cantar como los ángeles. Era el mejor. Cayeron dos o tres cervezas, y con la sonrisa en la boca salimos y volvimos al “pecado”.

Por el camino, apareció una “Diosa de ébano” con un movimiento de culo que provocó más de un accidente. La tipa era consciente y paso que daba, con sus pantalones ajustados y sus tacones de vértigo, paso que se le quedaban mirando. Algunos con disimulo y otros no podían evitar silbarle y decirle de todo. La escenita acabó con gritos: la chica insultando a otros negros que desde el coche le decían barbaridades y ellos diciéndole de todo menos bonita. Ya eran las dos de la madrugada y con un calor de 40ª decidimos volver a nuestro súper megamix hotel. Antes de cruzar el umbral y ver a Fofó y Miliki por los pasillos, cayó la última y refrescante margarita al lado del Circus- Circus.

Viernes 26: ¡¡Hagan Juego señores!!
No era fruto del delirium stremens, ni de visiones extrañas pero sí, lo que vimos a primera hora era algo real: dos chancletas luminosas que se encendían y se apagan a medida que su porteadora iba caminando. Lo bueno de esta país es que no pasan 5 minutos sin que algo te sorprenda: son únicos estos yankees!.

El café y los donuts del desayuno cayeron en mitad de las maquinitas tragaperras. Durante el día y en agosto salir a la calle en el desierto es como pedir la muerte a paso lento. Lo mejor es relajarse en las piscinas de los hoteles y salir cuando anochece. Otra opción es abandonarte al juego desde que te despiertas (muchos lo hacen) y pasar las horas tentando a la suerte. Optamos por la primera idea, y pasamos un buen rato mojándonos ante el peligro de “deshidratación” y ante el peligro de convertirnos en peligrosos ludópatas sin remisión. A media tarde, comimos en uno de esos “buffets” en los que predican el “all you can eat” y en los que también uno corre el peligro de salir rodando como una bola después de comer todo tipo de crímenes contra la dieta.

Ya estábamos preparados para volver a la “jungla”. En vez de hacer el recorrido del “strip” como el día anterior, decidimos coger un trolebús que nos llevó hasta el último hotel, en sentido opuesto y hacer el recorrido al revés. Ese primer hotel es el más elegante y el menos hortera de todos, se llama el Mandala Bay y es con mucho, el más lujoso y el menos estridente. El personal que se aloja allí tiene poco que ver con el resto: trajes largos, smoking para los caballeros y un ambiente de hotel 5 estrellas, como recién salido del Rajastán. La piscina de este hotel era de ensueño, poco que ver con la que teníamos en el Circus. Antes de que nos entrara la depresión post Mandala, y echásemos de menos nuestro súper Hotel de Nueva York, nos fuimos al siguiente casino, el del hotel Luxor. Como era de temer, el Luxor es una pirámide con esfinge gigante incluida. Para asimilar lo que allí vimos, nos tomamos un par de margaritas y un par de cervezas. Como ya nos aburría el jugar a las tragaperras pero queríamos seguir bebiendo a 1 dólar la copa, teníamos que disimular para que viniera la camarera de turno y nos sirviera las copas. Hay que recordar que sólo sirven bebidas a este precio si estás jugando. Así que nos pusimos a disimular como si estuviésemos echando monedas a las máquinas, mientras nos entraba el ataque de risa. Fue uno de los mejores momentos del viaje.

Ya más ambientados, pudimos resistir la imagen del busto de Nefertiti utilizado a modo de freno en la rueda de la fortuna, o los crupieres vestidos de soldados egipcios. Es que hay que verlo para creerlo, la verdad. Los hoteles y casinos están , en su mayoría, comunicados entre sí, por simples pasarelas externas o pasillos internos. Sin darnos cuenta llegamos al “Excalibur”. La galería de horteradas iba en aumento, conforme nos íbamos alejando del Mandala. Este hotel pretende trasladar al visitante al mundo medieval. Para conseguirlo, han recurrido a toda una ambientación de cartón-piedra que imita un castillo medieval. Patéticas estaban las pobres camareras, disfrazadas de “Lady Mariana” en Robin Hood.. Y digo patéticas, porque el Excalibur no es de los hoteles más lujosos, y la edad de las camareras suele ser directamente proporcional a la categoría del hotel. A más lujo, más juventud y cuerpazos. Si era más cutre, las pobres camareras rozando los 50, lucían sus minifaldas y escotazos con más arrugas que Bette Davis en sus últimas películas.

La capilla de bodas de este hotel, también era un primor. ¿Y habrá quién crea que se está casando cual Rey Arturo en Avalón? Lo dudo mucho porque viendo las paredes de cartón piedra y los escudos de hojalata de los “guerreros” que custodian la entrada de la capilla, creo que hay que tener muchas margaritas encima para creerte Robín de los bosques. En las Vegas vienen cientos de parejas a casarse. Se ven muchas parejas por la calle, pero lo que choca es verlos solos, sin familiares. Algunas parejas van disfrazadas y otras con trajes clásicos de boda. Las famosas Elvis Chappels, son capillas pequeñas, como la famosísima “Little White Chappel” en las que por unos dólares, te montan una boda tipo “Elvis”: por ejemplo, en la capilla Silver Bell te ofrece eso y mucho más. El imitador de turno de Elvis canta tres canciones y tú recibes una chalina de raso como regalo de recuerdo, igual a las que regalaba en sus conciertos. Sea cual sea la elección de la pareja, lo único que la ley pide a los contrayentes son 50 dólares para comprar la licencia en el juzgado de la ciudad original de las Vegas, en el downtown.

Después del Excalibur, llegamos a la zona de los hoteles París y New York, New York. Ya era otra cosa. Los dos están más que logrados y no son un himno a la horterada. El New York, New York te recibe con una copia de la Estatua de la libertad en la entrada y un interior muy logrado: calles del Little Italy, del barrio de Bronx y el casino con los crupieres disfrazados con camisetas de beisbol. Justo en el momento de entrar, oímos un concierto en directo de música funkie, 100% black con una marcha que hacía bailar a todo bicho viviente. En un cartel se anunciaba que la gran reina “Aretha Franklin” actuaría en las Vegas próximamente y en otro se anunciaba también que en el mismo New New York, se celebra a diario un espectáculo erótico “Zumanity”, protagonizado por algunos componentes del Circo del Sol. En las Vegas con dinero es el paraíso: todos los días hay actuaciones de auténticos símbolos de la música, como el gran Tom Jones, que justo había finalizado sus actuaciones un día antes de nuestra llegada. Hubiese sido un lujazo ver al “tigre de Gales” en las Vegas. Como si en tiempos hubiésemos visto al Rat Pack (Frank Sinatra y colegas) en algún escenario de la ciudad del pecado. Pero bueno, es como todo, hay que volver a los sitios…

Era viernes noche y se notaba. Si la gente ya viene predispuesta a darse lujos al cuerpo en las Vegas, lo del “Friday night” es de escándalo público. Escotazos, silicona y tacones de aguja. Antes muertas que sencillas. Todas, rubias, altas, bajas, gordas, guapas y feas iba con el uniforme “ready to kill”. Y a juzgar por el alcohol que corría por todas partes más de una iba hacer el agosto seguro.

Al salir del New York, cruzamos la avenida y nos metimos en el MGM. El hotel y casino de la Metro Goldwyn Mayer, la gran compañía de cine con el león que ruge más famoso de la historia. Es un casino enorme, con bares de diseño y fotos de actores en blanco y negro por todos los rincones. Es famosa su “rainforest” shop. Con animales y plantas de cartón piedra y mecanizados que te sorprenden de repente cuando estás mirando algo. Otra cosa no, pero los americanos saben “venderse” de un modo que muy pocos saben hacer. El bar que hay justo al lado, también dedicado a la selva, está logradísimo también. En la barra hay asientos con patas de animales y cae lluvia del techo, como si estuvieses en el Amazonas mismamente. Damos una vuelta y ya vamos arrastrando los pies. Como las chicas “guerreras” que a esas horas llevaban los zapatos de tacón en las manos.

Al volver al hotel, cuando ya eran casi las 4 de la mañana, nos pasó de todo: vimos un arresto en vivo y en directo de 4 chicos negros. La patrulla de policía iba en bicicleta y con unos maillots amarillos que parecían recién salidos del Tour de France. A pocos pasos, justo en frente de la mega tienda dedicada a Coca Cola, con su botella de neón, gigante en la puerta, también vimos otro arresto, esta vez con resistencia del arrestado incluida. Y allí estábamos como si estuviésemos viendo una serie en la tele o una película de esas de acción, con los ojos como platos a pesar del sueño.
Sólo nos podía salvar, la última margarita de la noche, en el casino de al lado del hotel. Y con la garganta fresquita y un kilo y medio de imágenes en la mente, cogimos la cama como si fuese el séptimo cielo.

Sábado 27: Leaving las Vegas
Tras la noche “loca” del viernes, nos levantamos tarde. Y antes de hacer cualquier plan, llamamos a una agencia especializada en excursiones al Gran Cañón. No podíamos irnos de las Vegas sin ir allí. Está en otro Estado, en Colorado, pero en avión en poco más de una hora estás ante unos de los parques más grandiosos del mundo. Hay un montón de agencias que desde todos los hoteles salen a diario hacia el Gran Cannyon. Por unos 130 dólares te llevan en avioneta y te traen en autobús. La excursión dura unas 8 horas y después de ver varias alternativas nos decidimos por una agencia. En América todo, o casi todo se puede hacer por teléfono, así que desde la habitación de “Milikito” llamé a un señor con una infinita paciencia que me fue dando todos los detalles: saldríamos a las 6: de la mañana desde la puerta del hotel. Para ser más exactos le pregunté a ver en qué punto exacto teníamos que estar y me contestó todo serio: dónde ponen una foto de nuestro querido presidente Bush. Yo alucinada, porque no sabía si mi inglés estaba ya “agonizando” me quedé callada sin saber qué decir. Y de repente el tío se empezó a reír a carcajada limpia al ver que yo no reaccionaba y me dijo; Mujer es una broma, donde le digo de quedar es donde está el payaso gigante del Circus que hay en la entrada…. Gracioso el hombre!!!

Me indicó además que antes de montarnos en la avioneta, nos pesarían para calibrar los flancos del avión, y en ese momento es cuando a una le entran sudores fríos y piensas: Ay madre! dónde me estoy metiendo. Pero tal y como se sucedieron los hechos a partir de entonces, todo iba a cambiar y mucho.

Ya teníamos la excursión reservada, y después de hacer otra vez un desayuno-comida-cena (en Estados Unidos, con una comida de “buffet libre” tienes el hambre saciada para los restos), nos fuimos a ver los hoteles-casino que nos faltaban por ver. La primera parada la hicimos en el Hotel Venecia, aquel que vimos el primer día que nos dejó tan impactados que preferimos dejarlo para el final. Los canales, el palacio ducale, la plaza San Marcos, así, sin complejos, como si nada. Cuando entras dentro ya es el no va más…. Los gondoleros cantan (mejor dicho cantan en play back) cuales pavarotti mientras las parejitas que van en las góndolas se creen realmente en Venezia. Es increíble cómo se miran, enamorados con las manos entrelazadas, mientras se creen que navegan y pasan por debajo del mismísimo puente de Rialto. El día que vean la verdadera Venezia les dará un infarto de miocardio, o a lo peor se creen que la verdadera es una burda copia de la existente en Las Vegas. Todo puede ser.

Mientras paseamos entre “canales” y calles “stilo Caravaggio” , vemos una galería de arte con gente muy “modelna”, y nos metemos como “Piero per la sua casa”. De repente, nos asalta una “galerista” que nos invita a tomar algo y nos pregunta a ver si conocemos al autor que expone ese día. Yo le digo que sí, que me gusta y me hace la pregunta del millón: y dónde lo ha conocido, en alguna revista? Con cara de gilipollas, sin saber muy bien qué contestarle, porque la verdad es que en mi vida había visto ni al autor ni sus obras, le contesto impasible que en el “People”. Y como si la inspiración divina me hubiese llegado del cielo, me replica la súper galerista, Ah sí en el número del mes de junio salió un reportaje sobre él!!!!! Yo no podía dar crédito a lo que estaba oyendo, pero coló, golazo directo!

Con el eco del Pavarotti gondolero, nos fuimos de “Venezia” y entramos en el Aladinno, en donde se casó Elvis Presley en un acto que duró 8 minutos. Allí lo único interesante a primera vista, es la galería de tiendas, imitando a un zoco árabe. Caí enamorada de un sombrero de ala ancha y no paré hasta comprarlo. Fue un capricho del viaje. Desde el día de las compras en Pennsylvania no había vuelto a darme un lujo, y había pasado una eternidad, así como 10 días.

Nos quedaba por ver el París, con su torre Eiffel incrustada literalmente en el edificio. Como el New York, el Paris está muy conseguido, con sus “bistrots”, sus callecitas tipo Montmatre, sus cabarets, sus “boulangeries” y todos los carteles e indicadores en perfecto francés. Todos los hoteles tienen sus restaurantes de mejor y menor categoría. En el París se lleva la palma del “glamour” el que está en la cima de la tour Eiffel, al que sólo se puede acceder de “etiqueta” y en el que el menú no baja de los 50 dólares. La torre es calcadita a la verdadera, lo único que es distinto es su tamaño, es justo la mitad de alta que la verdadera.

Era la cuenta atrás. Nos quedaba para rematar el viaje: la excursión al Gran Cañón y el Hotel Bellagio. Es el hotel de los hoteles, según dicen, pero cuando entras es tal el empacho de lámparas, brillos y oropeles que la retina se queda exhausta ante tanto “barroquismo”. Es como una oda a la opulencia. Encima, estaba a tope de gente que circulaba por el casino y cuando vimos el espectáculo de “luz y sonido” ya fue el no va más. Teníamos que irnos a descansar porque si no, nos podía entrar un “estado de shock” nervioso. Pero…… lo mejor estaba aún por llegar.

Llegamos al hotel a las 11 de la noche, teníamos que descansar para levantarnos pronto para la excursión del Gran Cañón. Cuando llegamos a la habitación, el contestador del teléfono estaba parpadeando. Cuando oímos el mensaje de nuestro guía argentino que decía: Señores de Garatea, son las 9 de la noche y estoy esperándoles en la recepción del hotel, recuerden que su avión sale esta medianoche. Ataque! Histeria! Eran las 11 de la noche y en el planning del viaje ponía que el vuelo era a las 0:08 del domingo. Así que en ese preciso momento es cuando nos dimos cuenta de que el vuelo que pensábamos que saldría en la medianoche del domingo, resulta que salía esa misma noche. Nos habíamos confiado porque al tener reservada esa noche del sábado en el hotel y tener un traslado señalado por la agencia de viajes para el domingo 28, nos cogió totalmente fuera de onda. En menos de 1 minuto cogimos todas nuestras cosas y nos fuimos al aeropuerto por nuestra cuenta. En el camino al taxi, casi mato a tres niños de los miles que había en el Circus-Circus. El pobre taxista nos llevó a toda prisa y cuando llegamos al despacho de facturación de Delta Airlines casi nos tuvieron que poner la mascarilla de oxígeno. Eran las 23:53 de la noche y el vuelo salía a las 0:08. Adiós excursión al Cañón del Colorado!

La sorpresa del viaje vino en ese preciso momento: lo siento señores pero no pueden embarcar, no les da tiempo a pasar los controles…. En un momento nos pasó toda la película del viaje por la mente. 20 días en Estados Unidos sin ningún percance y no era posible, algo nos tenía que pasar. La azafata de tierra de Delta se portó y nos buscó dos plazas para el día siguiente, vía Atlanta. Ya nos veíamos buscándonos la vida de “crupieres” o de camareros en los casinos de las Vegas, disfrazados de Nefertitis.

Nos volvimos al hotel, después de esperar una cola infinita cuando entre pitos y flautas ya eran las 2 de la mañana. Es alucinante la de gente que va a las Vegas. Un sábado por la noche, había una cola de unas 100 personas esperando taxi. Menos mal que con lo organizados que son los americanos, en un santiamén teníamos un taxi de vuelta a nuestro hotel. La situación era de tragicomedia. Volvimos al hotel, y dormimos en la cama que estaba pagada irónicamente. Como ya eran las mil, anulamos, con gran dolor de corazón, la excursión al Gran Cañón que estaba prevista con salida a las 6 de la mañana. Ya no queríamos arriesgarnos más. Con cara de circunstancias sin saber si reír o llorar, nos dieron las 3 de la mañana y maldijimos a todos los parientes de la chica de la agencia de viajes. Qué simpática! Estaba claro que nosotros tampoco nos dimos cuenta pero para qué carajo nos había reservado esa noche del sábado si teníamos el vuelo 8 minutos pasados la medianoche. Total, que al día siguiente decidimos relajarnos en la piscina, mientras disfrutábamos de un día más en Las Vegas.

Como todavía existe la “justicia divina” esa misma mañana, ganamos unos dólares en las maquinas tragaperras y en el Blackjack. Pocos eso sí, pero suficientes como para no irnos con un mal sabor de boca. Son las aventuras de los viajes y en este, también tenía que pasarnos algo, si no hubiese tenido “gracia”.

Por la tarde, después de comer en otro buffet libre, en el famoso hotel “Stardust” (polvo de estrellas), dimos nuestro último paseo por el “Strip”. En esas últimas horas en la “Sin City” vimos varias escenas divertidas: un imitador de Elvis que cantaba en la calle, achicharrado de calor y sudando la gota gorda, una mujer que delante de nuestras narices ganaba 800 dólares en un casino y otro señor de unos 80 años, con un sombrero de flores jugando al blackjack. Son sólo algunas escenas, de las miles que el Diario ha registrado en este viaje.

Ya por la noche, en el aeropuerto con dos horas de antelación, por si las moscas… las escenas seguían alimentando las páginas del Diario: una pareja de obesos, esperaba su vuelo, mientras comían unas hamburguesas gigantes, y el hombre de la pareja llevaba un casco vikingo con su cornamenta incluida. Otra, bastante pija en el vestir, calzaba unas pantuflas de esas gigantes de peluche. No pasaban 5 minutos sin que el “espectáculo de la vida” siguiera ofreciendo anécdotas y situaciones sorprendentes. Aunque también es verdad que Estados Unidos es ya de por sí un país de película, donde la realidad supera y mucho la ficción.

Salimos pues, un día más tarde de lo previsto, a las 0:08 (hora maldita) de Las Vegas. Ya era lunes, y a las 4 de la madrugada llegábamos a Atlanta. Las sorpresas del viaje no habían acabado. Cuando llegamos a la sala de espera de nuestro siguiente vuelo: Atlanta-Nueva York, vimos a mucha gente agolpada frente a las pantallas de televisión. ¿qué estaba pasando?. Pasaba que el huracán Katrina estaba asolando los Estados de Missisipi y Florida, así como la ciudad de Nueva Orleáns. Empezamos a ver un montón de vuelos cancelados y en ese momento es cuando te acuerdas de las clases de geografía y caes en la cuenta de que el Estado de Georgia, o sea, en donde estábamos precisamente en ese momento, era el Estado más cercano a la tragedia… Sin quitar los ojos de las pantallas, vimos que los vuelos a Nueva York no estaban siendo anulados, así que cuando embarcamos finalmente no miramos atrás, era un sálvese quién pueda en toda regla. Llegamos a Nueva York sanos y salvos, y unas horas más tarde embarcábamos rumbo a Madrid.

Era el final del viaje, con “Katrina” pisándonos los talones y con un Diario viajero cargadito de anécdotas e imágenes para la posteridad. Un capítulo más de un diario que por el momento no tiene fin, porque como dice Gabriel García Márquez la “realidad te ofrece situaciones y frases que jamás podrías inventar”.

Un comentario en “¡God bless America!

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