¡¡Prosit!! Oktoberfest!!!


 

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Oktoberfest de Munich: PROSIT!!
Del 1 al 3 de octubre 2005

El Diario sucumbió a la tentación. La fama le precede a la Oktoberfest y no es para menos. Hasta un total de 6 millones de personas visitan esta “Fiesta de las fiestas” que se celebra durante la segunda quincena de septiembre, dependiendo de cuando sea el primer domingo de octubre. Este año, el primer domingo era el día 2, pero como el lunes día 3 se cumplía el aniversario de la reunificación de Alemania, la Oktoberfest se alargó hasta el lunes. Resultado: miles, cientos de litros de cerveza desfilaron por las mesas, carpas y gargantas profundas.

Pero, ¿por qué Munich se convierte en la capital mundial de la cerveza durante unos días? Según cuenta la leyenda, la fiesta de la cerveza tiene su origen en la celebración de la boda del príncipe Luis de Baviera con la princesa Teresa de SachsenHildburghausen (nada más y nada menos) el 12 de octubre de 1810, justo cuatro años después de la proclamación del reino de Baviera.

Estábamos predispuestos a vivir la Oktoberfest con todas las consecuencias. La lluvia que nos acompañó desde que llegamos hasta que nos fuimos no nos iba enturbiar la estancia, ya se encargarían otros líquidos espumosos de nublarnos la vista.

Sábado día 1 -10-2005: llegada a la bacanal…
Al montarnos en el avión ya empezamos a ver el ambiente “cervecero”. En los asientos delanteros a los nuestros, cuatro chicos de Valencia tenían previsto celebrar la despedida de soltero de uno de ellos, al ritmo de la música bávara y bebiendo “mas” de cerveza a tutiplén. (En la fiesta de la cerveza, la cantidad mínima es de un litro, lo que cabe en una “mas” o jarra). Así que cuando despegamos y dos horas más tarde aterrizamos, los ánimos del personal estaban más que dispuestos a disfrutar de la bacanal….

Salimos con sol y llegamos a Munich con un cielo gris que casi no dejaba ver las casitas típicas alemanas, tan perfectas y tan cuidadas. El paisaje era verde y pastoril y costaba imaginarse la gran fiesta que se estaba montando en la ciudad.

El aeropuerto de J. Strauss de Munich es moderno y bastante espacioso. Se nota el “poderío” del land de Baviera . Así se entiende que proclamen a los 4 vientos lo de “Bayerishe Frei Stat” (Baviera Estado libre). Los bávaros tienen fama de abiertos, conservadores y tradicionalistas. Como suele ocurrir en muchos países, hay rencillas internas entre los habitantes del norte y sur del país, y en Alemania ocurre lo mismo. Los bávaros se sienten orgullosos de serlo y su boyante economía, basada en la agricultura y en la industria automovilística, entre otras, provoca alguna que otra envidia malsana o sana,……¡¡qué más dará!!

El aeropuerto está a una media hora del centro de Munich y se puede ir en metro. Por 9 euros, el billete para todo el día, hasta las 6 de la mañana del día siguiente, es válido para todas las zonas prácticamente. No hay pérdida, estábamos en la “Europa de primer orden”. Campiña verde, pueblos bávaros “asquerosamente perfectos” y una señora de unos 70 años que contaba a su interlocutor, un señor alemán muy elegante, sus viajes en solitario por toda Europa. Así con este entorno llegamos a nuestro destino: la parada de metro más próxima al recinto ferial de la Oktoberfest y también la más cercana a nuestro alojamiento: un albergue juvenil (sí, sí juvenil), lleno hasta la bandera. Con mucha suerte pudimos reservar dos noches allí, porque en Munich durante la “fiesta más popular del mundo” según dicen, hay que reservar con un año de antelación, como en Sanfermines.

Al llegar, a la recepción del albergue (A&O Hostel and Hotel), ya empezamos a ponernos en contexto festero. Cantidad de gente joven y no tan joven, cogiendo las sábanas y las fichas para el desayuno, mientras bebían alguna que otra “Augustiner”.
http://www.aohostels.com/en/munich/hotel-munich/

La primera sorpresa llegaba en ese preciso momento cuando nos dijeron que no podíamos ocupar nuestra habitación hasta las 4 de la tarde, así que dejamos las maletas en una consigna y sin perder más tiempo nos fuimos paseando hasta el centro de la ciudad. Andando, nos costó 15 minutos llegar al centro de Munich, donde también se palpaba el ambiente festivo, aunque el recinto ferial esté a las afueras. Los 10 grados de temperatura ambiental no nos afectaban, pero el hambre apretaba y nada mejor que comer en un sitio antológico: la taberna de Augustiner.

Esta taberna está en el centro de la ciudad, en la calle peatonal que llega hasta la Marienplatz donde está el ayuntamiento o “Rathaus”. En Baviera, como ocurre en Bélgica hay varias abadías, monasterios y fábricas de cerveza que cuentan con sus restaurantes o tabernas en los centros de las ciudades, donde la gente puede degustar sus cervezas. En Munich, cada marca de cerveza tiene su “biergarten” o su restaurante, donde se pueden probar los platos típicos de la región y beber la cerveza de la “casa”. Además, en el recinto ferial, cada marca o casa cervecera también tiene su carpa gigante, donde sirven cientos de litros a ritmo de música bávara.

Como decía antes, el restaurante o taberna de Augustiner, es un lugar muy típico y muy recomendable. Es enorme y según cuenta la historia, en su origen, el lugar que ocupa el restaurante eran las dependencias del antiguo convento de los monjes agustinos, que además de dedicarse a la oración, también se dedicaban a la honorable labor humanitaria de fabricar cerveza. Así que no extraña que la propia ciudad se llame (München o Mönch, monje en alemán).

Nada más entrar en la taberna, ya empezamos a vivir la oktoberfest de lleno. Mesas y mesas ocupadas, jarras de cerveza porteadas por camareros/as, vestidos con trajes típicos, música bávara y mucho, mucho ambiente. Conseguimos mesa compartida con un grupo de italianos que intentaban ligarse a dos chicarronas alemanas con camisetas rojas del Bayern en las que se podía leer: “Bayern supporters”. Con hinchas como esas, el súper equipo de Munich podía estar tranquilo: metro 80 de altura, rubia melena, ojos azules, y hombros de leñadoras….De mírame y no me toques!!! . Aunque lo que es tocar, tocar….., los italianos lo intentaban, pero las chicas, a quién hacían caso era al camarero que cada 10 minutos les traía las jarras de cerveza de un litro. Entre las hinchas bebedoras, los italianos ligones de tres al cuarto y la primera cerveza que degustamos, cayó nuestra primera comida bávara: una ración de albóndigas típicas de Munich que son como unas bolas grandes de pan, sémola o harina con tocino o carne picada, acompañadas de berza, y una ración de salchichas blancas (wurst) al estilo bávaro para chuparse los dedos. El cuerpo pedía más cerveza y en ese momento es cuando llegó el momento cumbre del día, el momento en el que dices y gritas: ¡Trágame tierra!.

Cuando se acercó el camarero le pedí dos Franciskaner , y en ese momento comprendí que había cometido el peor pecado del mundo. Se hizo un silencio y de repente, toda la mesa empezó a reírse a mandíbula batiente con mi feliz ocurrencia: pedir cerveza de la competencia era como pedir la pena capital en directo!!! Lo que yo quería era dos jarras de “Weissbier” o de cerveza blanca y el primer nombre que se me vino a la cabeza fue ese y casi me decapitan por hereje!!! Cómo osaba pedir la marca de la competencia, teniendo “Weissbier” también elaborada con la marca de Augustiner???? Así que cuidado con pedir otras marcas en los “santos lugares”, o corréis peligro de muerte!!!

Me perdonaron la vida, y con el susto en el cuerpo y dos jarras de cerveza cada uno corriendo por las venas, salimos a la calle con la primera lección aprendida…. Lo dijo Karl Marx: “la cerveza es un alimento básico para la gente de Munich” y nosotros tampoco íbamos a llevarle la contraria…. ¡Ni pensarlo!!!

La calle peatonal de Neuhausser Strasse que recorre el centro histórico de Munich, nos llevó hasta la Marienplatz. Desde la fundación de la ciudad, la Plaza «Marienplatz» es el centro geográfico y social de Múnich. Hoy en día está dominado por el ayuntamiento neogótico, en cuya torre resuena a diario el carillón dando puntualmente la hora a las 11 h, a las 12 h y a las 17 h. La plaza es una auténtica joya del estilo neogótico. El edificio principal con su fachada impresionante, pertenece al Rathaus (Ayuntamiento) y merece la pena visitar el patio interior (ver foto).

Desde que llegamos, por la mañana las nubes grises no habían dado tregua, y en ese momento empezó a llover de verdad. Pero ni la lluvia ni nada, nos iban a estropear el viaje, así que con las capuchas puestas, disfrutamos durante una larga hora del mercado que hay justo a lado de la Marienplatz. Olores que invitaban al pecado, todo tipo de salchichas y embutidos, colgaban de los escaparates de unas carnicerías que parecían joyerías de lo limpias y decoradas que estaban. En Baviera les gusta comer y se nota. El olor a “charcutería fina” como diría Marujita Díaz cuando habla de sus joyas, se unía al de pan recién hecho, presentado también de forma exquisita. Los ojos se nos salían de las órbitas ante tanta maravilla. Llovía y llovía y decidimos irnos al albergue a ocupar nuestra “suite”.

Cuando llegamos teníamos la ropa empapada y el espíritu contento así que cuando nos dieron la segunda sorpresa del día, tampoco reaccionamos de mala manera. Ya nos habíamos hecho a la idea de que la Oktoberfest era como unos sanfermines con todo lo que implica: saturación de gente, alegría desbordante y más de un coma etílico pululando por la calle… Nos atendió una alemana, muy alemana ella. Con sus “pastigafis” de color rojo bermellón y gesto de no haber roto nunca un plato, ni en el tira-pichón, nos recibió de esta manera: “aquí les dejo las fichas del desayuno, su tarjeta para entrar en la habitación y sus sábanas. Ahora mismo no hay agua pero no se preocupen, el agua viene dentro de dos horas, la habitación aunque sea de 6 literas es de uso privado y la tele, ya no existe porque sencillamente, haberla no la “haila” en ninguna habitación”….

Así que visto el panorama, fuimos a la habitación a verla, antes de montar la de “Dios es Cristo”. La habitación enorme, luminosa y limpia, con baño privado, nos dejó bastante buen sabor de boca, y ya sólo faltaba que llegara el agua. No teníamos que compartir baño y cogernos una flora de champiñones en los pies, y si nos aburríamos de nuestra litera, siempre nos quedaba la posibilidad de cambiarla, a falta de 2 camas teníamos 6!. ¡¡Qué bonito es ver siempre la botella medio llena en vez de medio vacía, no?

Para coger el avión a las 8 de la mañana en Valencia, habíamos madrugado bastante y una vez asentados en nuestros aposentos, y después de “montar” unas cortinas caseras con los edredones sobrantes (estos alemanes como no ven la luz del sol, más que 4 días al año, hacen como los holandeses y otros países del norte de Europa, ventanas sin persianas), decidimos echarnos una siesta antes de “sumergirnos” en la bacanal cervecera, en la fiesta de las fiestas…..
Al despertar en la “suite”, ya había vuelto el agua, y nuestra habitación ya nos parecía otra cosa. Ya era prácticamente de noche, las 7 de la tarde y después del descanso del guerrero, nos dispusimos a comernos la fiesta literalmente. Dicen que en Munich los índices de humedad y lluvia son de los más altos de Europa, y pudimos comprobarlo en persona: seguía lloviendo y cuando llegamos a la feria (que por cierto sólo estaba a 10 minutos andando), se nos olvidó todo y conseguimos aislarnos de la puñetera lluvia.

Definitivamente no era nuestro día de suerte. Vimos a un montón de gente apiñada en las entradas de las mega-carpas y no entendíamos por qué. Enseguida lo comprendimos: era el último fin de semana de la Oktoberfest, con lo cual, estaba muy pero que muy difícil acceder a cualquier carpa. Estaban a tope y encima cerraban a las 21:00 de la noche (horario europeo). Lo intentamos en varias carpas pero no hubo manera, así que al final, conseguimos una barra cubierta, donde nos tomamos varias cervecitas, mientras veíamos el espectáculo de la gente saliendo de las carpas en estados bastante comatosos. Nos llamó la atención ver a los camilleros sacando a los “enfermos de cerveza” en camillas cubiertas por lonas de plástico amarillas para salvaguardar la “intimidad” de los afectados… Cosas que ocurren en Alemania.

Para haceros una idea en el recinto de la Oktoberfest hay 14 grandes carpas de cerveza. La «Carpa de los Ballesteros», la de Armbrustschützen-Festhalle es uno de los locales más grandes de la Oktoberfest, con un aforo de más de 7.400 plazas. Quien visite esta carpa debe degustar el cordero con setas y albóndigas de pan o el pato real con albóndigas de patata, acompañados de una aromática Paulaner.

En la carpa de Augustiner se encuentra, más que en ninguna otra, la auténtica tradición de la Oktoberfest. Aquí se sirve la cerveza todavía de barril de madera (en el resto de las carpas los barriles son ya de acero). Dos viejos barriles de 200 litros de capacidad, con la inscripción «Edelstoff» (tipo de cerveza de Augustiner) se encuentran a la entrada del local, invitando a los visitantes a una de las carpas preferidas de la OktoberFest.

Uno se encuentra en el “séptimo cielo” entrando en la carpa de Hackerbräu-Festhalle. Tiene un gigantesco firmamento con nubes blancas y estrellas y mientras suena la música la banda de rock ´n´ roll «Cagey Springs» que, desde hace años, tocan a diario, excepto los sábados, desde aproximadamente las 17:30 hasta las 19:00 horas, se puede beber cerveza Hacker-Pschorr y comer asado de cerdo o el típico plato bávaro Bauernschmaus (Banquete campero)

Otra carpa famosa es la de Pschorrbräu-Festhalle (Bräurosl), El local ofrece cabida para 8.500 personas y, junto a una «Maß» (litro de cerveza) de Hacker-Pschorr, muchas exquisiteces culinarias: un contundente «asado agrio» de ternera (Sauerbraten) con Spätzle (pasta casera) o lechón asado a la cerveza con albóndigas de patata y ensalada; estas son las especialidades en «Bräurosl». Así mismo también se sirve aquí Tafelspitz (carne de cocido) con salsa de rábanos picantes y patatas al perejil así como pulmones de ternera con albóndigas de pan.

La carpa más grande, y probablemente la más famosa es la de Hofbräu. Atrae de forma especial a los extranjeros, debido a la fama internacional de la histórica cervecería del mismo nombre (y mismos dueños), que se encuentra en el centro de Múnich. Aquí se puede degustar costillas de cerdo picantes con salsa barbacoa o espalda de cerdo con lombarda y albóndigas de patata, además de especialidades internacionales. Es realmente alucinante el ambiente que se respira en esta carpa.

La carpa Fischer-Vroni se mantiene hoy en día idéntica a la original: su fachada con celosías de madera, el nido de cigüeñas que hay en el tejado y el bote de pesca y el abedul situados a la entrada existen desde 1905. Absolutamente obligatorio es comer el famoso pescado asado de esta tradicional carpa. El pescado se asa en astas de madera de 15 metros de largo, sobre hoyos con carbón incandescente, a la entrada de la carpa.

La carpa de Hippodrom, No es una de las carpas más grandes, pero sí una de las más populares: En el interior de la caseta había una pista de circo con 25 caballos, sobre los que los clientes, previo pago, podían probar sus artes de equitación.

La carpa de Löwenbräu (Löwen en alemán significa leones) es también el centro de reunión de los «Leones de Múnich» en la Wiesn; aquí se encuentran jugadores y fans del equipo de fútbol «TSV München von 1860 e.V.» Es también una carpa muy famosa y tradicional de la Oktoberfest.

La torre de Paulaner puede distinguirse a gran distancia gracias a sus veinticinco metros de altura, sumados a los seis que mide la jarra de cerveza que soporta encima. Los auténticos fans de la Wiesn saben, al verla, que sólo se puede tratar de la carpa «Winzerer Fähndl».La banda de música «Die Nockherberger», se encarga de caldear el ambiente de esta carpa, con cabida para 8.200 personas. Es sobre todo la gente joven la que hace parada en la Winzerer Fähndl, así como los fans del equipo de fútbol FC Bayern y, a veces, algún que otro jugador.

Otra carpa antológica es la de la cerveza Spaten, la Spatenbräu-Festhalle (Ochsenbraterei). La Ochsenbraterei pertenece, como el miriñaque, el teatro de Schichtel o la noria menor, a las venerables instituciones de la Wiesn, sin las cuales sería impensable la Oktoberfest. La famosa cerveza Spaten y el obligatorio buey asado, el cual se puede ver asándose, hacen de esta carpa, desde 1867, uno de los puntos de encuentro preferidos por los visitantes de la Wiesn de todo el mundo. Siguiendo la tradición, en una pizarra situada junto al grill se indica el peso y el nombre del buey que se está asando. En un año normal, en la Oktoberfest se consume unos 90 bueyes.

La Festhalle Schottenhamel: Esta carpa, regida actualmente por la cuarta generación de la familia Schottenhamel, es el local de moda entre los jóvenes de Múnich, con un increíble ambiente y siempre llena hasta la bandera (se recomienda reservar plaza con antelación).Además aquí se celebra el tradicional acto de apertura de la Wiesn, el Oktoberfest-Anstich. A las 12 en punto del mediodía del primer día de la Wiesn, el alcalde de Múnich abre la espita del primer barril de las fiestas, con el tradicional dicho «O´zapft is» («la espita está abierta»).

La carpa Schützen, con su balcón de geranios de estilo prealpino, se encuentra justo al pie de la Bavaria Aquí se reúnen, el primer domingo de la Wiesn, clubs de tiro procedentes de toda Alemania con sus bandas de música para festejar la Oktoberfest. No se puede dejar pasar este espectáculo, cuando empieza la pugna entre ellas por la mejor interpretación.

Las dos carpas restantes son más pequeñas pero no por eso menos importantes: la de Käfers, es la carpa de los “pijos” con mesas independientes en vez de los típicos bancos corridos, y la «Carpa del Vino», la Weinzelt, de la familia Kuffler, que es para muchos una de las más bonitas de la Wiesn. Aquí sólo se sirve cerveza de trigo (de Paulaner) en pequeños vasos de “medio litro”, pero también es el único sitio donde se sirve vino y cava.

Vimos varios “afectados” también, tambaleándose por las calles de la feria, eso sí, con sus trajes bávaros impolutos, que consisten en una especie de pantalón con peto de cuero, camisa bordada de manga larga, calcetines gordos de lana y zapatos de cuero. Las chicas a esas horas, también iban “perjudicadas” con sus trajes de “faena”: vestidos campestres con escotazos de miedo y delantal. Choca un poco verles tan campestres ellos y ellas, tan tiroleses, tan de película “sonrisas y lágrimas” con esos cebollones cerveceros….

El espectáculo fue genial, y aunque no pudimos entrar en ninguna carpa, nos fuimos contentitos a la cama, con parada en la tómbola incluida. La suerte nos sonrió y ganamos un espléndido monedero colgante en forma de jarra de cerveza y un mechero luminoso que sería la envidia del personal.

¡Qué bonito es ver siempre la botella medio llena en vez de medio vacía…..!!!
Y no paraba de llover, y no parábamos de ver situaciones rocambolescas. De camino de vuelta al albergue, las rectas eran “s” y los cantos de la peña eran todo menos gregoriano. Llegaba el final de nuestro primer día y nos quedaba mucho, mucho por ver. Así que decidimos descansar y renovar fuerzas para el día siguiente.

Domingo 2 de octubre 2005: “show must go on…”
Al día siguiente, el cielo estaba gris pero por lo menos no llovía. Desayunamos tan ricamente, rodeados de guiris por todas partes, un desayuno de buffet libre más que decente. Cogimos el tranvía hasta el centro, y desde la estación central cogimos el metro hasta la parada del “Deutsche Museum”. Estando de fiesta no había lugar para visitas culturales, pero sí para pasear por la ciudad. Este museo es muy importante y ya lo visitó el diario en su día, allá por 1988. Descubre a los visitantes todos los logros de la industria alemana: inventos, maquinaria, automóviles, aviación, etc.

Cuando llegamos, como era domingo había mucha gente en la puerta y por votación unánime, decidimos dejarlo para otra ocasión. Una de las cosas que me impactaron en su día, fue la foto gigante de dos barbudos alemanes que habían recorrido el mundo con el “camping car” de Wolksvagen que estaba ahí expuesto. En ese preciso momento, descubrí que era el sueño siempre anhelado y que quizás algún día lo conseguiría……mientras tanto habría que contentarse con viajar por “etapas”. 15 años después el sueño de dar la vuelta al mundo en una camioneta como aquella no se ha cumplido pero…..nunca hay que perder la esperanza no?

Justo a la salida del Museo, a orillas del río Isar, se puede cruzar un puente e iniciar un paseo precioso, siguiendo el curso del río hacia el grandioso “English Garten”. Entre árboles, senderos y el ruido continuo del cauce del río, el paseo hasta el parque municipal más grande del mundo (4 km2) es una auténtica gozada. Para haceros una idea, este parque enorme es más grande que el Central Park de Nueva York. Accedemos al parque por uno de los rincones más famosos: la “torre China”, que data de antes de la construcción del parque en 1789. Según cuenta la historia, el Parque fue donado por la autoridad al pueblo para evitar cualquier intento de emular a los revolucionarios franceses.

La torre china en forma de pagoda alberga un “biergarten” (literalmente jardín de cerveza) donde en verano se reúnen los muniqueses para beber y beber cerveza al aire libre. En la ciudad abundan este tipo de cervecerías al aire libre, aunque visto el panorama lluvioso que nos acompañó durante toda la estancia, lo de beber al aire libre lo dejaríamos para otro momento. No nos desanimamos y seguimos nuestro paseo por el parque durante dos horas largas. Justo al lado de la torre china se celebraba una maratón de mujeres contra el cáncer de mama, patrocinado por Avon “llama a tu puerta”. Preciso lo de mujeres, porque viendo a las participantes que iban llegando a la meta, cualquier parecido a los estándares de la feminidad eran pura coincidencia. Es sabido que las alemanas en general, feminidad, lo que se dice feminidad poca. Y si a este look “masculino” le añadimos el factor “deportista”, pues el resultado es que en vez de una maratón de mujeres parecía un tropel de machotes rezumando testosterona…
Lagos, cisnes, patos, estanques….

Es un parque impresionante que nos dejó un muy buen sabor de boca y las ganas de volver en verano, cuando todo el mundo acude allí a tomar el sol y a divertirse. Algunos incluso practican el nudismo, mientras otros pasean en barca, o comen un pic-nic. Quedaba pues una asignatura pendiente: visitar el parque con mejor tiempo.

Con los pulmones recién cargaditos de oxígeno, y la mente despierta ya estábamos preparados para enfrentarnos otra vez a la fiesta de las fiestas. Cogimos el tranvía que nos llevó hasta el centro y llegamos a una pequeña plaza donde se encuentra una de las tabernas más famosas del mundo, la Hofbräuhaus. Debe su origen al Duque Guillermo V, que fundó este local y la fábrica de cerveza para suministro de su corte. Había cola pero no nos dimos por vencidos, había que entrar en esta cervecería que, entre otras cosas, es famosa porque se organizan unas fiestas impresionantes y porque uno de los asiduos clientes era aquel señor bajito de bigote peculiar al que llamaban el führer. Sí el mismo que la historia no recordará por sus memorables hechos.

Al cabo de 5 minutos de espera conseguíamos entrar y lo que allí vimos y vivimos permanecerá en nuestra memoria in “secula seculorum”: la primera planta era un hervir de gente sentada que bebía, cantaba y bailaba al son de una orquesta de bávaros que entonaba éxitos como “we are the champions”. Estaba lleno hasta la bandera y tuvimos que subir al primer piso, en el que a primera vista tampoco había ni un hueco libre. Mientras la gente seguía cantando y brindando con sus jarras de cerveza, conseguimos dos plazas entre un trío de americanos que no pararon de repetir “cientos y cientos de veces”: this is the best!!!! y una madre alemana con su hija que no paraban de ser “literalmente” acosadas por un grupo de chicos italianos.

En la oktoberfest, el italiano es el idioma que más se oye, incluso más que el propio alemán. Además normalmente vienen en manadas de chicos, dispuestos a tutto per il piacere… Al principio, estábamos un poco cortados pero al minuto, ya estábamos brindando con nuestras jarras de cerveza, con todos los comensales que nos rodeaban.

Como decía el otro era toda una “exaltación de la amistad”. La tradición manda y entre canción y canción de la orquesta, de repente suena el himno oficial de la Oktoberfest, y en ese momento el mundo se para y al grito de “Prosit” todo el personal se levanta del asiento y brinda con el prójimo. Esto suele ocurrir cada poco tiempo, y es algo así como cuando el cura de la iglesia pronuncia las palabras sagradas y los parroquianos se levantan al unísono. La palabra clave es “prosit” y pobre de aquel que no se levante a brindar porque su cabeza corre peligro de muerte….Al cabo de dos jarras de litro, la sonrisa ya era floja y todo eran sonrisas de complicidad, y todos éramos hermanos en Cristo…., digo en cerveza!!! Hay que ver lo que une el alcohol.

Entre sorbos y brindis había que comer algo y así lo hicimos. Siguiendo la tradición nos metimos entre pecho y espalda un plato a compartir de codillo a la salsa de cerveza que nos dejó extasiados. Y eso que pedimos una sola ración….Era como vivir en directo un banquete de esos de Asterix y Obelix, donde se comían un jabalí y parte de otro. Fiesta en estado puro.

A las 4 en punto se acabó el fiestón y todo el mundo se iba retirando en línea recta o haciendo eses. Como no podía ser de otra manera, seguía lloviendo y teníamos que seguir el ritmo, así que nos fuimos al recinto ferial a continuar con la bacanal. Llegamos antes que el día anterior pero no hubo tampoco suerte, estaba todo a reventar. Había gente que incluso con invitaciones no podía entrar en ninguna carpa. Volvimos a nuestro “chiringuito” preferido, el mismo donde habíamos estado el día anterior, y donde ya casi éramos “como de la casa”. Allí también hubo “muestras de la exaltación de la amistad”… Con la sonrisa en los labios volvimos a nuestros aposentos, que a esas alturas del viaje, ya era nuestro “hotel dulce hotel”.

Lunes: 03-10-2005: Aniversario de la reunificación alemana.
Yo siempre pensé que el día más importante de la reunificación de las dos Alemanias era el día que cayó el muro de la vergüenza, el muro de Berlín, es decir, el 9 de noviembre de 1989. Sin embargo, en Munich mientras por fin bebíamos nuestra jarra, en una de las carpas, nuestro compañero de mesa nos explicó que el día señalado de la reunificación alemana fue el 3 de octubre de 1990, cuando después de 40 años de división, Alemania se reunificaba en un Estado alemán. Así que vivimos en directo el 15 aniversario de la reunificación, con la mejor compañía y el mejor ambiente.

Nos levantamos temprano y aprovechamos el tiempo que nos quedaba en Munich. A las 8 de la tarde salía nuestro avión, así que desde primera hora de la mañana fuimos a ver lo que todavía no habíamos tenido la oportunidad de ver. Paseando, después de desayunar y dejar las maletas en la consigna, llegamos hasta el centro. Volvimos a la calle peatonal de Neuhausser Strasse, donde el primer día habíamos disfrutado en la taberna de Augustiner. Muy cerca de allí, se encuentran las torres más famosas de la ciudad, las “torres gemelas” de la Iglesia de la Catedral de la Virgen, la “Frauenkirchen”: Las torres coronadas por cúpulas «italianas» de la catedral gótica resultan visibles desde muchos kilómetros a la redonda y son un símbolo de la ciudad (ver foto). En el interior, la sobriedad de las Iglesias alemanas, aunque sean católicas, asombra bastante y a los que estamos acostumbrados a ver imaginería y retablos recargados de las iglesias mediterráneas nos sorprende tanta sencillez. El Rey “loco”, Luis de Baviera fue enterrado allí.

Al salir, seguimos por el paseo por la zona monumental de Munich. Eran las 11 en punto de la mañana, y también disfrutamos del espectáculo del carillón de la Marienplatz. La lluvia nos dejaba un respiro y pudimos ver y escuchar el sonido de las figuras antiguas que bailan al son de las campanillas en la parte alta de la torre del Ayuntamiento.

Muy cerca, siguiendo por la calle lateral izquierda de la Marienplatz, llegamos al Munich monumental y romántico: la zona del museo de la Residenz. El conjunto consiste en varios edificios palaciegos que albergaron a la dinastía de los Wittelsbachs desde 1385 hasta 1918. No hay pérdida, el conjunto se encuentra entre la Max-Joseph Platz y la Odeonplatz. El diario recomienda la visita al “Residenzmuseum” con una cantidad impresionante de salas repletas de tesoros de esta familia. Antigüedades, retratos y una galería de estilo rococó impresionante, conocida como la Galería Ancestral de los gobernantes bávaros que deja al visitante literalmente anonadado. Al igual que ocurre en la Torre de Londres, aquí también se custodiaban las joyas de la dinastía bávara.

Ya había empezado la cuenta atrás, y nos quedaban sólo unas horas para irnos de la ciudad. Seguimos el paseo por el parque que rodea el museo y entre flores y fuentes vimos a una alemán, todo rubio él, con su traje típico, tocando el acordeón y cantando canciones populares a pleno pulmón. No era un músico callejero cualquiera, viéndolo, con su pelo cortado al más puro III Reich, y su aspecto aseado, parecía más bien un músico de película ambientada en ese oscuro pasado de la Alemania nazi.

Con los ecos del acordeón y la potente voz del teutón, fuimos dando la vuelta por otra de las zonas más ricas y famosas de Munich: La Leopoldstrasse, donde “deambula” lentamente la gente chic con sus cochazos impresionantes. En esta ciudad hay mucho nivel y los BMW o Mercedes son las marcas cotidianas, los “utilitarios” de otras marcas más humildes, simplemente no existen.

Otro punto de interés que no pudimos ver esta vez, pero que el Diario ya visitó allá por 1988 es el parque olímpico, donde destaca la torre del estadio principal y la de BMW. El parque olímpico se construyó con motivo de los Juegos de verano de 1972 y se hizo tristemente famoso por el atentado terrorista que se produjo: el 5 de septiembre, un grupo de palestinos denominados Septiembre Negro, entraron en la villa olímpica y mataron a dos representantes israelíes. Los árabes tomaron a otros nueve judíos como rehenes y partieron hacia al aeropuerto de Munich, donde solicitaron un avión para volar a Egipto. La policía alemana les tendió una trampa y el resultado de la operación fue de once israelíes, tres palestinos y un gendarme alemán muerto.

Ya era la hora de comer, según el horario alemán, y aún nos quedaba la gran asignatura pendiente: entrar en las carpas de la Oktoberfest. El que la sigue la consigue y celebramos por todo lo alto la reunificación alemana con sendas jarras de cerveza, bailando y cantando casi, casi en tirolés. Llegamos al recinto a las 11:30 y hasta las 16:30 no dimos tregua, teníamos que recuperar el tiempo perdido. Cayeron, dos y tres jarras, hasta que el reloj nos devolvió a la realidad. Fue un buenísimo final de viaje porque el lunes ya no había esas aglomeraciones, ni hordas de italianinis pesaditos, intentando ligar hasta con sus sombras.

En la primera carpa, coincidimos en la mesa con una familia compuesta por los padres, ya entrados en años y dos hijas que parecían recién salidas del noviciado. Pero, ¡hay de aquél que se fíe de las apariencias!! Las “monjitas” y los abuelos no soltaban las jarras ni para respirar. A los 5 minutos de congeniar con la familia, el abuelo insistía en lo bueno que era el vino italiano, pero que en cuestión de cervezas, ninguna en el mundo podía competir con ellos. Le repetimos varias veces que no éramos italianos, pero “ Don erre que erre” seguía hablándonos como si lo fuésemos. Al cabo de varias jarras, ya empezó a hablar de Alicante y Santa Pola porque las “niñas” habían hecho “estragos” por tierras levantinas…. Nos fuimos de allí con muy buen sabor de boca y otra vez con un profundo sentimiento de “exaltación de la amistad”. Para que luego digan que los alemanes son fríos…

Apurando, apurando, entramos en otra carpa, la de Hackerbräu-Festhalle. El escenario es único: la carpa es un cielo azul de nubes blancas que cubre los cientos de mesas completas hasta la bandera. Sonaba la orquesta, y entre canción y canción conseguimos sitio a duras penas, junto a una pareja con niño incluido, que miraba alucinado a los mayores. Nos divertimos muchísimo, y como ya era habitual cada cierto tiempo nos levantamos todos a brindar, con el himno de la “Oktoberfest”: ein prosit, ein prosit….Allí también intercambiamos momentos de “amistad” con nuestros compañeros de mesa y nos explicaron que iban todos los años a Fuerteventura. También nos aclararon que el 3 de octubre de 1989 es cuando realmente se firmó la reunificación alemana y que se cumplían 15 años en ese mismo día.

Nos costó mucho irnos de allí. La oktoberfest es “mucha fiesta” y engancha. Pero no sólo por el ambiente que se crea, sino porque es de verdad una fiesta popular, donde todo el mundo sonríe y donde todo el mundo quiere ser amigo de todo el mundo. No sé sinceramente qué harán los muniqueses el resto de año, pero si son así siempre, son unos alemanes muy “atípicos”. Ya eran las 5 de la tarde y aunque nos costó despedirnos de la fiesta, tuvimos que hacerlo.

Recogimos las maletas y cogimos el metro, en dirección al aeropuerto. Allí también se sentían los últimos coletazos de la Oktoberfest. En el bar, la gente seguía brindando con sus jarras y nosotros como siempre seguimos el lema de “allá donde fueres haz lo que vieres…” no tuvimos “más remedio” que dejarnos por última vez llevarnos por ese sentimiento de exaltación de……………la cerveza PROSIT!!

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