Venecia o el «dolce far niente»


 

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18-20 de marzo 2006.
A Linda, por el reencuentro

20 años después. 20 años después he vuelto a una de las ciudades más bellas del mundo. Ahora que ya he vuelto a la realidad, después de haber vivido el “sueño veneciano”, me cuesta dejar de pensar en sus canales, en sus calles, en sus rincones, y en todas las imágenes que he registrado en mi memoria, y que espero se mantengan por mucho tiempo en algún rincón de mi mente. La verdad es que mis recuerdos de esta ciudad eran imborrables, pero 20 años después me ha vuelto a sorprender y me ha dejado un mejor sabor de boca . Pero vamos por partes, porque el Diario sobre Venecia lo merece.

La salida esta vez era desde Gerona (ciudad con encanto, a la cual dedicaré un diario). Llegamos a la capital catalana a la noche, a la hora de cenar del viernes. Habíamos reservado habitación y cena en una masía, convertida en casa rural “macrobiótica”. Se llama Mas Serynia www.geocities.com/mas_serinya/masespanyol.html  se encuentra a pocos km del aeropuerto y muy cerca también de Girona capital. Sus dueños entre otras cosas, ofrecen clases de cocina macrobiótica, y por la noche a la hora de cenar degustamos alguna receta. En este tipo de cocina todos los alimentos se consumen cocidos, y se incluyen pocas proteínas y muchos cereales y vegetales. Esa noche el dueño, al que bauticé como “el hombre tranquilo”, nos preparó una sopa buenísima con algas y verduras, y un plato combinado de pasta, sémola, alcachofas con cebollas y otras verduras que nos dejaron más que saciados.

La verdad es que, pese a los reparos de la que suscribe, a las “aguas calientes con hierbas” y otros platos sin olor a carne, tengo que reconocer que lo que allí cenamos me sorprendió gratamente. La casa en sí, de piedra es muy bonita, el problema es que poco queda ya del entorno “natural” que en el pasado debió de rodearla…Ahora se encuentra a pocos metros de un polígono industrial y se rompe bastante el encanto. Después de cenar, no tardamos mucho en ir a descansar, ya que al día siguiente teníamos que volar a Venecia, y había que reservar fuerzas.

Sábado 19: Gerona bien vale un diario
Girona, amanecía con un día un poco nublado y no me pareció tan bella como cuando la descubrí por primera vez, soleada y melancólica. Después de un desayuno macrobiótico no tan exitoso como la cena, lo primero que hicimos al llegar a Gerona fue tomarnos un café cargadito de cafeína, con su croissant bien “enriquecido” en hidratos de carbono. Había ambiente de mercadillo y nos perdimos por las calles de la judería, hasta alcanzar las murallas que la rodean.

Empezó a llover un poco, justo cuando estábamos visitando la catedral, y aprovechamos ese momento para ver la llegada de los invitados a una boda. Nunca falla. Cada vez que vemos a un grupo esperando la llegada de los novios, ahí que estamos de “turistas accidentales”, viendo la pasarela de “trajes de invitados a boda”. Las clasificaciones se hacen enseguida. Que si boda de primera o de tercera regional, que si mira cómo va la madrina, que si mira el pobre tío del pueblo que ha bajado de la comarca y se ha puesto “el traje” único e intransferible que sirve para bodas, comuniones y entierros…En esos momentos nuestras lenguas viperinas se nos disparan y la verdad, es que a veces, llegamos a ser malos, malísimos.

Estuvimos un buen rato allí de “petardeo” y cuando ya entró la novia, de camino al altar, decidimos seguir nuestra ruta, porque tampoco era cuestión de perder el avión por ver a la familia López, o mejor dicho Ripoll (que estábamos en Girona) de boda. Descendimos por la judería, a la parte del río, donde se encuentra una de las estampas más bonitas de la ciudad: las casas de colores que asoman al río.

Después de un paseo por los puentes, entre los que destaca uno de hierro, llamado Eiffel, como la torre, en honor a su autor, paramos a comer. A las 4 salía nuestro vuelo, así que después de comer, cogimos enseguida el coche hacia el aeropuerto, no sin antes prometerme a mí misma, que pronto escribiría un nuevo capítulo del Diario viajero dedicado a esta ciudad tan entrañable.

El aeropuerto de Gerona estaba a rebosar. Desde que un gran número de vuelos de la compañía Ryanair sale de este aeropuerto, el tráfico se ha multiplicado. De hecho,estaba en vías de extinción, y se ha “salvado” gracias a los vuelos de bajo coste. Los precios de los vuelos siguen siendo interesantes pero…. ¡Ojo con el peso de las maletas!!. Hasta ese día el peso máximo por persona era de 15 kilos y a partir de ahora ha cambiado un poco la política: se amplía el cupo a 20 kilos pero atención: de equipaje de mano sin pagar se permiten 10 kilos. Luego, si se factura equipaje para el avión, por cada bulto no superior a 20 kilos se paga un extra. Podéis ver toda la información en este enlace: http://www.ryanair.com/site/ES/notices.php?notice=060316-baggage_ES

Uno de los alicientes de este viaje, era muy emotivo. Habíamos decidido sorprender a mi tía y celebrar su cumpleaños llevándole a un destino sorpresa. No hay palabras para describir su cara de alegría cuando descubrió donde iba a pasar su cumpleaños esta vez. Tan emocionante fue ese momento, como lo fue cuando por fin llegamos a orillas del gran canal unas horas después.

El vuelo duró poco más de hora y media. Nada más aterrizar (con varios minutos de antelación), fuimos a recoger las maletas, y entre adolescentes italianos, empujándose los unos a los otros, conseguimos recuperar las nuestras, no sin antes ver a un chico de pelo rizado con unas gafas con montura de color entre rosa y lila, que nos dejó impactados. Llegamos a la misma conclusión: tenía que ser italiano para llevar unas gafas así, del estilo “Fashion víctima” como dice una famosa de la prensa del “cuore”.

Desde la misma puerta del este mini aeropuerto de Treviso, salen con frecuencia los autobuses, que por 9 euros el billete de ida y vuelta (válido una semana), te llevan hasta el Piazzale Roma, la estación central de autobuses de Venecia. Fuimos los últimos en subir y por poco nos da el infarto de miocardio cuando el chofer al salir, se tragó literalmente dos señales de tráfico con la parte trasera del bus. Justo en ese momento estaba yo llamando a la chica que nos esperaba en Venecia para llevarnos al apartamento que habíamos reservado y cuando oí el ruido me asusté y pensé que nos habíamos comido literalmente las señales. Al final, todo volvió a la calma y finalmente llegamos a la gran Venecia, a la probablemente ciudad más bella del mundo, con permiso de otras ciudades como París.

Era de noche, y a orillas del Gran Canal se escuchaban los gritos de “Góndola, Góndola” y los motores de los vaporettos que circulaban recorriendo sus rutas habituales. No era un sueño, estábamos allí y la aventura veneciana no hacía más que empezar. Nancy, la chica de la agencia que nos alquilaba el apartamento, nos acompañó hasta nuestro “nido veneciano”. Sólo tuvimos que cruzar dos puentes y atravesar un par de calles hasta llegar al que sería nuestro hogar en la isla. Alquilar un apartamento en Venecia es una buena opción, ya que si viajan más de dos personas resulta más económico. El nuestro nos gustó mucho: estaba limpio, bien situado y bastante tranquilo, a pesar de las obras que están haciendo en las aceras, subiéndolas para hacer frente a las inundaciones.

En algunas calles, como la nuestra, las aceras están cubiertas por tablones, y la primera noche más que transeúntes parecía que pasaban las caballerías de los cruzados. No nos quitó el sueño. Después de cenar los quesos y embutidos que conseguimos comprar a última hora en el supermercado de la estación, nos fuimos a la cama para aprovechar a tope el día siguiente. Hay varias agencias que alquilan apartamentos en Venecia, y la nuestra en concreto se llama venice holidays: www.venice-holidays.com  Las reservas se hacen por Internet y la verdad es que resultaron ser bastante serios y profesionales.

Domingo 20: Venecia entre canales
Era mejor madrugar y así lo hicimos. A las 8:30 ya estábamos en la calle después de desayunar, dispuestos a “comernos” la ciudad literalmente. Venecia está formada por 6 distritos, llamados sestieres y si se organiza bien, en un fin de semana es posible visitar los puntos más importantes de la isla. Además, los itinerarios están bien señalados y aunque es muy fácil perderse por las mil calles, que se cruzan entre sí, las rutas hacia los puntos principales están bien señaladas.

Empezamos nuestra ruta, cruzando el “Ponte degli Scalzi”, hacia la margen izquierda, e iniciamos el paseo por el sestiere de Cannaregio. Esta parte de la isla es famosa porque en ella se encuentra el barrio judío. Como nota curiosa, aprendimos que el término “guetto” tiene su origen aquí, en este barrio judío. Un ghetto o gueto (del dialecto veneciano ghetto, significa «fundición de hierro») y parece ser que en la zona existían varias fábricas de fundición y de ahí el nombre.

La visita del barrio la dejamos para el día siguiente y seguimos nuestra ruta por la calle principal que nos llevaría hasta el puente de Rialto y la plaza de San Marco. El gran Canal Tiene 3.800 m de longitud, de 30 a 70 m de anchura y 5 m máximo de profundidad. A sus orillas, se levantan cerca de 200 palacios, construidos desde el siglo XII al XVIII. Los venecianos le llaman el Canalazzo. Tiene tres puentes y el único antiguo es el de Rialto, el destino de nuestra ruta.

Hacía frío pero el sol brillaba y el cielo estaba azul, sin una nube. En el camino hacia Rialto, por tierra firme, fuimos intercalando la ruta con varias paradas en sitios estratégicos del gran canal. Las fachadas de los palacios como el de Labia o el de Ca D´Oro, por poner sólo algún ejemplo, sólo se pueden ver desde el agua, desde una góndola o desde un vaporetto. Por eso, lo interesante, es ir metiéndose por las callejuelas que dan al gran canal, para llegar a los embarcaderos de las góndolas y ver así las fachadas de estos impresionantes edificios.

La riqueza de sus edificios tiene una explicación: Venecia tuvo su máximo esplendor en el siglo XV y llegó a ser capital de un imperio. La ciudad de Venecia obtuvo su independencia en el siglo noveno. Ni obedecía al emperador bizantino, ni formaba parte del Sacro Imperio. En la Alta Edad Media, Venecia se expandió gracias al control del comercio con Oriente y a los beneficios que esto suponía, expandiéndose por el mar Adriático. Su flota, fue determinante para el saqueo de Constantinopla en la Cuarta Cruzada en 1204. La debilidad del Imperio Bizantino le permitió anexionarse Creta y Eubea. Más tarde, en 1489 conquistó el estado cruzado de Chipre.

En los principios del siglo XV los venecianos comenzaron su expansión por Italia, como respuesta al amenazador avance de Giangaleazzo Visconti, Duque de Milán. Sobre 1410, Venecia controlaba la mayor parte del Véneto, incluyendo ciudades como Verona y Padua. Hacia el siglo XVIII, la Serenísima República no era más que una pálida sombra de lo que llegó a ser, a pesar de lo cual seguía dominando el litoral adriático y las Islas Jónicas. En 1797 fue invadida por las tropas del General Napoleon Bonaparte, que repartió el territorio de la República entre Francia y Austria.

Esta riqueza en decadencia, se deja sentir viendo las fachadas de algunos palacios que esperan su restauración. La verdad es que a pesar de ese aire nostálgico de lo que “algún día fue Venecia”, perderse por sus calles es aún hoy un verdadero placer para la vista. Este aspecto entre decadente y melancólico de algunos edificios, también tiene su explicación: las famosas inundaciones de agua. En primavera y otoño tiene lugar el agua alta dos veces al día y la plaza de San Marcos se inunda de agua hasta tal punto que tienen que colocar pasarelas de madera sobre las que la gente tiene que andar en fila india. El gobierno italiano prepara un proyecto para levantar unos diques móviles que se cerrarían en caso de aumento del nivel del agua del mar.

Cuando llegamos al famosísimo puente de Rialto, las calles ya estaban llenas de gente. Nos hicimos las fotos de rigor y vimos cómo navegaban por debajo del arco del puente, todo tipo de embarcaciones: góndolas, barcas, vaporettos…Este puente es el más antiguo, en 1172 se construyó en madera y en 1592 se rehizo en piedra. Atraviesa el Gran Canal en su punto más estrecho, tiene 48 metros de largo y cuenta con tiendas, como las del famoso Ponte Vecchio de Florencia.

Estábamos ya muy cerca de la gran Plaza de San Marco, en el sestiere de San Marco; una de las plazas más famosas del planeta tierra. Cruzamos varias calles estrechas y por fin llegamos a la “Grande Place” Veneciana. Napoleón Bonaparte, después de invadir la ciudad, la bautizó como “el salón más hermoso de Europa”.

En realidad La Piazza es la única en Venecia que tiene derecho a llamarse así. Hay otras “plazitas” repartidas por toda la isla pero se les llama “campos”. Como decía, se trata de la única plaza de Venecia y antiguamente se extendía en el huerto del monasterio de San Zaccaria. Por un lado está la Piazza, limitada por el norte por las procuradurías viejas y al sur por las nuevas, y por otro lado, se encuentra la Piazzeta, que se abre a la laguna y ofrece las mejores vistas a San Giorgio Maggiore.

Estuvimos un rato contemplando la belleza que nos rodeaba por todas partes, y decidimos entrar en la basílica bizantina. Tras la recuperación de los restos del evangelista Marco en Egipto, de manos de dos comerciantes venecianos, se edificó una basílica para albergar la reliquia del Santo. Cuentan que en el año 976 se desató un incendio que no solo arrasó la plaza, sino que mató a las tres únicas personas que sabían donde se hallaban ocultos los restos. La población entera ayunó y rezó para que aparecieran, y en 1094 ocurrió el milagro durante la inauguración de la nueva iglesia se desmoronó una columna dejando al descubierto un brazo humano. Inmediatamente se edificó una cripta y desde ese momento los restos del Santo reposan allí.

La basílica parece obra de un arquitecto griego y desde su construcción ha sido el orgullo de los venecianos. El Dux (Duque) Domenico Selvo pidió a los mercaderes que trajeran de Oriente mármol y piedras preciosas para decorarla. Con estos materiales se realizaron los mosaicos que adornan las cúpulas y las bóvedas. Las cinco cúpulas bizantinas del siglo XII están rematadas por una linterna y una cruz. La fachada principal se ve recortada por una terraza donde reposan los cuatro caballos de bronce. Hasta esa terraza se puede subir, previo pago de entrada, y ver la plaza desde las alturas. Merece la pena. Los mosaicos de esta basílica son impresionantes. Tanto es así que no parecen ni reales. Recuerdan mucho a los que se pueden aún ver en la iglesia de Santa Sofía en Estambul.

Al salir, agradecimos mucho el haber madrugado porque las colas para entrar en la basílica eran de quitar el hipo. El sol seguía brillando y después de dar un paseo por la piazzeta que se extiende de cara a la laguna, decidimos iniciar otra ruta, por el sestiere de Dorsoduro hasta otro famoso puente, el de la academia, el único puente de madera, según dicen.

Antes de irnos de la Piazza San Marco, a la que volveríamos seguro al día siguiente, nos quedamos impresionados con la altura del Campanile. Esta torre imponente es del siglo XX, ya que fue necesario reconstruirla completamente después que se desplomara. La reconstrucción fue realizada con los mismos materiales que se construyó originalmente: ladrillos de Bérgamo. Antiguamente el Campanile servía para hacer acrobacias, también para enjaular a los curas blasfemos e incluso de observatorio. Actualmente el Campanile tiene dos ascensores y un mirador lleno de turistas fotografiando la preciosa vista del conjunto de San Marco. Nosotros desistimos de subir, al ver la cola enorme de gente que esperaba su turno para entrar.

Al lado izquierdo dejamos el edificio del Palacio Ducal, y por la derecha seguimos nuestro paseo hacia el Ponte de la Academia. Por las calles del lado oeste de la Piazza San Marco, llegamos hasta el Teatro de la Fenice. Este teatro famoso de Venecia hace honor a su nombre, porque ha resurgido de sus cenizas, cual Ave Fénix, dos veces. Su fachada no impresiona, pero sí, que nos quedamos con la frase que colgaba de una pancarta: “Dal fuoco si risorge, dall ignoranza no”.

Era la hora de comer, el hambre apretaba después de la caminata, pero antes, quisimos tomar un vermú al más puro estilo italiano. En una plaza, nos sentamos en una terraza al aire libre y probamos la bebida típica local: el “Spritz”. Hay dos tipos de Spritz, al Aperol, más dulce, y el otro con Campari, el más amargo, que tomaba Aschenbach, personaje de Thomas Mann, en Muerte en Venecia.

Optamos por éste último, que consiste en vino blanco mezclado con campari. Fue un momento muy agradable, porque nuestros pies ya empezaban a resentirse y el toque de “Campari” nos reanimó. Justo al lado, en una especie de self-service a la italiana, comimos lo propio por este rincón del mundo: lasaña vegetal, pasta al horno, e hígado a la veneciana (con cebolla). No podíamos irnos sin probar el tiramisú con un café expresso auténtico. Sobran las palabras para describir el sabor del tiramisú en cuestión, estaba buenísimo!!! Ya teníamos carburante en el cuerpo como para recorrernos la isla dos veces más!.

En Venecia, como ocurre en Italia, en general, el nivel de vida es bastante elevado y los precios son más caros que en España, pero siempre se encuentran “Trattorias” y restaurantes en los que se pueden comer por unos 10 euros el menú, incluso en Venecia.

Al salir de allí, nos perdimos unas cuantas veces hasta llegar a otro punto de interés: la escalera más famosa de la ciudad. Se trata de la “Scala del Bobolo”, una escalera de caracol que destaca en la fachada del Palacio Contarini. Este Palacio se encuentra en un patio pequeño y escondido, pero merece la pena buscarlo porque la escalera de caracol de la fachada es impresionante.

Poco a poco llegamos al Puente de madera de la Academia. Al cruzarlo se llega a otro sestiere, el de Dorsoduro. Justo al iniciar el paseo por esta parte de la ciudad, nos encontramos con la Galería de la Academia, que aloja la colección de pintura más importante del Veneto. No entramos a verla porque preferimos seguir la ruta, ya que tampoco disponíamos de mucho tiempo. Era el atardecer, y la luz del ocaso del día embellecía aún más, las mil y una fotos que sacamos de los canales. A derecha o izquierda, da igual, gires donde gires la cabeza, siempre hay motivos de sobra para sacar fotos en Venecia.

Esta zona huele más a mar. Antiguamente las mercancías se descargaban en esta especie de lengua de tierra que se alarga hasta alcanzar la orilla que da justo enfrente de la piazza San Marco. El ambiente es húmedo a pesar del sol, pero disfrutamos tanto que no nos importó pasar un poco de frío. Impresionante es la famosa Iglesia de la Salute. Es una Iglesia barroca con unas volutas en la fachada llamadas orecchioni (orejones). Cuenta la leyenda que se construyó para cumplir una promesa realizada por el Dux, con el fin de conjurar la epidemia de peste que diezmó la ciudad en 1630.

Nos dio pena dejar este rincón de Venecia pero teníamos que marcharnos, aún quedaba por llegar el “reencuentro”. Así que nos volvimos a perder por las callejuelas y los canales, en dirección al Piazzale Roma, donde cogeríamos un autobús para ir a Mestre, a tierra firme como dicen los venecianos que viven fuera de la isla.

En el camino de vuelta, vimos la entrada del Museo Guggenheim. Se trata del Museo de arte moderno más importante de Italia. Se encuentra en el Palacio Venier del Leoni, que en su día fue también residencia de Peggy Guggenheim, la sobrina de fundador Salomón Guggenheim. Al igual que su tío, Peggy G. fue una gran mecenas del arte y en esta sede de Venecia, la colección permanente consta de más de 300 obras de pintura y escultura. La entrada cuesta 10 euros.

Cuando llegamos a coger el autobús, después de perdernos una y otra vez (este es el encanto de Venecia, perderse por sus calles y canales) y preguntar a la gente del lugar, siempre amable con los turistas, nos anunciaron que por ser domingo los servicios de autobús eran gratis. Cuando llegamos a Mestre, buscamos la plaza de Ferreto, donde estaría actuando como actriz, mi amiga Linda, a la que no había visto desde hacía casi 20 años. Nos conocimos siendo Au pair en Inglaterra, y dos décadas después nos volvimos a encontrar como si no hubiese pasado tanto tiempo. Con ella y su hermano cenamos en una pizzería y nos pusimos al día de nuestras vidas. EL reencuentro fue realmente increíble y aunque dicen que la distancia es el olvido, en este caso me quedo más bien con lo de “Recordar es vivir”….

Lunes 20-03-2006: un adiós y un Ci vediamo Venecia…..
Aún nos quedaba todo el día por delante para disfrutar de las zonas de la isla que no habíamos visto. Teníamos dos opciones: visitar el barrio judío y el sestiere de Castelo, donde se encuentra el famoso barrio del Arsenal, o bien ir en “vaporetto” a una de las islas de la laguna. Linda nos recomendó visitar la isla de Torcello, donde se encuentra una iglesia románica con mosaicos únicos e impresionantes. Dudamos bastante, porque la zona del Arsenal, es donde hay más ambiente, y es la parte más “auténtica”, donde residen los venecianos, según nos comentó mi amiga. Al final, decidimos cambiar la tierra por el agua, y visitar la isla de Torcello.

Del apartamento salimos pronto, y cruzamos como el día anterior el ponte dei scalzi para alcanzar la orilla del sestiere de Cannaregio, donde se encuentra el barrio judío. Sin darnos cuenta llegamos al “guetto”, que como explicaba antes tiene su origen aquí en Venecia. Era lunes y los padres llevaban a sus hijos a la escuela. Nos llamó la atención, porque en su mayoría eran los padres los que ejercían de canguros. La plaza donde se encuentra la sinagoga, nos impresionó bastante por dos cosas: había una pareja de “carabinieri” en la puerta del templo custodiándolo y además, los edificios que daban a la plaza eran los más altos de la ciudad. Pisos de hasta 9 plantas que tenían una explicación: en el “guetto” de Venecia, el más antiguo del mundo por cierto, los judíos vivían apiñados y levantaban pisos más altos para paliar la “falta de espacio”….

Siempre que visito el barrio judío de una ciudad me quedo en silencio y con una mezcla de respeto y tristeza. Ya sé que en España se hicieron atrocidades contra ellos también, en tiempos de los Reyes católicos, pero en las ciudades con un pasado antisemita más reciente, la sensación de tristeza es más fuerte. Este barrio judío veneciano no me impactó tanto como el “ghetto” de Praga, pero sí que me quedé también un buen rato imaginándome el horror que habrían vivido los judíos allí en esa plaza y en esos “rascacielos”.

Dejando la melancolía atrás, seguimos ruta y encontramos el embarcadero de Fondamente Nuove. Este embarcadero se encuentra justo enfrente de las islas de Murano y de la isla – cementerio de San Michele. Sí, aunque parezca irreal, se trata de una isla completamente ocupada por el cementerio de Venecia, al cual llegan los féretros en góndola, acompañados por 4 gondoleros, vestidos para la ocasión. De hecho, cuando pasamos con el vaporetto, justamente estaban llevando a alguien en su ultimísimo viaje en góndola. Impresiona la verdad. Por un momento me recordó a lo vivido, salvando las distancias claro, en el Ganges en Benarés.

Habíamos decidido visitar la isla de Torcello, por recomendación de Linda y no nos arrepentimos, porque la isla merece de verdad la pena. Murano es famosa sí, pero aparte de las fábricas de cristal de Murano, poca cosa más hay que ver. Sin embargo, en Torcello se encuentra una catedral bizantina, con una colección de mosaicos murales únicos e impresionantes. Parece mentira que en una isla casi inhabitada exista esta maravilla. El trayecto a Torcello no es directo, hay que hacer trasbordo en Burano, con B.

El trayecto completo cuesta casi 1 hora desde Venecia, pero el viaje en barco nos dejó una huella imborrable. Esta isla de Torcello fue fundada entre los siglos V y VI, y cuando pisas tierra, se hace casi imposible imaginar que este “trozo de tierra” en mitad de la laguna fuese en su día un próspera colonia con palacios, iglesias y una población de más de 20.000 habitantes, cuando hoy en día son menos de 100. Lo que sí queda de su pasado, antes de que el desarrollo de Venecia provocase sui decadencia, es su catedral bizantina y la Iglesia de Santa Fosca. Para llegar hasta la catedral hay que recorrer un canal, que según cuenta la historia, es de los pocos que quedan, ya que se eliminaron cuando la peste y la malaria asolaron la isla.

El interior de la catedral compuesta por tres naves está exquisitamente decorado, las columnas y capiteles datan del siglo XI. El iconostasio está compuesto de exquisitos paneles de mármol esculpidos con leones, loros y flores. Destacan también el púlpito que data del siglo VII, el sarcófago romano que está bajo el altar que contiene los restos de San Heliodoro, el Mosaico del Ábside con una madonna del siglo XIII y el Juicio Final un mosaico imponente que cubre la pared oriental. Por otro lado, la iglesia de Santa Fosca, construida entre los siglos XI y XII, sobre una planta de Cruz Griega, se sostiene sobre pilares de mármol con capiteles corintios.

Al salir, hicimos el mismo recorrido de vuelta y cogimos el vaporetto que puntualmente nos esperaba en el embarcadero, para regresar a Venecia. Ya era la hora de comer, y a las 3 y media de la tarde teníamos que coger el autobús para el aeropuerto. Así que después de comer nuestro último plato de “pasta” a la ricotta, fuimos a paso ligero, una vez más, a la Gran Piazza de San Marco.

Allí dimos una última vuelta por los soportales que rodean la “Grande Place Veneciana” y vimos, pero no catamos, el famoso “expresso” del Café Florian. Se trata de un café antiguo, localizado en las procuradurías nuevas e igual que el Café Quadri es muy caro, (para hacerse una idea el cafetito aquí cuesta 6,5 euros), pero vale la pena tomarse un café viendo las palomas, y el atardecer sobre los mosaicos de la Basílica.

Los italianos beben café a todas horas. El espresso es más concentrado y más corto que el café espresso en el resto de Europa. Si se prefiere un café más suave, hay que pedir un café lungo (largo). El café corretto es un carajillo, bautizado con alcohol. El macchiato equivale al café cortado y el latte al café con leche.

Con los últimos suspiros en la ciudad más bella del mundo, con permiso de París, no podía faltar la visita al puente de los suspiros precisamente. Su nombre deriva de los reos que pasaban por allí, viendo por última vez el cielo y el mar, y daban sus últimos suspiros antes de ser ajusticiados. Está justo al lado del Palacio Ducal, en un lateral y su construcción data del siglo XVII.

Definitivamente llegaba el final, y dimos no uno, sino varios suspiros al montarnos en el vaporetto que nos llevaría navegando por la “Calle más bonita del mundo”: el Gran Canal. El trayecto cuesta 5 euros y creo que son los 5 euros mejor invertidos hasta la fecha. Un diplomático francés del siglo XV, Philippe de Commines, dijo que el Gran Canal era la calle más hermosa del mundo y no le faltaba razón.

Inolvidable y mágico fue el último trayecto en vaporetto por el Gran Canal. Casi media hora, viendo Palacios, Canales y un espectáculo que permanecerá durante mucho, mucho tiempo en nuestras memorias….

Fue sin duda la mejor manera de acabar el viaje y de pronunciar un “Ci Vediamo” Venecia. Un hasta pronto a la ciudad más bella del mundo…

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