Al Este del Edén: Viena – Berlín
Del 2 al 11 de diciembre de 2006
A Eron y Jochen, nuestros anfitriones en Berlín
Navidad, frío y días cortos. No son excusas, pero sí buenos motivos para visitar dos ciudades que en esta época del año lucen más que nunca. En Alemania y en los países del centro de Europa, la navidad se vive con toda la intensidad, y las calles y plazas se llenan de colores, luces y olores a canela y vino caliente. Anteriormente había estado en las dos ciudades pero en verano, y tenía muchas ganas de vivirlas en estas fechas previas a la navidad. Así que aprovechando unos días de fiesta y un par de días de trabajo en Viena, hemos disfrutado de la capital de Mozart, y de la capital más cosmopolita de Alemania. Es interesante combinar estas dos ciudades ya que son totalmente opuestas entre sí, pero igual de interesantes, cada una en su estilo. Viena es clásica y burguesa, y Berlín, es vital, dinámica y moderna.
Nuestro viaje empezó con lo que parecía un viaje imposible, pero al final sucedió todo lo contrario, todo fue a «pedir de boca». A las 14.00, del sábado 2 de diciembre, salimos del aeropuerto de Valencia con Ryanair hacia el aeropuerto de Milán- Bergamo. Desde allí enlazamos con otro vuelo que nos llevaría en poco más de una hora a Bratislava, la capital de Eslovaquia. Allí no acabó el periplo. Desde la misma salida del aeropuerto eslovaco, un autobús que se puede contratar en la web de Ryanair, por 8 euros, nos condujo hasta Viena. Total del viaje: 61 euros, con los dos vuelos y el autobús incluido. ¿Alguien da más por menos?. Y además, aunque parezca mentira, toda esta aventura duró 6 horas, porque a las 8 de la tarde ya estábamos en el metro de Viena, yendo al hotel que había reservado también por Internet.
Como decía antes, cuando llegamos a la capital de Austria, nos fuimos directamente en metro al hotel «Mate Depéndance». http://www.matehotel.at Se encuentra en la zona noroeste de la ciudad y aunque no es «gran lujo», ni mucho menos, por 66 euros, la habitación doble con desayuno incluido, se puede dormir en Viena, una ciudad donde las tarifas por noche no bajan de los 100 euros. Dejamos las maletas y nos fuimos a cenar a una cervecería cercana, llamada «centimeter». Hay hasta un total de 3 locales con este nombre en Viena, y si por algo se caracterizan es por comer en abundancia y a muy buen precio. Todo se sirve en «tamaño familiar» y en recipientes originales como sartenes o cuencos disparatados. Vimos a una clienta que se estaba comiendo su plato en una especie de hacha de carnicería que nos dejó estupefactos.
Era un buen comienzo. Unas salchichas rellenas de queso, «Käsekrainer», especialidad de la tierra, con su «Sauerkraut» (berza cocida) como mandan los cánones. La gastronomía por estas tierras es muy parecida a la alemana: codillo, salchichas, chucrut, y carne de cerdo y venado en general. No puede faltar la cerveza, buenísima por cierto, ni los platos típicos de Austria que también los hay. Es obligatorio probar, entre otras «delicatessen», la tarta «sacher» de chocolate y el «Schnitzel», que es un escalope, ni más ni menos, aunque parece que los austriacos tienen la «patente».
Domingo 3 de diciembre: tras los pasos de Mozart por Viena
Nos levantamos bastante pronto, y después de desayunar en el comedor del hotel, regentado por una «Frau Petra» de película de terror, nos cubrimos bien y salimos a la calle, completamente equipados, con gorro, guantes y más capas que una cebolla.
El país entero celebra durante todo el año 2006, una larga lista de actos en honor al 250 aniversario del nacimiento de Mozart. Vayas por donde vayas, a pesar de su corta vida y de que el músico viviese en otros lugares, como Praga o Italia, en cada esquina de la ciudad hay una referencia o un escaparate con su imagen. Casa-museo de Mozart, chocolates «Mozart», conciertos, óperas, todo lleva la «marca» del autor del Réquiem, que me emociona cada vez que lo escucho.
Con el metro fuimos hasta la parada de Herreng, muy cercana a la «Joseph Platz«, donde aparece majestuosa una de las alas del palacio Imperial de invierno conocido como «Hofburg«. En el camino, antes de llegar a esta plaza, pasamos por delante de la pastelería más famosa de Viena, se llama «Demel» y su escaparate, es de esos que parecen joyerías, y que invita a entrar. Olía a canela y a dulces de violeta, de esos que tenían mis abuelas en tiempos remotos.
Con ese sabor dulce, seguimos ruta hacia el Museo Albertina, nuestra primera cita tras los pasos de Mozart. Para ir entonándonos, ¿qué mejor que escuchar una misa de adviento con coro y órgano?. Vimos a mucha gente entrar en una iglesia, la de San Agustin y sin pensarlo dos veces, volvimos a improvisar y nos metimos dentro. No entendíamos ni «torta», porque la misa era en alemán, pero cuando empezaron a cantar, «tocamos el cielo» directamente. Al lado de la iglesia, en la Josephplatz, también se ubica el gran Hall de la Biblioteca Nacional, una obra maestra y majestuosa.
Al salir de la iglesia, ya sí que no volvimos a improvisar y llegamos finalmente al Museo Albertina. Se trata de uno de los museos más importantes de la ciudad, construido en el siglo XVI como parte del palacio imperial. La colección de la Albertina se formó a partir del traspaso de dos importantes colecciones: la que estaba en el Goethemuseum, proveniente a su vez de la colección particular del duque Albert de Saxe Teschen. De ahí proviene la denominación de la galería, Albertina, en honor del duque Albert. La segunda colección que se transfirió a la Albertina fue la de dibujos y grabados de la Hofbibliothek. De hecho, este museo es conocido también por albergar la mayor colección de obra gráfica del mundo.
Era domingo y había mucha gente en la entrada. La exposición sobre Mozart ya no figuraba en el cartel pero sí una de Picasso que «tenía muy buen pinta». Dejamos el museo para otro momento más tranquilo, con menos gente, y cruzamos la calle para ver el segundo punto de la ruta: el archifamoso «Café Mozart».
Este café tiene 212 años de antigüedad, se abrió en 1794, tres años después de que muriera Mozart. En un principio se llamó Café Katzmayer y era un punto de encuentro habitual de escritores y artistas. En 1882 fue demolido y cuando se reabrió en 1929, se le cambió de nombre al actual. Estaba a tope de gente y después de echar un vistazo al interior, donde se rodaron escenas de la película «El tercer Hombre» con Orson Welles, fuimos a la Oficina de Turismo que se encuentra justo al lado. Allí nos enteramos de que al día siguiente, a las 12 de la noche del lunes, tendríamos la oportunidad de vivir uno de esos momentos inolvidables, que sólo se viven una vez o pocas más. El réquiem de Mozart en vivo y en directo en la catedral de San Esteban. Yo no daba crédito y con las piernas aún temblando, nos fuimos corriendo a comprar las entradas a la misma catedral.
Precisamente, la ruta de Mozart seguía por esos mismos derroteros, ante su «estrella de la fama» en la antesala de la catedral. Al igual que Hollywood, Viena tiene su «paseo de la fama», pero en vez estrellas del cine, la estrellas llevan nombres de figuras de la música. La estrella de Mozart cierra el paseo, justo en la antesala de la catedral, donde en su día se celebró la boda de Mozart con Constanza Weber, y la misma donde en 1791 fue bendecido su féretro.
La catedral gótica de San Esteban es un punto obligado de interés turístico. Yo diría que es el «centro» de la ciudad y que todo lo demás gira en torno a ella. Una vez ya tuvimos en nuestras manos las entradas para el concierto, entramos y en silencio dimos una vuelta por su interior. Todo lo que queda del templo románico del siglo XIII se reduce a la fachada principal; pues la nave central, el coro y las capillas laterales son de estilo gótico y proceden de la reconstrucción de los siglos XIV y XV.
Hay dos elementos que la hacen especial: su torre de aguja, llamada Steffl, de 137 m, desde cuya cima, y después de subir unos 300 escalones, se pueden ver las mejores vistas sobre Viena, y el tejado con más de 250.000 azulejos de colores que dibujan el escudo de Austria. Nosotros no subimos a la cima de la torre pero sí que vimos el retablo, a la izquierda del altar mayor, de principios del siglo XV con sus imágenes policromadas y varios sepulcros con miembros de la dinastía de los Ausburgo. Viendo lo que vimos no podía creerme que al día siguiente estaríamos escuchando el Réquiem allí mismo. Una vez fuera de la Catedral, pregunté a una chica que llevaba uno de esos carruajes que recorren la ciudad a trote de caballo, cuánto valía el paseo, y me contestó que tenían 3 precios: de 45, 60 y 95 euros, dependiendo de la duración de la «turné». Lo dudamos por un momento, porque creo que es una bonita forma de pasear por las calles de la vieja Viena, con tu manta en las piernas y escuchando el galope de los caballos sobre el adoquinado. Pero, mi «capricho» duró poco tiempo, justo al lado de la catedral se encuentra la «casa fígaro» y no podíamos perdernos la visita de la que fuera la única de las 12 viviendas en las que vivió el Mozart que aún sigue en pié.
Se la conoce con ese nombre porque fue en esta casa donde el genio compuso su obra «las Bodas de Fígaro». Ahora es la Casa-museo de Mozart y por 9 euros merece la pena recorrer las 6 plantas que la componen. Mozart y su mujer vivieron en esta casa entre 1784 y 1787 y aunque tampoco abundan las «piezas originales», como partituras de sus obras, mobiliario u otros objetos personales, sí que es un museo original que merece la pena visitar, con audífonos en castellano gratuitos. www.mozarthaus-vienna.at
Después, la «Casa de la música» era nuestra siguiente parada en la ruta de Mozart. La localizamos enseguida pero no entramos porque preferimos entrar en otro local que se encontraba muy cerca. En esta casa de la Música, según me informo, se ubica un museo interactivo con salas temáticas y virtuales. En la sala dedicada a Mozart, tienen varios retratos, un piano cuadrado, el manuscrito del Réquiem que escucharíamos al día siguiente en la catedral, varias cartas, y hasta una galería de sonidos para que el visitante pueda mezclar fragmentos de la «Flauta mágica» con composiciones propias, con la posibilidad de comprar el CD, de «cosecha propia». La dirección de este museo es la Seilerstätte, 30: www.hdm.at , y como decía antes, no entramos porque preferimos seguir con el paseo y entrar en el MAK.
En Viena te puedes recrear también con el arte modernista, y entre edificios de este estilo, que a mí personalmente es el que más me gusta, llegamos al Museo de Artes Aplicadas, el MAK, emplazado en un edificio antiguo que da al «anillo» o ring, una vía rápida que rodea el centro histórico de Viena. Se encuentra exactamente en el nº 5 de Stubenring y allí se pueden ver unos «inventos» y unos diseños de objetos tan originales que te puedes pasar horas y horas, disfrutando del ambiente «más fashion». El bar del museo tampoco hay que perdérselo, con su enorme lámpara compuesta de botellas vacías y sus asientos que de tan «modelnos» que son, no sabes ni cómo sentarte para que no te duela la rabadilla… Pero bueno, son las cosas del «directo innovador». A mí me encantaron los «clips» con forma de hueso de perro y los abre nueces con forma de pinzas de colgar la ropa. Geniales!
Como decía, en Viena hay varios ejemplos de fachadas de estilo modernista, y conforme íbamos pateando la ciudad saqué más de una fotografía. Si a este estilo en Francia y Bélgica se denomina Art Nouveau, en España «Modernismo» y en Alemania «Jugenstil», en Viena hubo un movimiento que coincide en el tiempo y en las características, que se conoce como «Sezession«. En realidad también compartieron los gustos y elementos del modernismo pero de forma más austera, sin accesorios.
Uno de los portavoces de este movimiento vienés fue Gustav Klimt, uno de los pintores que más me gustan, y del que tuvimos la oportunidad de ver su famoso cuadro de «El Beso» en el palacio de Belvedere. Oscurecía cuando salimos del Mak, y siguiendo el «ring» llegamos hasta uno de los últimos puntos de la ruta de Mozart: su estatua en mármol blanco, en los jardines de Burgatten, en la parte trasera del Palacio imperial de Hofburg, muy cerca de la gran ópera de Viena. Esta sala es muy famosa ya que allí es donde se celebra anualmente, el 1 de enero, el concierto de Año nuevo con los valses de Johan Straus. Sí, sí, los mismos valses que nos «rematan» las pocas neuronas que nos quedan después de una nochevieja sin fin, y que suponen «la mejor manera de empezar el año taladrados»…
Casi sin darnos cuenta, entramos en una especie de jardín botánico enorme y acristalado, que se llama «la casa de las palmeras» y que en realidad es un restaurante en el que dan ganas de quedarse, pero nosotros teníamos otra idea en la mente: resguardarnos del frío, tomando un café caliente y un trozo de la famosa tarta Sacher. Pasamos por la calle de otro grande de la música, Gustav Mahler y encontramos uno de esos cafés vieneses que estaba a tope, como todos en general. El capricho sale un poco caro, pero merece la pena sentir como se desliza por la garganta el café moka y se deja querer, el pastel de chocolate más rico del mundo!. Hay mucha afición por los cafés y éste en concreto, estaba «hasta la bandera», pero al final, conseguimos una mesa junto a la ventana.
Después de descansar y entrar de nuevo en calor, seguimos nuestra ruta, aunque la de Mozart la dimos por culminada. Nos faltaba la visita a su tumba, en el cementerio de St Marx, pero preferimos perdernos por las calles comerciales de Graben y Kärtner, que a esas horas estaban animadísimas. La muerte de Mozart sigue siendo un gran misterio, porque al morir pobre, fue depositado en una fosa común, sin una lápida que diera el lugar exacto. En 1856, localizaron la fosa y Hanns Grasser le hizo un monumento. En 1891 la estatua fue trasladada al cementerio central de Viena, junto a otros músicos como Beethoven o Strauss y con sus restos, lo que se hizo fue extraer un cráneo, que se custodia en Salzburgo donde nació, aunque tampoco existe una certificación de que ese cráneo sea el de Mozart. Historias para no dormir…
Como comentaba, las calles comerciales del centro de Viena, junto a la catedral, estaban a «reventar» e impresionantes con unas decoraciones y alumbrados de navidad muy barrocos. Unas lámparas gigantes en la calle Graben, daban luz a la «columna de la peste«, una columna barroca, que conmemora que Viera se librara de esta enfermedad que asoló en el año 1679. Entre el gentío, volvimos sobre nuestros pasos, y pasando por delante de la Catedral, nos fuimos en dirección al canal navegable del Danubio que cruza la ciudad por la parte más moderna de la ciudad. Poco podíamos ver porque ya era de noche (en invierno en esta parte del mundo a las 4 de la tarde ya oscurece) pero queríamos entrar en la iglesia más antigua de Viena, la iglesia de St Ruprecht del siglo VIII.
Está medio escondida y cuando la encontramos dudamos si entrar o no, porque había dentro un grupo de gente y una especie de sacerdote laico que les estaba leyendo algo de la Biblia. La Iglesia no tiene absolutamente nada decorativo en su interior, paredes blancas, sobriedad y pequeño tamaño, pero precisamente por eso, se sale de lo común y nos gustó la «experiencia mística» sin ornamentos. Se encuentra muy cerca de la calle Franz-Josefs-Kai y hacia allí fuimos porque también queríamos ver el reloj de la Hoher Platz, que justamente en ese mismo momento empezó a sonar. La Judeplatz, donde se encuentra el monumento que recuerda a las victimas del holocausto, también se encuentra en las proximidades y fuimos a verla. Tanto en Viena como en Berlín vimos varios monumentos alusivos al padecimiento de los judíos.
En Viena, como en Alemania, los mercadillos de navidad ponen otra nota de color al invierno polar. Esa tarde-noche, antes de cenar, recorrimos con nuestra taza humeante de Glühwein (vino caliente con canela), dos mercadillos, el de la plaza Am Hof y el más importante de Viena, el que se instala en el parque del Rathaus (Ayuntamiento). Una vez más, nos quedamos alucinados con las iluminaciones navideñas y el ambientazo que se respira por todas partes. Puestos de comida, de regalos y sobre todo, de figuritas y adornos navideños para poner en el árbol. Estos mercadillos se abren 4 semanas antes de la navidad, o sea, durante el adviento, y además de disfrutar de la vista y del olfato, también disfrutan los oídos, con la lista infinita de conciertos de música clásica que se celebran en todos los rincones de Viena.
Cuando salimos del mercadillo del Ayuntamiento, sí que notamos que nuestras piernas ya no respondían. Era la hora de cenar y entramos en una cervecería típica vienesa, que en vez de llamarse «Biergarten» como en Alemania, en Austria se conocen como «Beisl». En realidad, no hay mucha diferencia: buena cerveza y platos contundentes, de esos que aportan millones de calorías para combatir el frío. La «reina» de la gastronomía austriaca, además de la incondicional salchicha con berza (chucrut), es la «Kartoffel», la patata en todas sus variantes, como guarnición o como «estrella» principal.
Esa noche optamos por «traicionar» a la patria y probar el «goulash«, el plato nacional del país vecino, ese país con el que un día Austria formó un imperio, el Austro – húngaro. El nombre del plato más conocido de Hungría proviene del término «gulya», que significa toro. Y eso es precisamente lo que cenamos, toro guisado con cebollas, pimiento y pimentón. El secreto del plato es que la carne esté bien guisada para que esté tierna. Y así lo estaba; con un buen sabor de boca volvimos al hotel dando un paseo de media hora y al llegar, con el frío aún en las orejas, disfrutamos del calor de la habitación del hotel.
Lunes 4 de diciembre: segundo día en Viena
Sol, sol…Amaneció el día con unos rayos tímidos de sol que hacían más llevadero el frío otoñal de Viena. Cuando salimos a la calle, después de «calentar motores» con un desayuno rico en vitaminas y otros pecados incontables, de esos que duran 20 segundos en la boca y 20 años en la cadera, nos fuimos caminando hacia las diferentes citas profesionales que tenía programadas para aquél día. En torno al medio día, llegamos al centro de Viena, por la zona conocida como el «Barrio de los Museos».
Se trata de uno de los complejos culturales más importantes del mundo. En una superficie de unos 60.000 m2, se combinan la arquitectura barroca y el arte contemporáneo. El complejo se creó a partir del edificio de las caballerizas imperiales ubicadas junto al Palacio de Hofburg, construido bajo el mandato de Francisco José I (sí, el mismo, el marido de la famosísima Sissi emperatriz), a mediados del siglo XIX. Entre edificios de un barroquismo absoluto, nos encontramos con los museos de Bellas Artes e Historia natural y con una enorme plaza central que se utiliza para todo tipo de eventos y festivales. En esta parte central del complejo se ubica el edificio conocido como la «Kunsthalle«, una sala de arte contemporáneo con todas las vanguardias habidas y por haber.
Seguimos con nuestro paseo, y llegamos hasta el Parlamento y el Ayuntamiento para ver los dos edificios a la luz del día. Con el sol resplandeciente, y aunque el frío era intenso, nos dimos una vuelta por toda esa zona, hasta cruzar de nuevo el «Volksgarten», el jardín que se encuentra justo al lado del Burgtheater (teatro nacional). En este pequeño jardín, en una esquina casi escondida a mano izquierda de la entrada, fuimos al encuentro de otro gran personaje de la ciudad: la estatua en honor a la emperatriz Sissi. Su rostro en mármol blanco se parece incluso al de la actriz que tantas veces le dio vida. Y es cuando uno se pregunta ¿cuál será la verdadera Sissi?, la real con una vida triste y terrible o la idílica que tantas hemos visto en películas encarnada por Romy Schneider.
Si comparamos las vidas reales de ambas, puede que hasta tengan muchos puntos en común. Dejando aparte la «Sissi imaginaria de las películas, dulce y tierna», nos cuenta la historia que la verdadera emperatriz, era una mujer enferma y obsesionada por la delgadez. Estaba realmente mal de la cabeza y para saber hasta qué punto lo estaba, merece la pena leer una biografía que encontré : www.elmundo.es/cronica/2002/346/1023101950.html. En Viena, al igual que Mozart, también Sissi es portagonista, y en un ala del palacio de Hofburg se encuentra un museo donde por 9 euros, se puede ver cómo vivió la que fue el gran amor del emperador Francisco José, en los apartamentos reales del palacio.
La otra «Sissi», la que apareció durante años en los cines, cobró vida gracias a Romy Schneider, una actriz vienesa que murió sola, alcohólica y depresiva a los 43 años, en un apartamento de París. No pudo soportar la pena de ver morir a su hijo adolescente por accidente, mientras saltaba una verja, y su vida acabó siendo un calvario. Dos mujeres unidas por un destino triste y cruel, que poco tenían que ver con la dulce Sissi de las películas en Technicolor.
Cuando nos quisimos dar cuenta ya estaba anocheciendo, y como teníamos concierto esa misma noche en la catedral, nos fuimos a echar una siesta al hotel. Hay que saber parar de vez en cuando, y después de muchas horas de caminata, el descanso nos vino de perlas. Al despertarnos ya estábamos preparados para otro paseo que nos llevó hasta la zona sur de Viena, donde se encuentran entre otros lugares de interés: la Iglesia barroca de San Carlos Borromeo, el edificio que representa el movimiento modernista vienés, «Sezession«, del que hablaba antes, los pabellones de estilo modernista también, de Otto Wagner, en la plaza de Karlsplatz y las fachadas de las casas en la calle Linke Wienzeile (números 38 y 40). Empezó a lloviznar a la hora de cenar, y justo entonces, encontramos una cervecería a pocos pasos de la Catedral, en donde nos «aventuramos» con otro plato típico de la zona: «pastel negro». El nombre no era muy sugerente, pero la bomba vino en forma de plato: el «pastelito oscuro» consiste en un pastel de morcilla negra con patata, que nos dejó K.O. La dieta hipocalórica ya vendría después!.
La catedral estaba abarrotada y una señora muy «enseñorada» nos condujo hasta nuestros asientos, asignados en las filas delanteras, justo frente al mural flamenco que tanto nos gustó el primer día. Se hizo el silencio, y puntualmente aparecieron los solistas (dos mujeres y dos hombres) que desde el principio hasta el final nos «regalaron» una experiencia imborrable. La verdad es que nunca olvidaré ese concierto. Las lágrimas también hicieron acto de presencia, sobre todo, cuando recordé a mi abuelo Pepe, cantando el mismo Réquiem con el Orfeón Pamplonés. En fin, fue uno de esos momentos de la vida para recordar siempre…
Martes 5: Museos y último día en Viena
Empezaba la cuenta atrás en Viena y teníamos que aprovechar el día. Nada más salir del hotel, cogimos varios tranvías hasta la parada de Hetzgasse (tranvía N). No sabía lo que nos íbamos a encontrar pero yo quería ver unas casas de colores muy originales que había visto anunciadas. Antes de llegar al lugar, cruzamos con uno de los tranvías el Danubio, que menos azul es de todos los colores, y vimos a lo lejos una noria pequeña y muy famosa. Se trata de la noria que aparece en la película el «Tercer hombre», con Orson Welles, la misma película con escenas grabadas en el café Mozart que vimos el primer día.
Al llegar a nuestro destino, vimos a varios grupos de turistas, sobre todo italianos, delante de la fachada de la «Hundertwasserhaus». Yo pensaba que el nombre tenía algo que ver con una «casa bajo el agua», pero resulta que viene del nombre del autor de estas viviendas de colores, que en su día fueron viviendas sociales y hoy son otro punto de interés turístico de Viena. El complejo fue construido entre 1983 y 1986 y es muy curioso porque no se adapta a ningún convencionalismo arquitectónico. Fachadas de colores, árboles y arbustos en las azoteas y ventanas y muchos puntos en común con Gaudí.
El autor, Friedrich Hundertwasser junto con otros arquitectos también ha firmado otras obras del mismo estilo en Alemania, y Japón. Al irnos después de pasar un buen rato en la zona, me quedé con una frase que leí del autor: «un pintor sueña con casas y una buena arquitectura, en la cual el hombre sea libre y se haga realidad este sueño». Y en realidad, eso es lo que vimos, libertad absoluta y una forma de ver la vida totalmente alejada de cualquier dogmatismo: www.hundertwasserhaus.at/img/2003_gb/index.html. Nuestro siguiente destino también tenía que ver con el arte, con la pintura sobre todo. Volvimos a coger un tranvía y el metro para ir al Museo Belvedere, donde se encuentra, entre otras, una exposición permanente dedicada a otro gran ilustre austriaco: el pintor del «beso», Gustav Klimt. Este museo, antes palacio imperial de verano, se encuentra muy cerca de la estación de trenes del sur, la «Sudbanhof».
Barroco y con unos jardines impresionantes al estilo Versalles, el Palacio Belvedere fue construido por el Príncipe Eugenio de Saboya como residencia de verano, y contiene dos cuerpos: el Alto y el Bajo Belvedere. En la parte alta, que fue la que visitamos se encuentran las Colecciones de los siglos XIX y XX, con obras de Monet, Renoir, y Schiele, entre otros. Pero a mí personalmente, la que me interesaba sobre todo era la colección permanente de Gustav Klimt, y cuando llegó el momento de la verdad, me quedé cual turista japonesa, con la boca abierta y sin cerrar pestaña! En una sala especial, este museo alberga las obras principales de Klimt, con «el Beso» como la «joya de la corona», presidiendo la sala. No hay palabras…
La entrada de 9 euros incluye también la visita del Bajo Belvedere, donde se encuentran el Museo de Arte Medieval y el Museo de Arte Barroco, pero nosotros tuvimos más que suficiente con gozar de las obras de los impresionistas franceses y de este autor, del que cuanto más observo su obra, más intrigada me tiene. En definitiva, en Viena recomiendo la visita de los tres palacios: el de Belvedere, que acabo de describir, el Palacio imperial de Hofburg en el centro de la ciudad, del que ya he hablado también, y por último, el palacio de verano de Schobrunn, al que se accede en metro y que merece la pena visitar el interior y el exterior, por sus impresionantes jardines.
Cuando ya salimos definitivamente del palacio Belvedere, cogimos un tranvía hacia el centro de Viena, ya que no podíamos irnos de Austria sin visitar otra gran exposición que teníamos pendiente en el museo Albertina, desde el primer día. La «estrella principal» que colgaba en los carteles era Picasso, vestido con un albornoz naranja y con esa mirada intensa que no pasa desapercibida. Tuvimos suerte, porque eran las 4 de la tarde y no había casi gente.
Además de la exposición sobre los últimos años de Picasso, había otra de Andy Warhol que también vimos. La verdad es que no soy una fanática del pintor malagueño, aunque que reconozco que fue un «revolucionario» de la pintura y que no ha existido otro como él. Los años tardíos de Picasso sobre los que versaba la exposición tenían un punto común en sus pinturas: la obsesión por el sexo y las mujeres. Hasta un total de 13 mujeres pasaron por su vida y todas le marcaron artísticamente. Las pintó de mil formas y cuando llegaba el desamor, también llegaba al mismo tiempo la desazón en su forma de representarlas. Una vida complicada, una vida intensa y una forma de amar y odiar a las mujeres, muy cercana a la misoginia. Me quedo con esta frase: «un hombre no deja de enamorarse cuando envejece, sino que envejece cuando deja de enamorarse». He encontrado este enlace que resume muy bien las relaciones de Picasso con las mujeres de su vida: canales.diariosur.es/picasso/mujeres2.html.
Hasta la hora del cierre, a las 6 de la tarde, estuvimos en el museo Albertina. Cuando salimos ya era de noche y después de dar un último paseo por las calles comerciales del centro que estaban de nuevo llenas de gente, y de pasar una vez más por delante de la Catedral, volvimos al hotel y cenamos en una pizzería, brindando con varias «weisbier» de las buenas!. Así nos despedimos de Viena, bebiendo cerveza, con las mentes cargadas de arte y de cosas bellas, y con ganas de continuar nuestro viaje al «Este del edén». Al día siguiente, a esas mismas horas ya estaríamos en Berlín.
Miércoles 6: en tren hacia Berlín, pasando por la República Checa
A Berlín, desde Viena fuimos por fin en tren. Por unos 100 euros y con un trayecto de 8 horas de duración. Era un viaje largo, pero al hacerlo de día, podríamos ver el paisaje y deleitarnos con algunos rincones de la región checa de Bohemia. El tren paraba en varias ciudades importantes de Chequia: Breclav, Brno y la capital, Praga. En nuestro plan de viaje original estaba previsto parar en Praga pero, en vistas del tiempo disponible, preferimos, prolongar las estancias en Viena y en Berlín. Y así lo hicimos, dejamos atrás una de las ciudades más bellas de la Europa de Este para otra ocasión. Yo ya había estado en Praga en el 95, pero mi Santo me convenció para volver en un futuro con más tiempo, y visitar Praga como se merece. Así que entre los meandros del río, los paisajes de suaves colinas y edificios bastantes decadentes del interior del país, atravesamos Chequia, hasta alcanzar la frontera con Alemania, muy cerca de Dresden. Finalmente, la llegada a Berlín fue colosal, cuando nos apeamos en la mega estación de trenes, inaugurada con motivo del mundial de fútbol. Impresionante!!!!
Jueves 7: primer día en Berlín
Primer consejo para visitar Berlín, una ciudad muy extensa: montarse en el bus nº 100, que desde Alexander Platz, recorre los puntos principales de la ciudad como un autobús de esos para turistas con vistas panorámicas. El billete simple es caro, casi 2 euros, pero por 5 euros se puede viajar en todos los medios de transporte (metro, bus, tranvía) durante todo el día. También existe «Berlin card» que además del transporte, sirve para obtener descuentos en algunos museos. (Aunque, como suele ocurrir con este tipo de tarjetas, los museos con descuento son del tipo «museo de filatelia» o «museo de etnografía mapuche», vamos, un engañabobos…).
Desde la plaza de Alexanderplatz, donde se encuentra la famosísima torre de Televisión, todo un símbolo de Berlín, cogimos el bus hasta la parada de otro símbolo de la ciudad, la «Puerta de Brandenburgo«. Nos bajamos un poco antes para visitar un lugar entrañable: el Mausoleo en recuerdo a las víctimas del Holocausto, situado en un gran terreno entre la Puerta de Brandenburgo y los restos enterrados del búnker de Adolf Hitler. Es un memorial que ha sido muy polémico, y consiste en 2.711 pilares que se extienden en altura desde unos pocos centímetros a 4,7 metros y forman una densa trama a través de la cual los visitantes puedan caminar. Cuando se ve desde el exterior no impresiona tanto, es más bien un lugar frío pero a medida que uno entra en su interior, las sensaciones cambian. Es como perderse en un laberinto frío y angustioso. La famosa Puerta de Brandenburgo, estaba a rebosar de turistas haciéndose las típicas fotos, delante de la cuadriga de bronce que corona la puerta. Todo el mundo quiere fotografiarse con el soldado que posa con sus galones comunistas, y ondeando la «bandera roja con la hoz y el martillo!. Delante de la Puerta y en dirección hacia la gran avenida del 17 de Junio, por donde transcurre el famoso desfile del «Love Parade«, se puede ver la línea de adoquines que marca el tramado por donde pasaba el muro. Muy cerca de allí, también, yendo hacia el Reichstag, nos paramos ante un montón de fotografías expuestas, en una especie de museo al aire libre, con los rostros de algunos de los que murieron al intentar saltar el muro (se barajan cifras de entre 86 y 238 muertos) Las historias que acompañan a estos rostros son muy tristes e increíbles. Parece mentira que pasaran estas cosas hace tan sólo 40 años. Porque, aunque parezca de película de ciencia-ficción, este muro de la vergüenza, no existió en la prehistoria, se implantó en 1961- y duró hasta el año1989. Separaba dos mundos pero dentro de una misma ciudad. Berlín era como un islote del capitalismo dentro de la Alemania comunista. El muro tenía una longitud total de 144 km y aún hoy, se pueden ver restos del mismo en varios puntos de la ciudad. Nosotros, entre melancólicos y al mismo tiempo, animados por el sol que brillaba en el cielo azul, seguimos nuestra ruta hacia el Reichstag (Parlamento alemán). La entrada para ver la famosa cúpula es libre y por eso las colas, vayas a la que hora que vayas (Nosotros lo conseguimos el domingo, antes de irnos).
Desde el Reichstag, volvimos a coger el bus nº 100, y en el trayecto hasta la «Berlín occidental», pasamos por delante del edificio de la Cancillería, de «última generación» también, por la «Haus der culturen«, un edificio de los años 60, regalo de los americanos, y frente al Palacio Bellevue, residencia del Presidente del país. Muy cerca de allí, se encuentra otro símbolo de Berlín: la famosa columna de la Victoria, situada en mitad de la larga avenida del 17 de junio que culmina en la Puerta de Brandenburgo. Esta columna con sus 63 metros de altura, ofrece las mejores vistas de la ciudad y si hoy se la conoce más aún, es porque cada año millones de jóvenes celebran la fiesta más grande del mundo, la «Love Parade». (Los amantes del grupo U2, como yo, la reconoceréis enseguida, porque es la torre que sale en uno de sus videos del álbum «Achtung baby»). Para cuando nos quisimos dar cuenta, ya habíamos llegado a nuestro destino, frente a la catedral bombardeada de la parte occidental, conocida como la «Muela con caries«. Construida en 1895, esta iglesia fue bombardeada en 1943 por las tropas aliadas. Hoy en día, queda en pie su torre carcomida por las bombas, y un museo en su interior con una escultura de Jesús de gran tamaño, que se mantuvo intacta casi milagrosamente entre las ruinas.
Paramos a comer en un sitio curioso. Era una carnicería con productos «delicatessen» y platos cocinados listos para llevar o comerlos ahí mismo, en un apartado, reservado como restaurante. La garantía de que los platos están recién cocinados es indiscutible, y no perdimos la ocasión de probar un plato muy berlinés: la col o berza rellena de las típicas bolas de carne picada y especiada, con una salsa de jugo de carne y unas cervezas blancas «weisbier» que nos dejaron como nuevos. Comida caliente, sabrosa y contundente para seguir nuestra caminata por las calles de Berlín. Desde allí cogimos el metro y nos bajamos en la parada más cercana al palacio de Charlottenburgh.
Este palacio es «pura esencia barroca» y un ejemplo más de la arquitectura prusiana, muy alejada del «menos es más». Es el único palacio prusiano que se conserva en Berlín, pero a tan sólo 20 km de Berlín se encuentra la ciudad de Postdam, todo un santuario de este tipo de arquitectura, como un «versalles» a la alemana, con su gran palacio de Sans soucci y sus jardines bellvedere. Yo no conozco Postdam, ni tampoco tuvimos tiempo de ir en esta ocasión, pero a primera vista parece un lugar interesante, aunque sea para imaginarse cómo pasaban los veranos las dinastías de los reyes prusianos. http://www.lacapital.com.ar/2002/06/09/articulo_239.html
A la salida, justo en frente del palacio, vimos dos torres que marcaban a cada lado la entrada del palacio. En la torre de la izquierda se anunciaba otra exposición de Picasso, y fue cuando caí en la cuenta de que este año 2006, se celebraba el 125 aniversario de su nacimiento. Se trata de la galería Berggruen, en honor al mecenas Heinz Berggruen que la fundó. Este rico coleccionista de arte después de abandonar Alemania en 1936, tras la guerra, se comprometió a rehabilitar el «arte degenerado» o moderno que había sido difamado por los nazis. Pudimos ver cuadros del Picasso de los primeros años (que a mí personalmente me gustan mucho más que los de sus últimos años), y otras obras de Cézanne, Klee, Braque, Giacometti y Van Gogh.
Eron Y Jochen nos esperaban para cenar con un menú 5 estrellas: un guacamole exquisito, y como plato principal, salmón con capa crujiente de mostaza y un rissotto con «funghi» que estaba de infarto!. Y además, para coronar la cenita, nos acompañó un invitado que nos hizo reír hasta las trancas, contando anécdotas de Berlín y del país en general. Estuvo muy bien la velada, y aunque al día siguiente queríamos levantarnos pronto para seguir pateando, tampoco nos importó quedarnos hasta las mil!!!
Viernes 8: segundo día en Berlín
No madrugamos pero había merecido la pena. Como decía al principio, la primera vez que vine a Berlín a mediados de los 90, el horizonte de la ciudad era un «mar de grúas», toda la ciudad estaba en obras, y Berlín se «lavaba la cara», sobre todo en su parte oriental. Hoy en día, a base de edificios ultra modernos y plazas futuristas, parece como si el Berlín del siglo XXI, quisiera borrar en cierto modo, cualquier resto de un pasado más bien triste y oscuro. Esta sensación de entrar en otra galaxia, la tuvimos nada más llegar a la Postdamer Platz. Vanguardia, fachadas de cristal y acero.
El conjunto impacta pero también resulta algo frío e impersonal. Sobresale por su tamaño y forma, la cúpula del Sony Center diseñada por el arquitecto Helmut Jahn. Cuando te ves debajo de esa gran cúpula, te quedas muy pequeño, como si los humanos fuésemos «engullidos» por las moles de cemento y cristal. No queda ni rastro del bombardeo aliado que sacudió brutalmente esta zona de Berlín. Además del Sony center, el conjunto alberga la sede donde se celebra anualmente, la «Berlinale«, el Festival de cine que compite en fama con el de Cannes y San Sebastián. Andando, y poco a poco, fuimos caminando hacia otro punto de interés: el check point Charlie.
En el trayecto vimos la fachada del Bundesrat y los murales del ministerio de Economía, decorados con frescos que invocan a los tiempos del socialismo, con trabajadores en manifestación por la igualdad. Me gustó la estética de los años 50, entre tanto edificio de nueva generación. A unos 50 metros, y antes de llegar a nuestro destino, descubrimos un lugar que nos marcó y que recomiendo a todo aquél que visite Berlin. Se trata de una exposición al aire libre llamada «Topografía del Terror»: es uno de los museos o lugares conmemorativos más concurridos de Berlín. En el mismo lugar donde se encontraba, la central de la GESTAPO (la policía secreta del Estado), así como las principales dependencias de la SS y los servicios de seguridad del Reich, se abre de forma gratuita una exposición con cientos de fotografías y documentación sobre el terror que supuso este régimen, teñido de sangre. Impresionante, y muy recomendable. En la calle Niederkirchnerstrasse.
A mí desde luego, me sobrecogieron las fotos y retratos de muchos de los prisioneros políticos que fueron castigados hasta la muerte por los nazis. Se cuenta la vida de muchos de ellos y el por qué y cómo los ajusticiaron. No me pude quitar de la cabeza durante varios días, el rostro de uno de ellos que con sus ojos azules casi cristalinos, casi sonreía a la cámara de la GESTAPO como si les quisiera decir, que podían matar su cuerpo pero no su alma.
De hecho, hay un centro de documentación, en el que los familiares o cualquiera que esté interesado, puede indagar, gracias a un programa de ordenador y un sistema de documentación de archivos, el paradero de alguien que desapareció en aquella época. Es terrible y a la vez dramático, pero ahí está el centro, a disposición de todo el que quiera saber más sobre aquellos tiempos de barbarie nazi. Al salir, me paré ante el libro de visitas, y alguien había escrito en catalán `Visca Catalunya» y otro anónimo, le replicaba :`con el nacionalismo empezó todo esto´…. Son anécdotas viajeras que dan qué pensar. Al salir de allí, llegamos enseguida al famoso punto fronterizo entre el capitalismo y el comunismo: el Check Point Charlie. Se trata del paso fronterizo más famoso del Muro de Berlín.
En la FriedrichstraBe este puesto abría el paso a la zona de control entre Estados Unidos y la Unión soviética. Hoy en día lo que queda es un puesto fronterizo de `postal´ donde todos turistas se hacen la típica foto, delante de la caseta de control, reconstruida en el año 2000. La denominación `Charlie´ procede de la tercera letra del alfabeto encriptado de la OTAN. Lo que hoy parece un puro símbolo decorativo, fue escenario de huidas espectaculares de alemanes que querían pasar del Este al Oeste. Una de las que más se recuerdan, es la de peter Fechter, que con sólo 18 años intentó saltar el muro junto a un amigo, cuando le dispararon en la pierna, muriendo al poco tiempo desangrado, ante los ojos de la gente del lado occidental.
Cuando llegamos al Stadtmitte, la zona residencial y monumental del Berlín Este, empezó a llover un poco y nos sirvió de excusa para entrar en la catedral católica de Saint Hedwigs, con su extraña forma circular y su altar soterrado. Justo en frente se encuentra la Humboldt Universität, dónde en su día dieron clase Fichte, Hegel, o Albert Einstein y fueron alumnos Marx y Engels, entre otros.
La otra gran catedral de Berlín, mucho más grande y majestuosa, es la Catedral protestante, un edificio muy barroco y muy suntuoso. No tiene pérdida, se encuentra justo al lado de la isla de los museos, una`isla cultural´ que es un auténtico remanso de tranquilidad en el mismo centro urbano de Berlín. Allí se encuentran reunidos los 5 museos más importantes de la ciudad, rodeados por el río «Spree«: el Alte Museum, el Neue Museum, la Alte Nationalgalerie, el Bodemuseum y el Pergamonmuseum.
Bordeando el río llegamos a la Gran Sinagoga, que destaca por su gran cúpula dorada. Se encuentra a unos 500 metros de la isla, en la calle Oranienburger. No nos dimos cuenta de que era la fiesta sagrada de los judíos hasta que llegamos allí y no nos permitieron entrar. Era viernes, la víspera del Sabbath, y como me ocurrió en Israel, comprobé que la víspera del sábado, los viernes por la tarde, el pueblo judío se paraliza literalmente.
Así que siguiendo calle arriba, llegamos a otro lugar que nos había recomendado el amigo Eron: «Tacheles«. Tacheles en hebreo significa «lugar de encuentro» y entre otras cosas, el edificio de «ocupas», casi en ruinas, y lleno de grafitis es, además de toda una experiencia para verla y creerla, un sitio que no se olvida fácilmente. Enclavado en un antiguo barrio judío, el edificio, no apto para escrupulosos de la limpieza, ha sido «okupado» por artistas que exponen sus obras en 30 estudios, distribuidos en varias plantas. Merece la pena subir hasta la última planta y perderse por el laberinto de pinturas murales, hasta llegar a un bar lúgubre y tenebroso que más que tomarte una copa, lo que invita es a vacunarse contra la rabia o dejarse llevar por el ambiente psicodélico que provocan sus luces rojas, sus asientos reciclados y el personal que pulula por ahí. Las cervezas nos las tomamos por la noche en un par de garitos donde nos llevaron nuestros anfitriones: el King Kong, rancio, oscuro y con música francesa y el «Ackefeller» una cervecería de ambiente, mucho más actual y con menos olor a naftalina.
Sábado 9: ¡más Berlín!
Suele ocurrir en muchas ciudades. Un barrio se pone de moda durante un tiempo y todo el mundo quiere vivir en sus calles. Es lo que ocurre actualmente con el barrio de «Prenzlauer Berg«, un barrio donde se mezclan varios tipos de «tribus»… Los que en los años 80 lucieron crestas y eran punkies hoy empujan carritos de niños y se han aburguesado. Cuando llegamos al mercado de frutas y verduras, estaba a tope de gente y disfrutamos mucho viendo los puestos de quesos de mil clases, de chocolates que nos hacían la boca agua y con un puesto en concreto, en el que vendían collares artesanales hechos con piedras naturales de río. Paseando vimos varias fachadas de antiguos edificios, con restos de metralla, que aún seguían sin restaurar. En la parte Este de Berlín, y en este antiguo barrio de trabajadores más concretamente, se han restaurado muchos edificios, pero los que quedan tal cual desde la gran guerra, dan idea del horror que vivió esta ciudad antes, durante y después del bombardeo de los aliados. Descubrimos los llamados «cuarteles de alquiler» que son conjuntos de edificios unidos por varios patios interiores, construidos para la masa obrera, mientras que los ricos propietarios habitaban las viviendas que daban a la calle, adornadas con bellas fachadas.
Pasamos junto a un cementerio judío que estaba cerrado por ser sábado, y Eron nos explicó que era inmenso y muy bello. Llegamos al nuevo museo dedicado a la DDR, la Antigua Alemania del Este, que está justo al lado de la isla de los museos, en la orilla del canal que rodea la isla. Desde un «Trabant» en el que te puedes montar, y comprobar en persona cómo eran estos coches de la era comunista, y fabricados en la Antigua Alemania del Este, hasta la recreación de un apartamento, con su cocina y su salón decorado al más puro estilo «ost». Es un museo atípico, donde no se exponen los objetos de forma tradicional en vitrinas o expositores, aquí se abren cajones, se tocan los objetos, se escuchan grabaciones, y hasta se olfatea el olor de una era no tan lejana en el tiempo. http://www.ddr-museum.de/en/
Un pasado reciente y un presente lejano, como el del edificio en ruinas que ocupa una gran superficie frente al museo de la DDR. Se trata del Palacio de la República, antigua sede del Parlamento de la RDA, con su estética comunista de los años 70. Su destrucción sigue siendo objeto de polémica, ya que muchos la consideran una huella de esos tiempos a borrar, y otros la consideran una joya de los 70, dotada de piezas de diseño originales. Yo personalmente, creo que es un edificio bastante feo, sobre todo en el estado en el que se encuentra, contaminado de amianto y hecho un amasijo de hierros, pero lo triste es que ahora una vez destruido, parece ser que no hay dinero para su reconstrucción. Y como contraste a lo que acabábamos de ver, ¿a dónde podíamos ir? Pues sencillamente al templo del consumismo en Berlín, a los almacenes KADEWE, ubicados al otro lado de Berlín, en la parte occidental.
Estos grandes almacenes son legendarios y tienen mucha historia detrás, ya que cuando Berlín estaba dividida por el muro, eran un reducto del capitalismo y un objeto deseado por los que habitaban al otro lado del muro. De hecho, dicen que es el almacén más grande de Europa con una variedad de 1800 marcas. Antes de entrar fuimos prudentes y en un kiosco ambulante probamos la especialidad de Berlín: el «curry wurst», o lo que es lo mismo, un perrito caliente con ketchup y curry. Algo tan simple, resulta que es todo un símbolo de Berlín, y se vende en todos los rincones de la ciudad. Una vez saciados, ya estábamos preparados para visitar la sexta planta de los almacenes, dedicada íntegramente a la sección «Alimentación». Puro éxtasis para los 5 sentidos. Un templo dedicado a las «delicatessen» y un desafío permanente al pecado de la gula. «Entrecots» a 250 euros el kilo, Moet Chandom a 10 euros la copa, y otros «pecados veniales» que instaban a la lujuria culinaria desde las vitrinas donde se lucían sin ningún pudor. Me recordó mucho a la sección de alimentación de los almacenes «Harrods» de Londres, cuando vimos cómo la gente también probaba «in situ», las exquisiteces en una especie de barras-restaurante, donde se ofrecían ya guisados y listos para comer, las mismas «joyas» que se vendían en cada sección. Pero como Dios aprieta pero no ahoga, una vez más, nuestra «delicatessen» particular nos esperaba en casa. Cenamos como reyes una variante de pasta «a la putanesca», muy picante y sabrosa que nos dejó la boca preparada para las cervezas de la «fiebre del sábado noche».
Berlín by night: Nuestra salida nocturna por los antros de perdición de Berlín fue histórica y memorable; estuvimos en un montón de garitos de todo tipo. Para empezar la noche, fuimos a un local escondido, donde escuchamos un concierto que pasará a los anales de nuestras vidas como un tremendo taladro auditivo. Rodeados de «divinos» que mientras miraban alucinados a los dos personajes que hacían ruido más que música, se tapaban los oídos, nosotros intentábamos comprender cómo se podía disfrutar de un concierto, si para «resistirlo» tenías que taparte los oídos… Después, y aún en trance por los momentos vividos, entramos en un local que se llamaba «en tu casa o en la mía». Era lo que se llama un «lounge» bar, lo que en cristiano quiere decir, un bar donde en vez de sentarse en un taburete o en una silla, te sientas en un sofá o en un puf, y un lugar donde en vez de escuchar rock and roll, escuchas los últimos éxitos de «chill out». En definitiva, otra forma más de ser «snob» , quedando en el «Lounge » en vez de quedar en el Bar Pepe de toda la vida. Pero aún quedaba más y mucho por ver. Si algo tiene Berlín son locales guapos para todos los gustos y colores. El siguiente estaba justo al lado y era un local de «ambiente», con escenario de cabaret incluido. De repente me vino a la cabeza, esa escena de la película original de «Cabaret», que tantas pesadillas me provocó cuando era niña, donde aparecía el ventrílocuo con una marioneta que hablaba sola y cobraba vida. (aún me tiemblan las piernas….) El personal de este lugar era para grabarlo en directo con cámara de súper 8. Una pareja de fornidos camioneros se daba el lote, mientras otro cliente jovencito y bastante «tocado del ala» pululaba por todas las mesas diciendo cosas de las que se reía él solito,. Un auténtico cuadro! ¿Y si a las 3 de la mañana te apetece tomarte un chocolate caliente en un bar de moda? En Berlín todo es posible. Se llama «Kakao» y también está en el barrio de moda de Prenzlauer Berg. Sirven un chocolate caliente 100% puro cacao, junto a un licor de naranja que nos supo a Gloria bendita…. Al salir, como tampoco era cuestión de «chocolate y a la cama», después del «momento chocolate», entramos en un «café» de diseño, donde la mesa de al lado daba para una crónica intensiva e intensa sobre «los perjuicios que causa el alcohol». Era un grupo de 8 0 9 chicos y chicas. La «estrella de la noche» era una chica, bien entrada en carnes que se desplomaba de la risa cada vez que uno de los chicos le decía algo. La chica pedía guerra pero la ignoraban. Caricias por aquí, arrumacos por allá y no había manera.
Poco a poco el grupo se fue disgregando pero ella insistía. El alcohol que llevaba encima la hacía inmune al desaliento y a nosotros, a pesar de ser buena gente, prácticamente nos «obligó» a hacer apuestas. (¡qué cara más dura tengo!). No recuerdo quién de nosotros ganó la apuesta, lo que sí recuerdo es que el acoso y derribo acabó con un «chico damnificado» por un pase de escotazo de la chica en toda regla y con la salida triunfal de la misma, agarrada a su víctima como una garrapata en busca de un rincón oscuro de Berlín para rematar la faena. Eso es constancia y lo demás tonterías…. Despuntaba el alba, y ya e iba siendo hora de «ahuecar el ala». Fieles a la tradicional «espuela», echamos la última copa en un pub de ambiente que ya era como nuestra segunda casa. Habíamos estado el primer día de nuestra llegada y no nos podíamos despedir de Berlín sin volver a escuchar a nuestra idolatrada y admirada Dalida. Nos «regalaron» unos vídeos de la súper diva francesa, y mientras le hacíamos coro a esas canciones desgarradoras de desamor y estética años 70, recordamos todos los momentos históricos que habíamos vivido esa noche sin parar de reír. Fue sin duda una noche memorable y de las que hacen historia en el currículum «viciae», digo «vitae».
Domingo 10: últimos cartuchos en Berlín
Resaca: estado mental y físico lamentable, con signos acuciantes de posible explosión de los vasos sanguíneos capilares. No creo que sea la explicación científica, ni mucho menos, pero así nos despertamos el domingo de Pascua y resurrección. Gracias a Dios, luterano o no, que nos esperaba un auténtico desayuno- brunch, de esos tardíos que ponen las pilas enseguida.
Lo primero que hicimos fue ir a ver el Reichstag con su cúpula de Norman Foster. Tuvimos suerte, porque hicimos unos 20 minutos de cola, cuando lo normal es mucho más. Además, empezaba a caer la tarde y las vistas desde la cúpula, con esa luz rojiza del atardecer nos engancharon durante un buen par de horas. Las normas de seguridad para acceder al Reichstag son extremas pero merece de verdad la pena, esperar y «sufrir» los cacheos y detectores de metales. Se sube en ascensor hasta la cúpula, una gran cubierta acristalada dominada por un eje central de espejos que despistan al espectador. Hay una exposición permanente con fotografías en blanco sobre la historia del Parlamento y destacan las fotos de lo «nazis» gobernando la nación desde sus asientos parlamentarios, usurpados a base de crimen y terror: En 1933 parte del edificio fue víctima de un incendio y el régimen nacionalsocialista utilizó como pretexto este incidente para iniciar la persecución de sus enemigos políticos.
Me gustó sobre todo el contraste entre las piedras señoriales del edificio del parlamento con el cristal y los espejos de la cúpula de Foster. Dicen las malas lenguas que el gobierno alemán no quiere pagarle a Norman Foster porque hay hasta un total de 45 reclamaciones sobre defectos que han encontrado en la construcción. Sea verdad o no, lo que está claro es que las vistas sobre la ciudad desde allí son «objetivo preferente». Al salir cogimos una vez más el bus nº 100 y fuimos hasta la gran columna de la Victoria. El día anterior la habíamos visto al pasar y esta vez queríamos verla detenidamente. Conforme te acercas a ella, es cuando compruebas su magnitud. Si desde la Puerta de Brandenburgo se ve pequeña, cuando estás al lado es un «gigante» enorme, a cuya cima, como señalé al principio, se puede subir para disfrutar de unas vistas también increíbles sobre Berlín. Nosotros no subimos porque, una vez escondido el sol, el frío era ya preocupante. Así que paso a paso, fuimos andando por toda la avenida del 17 de junio que lleva a la famosa puerta de la cuadriga de bronce. Cuando alcanzamos la Puerta de Brandenburgo, seguimos por el paseo «Unter de Linden» (bajo los tilos) que lleva hasta la Alexander Platz. En definitiva, bajo las luces navideñas que decoraban los tilos nos dimos un paseo de unos 3 km hasta la parada de metro de la plaza donde se ve majestuosa la torre de televisión más famosa de Berlín. No sé cuántas fotos hice de esta torre, desde todas las perspectivas y con todos los matices de luz. (Si me tengo que quedar con un símbolo de Berlín, creo que sin dudarlo me quedo con ella). Volvimos en metro a casa y como despedida, nos sugirieron ir a cenar a un restaurante turco de otro barrio. Antes fuimos a una iglesia cercana a casa donde anunciaban un concierto navideño de Bach. La lástima fue que el aforo estaba completo y no pudimos entrar. ¡Qué buena estaba la carne con yogurt y cuántos recuerdos de Estambul nos vinieron a la cabeza. Según nos explicaron, en el local ofrecen la mejor comida turca de Berlín y aunque tardaron en servirnos, valió la pena. Y si bueno fue el restaurante, mejor iba a estar lo que llegaba a continuación.
Una ciudad cosmopolita como Berlín ofrece una amplia variedad de opciones culturales. Jochen y Eron, nos llevaron a un café-concierto de Jazz después de cenar que nos encantó. El local se llama «Heile welt», en la calle Motz nº 5 y la estrella principal es una cantante negra al piano que encandila al personal con su voz y su humor sarcástico. Como nos comentaba Eron, es una bonita forma de empezar la semana, con un buen vaso de vino, una música relajada y un ambiente muy «cool». Su voz aterciopelada nos encandiló y cuando ya llevaba varias canciones del tipo «you are the sunshine of my Herat» y la famosa «my babe dont care «de Nina Simone, tuvimos el gusto de escuchar a un espontáneo, también negro que le hizo los coros a nuestra «Billie Holiday» particular. Fue grandioso y una auténtica gozada acabar así nuestra estancia en Berlín. Nunca olvidaremos esa noche.
Lunes 11: Aufidersen Berlín!!!
No había más remedio, llegamos al aeropuerto de Schoenefeld a las 5.30 de la mañana, a punto para coger nuestro avión con destino a Palma de Mallorca. Nuestro destino final era Valencia, pero la opción de hacer escala en Palma de Mallorca y pasar unas horas en una ciudad que no conocíamos, nos atrajo desde el principio. Antes de embarcar me acordé de una cita que había visto en Internet sobre Berlín: «Ser un berlinés es ser parte de algo progresista y anticuado, bohemio y proletario, conservador e innovador, oriental y occidental, verde y futurista. Berlín es contradictoria. Es amor y odio porque brilla, al mismo tiempo, con su pomposa arquitectura y molesta con las huellas de Stalin y los patios ruinosos.» No hubiese encontrado mejor definición para una ciudad que nos había dejado huella.
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