Entre burbujas: Praga y Budapest


Praga – Karlovy Vary – Viena –  Budapest
Del 28 de junio al 5 de Julio 2007

¿Los achaques de la edad o una moda repentina? Cualquier excusa es buena para disfrutar de unos baños y unos masajitos en un balneario. Lo que ocurre es que parece que el término balneario nos traslada a otras épocas, a tiempos pasados donde la gente adinerada descansaba o trataba sus enfermedades respiratorias en estos “centros de salud”.

Ahora lo “fashion” es irse a un spa (Salut per aquam), gastarse una pasta gansa y volver renovados por narices, porque si no, a ver cómo se justifican los tratamientos de vinoterapia o duchas con algas de las islas Tucumán… En Budapest o en Karoly Vary (República Checa) hace años que conocen los secretos de las aguas termales. Yo había leído en varias revistas que por ejemplo en la capital de Hungría hay más de 100 fuentes de aguas termales que alimentan hasta un total de 50 balnearios. Ocio, negocio y descanso.

Tenía que hacer un viaje a las 3 capitales: Praga, Viena y Budapest y la opción de acabar el día entre burbujas me sedujo desde el primer momento. El primer destino sería Praga y nada más aterrizar, ya noté los cambios enseguida. Habían pasado 12 años desde la primera vez que estuve en la capital checa y ya en el aeropuerto noté las mejoras y los cambios. Con el primer taxi me dirigí a mi cita de trabajo y después, una vez ya en el hotel, al que por cierto recomiendo ir, cambié el “mono de trabajo” por el “mono de turista” que es mucho más cómodo, sin dudarlo.

El hotel se llama Plaza alta: www.plazahotelalta.com.  No está muy céntrico pero merece la pena. Es prácticamente nuevo y además del tamaño y servicios de las habitaciones, el personal es muy agradable. Se encuentra muy cerca de la estación de tren del Este, desde donde parten la mayoría de los trenes hacia Viena, y muy cerca también de la parada del tranvía nº 5, que en 10 minutos te lleva al mismísimo centro de la capital checa.

A eso de las 19.00 ya estábamos caminando por las calles de Praga. La primera parada fue cerca del Ayuntamiento de la ciudad nueva (Nové Mestó). Este edificio, antesala del centro histórico de Praga, es famoso porque desde una de sus torres se produjo en 1419 la primera defenestración de 7 nobles que reclamaban una reforma de la Iglesia, acorde con los fundamentos husistas. Este movimiento revolucionario, surgido en Bohemia en el siglo XV, seguía los preceptos de un teólogo llamado Jan Hus, que mantenía una posición muy crítica frente al poder de la Iglesia y la inhabilidad del Papa. Entre los preceptos que defendían están la libertad de predicación, el voto de pobreza de los representantes de la Iglesia, la doble comunión (los comulgantes debían comer la hostia y beber el vino) y el castigo de los pecados mortales sin distinciones, según el rango o nacimiento del pecador. A lo largo de la historia de este país hubo varias defenestraciones, a los franceses les daba por la guillotina y a los checos, por tirar a la gente por la ventana… Cosas de la historia..

Después de ver el Ayuntamiento , seguimos nuestra ruta hasta llegar a la famosa plaza de Wenceslao. Y digo famosa, porque es allí donde sucedió, entre otras manifestaciones populares, la famosa marcha de la revolución de terciopelo en 1989, encabezada por Vaclav Havel. Fue una marcha pacífica que consiguió derrocar al comunismo imperante y recuperar la democracia. Esta marcha pacífica ya tuvo un precedente en el país, en 1969 cuando se gestó la Primavera de Praga. Ya entonces los checos protestaron contra el imperialismo soviético, y el gran héroe checo, Alexander Dubcek, logró implantar un “socialismo con rostro humano”. El periodo de liberalización política en Checoslovaquia llegó a su final el 20 de agosto de 1968, cuando 200.000 soldados y 5.000 tanques del Pacto de Varsovia invadieron el país. Volvió el comunismo, y casi 20 años después, los checos volvieron a revelarse de forma pacífica y aterciopelada. La Plaza Wenceslao , es el centro de la ciudad nueva, aunque muy cercana a la ciudad vieja.

Merece la pena recorrer todo el bulevar, desde la fachada majestuosa del Museo Nacional, coronada por una estatua ecuestre del Santo, mezcla de clasicismo y renacimiento, hasta las fachadas modernistas, que se encuentran justo al otro lado del paseo. Impresionantes los edificios del siglo XIX de los “almacenes Peterca”, del Palacio Koruna y las fachadas de los hoteles Europa y Meran. El café del Hotel Europa, en el nº 25 del Boulevard es una “joya” a no perderse. Además, entre sus paredes se hizo la única lectura pública del libro “El proceso” del escritor más surrealista y famoso de Praga: Franz Kafka. Su sombra nos persiguió durante todo el viaje, en forma de camisetas, cuadros, láminas, placas con su nombre en las casas de la ciudad donde vivió, estatuas y todo tipo de soportes de marketing. La marca “Kafka” vende. Si el pobre levantara la cabeza, su metamorfosis en forma de mosca, no sería su peor pesadilla.

Ya era la hora de cenar, y antes de volver, después de 12 años, a la plaza más famosa de Praga, la famosa plaza de los relojes astronómicos, optamos por echar un vistazo a la Plaza de la República, donde se encuentran la torre de la pólvora , una de las torres medievales originales de las murallas que rodeaban la ciudad, y el Obecni Dum (la casa municipal ), una obra maestra del modernismo checo que alberga en su interior un bonito café, un restaurante y una famosa sala de conciertos.

La fachada de esta “Casa de la cultura” es realmente impresionante y no tiene nada que envidiar al edificio modernista del Hotel Paris, que está muy cerca también. Lo mejor de Praga es su total accesibilidad, ya que se puede llegar andando a cualquier parte de la ciudad. El urbanismo “bien entendido” de esta ciudad tiene un culpable: Carlos IV. A mediados del siglo XIV, este rey hizo construir un Camino Real que atravesara el río Moldava, y el resultado es un centro histórico, donde se mezclan varios estilos como el barroco, el modernismo y la arquitectura cubista que tiene su origen en la capital Checa. Precisamente, el museo Cubista se puede visitar en la calle del Pan “Celetna Ulice”.

Volvimos sobre nuestros pasos desde la Plaza de la república, y llegamos precisamente a esta calle, donde el museo cubista destaca por la figura de una Virgen negra que aparece en una especie de jaula de oro, y que no sé muy bien qué relación puede tener con un movimiento artístico del siglo XIX. El caso es que de repente empezó a llover y aprovechamos las ganas de cenar con la necesidad de ponernos al abrigo de la tormenta de verano. La elección fue fácil, oímos guitarras y gente cantando y optamos por entrar en un Restaurante llamado “U Pavouka”. www.restauraceupavouka.cz

En Praga, a la hora de comer o cenar, hay que tener en cuenta dos cosas fundamentales: que las ganas de comer sean muchas, porque las cantidades en general son casi de juzgado de guardia, enormes, colosales, pantagruélicas!!!! y en segundo lugar, tener la vejiga preparada para las jarras de cerveza de tamaño familiar, que recuerdan a las “mass” de litro de la feria de la Cerveza de Munich.

La “rubia” es la bebida nacional y normalmente se sirve fría en las más de 1500 cervecerías de la ciudad que siempre están abarrotadas. La cerveza más conocida es la Pillsner Urquell, una institución en el país, aunque no hay que olvidar que la cerveza más bebida en Estados Unidos, la Budweisser, también tiene denominación de origen checo. En nuestra primera cena, llegó el primer ataque de risa. Cuando apareció el plato de mi santo, consistente en una pata de cerdo asada que por su tamaño parecía más bien la pata de un osobuco; hasta un turista mejicano de la mesa de al lado se acercó a nuestra mesa para preguntarnos qué “bicho” o parte de bicho nos habían servido! Increíble! Yo en mi vida había visto cosa igual.

Las risas no pararon hasta el final de la cena, y después de “claudicar” ante semejante pieza, nos fuimos andandito, arrastrando los pies casi, hasta la “Grand Place” de Praga: la famosísima “Staromestske Nam”. (Yo creo que es el lugar, junto con el Puente San Carlos, más visitado de Praga. Siempre hay gente, vayas a la hora que vayas). Esta bella plaza data del siglo XII y ha sido testigo de varios acontecimientos que han hecho historia. Si uno se sitúa en el centro de la plaza, no puede de dejar de mirar a un lado y al otro. Entre los edificios más bellos, y más visitados está el Ayuntamiento de la Ciudad Vieja, con su reloj astronómico del siglo XIV. Entre las 9.00 y las 21.00 suena el carrillón cada hora, y aparecen los 12 apóstoles en movimiento, pero ¡Ojo! este espectáculo dura muy poco tiempo y hay que estar atentos.

Además del Ayuntamiento, la plaza está rodeada por otros edificios que compiten entre sí en belleza: la Iglesia Barroca de San Nicolás, Las torres de aguja de la Iglesia de Tyn, el palacio Kinsky de estilo rococó y la casa de la Campana de Piedra, de estilo gótico del siglo XIV. El punto tétrico de la plaza, lo pone la marca sobre el pavimento que señala el lugar donde fueron ejecutados los 27 caballeros checos que en 1621 encabezaron la batalla de la Montaña Blanca en contra de los Habsburgo. Antes de abandonar la plaza, volvimos a encontrarnos con la figura del líder de los husistas, que antes mencionaba. Hay una estatua en su honor en medio de la plaza, en la que se recuerda que este reformador religioso, predecesor de Martín Lucero, fue quemado en la hoguera por decisión del Concilio de Constanza. Ya era hora de volver al hotel y de reponer fuerzas para el día siguiente. Praga invita a seguir y seguir andando pero nuestras piernas ya no respondían y el asado colosal ya había pasado a mejor vida en nuestros cuerpos serranos.

29 de Junio: Puente de San Carlos, Castillo y Mirador de Petrin
Se puede dividir Praga en 4 partes: la ciudad Vieja (Stare Mesto), la Ciudad nueva ( Nove Mestó), el barrio judío de Josefov y la zona del castillo y Malá Strana, al otro lado del río Moldava. La ruta la empezamos en un lugar, a orillas del río, conocido como la “casa danzante ”, diseñada por el estudio de Frank Gehry, el mismo autor del museo Guggenheim de Bilbao. A pesar de su arquitectura moderna, no desentona con el entorno y cuando nos enteramos que también es conocida como “Ginger y Fred” por su semejanza con una pareja de bailarines, estuve un buen rato intentando adivinar el por qué de este nombre y la verdad es que me quedé con las ganas… Ya estábamos en la orilla del río y decidimos remontarlo hasta el archifamoso Puente de San Carlos. Antes pasamos por delante de varias fachadas modernistas monumentales, como la del Edificio del Instituto Goethe y la del Teatro Nacional.

Hay varios puentes que cruzan el río pero sin lugar a dudas el más fotografiado, el más famoso y el más idolatrado es el de San Carlos. (Como decía antes, Praga es una ciudad muy habitable y transitable a pié, pero también anoto que por 8 euros (220 koronas) se puede comprar un abono para 3 días de uso de transporte público : metro, bus, y tranvía). Justo antes de llegar al puente, se pueden tomar desde la orilla del río las fotos más espectaculares (ver fotos). Se trata del puente más antiguo de Praga y atraviesa el río Moldava, uniendo la ciudad vieja (Stare mesto) con la ciudad pequeña (Malá Strana).

Su construcción comenzó en 1357, bajo la supervisión del Rey Carlos IV y fue finalizado a principios del siglo XV. Originalmente fue denominado “Puente de Piedra” y su nombre actual data del año 1870. Tiene una longitud de 516 metros, su ancho es de casi 10 metros y se apoya en 16 arcos. Sus medidas no es que sean llamativas o especiales, lo que sí atrae realmente son sus 30 estatuas barrocas que representan a diferentes santos, y sus 3 torres distribuidas entre las dos cabeceras.

La torre que se encuentra en el lado de la Ciudad Vieja, está considerada como una de las construcciones góticas más impresionantes del mundo. En estos puntos de interés turístico e histórico, siempre suele haber un punto o “momento superstición”, y el Puente de San Carlos no podía ser menos. Según cuenta la historia, el rey Carlos quiso que el inicio de la construcción se hiciera en una fecha precisa: el 9 de julio de 1357 a las 5.31 de la mañana. La elección de esta fecha: 1357797531, un número palindrómico, que se lee de igual forma de derecha a izquierda y viceversa, fue determinado por la numerología de los astrólogos de la época para iniciar los trabajos. El estudio lo solicitó el rey y el mismo madrugó para poder asistir al evento personalmente. El caso es que el puente sigue en pié y ha resistido a todas las inundaciones y ataques a lo largo de la historia.

Siempre hay turistas y artistas ambulantes en el Puente de San Carlos. Fotos, láminas, dibujos, óleos, etc, el que quiera llevarse el “puente” a casa no tiene excusa, hay representaciones para todos los gustos. Una vez cruzado el puente en dirección hacia el castillo, conviene hacer un alto en el camino para retomar fuerzas, porque la subida hasta la parte más alta es de órdago.

Cerveza y una oración al Niño Jesús de Praga que se encuentra en la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias, a la izquierda de la salida del Puente en dirección al Castillo, es una fórmula que ayuda. Fuera bromas, la imagen de este niño Jesús de Praga, es muy venerada y guarda una larga historia de milagros, pérdidas y curaciones. La subida al Castillo no tiene pérdida: todo recto hasta la Iglesia Barroca de San Nicolás y después por la calle Nerudova hasta el final, donde se llega a una explanada que es la antesala del recinto del Castillo, con unas vistas sobre Praga alucinantes.

Para los cinéfilos, decir que la calle Nerudova que sube al castillo, y las callejuelas que atraviesan fueron el escenario donde se rodaron gran parte de las escenas exteriores de la película Amadeus; Y para los amantes de la lectura, un dato: Pablo Neruda cambió su apellido real por el de Neruda, en honor al escritor checo, Nerudova, al cual va dedicada esta calle, y a quien el escritor chileno admiraba mucho.

A pesar del esfuerzo y de llegar con la lengua fuera, uno no puede irse de Praga sin visitar el Castillo y la Catedral de San Vito . En esta parte alta de Praga y dentro del recinto medieval se pueden visitar: el palacio real , el castillo de Praga, fundado en el siglo IX, donde se encuentran las Joyas de la Corona de Bohemia, la catedral de Praga, los jardines reales, el convento de San Jorge, la Basílica de San Jorge, la avenida de oro, (una avenida con una colección de diminutas casas antiguas pintadas en vivos colores y tejados altos e inclinados que se aprietan contra la muralla del fuerte.

Según la leyenda, aquí se alojaba el grupo internacional de alquimistas que Rodolfo II trajo a su corte para que fabricaran oro) y la Iglesia barroca de Loreto, entre otros edificios. El conjunto de puntos de interés es tan amplio, que si se dispone de tiempo, para visitar toda la zona, se necesita mínimo un día. A mí personalmente de lo que tuvimos tiempo de ver, lo que más me gustaron fueron las vidrieras de la catedral de San Vito , y más concretamente la que fue realizada por Alfons Mucha, el pintor modernista checo que me dejó huella. Después de haber visto la ciudad desde allí, no pensábamos que hubiese un sitio mejor pero sí que lo hay. Desde la zona del Castillo, saliendo por uno de los laterales, se puede coger el tranvía nº 22 que lleva directamente al mirador de Petrín.

No tiene pérdida, porque es un mirador situado en una colina (conocida como la colina de los enamorados) y es una copia de la Tour Eiffel de París, pero en tamaño reducido. Su parecido con la torre más famosa del mundo, con permiso de la de Pisa, no es casual. En 1889 un grupo de checos visitó París con motivo de la Exposición Universal y se entusiasmaron con la Torre Eiffel. Al final consiguieron edificar una parecida en Praga e inaugurarla en 1891, con motivo de la Exposición Nacional de Praga. Cuando se accede a los jardines que rodean a la torre, gracias a un teleférico, que sube desde la parada de tranvía Petrínská rozhledna, es una auténtica gozada disfrutar de las zonas verdes que hay en la cima de la colina. Luego, queda la opción de subir los 300 escalones para llegar a la cima de la torre, pagando unas 120 koronas. Todo tiene un precio en esta vida, y pese a que llegamos a duras penas, las vistas son realmente espectaculares. Merece la pena.

Ya era media tarde cuando nos dimos cuenta de que al día siguiente, teníamos una excursión prevista a la ciudad Balneario de Karlovy Vary y las compras no podían esperar. Así que regresamos con el mismo tranvía al centro de la ciudad, al otro lado del río, y acabamos en el famoso Boulevard de la Plaza Wenceslao .

En este paseo se encuentran los principales almacenes de ropa y calzado, y un “megastore” de los zapatos de la marca Bata. Yo pensaba que esta marca era francesa y resulta que no, que es 100% checa. Su fundador, un tal Thomas Bata, ya en 1897 fabricó el primer zapato de tela de forma mecánica. El murió en un accidente de avión pero sus sucesores han levantado un imperio del calzado. Nos metimos en la mega tienda y nos llamó la atención el gusto de los países del este por un calzado, digamos que “impactante”: zapatos de hombre de cuero blanco, con textura de cocodrilo y puntas inimaginables… Este es sólo un ejemplo, porque la gama es amplia y colorida. Si a este gusto estridente le sumas, la imagen de las dependientas, venidas de la “Perestroika”, con una media de 50 años, con unos cardados y tintes de pelo imposibles, intentando vender los zapatos estilo “Fiebre del sábado noche”, era para quedarse un buen rato allí observando y así lo hicimos, la escena no tenía desperdicio. Que nadie se piense que el “shopping” en los países del este es un chollo. El comer y beber en Praga por ejemplo es más barato que en España, pero en este mundo “globalizado” donde todo el mundo se viste con las mismas marcas, resulta que un jersey de Zara o de H&M cuesta más o menos lo mismo en Praga que en Bruselas.

Lo que sí interesa más, son por ejemplo, los precios de los productos autóctonos como las cristalerías de Bohemia, las marionetas de madera, instrumentos musicales o juguetes de madera. Nosotros no salimos con unos zapatos “cocodrilo dundee” ni con una cristalería “Pompadour”, aunque algún recuerdo de Praga para las amistades y familiares sí que cayó, porque eso de ir de compras y volver con las manos vacías no mola nada. La tentación está ahí fuera, y la tarjeta visa quema en los bolsillos.

Para cenar, acertamos de lleno. Vimos en la guía que muy cerca de la Iglesia de Bethelem, dentro de la ciudad vieja, recomendaban un sitio y cuando llegamos, en su lugar había otro restaurante llamado “Uz Elenehostromu”, con un patio interior al aire libre, en el que nos sirvieron una comida buenísima, a buen precio y con un trato muy agradable. De nuevo, cerveza de la tierra, y un jamón asado ahumado que estaba de infarto. Tanto nos gustó, que al día siguiente repetimos.

¿Cómo acabar un día intenso? Pues con una aventura.. Al llegar al hotel, vimos que se les había olvidado limpiar nuestra habitación y llamamos a recepción. Enseguida vinieron a limpiarla y nos pidieron mil excusas. Por un acto reflejo mi Santo abrió las ventanas y nos fuimos a tomar algo mientras preparaban la habitación.

Cuando volvimos, de repente nos dimos cuenta de que se habían colado por las ventanas miles de mosquitos, una auténtica plaga. Un buen hombre de la recepción vino con el insecticida pero cuando vio el percal y nos vio la cara de circunstancias, se compadeció de nosotros y nos trasladaron a una “suite nupcial” que casi nos caemos de espaldas de la emoción. Conclusión: el despiste de las ventanas salió rentable, la suite era alucinante, pero los mosquitos se podían haber dado el banquete de su vida, si no nos llegamos a dar cuenta….

30-06-2007: Ciudad-Balneario Karlovy Vary
Se acercaba el momento. Después de patearnos Praga y de haber cumplido con las obligaciones profesionales, por fin íbamos a probar las aguas termales del país. La ciudad de Karlovy Vary aparece en todas las guías de la República Checa como un lugar a no perderse, y nosotros no íbamos a ser menos.

Allá que nos fuimos en bus. Hay varias compañías que organizan excursiones de un día a diferentes lugares del país y nosotros escogimos, un servicio que ofrecía viaje de ida y vuelta, almuerzo y entrada a un balneario por 56 euros. Antes de salir a las 9.30 desde la plaza donde se encuentra la Torre de la pólvora , nos tomamos un café “machiatto” en el café antiguo que se encuentra en el Obecni Dum. (la Casa municipal ). Sólo por el entorno y la arquitectura modernista del café, merece la pena pagar un poco más por la consumición.

A la hora de montarnos en el autobús, nos vimos de repente metidos en una película del KGB. Todos o casi todos los turistas eran rusos y las mujeres volvían a lucir esos cardados y tintes de pelo imposibles. Aunque, si en seco esos peinados eran llamativos cuando vimos esos mismos cabellos pasados por agua en el balneario ya fue el acabose. Ya sé que puede parecer exagerado pero hay que verlo para creerlo. Más o menos dos horas costó llegar a la ciudad balneario. El guía, muy majo por cierto, nos explicó que había mucha gente porque en esos días se celebrara el festival de cine de Karlovy Vary. Y efectivamente cuando llegamos había gente, mucha gente por todas partes. Y sobre todo, jóvenes con sus acreditaciones y poses de “no-me-conoce-nadie-pero-hago cortometrajes-sobre los peces-de-colores”.

O sea, muy fashion, muy cool y muy “estoy encantado de conocerme a mí mismo”. Y, como en toda excursión de este tipo, nos tocó parar en un lugar donde te llevan ex proceso para que piques y compres. En Bohemia ¿dónde nos iban a llevar? Pues sí, a una fábrica de cristalería, pero no a cualquier fábrica, nos llevaron a la mundialmente conocida como cristalería “Moser”. Se encuentra a las afueras de Karlovy vary y lleva 150 años fabricando las mejores cristalerías de Bohemia. De hecho, en su exposición vimos cómo han sido proveedores oficiales de casi todas las casas reales del mundo y de muchos gobiernos de los 4 rincones del planeta. Al salir, empezó a llover un poco y nos condujeron al centro de la ciudad.

No hay palabras para describir esta ciudad termal. De repente, es como si uno retrocediese al siglo XIX y sólo faltaran los carruajes y las doncellas vestidas con cofia. La ciudad de Karlovy debe su nombre a su fundador el rey Carlos IV. Su fama tiene su origen en las aproximadamente 100 fuentes termales que existen, aunque en la actualidad para las curas de agua sólo se utilicen unas doce. Es increíble lo bien que se han conservado los edificios en general. Es como pasear en un cuento de Dickens o de Dostoviesky. (ver fotos). Durante nuestro paseo junto al guía, vimos a mucha gente con una especie de tacitas de porcelana con dos embocaduras. Son los recipientes que se usan en las curas para ir tomando el agua que sale de las fuentes.

Así lo debieron hacer también en su día personajes como Goethe, Beethoven, Chopin, Chateaubriand o el Zar de Rusia Pedro el Grande. El paseo principal discurre por la orilla del río Teplá, mientras a los lados se ven los edificios señoriales del siglo XIX que se ubican sobre las paredes del estrecho valle. Todo el conjunto es realmente impresionante y el final del recorrido acaba en el Hotel Pupp. Se trata de un hotel 5 estrellas de lujo, construido en el siglo XVIII en estilo neobarroco, y muy acorde con el entorno. (los que hayan visto la última de James Bond “Casino Royale”, seguro que reconocen este hotel, escenario de muchas escenas de la película). Al llegar allí vimos a muchos curiosos en la puerta del hotel que esperaban ver alguna estrella del celuloide. El guía nos comentó que ese año, en el festival de cine, la estrella invitada era la actriz Renée Zellweger. No la vimos pero sí pudimos palpar el “glamour” hollywoodense en un rincón de Centro Europa.

A partir de ese momento éramos “libres” y optamos por darnos un baño en la piscina termal del hotel donde se celebraba el Festival de cine. Es un edificio de los años 60 que desentona bastante con el entorno, una torre muy alta de color oscuro y estética comunista que poco o nada tiene que ver con las fachadas preciosistas del resto de los edificios de Karlovy Vary. No sé por qué este edificio es la sede del Festival de cine, supongo que por sus instalaciones. El caso es que la piscina abría a las 16.00 y nos dimos un baño con el agua a 30º grados y rodeados de rusos y rusas. La escena era dantesca y muy, muy cómica.

Por un momento me sentí como en una película de Fellini, nadando a braza y rodeada de “Matruskas” con gorros de plástico, cubriéndoles sus peinados imposibles. Genial!

A las 7 de la tarde, más o menos, llegamos a Praga de vuelta. Nos despedimos de un chico bilbaíno que viajaba solo y que llevaba una semana en el país, y paseando por el barrio judío , decidimos repetir cena en el mismo restaurante del día anterior, en el que habíamos estado tan a gusto. Nos volvieron a tratar muy bien y cenamos otra vez, muy bien, pero eso sí, con menos cantidades de comida porque ya habíamos aprendido la lección.

Antes de regresar al hotel fuimos a la estación central de trenes para comprar el billete para el día siguiente con destino a Viena. Allí comenzó otra aventura viajera. Como en toda estación de trenes, había gente un tanto peculiar y después de guardar cola durante un buen rato, fuimos a parar con el “telón de acero” en forma de mujer, que por no mover, no movía ni los labios para hablar. Sólo levantaba el cejo, mientras nos dispensaba el billete de tren.

Al salir pensábamos que lo teníamos todo claro, y así nos fuimos con los deberes hechos, la sorpresa llegaría al día siguiente.

Domingo 30: Barrio judío de Praga y viaje a Viena
La presencia judía en Praga se remonta a la Edad Media. Existe un barrio, el de Josefov, que se encuentra en la parte norte de Stare Mesto. Para la tradición judía, la ciudad de Praga ocupa un lugar tan importante como Jerusalem y, de hecho, en un espacio relativamente pequeño se pueden visitar varias sinagogas, un museo y un cementerio que deja la sangre helada. Este cementerio es el monumento más visitado de Praga después del Puente de San Carlos y tampoco es de extrañar, pues se trata del mejor conservado del continente europeo. Lo que realmente impacta, es ver como se han ido amontonando las lápidas unas sobre otras a lo largo de la historia, por falta de espacio. Una de las lápidas más famosas, es la del Rabino Loew, creador de la leyenda del Golem.

A primeras hora de un domingo soleado, pasear por el elegante barrio judío fue una auténtica gozada y la mejor opción para despedirnos de Praga. No entramos en las sinagogas porque no nos daba tiempo, pero sí que pudimos dar un buen paseo por las calles del barrio, entre edificios burgueses, calles adoquinadas y la sombra de Kafka. (Vimos una estatua del autor, muy surrealista y muy original: ver foto).

De todas las sinagogas que se pueden visitar, la más grande es la conocida como Sinagoga Viejo-Nueva: fue construida en el siglo XIII y es la más antigua de la Europa del Este. Esta sinagoga no tiene pérdida, se encuentra justo al lado del museo y del cementerio judío. Este museo también merece la pena visitarlo, aunque eso sí, hay que hacerse a la idea de que las lágrimas pueden caer en cualquier momento, sobre todo, cuando se ven los dibujos que hacían los niños judíos en los campos de concentración, representando las torturas y el terror desde la mirada y el trazo de un niño. Impactante, escalofriante y difícil de olvidar!

Hay otras sinagogas además de la que acabo de mencionar: la Sinagoga Maisel, construida en 1591, de estilo renacentista en su origen, que hoy alberga un museo con objetos litúrgicos y documentos que dan fe de la presencia judía en Praga desde el siglo X, la sinagoga de Pinkas, muy cercana al cementerio judío, que destaca porque en sus paredes se muestran los nombres de las casi 80 mil víctimas del nazismo, la Sinagoga de Klaus, que nos muestra una exposición de antiguos manuscritos hebreos e impresos poco comunes y, por último, la Sinagoga Española de gran belleza y un poco apartada del resto.

El nombre de Española, le viene porque a principios del siglo XVI, cuando en Praga se asentó una nutrida comunidad de sefardíes, tras huir de la Inquisición española, éstos judíos acudían a esta sinagoga como lugar de culto. Fue quemada y reconstruida varias veces. En 1836 pasó a ser la sede de los judíos reformadores y en ella se empezó a celebrar el rezo con música de órgano. Cuando acabamos nuestro paseo por el barrio judío , volvimos en tranvía para recuperar las maletas a las 12 en punto del mediodía.

Nuestro tren salía a las 13.30 con destino a Viena, y llegamos con media hora de adelanto a la estación central. Y menos mal! Porque la pava que nos vendió el billete el día anterior, sin mover un solo músculo de su rostro pálido, nos la jugó. Cuando llegamos y vimos que no había tren para Viena, preguntamos y nos confirmaron que el tren a Viena salía de otra estación, precisamente la estación del Este que se encontraba a 5 minutos de nuestro hotel. Juramos en hebreo y en arameo, menos mal que llegamos a tiempo!

El trayecto entre Praga y Viena dura 4 horas. Se nos hizo un poco largo el viaje ya que el vagón donde estábamos era un auténtico horno; el aire acondicionado se paraba de repente y optamos por cambiar de vagón, ante el riesgo de morir asaditos. Al llegar a Viena, compramos el billete para el día siguiente con destino a Budapest y volvimos a tener otra trifulca con el que vendía los billetes. Si la checa era una mudita, el vienés resultó ser un maleducado, amargado que casi nos envía a la cámara de gas!. Ojo al dato, y aviso a los viajeros que quieran viajar en tren a partir o con destino a Viena. Cuando lleguéis a la taquilla ni se os ocurra pronunciar la típica frase: ¿me puede decir qué trenes hay disponibles hacia tal hora? Porque de repente veréis como una persona se convierte en un auténtico allien, al tiempo que empieza a mascullar diciendo: para los horarios hay que ir a otra ventanilla, aquí sólo se venden billetes!!!! Esto hay que vivirlo y sufrirlo Ni en una película de Terror, de serie B. ¡Joé con los austriacos!.

Calentitos estábamos nosotros como para aguantar a energúmenos. Compramos los billetes y cogimos un taxi, directos al hotel. Pero, ¿cómo iba a acabar la película así, sin más? No teníamos dinero en metálico y preguntamos a los taxistas si alguno tenía para pagar con visa. Salió el espontáneo de turno y cuando llegamos al hotel, empezó a darle a la “bacaladera” y dijo que no le funcionaba. El tío listo me dijo que escribiera a mano el código de la tarjeta visa y allí es cuando me acordé de aquella señora española que en Praga decía: qué dura es la vida del turista!. Le dije que “oranges from China” , o lo que es lo mismo, que fuese ipso facto a un cajero y que no me tocara las narices. El tío listo, no se rendía y cuando por fin nos dejó en el hotel y le quise pagar, me salta con la broma de que por darme la factura me cobraba 6 euros más. En esos momentos es cuando una pierde esa educación de colegio de pago y la compostura, y le dije de todo. No se si lo entendió o no, pero salió disparado como alma que lleva el diablo…

Con tanto cabreo y calor acumulados, lo primero que hicimos después de dejar las maletas y antes de salir a cenar, fue darnos un baño en la piscina que nos dejó como nuevos. Salimos a cenar muy cerca de la plaza de la Catedral de San Esteban y acabamos el día riéndonos mucho. Tuvimos la suerte de cenar a lado de un grupo de médicos españoles que habían venido Viena a un congreso. No paramos de reírnos oyendo las conversaciones.
Entre ellos destacaba un andaluz, canoso de unos 50 años, con gafas de pasta roja, que no paró de hablar de sus barcos (en plural), de sus noches en hoteles 5 estrellas y de sus siestas a bordo, conocidas como…”polvisiestas”. Todo un “latin lover”!

Lunes 2: Viena y viaje a Budapest.
La estancia en Viena sería breve. Ya era la tercera vez que viajaba a la capital de Austria en 6 meses, por motivos profesionales, y además, el diario de viajes ya salió a la luz, con motivo de nuestro viaje a Berlín y Viena a finales del año pasado. A las 11 de la mañana tenía mi cita profesional, y después de cumplir con las obligaciones, cogimos el tren con destino a Budapest. El centro de Viena estaba a tope de turistas y además hacía un día soleado y caluroso, algo no muy habitual. Según me comentaron los clientes a los que visité, el verano estaba siendo muy caluroso, y hacía años que no pasaban tanto calor.

Salimos desde la estación del Este, la Westbanhof de Viena, puntualmente a las 13.30. A medio camino, (el trayecto dura 3 horas), fuimos a la cafetería del tren y empezamos a familiarizarnos con la nueva moneda que íbamos a utilizar en breve, los florines húngaros. Si por un euro nos daba unas 27 coronas checas, en Hungría por el mismo euro, nos daban al cambio, unos 250 florines. En muchos momentos, durante la estancia en Budapest, tuve esa sensación de ser “millonaria” como ocurría con las liras italianas, cuando cambiabas en el banco y te daban miles y miles de liras. Eso sí, también ocurre el caso contrario, cuando te piden por una Coca-cola, una cifra de varios ceros, te entran sudores fríos, pensando que te vas a arruinar. Pero bueno, era cuestión de no caer en la tentación de hacer el cambio de moneda y de gastar sin dolor de conciencia.

Al llegar a la estación de trenes de Budapest, hacía una temperatura de 35 grados. La estación es impresionante, modernista y monumental. Un taxista fornido se ofreció a llevarnos al hotel y cuando le pregunté cuánto nos iba a cobrar me respondió que tenía taxímetro.

Tanto en Praga como en Budapest, los taxistas no tienen muy buena fama y se suele pactar el precio del trayecto antes de subir. Si no tienen taxímetro conviene pactar el precio, y si tienen la maquinita, habrá que obedecer a lo que marque la susodicha, aunque siempre hay los típicos suplementos que se aplican a …..¡Vaya Usted a saber!!!!! nº de bultos, tiempo de espera, nocturnidad, alevosía y premeditación. En fin, que o te dejas llevar o acabas en comisaría. Nuestro “taxi driver” particular se portó y nos condujo al Hotel Mercure Korona, atravesando callejuelas, atascos y un tráfico caótico que según nos explicó es lo habitual en la capital húngara.

Después de dejar las maletas, nos lanzamos literalmente a la calle más comercial de Budapest, la “Váci Utca”. Esta calle está delimitada por un lado por el Mercado central (a no perderse) y por el otro lado, por la plaza de Vörösmarty, donde se encuentra uno de los cafés más famosos, el café Gerbeaud. Esta calle comercial, la más larga de Budapest, a esas horas de la tarde ya no estaba tan concurrida. Lo que sí escuchamos fue música zíngara, mientras pasábamos por delante de una Iglesia Ortodoxa, conocida como la Iglesia Serbia, en cuyo interior, según leí en la puerta, porque ya no se podía entrar, los hombres están separados de las mujeres como en los templos ortodoxos que vimos en Grecia.

Recorrimos toda la calle comercial, que discurre en paralelo a la orilla del río, y muy cerca del famosísimo Puente de las cadenas , encontramos un restaurante recomendado en la guía: el Columbus. La particularidad de este local es que es un barco atracado en el río, muy cercano al puente, y con unas vistas sobre Buda impresionantes. Cenamos en una de las terrazas del barco comida húngara: unos entremeses que incluían embutido picante, cortezas de cerdo y queso local, después una ensalada “César” y una especie de pasteles de carne con crema.

Según parece, por lo que leímos y probamos, los “ingredientes o productos típicos de Hungría” son el “páprika”, o pimentón dulce, el salchichón con especias y el “goulash”, por supuesto. Habrá seguramente muchos más, pero estos tres productos los vimos por todas partes, sobre todo el famosísimo “paprika” que es el “producto bandera”.

Volvimos después de cenar, paseando una buena media hora hasta el hotel. Hacía calor y olía en muchos rincones a orina. Era demasiado pronto para hacernos una idea de Budapest, pero lo que enseguida vimos es que en tiempos, o más bien en el siglo XIX, debió ser una capital suntuosa y rica, pero hoy por hoy, los edificios están descuidados, se respira cierto aire decadente y la limpieza en muchos sitios brilla por su ausencia. Una lástima la verdad, aunque me imagino que ocurrirá en un futuro como en Praga, una ciudad a la que le han dado un “buen lavado de cara”. A ver si cunden los fondos de la Unión Europea.

Martes 3: Mañana por Pest y tarde por Buda
Encontramos muy cerca del hotel, un café que parecía recién salido de la película “Amélie”. Allí desayunamos y nos pusimos en marcha para describir la parte más habitada de la ciudad: Pest. Empezamos la ruta por la gran sinagoga, en la calle Dohany, de la que dicen es la más grande de Europa del Este y la segunda del mundo, tras la gran sinagoga de Jerusalén.

Abren a las 10 de la mañana, y por unos 4 euros, se tiene acceso al museo judío, al templo y al jardín trasero, donde se encuentra una escultura en honor a las víctimas del nazismo, en forma de sauce con hojas metálicas, en las que están inscritos los nombres de los judíos húngaros que fueron asesinados por los nazis. También hay una placa en honor al diplomático sueco Wallanger, que al igual que Schilnder, salvó a muchísimos judíos de caer en manos del Régimen nazi.

Nuestro siguiente destino también era de “culto” pero esta vez católico: la Basílica de San Esteban . Estéticamente, no nos gustó mucho, es un edificio enorme, de corte neoclásico y un poco “mazacote”, hablando pronto y mal. Por lo menos la entrada es gratuita, y merece la pena entrar para ver la reliquia más importante para los católico húngaros: la “santa diestra”, o lo que es lo mismo, la mano derecha momificada de San Esteban, el fundador del Estado y la Iglesia de Hungría. Este tipo de cosas morbosas tienen su aquél, sobre todo, cuando ves escenas dantescas como las que vimos. La famosa reliquia se encuentra en una pequeña capilla, y está custodiada por un chico, o señor, con discapacidad mental, por ponerlo fino, que se toma su trabajo en serio, muy en serio. Se exponen fotos de la historia de la reliquia, de todos los sitios en los que ha estado custodiada, y resulta que el mismo chico, lleva más de 20 años guardando la dichosa manita, que a saber si es real o no. El caso, es que llegamos a la conclusión de que era un trabajo bastante duro y que más valía no tener el cerebro al 100% para soportarlo. Para ver mejor la “cosa” que está en una urna, hay que echar unas monedas para que se ilumine. Y allí que estábamos todos, esperando a ver quién era el pardillo que echaba las moneditas. Qué risas! Era peor que una película “gore”, todos deseando ver la reliquia, pero nadie se quería hacer el primo, o a rascarse el bolsillo.

Menos mal que al final una turista nos hizo el favor a todos, cuando echó las monedas y caímos todos en plancha para ver la puñetera manita momificada e iluminada, ¡¡qué momento!!! Sólo por vivir situaciones como esta, merece la pena viajar. Al salir, muy cerca de la Basílica, se inicia la Avenida principal de Pest: la archifamosa Avenida Andrassy, una avenida que discurre entre tiendas, museos y restaurantes, entre los que destacan: la Opera nacional , testimonio de la grandiosidad que vivió en su día Budapest, con las estatuas de los músicos Liszt y Erkel; el café “Mzesck”, donde merece la pena tomarse un café y un pastel, aunque la clavada sea importante, el Museo dedicado al pianista, que he mencionado antes, Franz Liszt, y un museo en el nº 60 de la avenida que es de visita por imperativo legal.

Se trata de la “Casa del terror”, ubicado en los antiguos cuartes generales de AVO, la policía secreta comunista húngara. Es un museo interactivo, muy interesante e impactante. Se muestran los horrores de los regímenes nazi y comunista y está realmente muy bien montado, de forma muy original: http://www.tresviajesaldia.com/la-casa-del-terror-de-budapest. (He encontrado este blog que describe muy bien las sensaciones que transmite este museo del terror. Cuando sales del museo, estás un poco “noqueado” por todo lo que se puede ver, incluidas las celdas en el sótano que aún huelen a muerte, pero realmente merece la pena, pasar un par de horas allí.

Seguimos por la Avenida Andrassy que mide 1km y medio, hasta el punto final donde se encuentran: el Museo de Bellas Artes, la Plaza de los héroes, el zoo y el castillo de Vajdahunyad. Antes de llegar, en el último tramo de la avenida, vemos casas-palacio, con fachadas modernistas y barrocas un poco decadentes pero aún impresionantes.

En el centro del parque de Varosliget, justo detrás de la plaza de los Héroes, donde se celebraban las manifestaciones comunistas, se encuentra el Castillo de Vajdahunyad, una combinación de estilos barroco, renacentista, gótico y románico, concebido para las celebraciones del año 1896, milenario de la llegada de los magiares a Hungría. El conjunto, evoca más de 20 construcciones típicas del país y el Museo de Agricultura es el único abierto al público. Lo que nos gustó sobre todo es ver el castillo, rodeado de agua y de un parque enorme.

Muy cerca del castillo, vimos uno de los balnearios más famosos de Budapest: el Balneario de Szechenyi, construido en 1913, incluye los baños termales más profundos y calientes de Hungría. Teníamos que elegir entre éste y el de Gellert que también tiene mucha fama, y optamos por dejar las burbujas para el día siguiente como final del viaje. Cualquiera de los dos balnearios son recomendables, aunque por falta de tiempo no nos quedó otra que elegir uno.

Como ya se nos hizo la hora de comer, nos guiamos por los consejos de la guía, y entramos en el restaurante Gundel, que se encuentra justo a lado de la entrada del zoo. Dicen que es el mejor restaurante de Budapest, y la verdad es que “flipamos en colores”. Vajilla decimonónica, cubiertos de plata, cristalería de Bohemia, y un camarero recién salido de una película inglesa de principios de siglo. Al mediodía ofertan menús que oscilan entre los 22 y los 35 euros y aunque sólo sea por la experiencia de sentirte como una “Pompadour”, no hay que desaprovechar la ocasión: www.gundel.hu

Un “must” en Budapest! Para no cambiar de época, volvimos al centro de la ciudad en uno de los metros más antiguos del mundo. Pero OJO AL DATO! y en mayúsculas, en el metro de Budapest ocurre algo insólito, inexplicable y tremendo. Resulta que un billete simple vale sólo y exclusivamente para un trayecto en la misma línea. Y para los que penséis que viajar en metro en Budapest os puede salir gratis, ni lo soñéis porque hay más controladores que pasajeros, en todas y cada una de las estaciones. La multa por cambiar de línea con el mismo billete es de 5000 florines (20 euros) y lo peor no es la multa, lo peor fue enfrentarse a un pirado de psiquiátrico de los que dejan sueltos por “caso perdido”. En fin, el resumen es que el metro de Budapest es muy pintoresco, con vagones antiguos de madera, y con unos usos y costumbres inauditos para las mentes más o menos lógicas. (Eso sí, cuando te ponen la multa te hacen leer la letra pequeña no, minúscula que viene en el dorso del billete). Bonita manera de fomentar el turismo…

Por la tarde, queríamos visitar la otra parte de la ciudad: Buda, al otro lado del Danubio, y desde donde se ven las mejores vistas sobre el Parlamento Húngaro, pura réplica del Parlamento de Londres. Para pasar al otro lado, se puede cruzar el famoso “puente de las cadenas ” andando. A pié del puente, ya en Buda, se coge un teleférico (5 euros ida y vuelta) que conduce hasta la ciudad medieval de Buda, declarada Patrimonio de la Humanidad.

Nada más llegar a la cima, a mano derecha se encuentra el Palacio Sandor, residencia oficial del presidente húngaro, y a mano izquierda el Palacio real : la mayor parte del actual Palacio Habsburgo se levantó en el siglo XVIII, durante el reinado de Maria Teresa, aunque anteriormente el solar estuvo ocupado por un palacio y dos castillos.

Su último inquilino fue el almirante Horthy, regente de Hungría (entre 1919 y 1945). Desde entonces ha albergado varios museos, incluida la Galería Nacional de Hungría. El camino sigue en ascenso, por calles adoquinadas, hasta alcanzar la Iglesia de San Matías. Actualmente una parte está en obras, pero se puede entrar y ver una de las iglesias más bellas que he visto yo en mi vida. Fue construida entre los siglos XIII y XV, en estilo neogótico. Lo que más impacta son los frescos que decoran todas las paredes, así como los relieves y reliquias que recuerdan que allí fueron coronados tres reyes húngaros. Cuando entramos no había casi nadie, ya estaba atardeciendo y pudimos disfrutar del templo durante un buen rato.

Al salir de San Matías, aparece imponente la figura ecuestre de San Esteban en bronce, el fundador y patrón de Budapest, presidiendo el “Bastión de los Pescadores ”, una fortificación de 7 torres con cúpulas puntiagudas, en honor a las 7 tribus fundadoras, con las mejores vistas sobre Pest y el Parlamento . Tuvimos la suerte de estar justo en ese momento del día en el que el sol va desapareciendo y las luces rojas y cobrizas son las mejores para fotografiar. No sé cuántas fotos saqué del parlamento , pero lo que sí sé es que fueron muchas, bajo todos los ángulos y perspectivas. Se puede visitar su interior pero la pena es que en este viaje no nos daba tiempo. Quedaba como asignatura pendiente.

La Iglesia de Santa Magdalena de la que sólo queda una torre en pie, y fue construida para los habitantes húngaros a los que se les negaba la entrada en San Matías, era nuestro siguiente punto en la ruta por Buda. Antes, de llegar a “las ruinas de la iglesia”, pasamos por la Plaza de la Puerta de Viena, una réplica de la original que iniciaba el camino de Buda a Viena.

Fue levantada en 1936 para celebrar el 250º aniversario de la expulsión de los turcos de Buda. Cuando llegas a lo que queda de Santa Magdalena es un poco desolador, pero al mismo tiempo, te haces una idea “in situ” de lo que supuso la Segunda Guerra Mundial para Budapest. Ya era casi de noche, cuando volvimos al teleférico, que cierra a las 22.00, por la conocida como calle de los Nobles. Las fachadas góticas y barrocas, nos volvieron a dar una idea de lo que fue esta ciudad en su día. Lo que más destaca en esta calle, que recorre la colina del castillo, es la casa Höbling del nº 31, el museo del teléfono en el nº 49 y el laberinto del castillo de Buda, en el nº 9.

Volvimos a bajar en teleférico, nos despedimos de esta parte de la ciudad, y cruzando el puente de las cadenas otra vez, fuimos a parar a la entrada del hotel más majestuoso de Pest: el “Four Seasons Gresham Palace”. Entramos como si fuésemos los huéspedes de la habitación 205 o 350, y nos quedamos alucinados ya en el hall del hotel. Impresionante!. Decoración y arquitectura modernista, en un edificio que antiguamente fue la sede de la compañía de seguros “Life Insurance Company”. http://www.fourseasons.com/budapest/  ¡verlo pa´creerlo!. Olvidamos de repente los horarios “europeos” y para cuando nos quisimos dar cuenta, ya era demasiado tarde para cenar en cualquier sitio.

Quisimos probar suerte en una cervecería bávara, recomendada en la guía, pero cuando llegamos ya estaba cerrando. Lo intentaríamos al día siguiente. Muy cerca del hotel, encontramos finalmente un “Doner Kebab” que se apiadó de nosotros y nos sirvió una pita que nos supo a gloria bendita. Un día completo, con pateo por las dos partes de la ciudad. Al día siguiente tenía que trabajar y optamos por no alargar mucho la noche.

Miércoles 4: trabajo y relax entre burbujas en el Balneario Gellert
Mis dos citas profesionales, me ocuparon toda la mañana, aunque menos mal que tuve la suerte de contar con una taxista “enrollao” que me llevó a todas partes y esperó pacientemente a que acabara las visitas. Eran nuestras últimas horas en Budapest y había que aprovecharlas. Lo primero que hicimos fue ir al mercado central que se encuentra justo a lado de otro famoso puente, el de Isabel, por el que se puede cruzar también a pie para ir al balneario de Gellert.

En la primera planta del mercado central, recientemente restaurado, se ubican los puestos de comida en general: con pocos o ningún puesto de pescado, y muchos de carne, embutidos y la santa “paprika” por todas partes. En la segunda planta, se venden recuerdos de Hungría en diferentes puestos y también se puede comer en unos bares con platos de comida preparada. Allí comimos, hicimos algo de “shopping” y salimos hacia el Balneario de Gellert.

No nos había llovido desde que llegamos, y de repente empezó a caer un diluvio. Corrimos al cruzar el puente de Isabel y entramos en el legendario Balneario que aparece en todas las publicaciones sobre Budapest y tiene la fama de ser el más lujoso y conocido. Actualmente el edificio sigue siendo majestuoso pero algo decadente.

La entrada principal es la del hotel, y para acceder al balneario hay que hacerlo por la puerta lateral. A pesar de la lluvia, quisimos probar las dos piscinas, la exterior primero, y la interior después. El sistema de pago es algo complicado, existen mil servicios, baños de todo tipo, tratamientos y nosotros lo que queríamos es usar las piscinas con aguas termales. Así que por 400 florines (10 euros), compramos un billete que nos permitía acceder a las instalaciones, sin incluir tratamientos, saunas, ni masajes. Si se permanece dos horas como máximo o menos, al salir te devuelven el dinero que te corresponda según el tiempo consumado. Como decía, las instalaciones interiores se han quedado un poco obsoletas pero tiene su encanto. Nos bañamos en la piscina exterior, y luego entramos en la famosísima piscina interior, que sale en todas las revistas. En este caso tengo que decir que la realidad no supera la ficción, aunque sí estuvimos un buen rato entre burbujas, disfrutando de la temperatura del agua y de los chorros a presión. Había algún turista como nosotros, aunque la mayoría de la gente parecía local. Al salir seguía lloviendo, y nos metimos en el bar del hotel, para poder ver las famosas vidrieras modernistas de la recepción.

También el hotel, por lo que vimos se ha quedado un poco anclado en el pasado y necesita un “plan renove”, nada que ver con el Tour Seasons que vimos el día anterior. ¿Con lluvia y bien relajados después del baño, qué podíamos hacer? Pues quemar la visa, que hasta ese momento no la habíamos usado tanto. En las compras tuvimos que claudicar y comprar un paraguas, porque el ataque compulsivo de comprar no nos lo quitaría de la cabeza nadie. Así llegamos al hotel, bien surtiditos de bolsas, que casi no cabían en las maletas, aunque finalmente lo conseguimos, y para despedirnos, volvimos a intentar entrar en la cervecería bávara “Kaltenberg Royal”, en la calle Kinizsi Utca, al lado de otro lugar de interés turístico: el Museo de Artes Aplicadas, un edificio secesionista impresionante, con sus cúpulas y techos acristaladados de estilo oriental.

Y así llegó el final del viaje, entre cervezas, “ragout” húngaro y salchichas bávaras. ¿Qué más podíamos pedir?.

Miércoles 5: despedida y cierre con aires sanfermineros

En Budapest nos quedaron algunas asignaturas pendientes: la visita del Parlamento , un paseo por la isla Margarita, que se encuentra en medio del Danubio y es, según dicen un “oasis” en Budapest, y la visita al Parque de las Estatuas, un parque que se encuentra a las afueras de la ciudad, a unos 20 minutos, y que es un viaje al pasado soviético. La mayor parte de los países del bloque soviético destruyó sus esculturas comunistas, tras la caída de las dictaduras, pero los húngaros decidieron conservar estas obras en el parque. Para otra vez será….

El último punto de color en Budapest, lo puso la pareja que vimos en el aeropuerto vestida de blanco impoluto y con el pañuelo rojo de San Fermín ya anudado al cuello. Increíble!!!! Eran Húngaros e iban a las fiestas locas de nuestra ciudad. Por un momento estuve tentada de decirles que hasta el día siguiente, a las 12.00 en punto, no se podían poner el pañuelo en el cuello, como mandan los “santos sacramentos sanfermineros” pero me controlé y les “perdoné la vida”… Así nos despedimos de Budapest, con unos húngaros vestidos de San Fermín y con muchos recuerdos de los casi 10 días en República Checa y en Hungría.

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