Azules de México
México DF, Riviera Maya y Yucatán
Del 28 de septiembre al 9 de octubre de 2007
Azul turquesa del mar de Tulum, azul Frida Khalo de su casa de Coyoacán, azul eléctrico del cielo de Izamal, azul cobalto de las aguas de los cenotes… Nunca pensé que existieran tantos matices de un mismo color, pero en México sí. Y si a la estridencia de colores, le añadimos un poquito de tequila y unos buenos tacos de pollo con chile habanero, obtenemos un viaje mágico que nos filtró en las venas, mucha energía y muy buen rollo!. Desde la capital más grande del mundo hasta el punto más inhabitado de la Riviera maya, desde el estrés y tráfico de la avenida Reforma en DF hasta la calma y tranquilidad de la ciudad de Mérida. Un viaje de contrastes y un viaje de descubrimiento. Era nuestro “bautizo” en Latinoamérica y “la pasamos de padre”, como dicen por allí.
Viernes 28 y sábado 29 de septiembre: cruzando el charco y llegada a DF
Teníamos casi 15 horas de viaje por delante. Por 705 euros, ida y vuelta, volamos desde Valencia a Madrid y tres horas más tarde, desde Madrid a la capital mejicana con Iberia. Entre el desfase horario (7 horas menos en Méjico) y la espera en la T4 de Madrid, la aventura duró casi 15 horas pero es el precio que hay que pagar cuando se viaja allende los mares no?. Llegamos a las 6 y media de la mañana del sábado, hora local y con los efectos del “jet lag” cogimos un taxi de los que llaman “autorizados” en el aeropuerto que nos llevó literalmente volando, a mil por hora y por 225 pesos (± 15 euros), hasta el paseo de Reforma, a nuestro hotel: Suites hotel San Marino. Nada más pisar tierra firme ya notamos el intenso tráfico y la nube tóxica que se cierne sobre la capital. Creo que no exageran las fuentes que confirman que Méjico DF es la ciudad más contaminada del mundo.
Este hotel se encuentra en una de las mejores zonas de la capital, cerca del exclusivo barrio de Polanco y al lado de la zona rosa, una zona llena de ambiente con bares y restaurantes. Dicen que este barrio rosa ha perdido la tranquilidad de antaño y que ahora hay mucha inseguridad. Nosotros desde luego, lo que vimos es que el nombre de “zona rosa” se corresponde al barrio gay de la capital mejicana. Coches de policía patrullando también vimos unos cuantos, pero en ningún momento de la estancia en DF sufrimos un percance, ni ningún peligro tal y como nos habían advertido. Incluso cometimos la “osadía” de coger un taxi en plena calle, sin sufrir ningún secuestro Express, pero bueno, tiempo al tiempo, porque Méjico dio mucho de “oui”!!!!
Como decía, nos alojamos en el Hotel San Marino, http://www.sanmarinodf.com y desde aquí lo recomiendo. Por 55 euros la noche, en régimen de alojamiento para dos personas, las habitaciones son amplias, del tipo suite, con cocina incluida. El desayuno no está incluido en el precio pero por unos 100 pesos mejicanos (±6 euros), se puede tomar un desayuno tipo buffet en el restaurante del hotel.
Cuando llegamos era demasiado pronto para ocupar nuestra habitación y la recepcionista muy amable nos invitó a darnos un paseo por la zona hasta que a media mañana pudiésemos ocupar la habitación. Eso hicimos, haciendo caso a su voz melodiosa que decía “porfavorsito” y otras lindezas, nos alejamos del hotel hasta el paseo de Reforma, que cruza la ciudad de cabo a rabo, y entre taxis escarabajos de color verde, llegamos a otra gran avenida, la de “Insurgentes”. En el camino, vimos varios puestos de “jugos curativos” a base de frutas naturales y caímos en la tentación sin remisión. Buenísimos!!!! Con uno de estos batidos se nos pasó el “jet lag” en cosa de segundos. Guayaba, naranjas, plátano piña y miel, una mezcla revitalizadora que nos puso el cuerpo a tono para el resto del día. En la zona rosa, además, descubrimos un mercado de antigüedades, ubicado en la plaza Santo Angel, y dimos una vuelta. Yo empecé a hacer fotos, y un señor muy amable me tocó en el hombro y me dijo textualmente “con agrado disculpe señorita pero no se permiten las fotografías”, pedí perdón y una vez más, agradecí la exquisita educación de la gente. ¡ Cuánto tenemos que aprender en la madre patria!!!! . En realidad, salimos de allí con pena porque una de las mejores fotos del viaje la tenía ante mis ojos: un niño vestido de charro en blanco y negro, como aquél que cantaba, “la de la mochila azul, la de ojitos dormilones, me dejó gran inquietud y bajas calificaciones…” , pero tampoco era cuestión de ponerme terca en sacar la maldita foto, así que dejé a la copia de Pedrito Fernández (ahora me ha venido a la memoria el nombre) y volvimos al hotel a dormir un poco y a pegarnos una buena ducha.
Cuando nos despertamos 3 horas más tarde, nos sentimos realmente mejor, y lo celebramos yendo a comer a la “cantina de los remedios”, un lugar 100% mejicano, con su música mariachi, y su decoración al más puro estilo mex :http://www.losremedioselangel.com . Se come de vicio. Nosotros pecamos de novatos y pedimos comida para un regimiento, rodeados de fotos de la “doña”, la actriz María Félix que en paz descase, y refranes en las paredes del tipo: “si tiene solución de qué te preocupas, y si no la tiene de qué te preocupas”.Visto así, cuando llegó a la mesa el desfile de platos, dudamos por un momento en salir corriendo de allí, pero no, decidimos “atacar” y por lo menos probar de todo lo que nos sacaban: fajitas de pollo y ternera, quesadillas, el famoso “mole poblano”, carne de pollo con una salsa marrón a base de chocolate y especias y una especie de tacos, también rellenos de carne y verduras. Llegó un momento en que el camarero al ver tanta comida en los platos, nos preguntó si queríamos llevarnos los restos a casa, pero no era cuestión de seguir ruta con los “taper” a cuestas, así que muy a nuestro pesar, nos “rendimos” y después de pegar los últimos tragos de nuestras coronitas, dimos por finalizado nuestro primer banquete mejicano, mientras sonaban los corridos mejicanos de los “Tigres del Norte”.
Al salir, el cielo amenazaba lluvia, y seguimos los consejos de coger un taxi concertado con el hotel. Craso error! Sí que es cierto que cuando ves los anuncios de madres que denuncian los secuestros de sus hijos, dando un teléfono de contacto para recabar información sobre sus paraderos, uno se lo piensa, pero a nosotros el viaje de ida al museo de Frida Khalo en Coyoacán nos salió tres veces más caro con el taxi concertado, que con el de vuelta que cogimos por libre por la calle. Pero bueno, está claro que los famosos “secuestros Express” existen en Méjico y es mejor no tentar al diablo.
Cuando llegamos finalmente a la Casa azul de Frida Khalo y su marido Diego Rivera, la tormenta que caía de cielo era impresionante. Toda la rabia de Moctezuma se cernía sobre nuestras cabezas y aún tuvimos que esperar un rato en la entrada del museo, porque de la tormenta se habían quedado sin luz. http://www.museofridakahlocasaazul.org.
Si no recuerdo mal, las entradas a todos los museos que visitamos en Méjico nos costaron el mismo precio: 45 pesos por persona (3 euros). Esta casa azul (ver fotos) guarda en su interior una pequeña colección de las obras de Frida y Diego Rivera. La cocina y el comedor permanecen intactos y en la sala principal se observa la colección personal de objetos prehispánicos del pintor muralista Diego Rivera. A mí me gustó el museo pero me parecieron excesivas las medidas de seguridad, cada vez que te acercas un poco a ver un objeto, pita una alarma y al final el recorrido que quisieras tranquilo se convierte en una serenata de pitidos molestos. Es una pena.
En las vitrinas aún pueden leerse las cartas de amor que Frida escribía a su amado Diego, y admirar los vestidos, joyas y pertenencias personales de la pintora de una sola ceja. En una de las habitaciones se lee “recámara de María felix, Frida Khalo y Diego Rivera”. Sí, no hay misterio, no formaron un trío pero casi. La actriz Mejicana era amiga de la pareja y pasaba largas temporadas en la casa. Diego Rivera siempre estuvo enamorado de ella, de la “Doña”, con pleno conocimiento y aceptación de Frida, aunque ella tampoco se quedó a dos velas: la casa tuvo otro ilustre huésped, León Trotsky quien se convirtió en el amante de Frida antes de ser asesinado con un pica hielos en el año 1940, por el comunista español Ramón Mercader: http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2007/396/1177695863.html
Entre cuadros y reliquias, también pudimos ver los corsés tremendos que tuvo que soportar la Khalo, durante su corta vida de 47 años. No tuvo una vida fácil la pobre mujer: a los 16 años un accidente la “partió en dos” y su cuerpo sufrió de por vida las secuelas del fatal accidente. Con la columna partida, y gran parte de sus huesos malheridos, tuvo que sufrir sus dolores postrada en la cama. Tremenda vida, y gran alivio, cuando después de recorrer las habitaciones de la casa azul, se accede finalmente al patio frondoso y lleno de vegetación que se encuentra en el centro de la finca.
Había dejado de llover cuando salimos, y respiramos profundamente, dejando atrás un museo que nos dejó un sabor agridulce. Muy cerca del museo, también en Coyoacán, nos encontramos con la plaza y el mercado de Hidalgo. No dejan sacar fotos y es una pena, porque el espectáculo de ver a la gente comiendo y bebiendo en las taquerías, entre altares dedicados a la Virgen de Guadalupe, es para fotografiarlo, no una sino varias veces. También tuvimos la oportunidad de ver a una multitud de gente rodeando a una chica con un traje rosa indescriptible. Al principio pensamos que era una boda, pero después de esperar en el interior de la iglesia para ver al novio, pasó un tiempo y el novio no llegaba. No entendíamos nada, porque en vez de uno, aparecieron varios chicos trajeados, que seguían a la chica de rosa. Un matrimonio multitudinario? Poligamia permitida y bendecida por la Iglesia mejicana? No entendíamos nada, menos mal que al cabo de un rato, ya entendimos el por qué del vestido rosa indescriptible. Era una puesta de largo, una confirmación ante los ojos de Dios!, Menos mal! Vaya susto!
Entre los corsés de Frida Khalo, las carnicerías con el manto de la Virgen de Guadalupe y la Barbie de puesta de largo, nuestras mentes quejosas aún con el “Jet lag” empezaban a ver alucinaciones. Teníamos que tomarnos unas cervecitas, y así lo hicimos, en una cantina muy animada, llamada “La bipolar”. Se me ocurrió pedir una cerveza con un color bastante especial y casi me cuesta la vida. Se llama “la mato con cerveza” y se compone de cerveza aderezada con sal y salsa picante de tabasco! Una bomba de relojería que casi me come las entrañas!!. Ya era lo último que me faltaba en ese primer día en Méjico. Más sorpresas no! Imploré! Y con los ojos centelleantes pedí una “Coronita” de litro que me ayudó a pasar el trago….¡ Vaya susto y qué risas nos echamos al mismo tiempo!!
De vuelta al hotel, en un taxi que cogimos por libre “jugándonos la vida”, aún seguíamos riéndonos de todas las aventuras de nuestro primer día en el país, mientras el regusto a Tabasco de la cerveza asesina, seguía recordándonos que todo aquello no había hecho más que empezar. ¡¡¡¡Qué miedo más rico!!!!
Domingo 30: Teotihuacan y Basílica de Guadalupe
Desde el mismo hotel, reservamos una excursión a las pirámides de Teotihuacan. Por 300 pesos (aprox 20 euros) en todos los hoteles tienen a disposición, un catálogo de excursiones para hacer en el día, a diferentes puntos no muy lejanos de la capital. Entre estos puntos de interés a no perderse están las famosísimas Pirámides de Teotihuacan.
Después de un desayuno “de padre” y de ver que nuestra habitación estaba siendo atendida por Lupita, nos fuimos con el guía que vino a buscarnos, rumbo a uno de los conjuntos arqueológicos más increíbles del mundo. Las pirámides de Teotihuacan. http://es.wikipedia.org/wiki/Teotihuacan. Todo el mundo habla de las famosas ruinas mayas de Chichen-Itzá, pero éstas de Teotihuacan reciben una mayor afluencia de turistas. La ciudad llegó a tener 20 km2 de amplitud, y aunque ahora se ha quedado en la décima parte, sus pirámides del Sol y la Luna son su mayor atractivo.
En la entrada nos regalaron unos sombreros de paja que nos vinieron de miedo, porque la temperatura rondaba los 30 grados (no quiero ni imaginarme la “torrá” que hará en agosto). Con sus 62 metros de altura, y los escalones que hay que subir a pelo, la pirámide del sol impone, y mucho!. Primero, cruzando la llamada calzada de los muertos, llegamos a la pirámide de la luna, más pequeña de tamaño y más accesible. La subimos y llegamos a la cima con la lengua fuera y sin respiración. Eso sí, mereció la pena (aunque al día siguiente las terribles agujetas me dejaran coja para todo el día). Luego, una vez “entrenados”, la segunda prueba de fuego era subir hasta la cima de la gran pirámide del sol, y allí me rendí. Daniel, valiente él, tuvo los arrestos de subirla, mientras yo me quedaba viendo un espectáculo único: un montón de gente vestida con trajes de tribus indias, bailando y brindando ofrendas a los dioses. Yo no podía creer lo que estaba viendo, me quedé boquiabierta alucinando con las danzas y los “tocados” de algunos de los participantes. Era como estar en medio de una película de vaqueros, con el Jefe Lobo y el gran Manitú. Colorido, polvo, música y olor a incienso. Fue realmente un momento inolvidable al que tuvimos la suerte de asistir, ya que según parece, este tipo de actos sólo se hace dos veces al año, coincidiendo con el equinoccio y el solsticio de verano. A las dos de la tarde, salimos puntualmente, tal y como habíamos quedado con el guía, con el sonido de las danzas tribales aún repercutiendo en nuestros oídos. Muy pronto, quizás demasiado pronto, pasamos de la tranquilidad de Teotihuacan a los atascos de coches, a la gente accidentada en los arcenes de la carretera y a ver poblados de cientos de casas y chabolas que han ido “comiendo” literalmente los montes que delimitan la periferia de la capital. Pobreza, miseria y mucha, demasiada gente viviendo en condiciones infrahumanas. No es fácil asimilar, que haya gente que tenga que vivir así. Tuve una sensación muy similar cuando pasamos en tren por los barrios marginales de Nueva Delhi.
A tanta miseria acumulada teníamos que dar una explicación, o por lo menos, saber cómo la soportaban. Y el guía nos la propició. Nos llevó a ver la Basílica de Guadalupe. El templo sagrado de los mejicanos, donde guardan y adoran a su Virgen morenita. La antigua basílica, hoy en día es un templo enorme de piedra rojiza, apuntalado por los 4 costados. Su inclinación se explica por la ubicación de la capital mejicana en un terreno pantanoso. Según parece, en tiempos de los primeros pobladores, el distrito federal era otra Venecia, una gran laguna, navegable a través de canales. Hoy en día poco queda de esos canales y de esa Venecia americana, pero sí que queda un terreno muy poco estable, sobre el que muchos edificios importantes como la basílica de Guadalupe o la Catedral están en verdadero peligro de hundimiento. La ley de la gravedad no perdona y según nos comenta el guía, los mismos técnicos que están tratando de “salvar” la torre de Pisa en Italia, están trabajando en el caso de la Basílica de Guadalupe.
A primeras horas de la tarde de un domingo, los jardines y el recinto que rodea este lugar sagrado estaba “hasta la bandera” de gente. Familias enteras paseando y haciéndose fotos junto a unas cascadas de agua, donde según parece se apareció la virgen. Allí en ese punto, han levantado un monumento a la virgen, rodeada de peregrinos indígenas que a mí personalmente me pareció un poco “kirch” , pero ¡¡¡válgame el Santísimo, que con las cosas de la Iglesia no se juega!!!. También, justo al lado de la “Basílica inclinada”, se encuentra la nueva basílica, un edificio de enormes dimensiones, presidido por una enorme figura en oro, que representa al Papa Juan Pablo II. Es el nuevo templo, de estética “años 70”, por el que sigue habiendo fieles que llegan de rodillas al altar. Una imagen por cierto que me dejó trastocada, porque yo pensaba que esto ya no se veía (o mejor dicho, no se debería ver).
Otra imagen que se nos quedó grabada fue el “momento bandera”. El altar de la nueva basílica está presidido por una enorme bandera mejicana, con el emblema nacional del águila real, luchando contra una serpiente sobre un nopal en el centro de un lago. Pero no basta con ver la mega bandera desde lejos, porque detrás del altar, es donde se encuentra la gran sorpresa: han colocado un pasillo mecánico como en los aeropuertos, para que la gente pase por delante de la bandera y la imagen de la Virgen de Guadalupe. El tramo es pequeño, pero lo suficientemente impactante como para recordar eso de Dios, Patria y Rey! No comment!
Así nos quedamos muditos, al salir de allí. Demasiadas emociones en tan corto espacio de tiempo!. Y eso que aún tuvimos derecho al remate final: en la gran explanada que se encuentra justo frente al nuevo templo, vimos a un grupo numeroso cantando “aleluyahs”, mientras varias parejas de adolescentes, casi niños, llevaban a sus bebés, envueltos en mantas, a los velatorios exteriores para prender velas y rogar por ellos. Una vez más, nos sobrecogió ver a madres tan jóvenes y tanto fervor religioso concentrado. Tanta espiritualidad ambiental tenía que tener su contrapunto y a “fé cierta” que lo encontramos. En la explanada también, vimos como vendían nichos a crédito y en cómodos plazos. No todo iba a ser celestial…
Una vez de vuelta ya al hotel, a eso de las 5 de la tarde, pensamos que nos iban a llevar a ver la Plaza de las 3 culturas, como en principio estaba previsto en la excursión. Pero el guía con un arte pasmoso, se hizo el “longuis” y viendo que estábamos bastante agotados nos llevó al hotel directamente. Nos quedamos alucinados y bastante perplejos, y al preguntarle el por qué, nos dijo que sin problemas, que si realmente queríamos ir nos llevaba. La verdad es que estábamos agotados pero nos hubiese gustado elegir si queríamos ir o no!!!. En fin, el día fue completo, y tampoco era cuestión de enfadarnos con el guía que no podía ya ni con las tabas….
Después de dormir un par de horas, salimos a cenar por la zona rosa, cercana al hotel, y entre los garitos que suelen estar siempre animados, elegimos uno, “la boca del lobo” donde en ese momento cantaba un grupo de rock en vivo y en directo. Muy bueno, el grupo, muy buenas las cervezas nacionales, y bastante “comible” la cena que vino después en uno de los locales de la cadena “Sanborns”, una cadena de restaurantes mejicana, propiedad del que dicen es el hombre más rico del mundo: Carlos Slim. Sería un poco como el Vips español, donde se puede comer y desayunar muy bien, con zumos naturales buenísimos, y al mismo tiempo comprar prensa o regalos. http://www.sanborns.com.mx/sanborns
Lunes 1 de octubre: centro histórico de DF
Nos esperaba un día intenso y un poco “dolorido”, porque con las agujetas que llevaba en las piernas, me acordé en muchos momentos de la bendita subida a la Pirámide de Teotihuacan. Aunque ya dicen que todo lo bueno, cuesta algo no?. Desayunamos “opíparamente” en el hotel, mientras veíamos a una pareja de gays maduritos muy mosqueados porque no les servían el café, siendo un self-service (¿?), y cogimos carretera y manta, por toda la Avenida de Reforma hasta el mismísimo centro histórico. Una media hora de paseo, en esa primera hora de la mañana en la que todo el mundo va y viene, con cara de pocos amigos, o mejor dicho con pocas ganas de entrar a trabajar….
Lo primero que nos impresionó al entrar “ya en materia” fue ver la gran Torre latinoamericana, junto al Parque de la Alameda, presidido por la estatua en mármol blanco del que fue Presidente de Méjico en varias ocasiones, Benito Juárez. La gran torre es motivo de orgullo para los mejicanos, ya que cuando se construyó nadie quiso comprar las oficinas que se ofrecían en su interior, por miedo a que se cayera. Al final, no sólo ha resistido al paso del tiempo, si no que además ha sobrevivido estoicamente a los terremotos de 1957 y 1985 que dejaron la ciudad “patas arriba”. (ver fotos)
Muy cerca del parque, y ya de camino hacia el zócalo, pasamos por delante del Museo de bellas Artes de estilo barroco. Casualmente, vimos que se anunciaba la actuación del Orfeón Pamplonés, en el mismo Museo y me acordé mucho de mi querido abuelo Pepe, que tantas y tantas veces cantó con el Orfeón Pamplonés, recorriendo medio mundo. Seguro que allá donde quiera que esté, sigue dirigiendo coros con su batuta imaginaria…¡ Lo que hubiera dado por ir al concierto, pero no podía ser, en las fechas previstas para el concierto ya estaríamos volando rumbo a Yucatán. Una pena!!
Pensando en mi abuelo, seguimos nuestro camino hacia la que dicen es la plaza más grande del mundo, la gran plaza del Zócalo. ¡No hay pérdida! por la calle 5 de mayo, se puede acceder al zócalo y a la catedral, aunque antes merece la pena pararse en varios puntos de interés que jalonan esta calle. La primera parada de interés, a mano derecha, nada más empezar la calle, es la “Casa de los azulejos azules”. Se llama así, porque está realmente “chapada” con azulejos azules en su exterior. Actualmente en su interior colonial, se encuentra ubicado un restaurante de la cadena “Sanborns”, que ya conocíamos de la noche anterior; no hay dejar pasar la ocasión de tomar uno de sus riquísimos “jugos” naturales en su patio. La carta de desayunos es completísima: “huevos charros”, “huevos sincronizados”, “huevos divorciados”, “omelet de tres claras”, etc… La boca se nos hacía agua, pero habíamos desayunado en el hotel y optamos por tomar un cafelito y un zumo natural.
La calle trasera de la casa azul, se llama Francisco I madero y también merece la pena recorrerla hasta el zócalo y ver las fachadas de Palacios como el de Iturbide. Cuando por fin accedimos a la inmensa Plaza del Zócalo, nuestros cuerpos menguaron de repente ante tanta magnitud. Si ya de por sí en enorme, verla engalanada con motivo del centenario de la independencia del país y presidida por su mastodóntica bandera en el centro, es ya de infarto. Aunque, tengo que decir que no se trata de la plaza más grande del planeta tierra, ocupa el 4º lugar, después de las de Tiananmen en Pekín (1ª en el ranking), la macroplaza de Monterrey, también en Méjico, y la Plaza roja de Moscú que ocupa el tercer puesto de honor.
En el lado izquierdo de la plaza, según se mire claro, se impone la gran catedral metropolitana de la capital mejicana. Al igual que nos ocurrió con la Basílica de Guadalupe, el día anterior, impresiona bastante ver lo inclinada que está. Da casi miedo entrar en su interior, pero merece la pena. Supuestamente es el edificio religioso más grande del continente americano y si bien, se inició su construcción en estilo renacentista español, al final se concluyó en estilo neoclásico francés de principios del siglo XIX.
Antes de entrar, nos sorprendió ver, junto a la verja exterior, a albañiles, fontaneros, electricistas y trabajadores de otros gremios, anunciando sus servicios allí, con ayuda de unos carteles, como si fueran “hombres-anuncio”. Parece ser que es una costumbre muy arraigada esto de ir a pedir los servicios de un carpintero o de un fontanero a las puertas de la Catedral. Ya en el interior, a pesar del desnivel de suelo, y de los apuntalamientos que vimos, fuimos hasta el famoso “Altar de los reyes”, ubicado al fondo, en el ábside. Está considerado como una de las más bellas obras de arte creadas en estilo barroco churrigueresco de toda América. http://es.wikipedia.org/wiki/Altar_de_los_Reyes
Impresionante!. Es para quedarse horas mirando sus 25 metros de altura, sus 13 metros de ancho y sus 7 metros de profundidad. También destaca, en la entrada el gran Cristo crucificado de tez morena y el altar en honor a un Santo catalán, San Ramón Nonato, a rebosar de lazos de colores y candados. Leyendo su hagiografía (tenía ganas yo de emplear esta palabra), entendí el por qué de tanto candado. Resulta que al santo en cuestión le veneran las mujeres que quieren quedarse embarazadas y los que se quieren librar de los chismorreos y cotilleos. Las embarazadas le veneran, porque él mismo milagrosamente no nació, sino que fue extraído del regazo de su madre ya fallecida, usando la daga de un cazador, y las víctimas de cotilleos entregan candados como símbolo de la tortura que sufrió el Santo cuando le amordazaron con un candado por querer predicar el evangelio a los bereberes. Había oído hablar de torturas horribles pero esta del candado me dejó K.O. Una de las dedicatorias escrita en un lazo morado también me dejó huella: “Santito quiero un hombre honesto, guapo, rico, etc…”. No tenía mucho que ver con las “gracias” que supuestamente concedía el patrón, pero dicen que el que no llora no mama no?
Nuestra siguiente parada fue el Palacio Nacional, a mano izquierda, saliendo de la catedral. Yo no sabía que nos esperaba un momento histórico: la visión de los murales de Diego Rivera en todo su esplendor, decorando todas las paredes del patio central del Palacio. No hay palabras! No sé si la pobre enfermera que “chequeaba la presión arterial” a cambio de la voluntad estaba allí, la pobre, para paliar posibles subidas de tensión de los turistas, una vez vistos los murales de Rivera, pero lo que sí que es cierto es que recomiendo desde aquí entrar en el Palacio para ver la obra del marido de Frida Khalo. Con mostrar el DNI basta para entrar al patio. No cobran entrada, pero nada más asomar la nariz, tienes un guía autorizado, a disposición que por el módico precio de la “voluntad”, te explica toda la historia del país reflejada irónicamente en los murales del genial Rivera. La visita y las explicaciones son muy interesantes, y disfrutamos muchísimo viendo la obra mural del autor, a través de su mirada crítica, irónica y hasta cínica, del país, desde sus inicios con la colonización de Hernán Cortés hasta los tiempos más modernos y contemporáneos de Rivera. http://www.diegorivera.com/murals/indexesp.php
Y de la ficción artística pasamos a la realidad más colorista y ruidosa del Méjico de carne y hueso. Justo detrás del Palacio Nacional, nos adentramos por la que posiblemente sea la concentración de puestos ambulantes más grande del mundo. Cientos, miles de puestos de comida, de recuerdos, de carteles donde se anuncian “elevadores de pompis”, máscaras de halloween, un mes antes del día de los muertos, puestos con coleteros de plástico de todos los colores (ver foto), minibuses que pasan como pueden entre la gente, radiando a todo volumen los dramas de las radionovelas, puestos de comida con Figuras de Santos en sus pedestales, ruido mucho ruido y mucho, mucho color. Creo que además, tuvimos la oportunidad de ver por última vez este espectáculo callejero, porque al regresar del viaje, ya en España, vimos en un informativo que habían decretado la retirada de todos los puestos de venta ambulante de esa zona del centro histórico. Si es así realmente, es una pena, porque fue una experiencia inolvidable.
Con mercado o no, también merece la pena recorrer todo el centro colonial que rodea el zócalo y el Palacio nacional. Palacios, museos e Iglesias se multiplican en un recorrido por la zona más colonial de la capital mejicana. Cuando empezó a apretar el hambre, nos paramos al lado del Antiguo Colegio de S. Ildefonso, un edificio fundado por los Jesuitas en el siglo XVI. http://www.sanildefonso.org.mx/frame.php?sec=11. Tras la expulsión de la Orden religiosa de Méjico, el colegio albergó desde un cuartel del Ejército de Flandes, hasta la facultad de Medicina capitalina. Nosotros no entramos en el interior, pero sí rodeamos el edificio para poder ver su arquitectura. Se trata de un ejemplo de los edificios coloniales que destacan en la parte histórica, la lista es larga.
Finalmente, el “boliche” donde nos sentamos a comer no nos despertaba mucha confianza pero hicimos de “tripas corazón” y pedimos algo para comer, sin saber muy bien lo que estábamos pidiendo. La especialidad de la casa era el “pozole” (un “platillo” típico que consiste en una sopa con granos de maíz, a la cual se le añade sal, carne de cerdo o pollo y vegetales). Bueno y por supuesto, chile picante y jugo de limón, un aliño que no falta en ningún plato de la gastronomía mejicana. Nosotros optamos por unas tortitas de maíz con pinga, o lo que es lo mismo, una especie de gelatina de color rosado, casi transparente, con sabor a carne. Era una cosa rarísima pero no sabía mal. Mi Santo no se arriesgó tanto y pidió también tortita pero con carne de guisado picante. En la mesa de al lado, una madre con sus dos niñas, de uniforme y trenzas de cabello negro azabache, se relamían con sus platos de “pozole” y mientras tanto, nosotros disfrutábamos de la “inmersión” total en la cultura mejicana.
Después de comer, volvimos sobre nuestros pasos, y poco a poco fuimos alejándonos de “zoco” mejicano hacia nuestro punto de partida, el zócalo. A media tarde la bandera volvía a ondear en toda su magnitud y por la calle Tacuba, otra de las calles que van a morir a la Catedral, remontamos nuestra ruta hacia la famosísima Plaza de los Mariachis, la Plaza de Garibaldi. Antes hicimos una “parada técnica” en la pastelería-rosticería “Vasconia”. Allí junto a las tartas de merengue de siete pisos, la gente hacía cola para comer pollo asado. Nunca había visto algo igual: pastelería y asador de pollos todo en uno. Aunque lo mejor eran las tartas de boda de plástico gigantes, adornadas con cisnes de cuello blanco y perlitas de satén. Una monada! Era Méjico, en definitiva, una mezcla de gustos, sabores y colores a pleno rendimiento. Nadie podía quedar indiferente.
Desde el Zócalo hasta la plaza Garibaldi se puede ir en metro, aunque andando tampoco cuesta tanto, unos 15 minutos. Nosotros fuimos caminando y descubrimos uno de los rincones más famosos de la capital mejicana: http://es.wikipedia.org/wiki/Plaza_Garibaldi A esas horas de la tarde y con un calor considerable, los pobres mariachis que se paseaban por la plaza, más que andar se arrastraban dando tumbos. Los había de todas las edades y con más o menos ganas de dar espectáculo. Al entrar vimos a un grupo bastante nutrido, vestidos con trajes de charro en negro, ensayando con instrumentos. Dimos una vuelta por la plaza, y nos dejamos llevar por el espíritu ranchero. La verdad es que daba un poco de pena ver a algunos mariachis ya entrados de años, con sus trajes raídos, pidiendo limosnas a cambio de una canción.
Nos sentamos en una terraza, de esas en las que los manteles de hule se pegan al culo de las botellas, y entre cervezas del país, nos quedamos un buen rato viendo al personal variopinto que cruzaba la plaza. Charros, mariachis, otros vestidos de blanco con pañuelos rojos al cuello, como Cantinflas…. Un espectáculo que por la noche tenía que ser impresionante, viendo la cantidad de garitos que circunvalan la plaza. Según parece, el término mariachi viene de los tiempos de la intervención francesa, cuando estos grupos musicales eran contratados para amenizar las bodas o “mariages” en francés. Nosotros no estábamos de boda, pero sí que nos cobraron las cervezas a precio de bodorrio. Nos hicieron pagar “el impuesto revolucionario” por tomar algo en la mismísima plaza de Garibaldi. Los manteles pegajosos salieron caros, pero bueno, todo en esta vida tiene un precio no? Y tampoco era cuestión de encararse mucho con los descendientes del ínclito Pancho Villa, ¡¡¡Vive dios que no!!!!
Iba cayendo el día, y aún teníamos una asignatura pendiente, a pesar de las horas de caminata que llevábamos en el cuerpo. Pero como he hecho mía la frase de “la vida es de los valientes”, cogimos el metro hasta la parada Terminal de Tasquena, en el sur de la ciudad, y a continuación un tranvía o “tren ligero” como lo llaman en Méjico, hasta la población de Xochimilko (lugar de flores en lengua náhuatl). Más de una hora de trayecto hasta llegar a nuestro destino. Antes de viajar a Méjico había oído hablar y leído algo sobre las famosas barcas de colores de Xochimilko. Cuando llegamos preguntamos por ellas y nadie sabía decirnos o explicarnos donde estaban las famosas barcas. Nos hablaban de embarcaderos pero yo no entendía nada, porque en mi mente estas barcas navegaban por una especie de lago en un gran parque. Mi Santo me miraba “raro” porque él tampoco entendía mis ganas de ver las dichosas barquitas. Dimos un paseo y nos adentramos por las calles de este municipio en el que a esas horas del día, ya anocheciendo, la animación era absoluta, casi desquiciante. Altavoces a todo volumen, gente por todas partes, niños que salían en manadas de las escuelas y nosotros sin encontrar las barquitas. Al final, hicimos caso de unos niños que nos miraban con ojos como platos y fuimos hasta un embarcadero, donde efectivamente estaban “aparcadas” varias hileras de barcas de colores, a cada cual, más estridente. Allí me explicó un niño, que lo que yo imaginaba como un gran lago, es en realidad una red de canales navegables, por donde pasean las barcas, cargadas principalmente de domingueros, al son de música mariachi. Como una Venecia a la mejicana, con barcas multicolor en vez de góndolas, y música mejicana en vez de arias de ópera italiana.
EL espectáculo de color, al ver el montón de barcas atracadas era impresionante. (ver fotos) Nos preguntaron si queríamos coger una, pero ya era tarde y desistimos. Además, lo suyo hubiese sido navegar junto a otras barcas, escuchar a los mariachis y vivir esta fiesta con otra gente, un domingo cualquiera. Pero bueno, habíamos cumplido la misión. Saqué fotos, entre otras cosas, porque después de buscar las barquitas de amarras, a una hora de trayecto de la capital, y después de dar más vueltas que un tío vivo, mi vida hubiese corrido peligro….
De regreso a DF en el mismo tren ligero, hasta la Terminal de metro de Tasquena, nuestros pies pudieron descansar después de una jornada intensa por el centro de la capital. Momentos antes de llegar a nuestro destino, nos despertaron unos chillidos que nos dejaron con el vello como escarpias!. Por mucho que uno piense que ha visto de todo o de casi todo en la vida, no es verdad, la realidad siempre, siempre supera la ficción. Tuve que cerrar los ojos para no seguir viendo el espectáculo de la miseria. Dos chicos de unos 15 años, se colocaron en mitad del pasillo del tren y cuando todo el mundo pensaba que iban a cantar o bailar para pedir dinero a continuación, sacaron una toalla, la echaron al suelo y rompieron una botella encima. Con los trozos de cristal de la botella esparcidos encima de la toalla, no tuvieron mejor idea que tirarse de espaldas sobre los cristales. Yo chillé y miré para otro lado, no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Cuando se volvieron a levantar tenían las espaldas llenas de magulladuras y las manos listas para pedir limosna. Jamás olvidaré la escena, aún hoy me cuesta recordar esa imagen sin sentir escalofríos. Infinita tristeza, infinita pobreza…
Al día siguiente, yo tenía que trabajar y decidimos cenar cerca del hotel. Había sido un día muy intenso y nuestros cuerpos pedían descanso, las agujetas ya se habían convertido en nuestras peores aliadas.
Martes 2 de octubre 2007: museo de Antropología.
Mi cita profesional la tenía en el barrio de Polanco, un barrio exclusivo de tiendas de lujo y oficinas comerciales. Mientras tanto, mi Santo aprovechó para visitar uno de los museos de antropología más importantes del mundo, el Museo Nacional de Antropología http://www.mna.inah.gob.mx. Se encuentra en la avenida de Paseo Reforma y las estaciones de metro más cercanas son “Auditorio” y “Chapultenec”. El parque que lleva el mismo nombre “Chapultepec” es enorme y parece ser que es uno de los más visitados del mundo. Toma su nombre del cerro sobre el que está erigido y en su cima, se encuentra el castillo que ha sido testigo de la historia mejicana desde tiempos prehispánicos. Después, caminando entre sus lagos y parques, donde se pueden ver restos de construcciones aztecas, se alcanza la entrada del Museo de Antropología: abren de 9 a 6 de la tarde, y la entrada como en el resto de los museos, cuesta 45 pesos, unos 3 euros. Yo no pude ir, por motivos profesionales, pero según fuentes fiables, merece de verdad la pena visitarlo. En total son once salas, donde se presentan los orígenes históricos de América, desde la prehistoria hasta los mexicas, pasando por diferentes culturas como la maya o la Tolteca.
Las últimas horas en la capital estaban contadas. Al día siguiente, teníamos que coger un vuelo interno, con la compañía de low cost mejicana: volaris, hacia Cancún para recorrer la Riviera Maya; Dejamos las maletas listas, antes de salir a cenar con mi cliente a un restaurante argentino, llamado “Puerto madero” y disfrutamos de la última noche en el DF. Como buen asador argentino, estaba a rebosar de gente (según me explicaron, siempre hay que hacer reserva) y cenamos de “categoría” como dicen mis paisanos de adopción en Castellón. Lo dicho, un muy buen restaurante, recomendable a los amantes de la carne o el pescado a la brasa, al más puro estilo argentino. Existe una réplica en Cancún, y he encontrado su página web: http://www.puertomaderocancun.com
Miércoles 3 de Octubre: Vuelo DF a Cancún
Existen varias compañías de low cost en Méjico, muy interesantes para hacer vuelos internos por el país. Por ejemplo con volaris: www.volaris.com.mx, por 120 euros, por persona teníamos vuelo de ida y vuelta desde la capital a Cancún. Además, el precio incluye un servicio de autobús desde la Terminal que se encuentra en Vasco de Quiroga, junto a la torre de Televisa en el DF hasta el aeropuerto de Toluca, a unos 50 km de la capital. Nos costó casi el mismo tiempo ir en taxi desde el hotel hasta la Terminal de de Volaris, que desde allí a Toluca, pero con el tráfico que hay siempre en el DF no podíamos hacer nada por evitarlo.
El servicio del autobús nos sorprendió gratamente. Eficacia, puntualidad y muy buen servicio a buen precio. Eso sí, hay que estar en la Terminal de la capital, como mínimo dos horas y media antes de la salida del avión en Toluca. La única pega que le veo a este servicio es que no conecta directamente entre aeropuertos. A la vuelta, como teníamos que ir al aeropuerto del DF para salir rumbo a España, lo que hicimos fue contratar otro servicio (taxis y minibuses) de la empresa caminantes que sí que enlazan los dos aeropuertos. http://www.caminante-aeropuerto.com.mx. Resulta más caro pero más cómodo también para ir al aeropuerto del DF.
Al llegar a Cancún, un mar de nubes cremosas hacía sombra sobre un tapiz de selva aterciopelada de color verde. No es que estuviese yo flipada, a pesar del “tequilazo” que me tomé con sprite, cortesía de la compañía aérea, pero de repente fue como si en vez de otra ciudad mejicana, hubiésemos cambiado totalmente de país o de planeta. Desde los millones de casitas que sobrevolamos cuando salimos de la capital, a kilómetros de selva, sin rastro de civilización en un radio infinito. De repente y justo antes de aterrizar, sí que vimos algo de humanidad, una pared de hoteles formando una barrera de hormigón. Era Cancún, “nido de víboras” en idioma maya. Un 3 de octubre, la temperatura ambiente era de 28 grados, y la sensación de humedad era casi del 85%. No podía ni imaginarme qué sería aquello en pleno mes de agosto!!!!.
Turistas todo el año, sobre todo, norteamericanos. Cancún es una ciudad relativamente nueva, construida por y para los turistas. En el mismo aeropuerto la invasión de reclamos publicitarios y de gente ofreciendo sus servicios es apabullante. Yo había hecho reserva de un coche de alquiler para 5 días con la empresa Alamo: www.rentalcargroup.com (+/- 150 euros por cinco días de coche) y en el mismo aeropuerto, al lado del área de recogida de equipajes, hice los trámites y nos llevaron en minibús a la sede de la empresa para recoger el coche, un chevy. (como el opel corsa, pero de la casa Chevrolet).
Empezaba la aventura a nuestro aire y con coche!. Dejamos el “nido de víboras” para la vuelta, y salimos desde Cancún en dirección a Playa del Carmen sin contemplaciones, por una autovía de 4 carriles, con algún que otro bache y con muchas ganas de descubrir la Riviera Maya a nuestro ritmo. Desde Cancún, en el extremo norte hasta las ruinas de Tulum al sur de la Riviera maya hay unos 135 km en línea recta, por la misma autovía que nos condujo hasta Playa del Carmen, que se encuentra a mitad de camino. En el lado izquierdo, fuimos pasando por las diferentes entradas de los “resorts”, en su mayoría de capital español, donde se ofrece el alojamiento en régimen de “todo incluido”. Grandes instalaciones, con macro hoteles en los que puedes pasar una semana sin salir del hotel, atiborrarte de comida y bebida sin límite y pasártelo “bomba” participando en los concursos que se organizan. Yo no he estado nunca en ese plan, porque no me atrae en absoluto, pero bueno, supongo que para pasar unos días de relax total también puede merecer la pena. En playa del Carmen, esa misma noche, nos dimos cuenta de que los marcianos éramos nosotros, porque el 99% de la gente llevaba la pulserita que acreditaba el alojamiento en uno de estos hoteles. Nuestro hotel, era mucho más sencillo pero recomendable al 100% para el que quiera ir por libre. Se llama kinbé, está a 20 metros de la playa y a una cuadra de la famosísima “quinta avenida” de Playa del Carmen. www.kinbe.com Nos costó un poco encontrarlo porque había varias calles cortadas pero en cuanto lo logramos, no dudamos en dejar las maletas y pegarnos un baño en las aguas transparentes del Caribe. Estaba atardeciendo ya (en esta parte del mundo oscurece antes) y disfrutamos mucho con la temperatura del agua, los tonos rosados y anaranjados del cielo y la playa de fina arena blanca. Un lujazo estar allí en pleno otoño, bañándonos en ese mar Caribe al que tantas ganas tenía yo de ver.
Como decía el hotel kinbé es sencillo, pero decorado con muchísimo gusto. La piscina interior es alucinante y los jardines tropicales que serpentean las habitaciones de estilo ibicenco son también dignos de verse. Después de ducharnos, nos acicalamos un poco, y aterrizamos en la quinta avenida, una calle peatonal llena de tiendas de recuerdos, bares, restaurantes hechos a la medida del gusto yankee. Por un momento, pensamos que nos habíamos cambiado de país, que el destino de nuestro viaje había cambiado por arte de magia. Los “pieles rojas” en Méjico eran ellos, el sol del Caribe les había castigado y era todo un espectáculo verlos a todos y todas rojos como gambas, bebiendo caipiriñas con grandes copas adornadas con bengalas. Un primor!.
En uno de esos bares paramos a echar unas cervezas y de paso ver el espectáculo desde primera fila. Los asientos eran columpios y mientras nos balanceábamos pusimos la oreja a la derecha y la vista a la izquierda, no podíamos perdernos ni un ripio! A la izquierda dos pijas de libro madrileñas, de esas de cabello rubio oxigenado, intentaban ligarse al pobre camarero indígena, al que sin lugar a dudas hubiesen ignorado vilmente de habérselo cruzado por cualquier rincón de las calles de Madrid. A la derecha, una pareja de rubios de verdad contaban sus hazañas viajeras a otra pareja de chicas, maquilladísimas y “listas para matar” a cualquiera que se les pusiera a tiro!. Además de cotillear y de echar unas risas, sacamos información de provecho. El camarero les aconsejó a las madrileñas un lugar para cenar a unas pocas cuadras de la quinta avenida. El garito en cuestión se llama Taquería “El Fogón” y desde aquí lo recomiendo a todo el que visite Playa del Carmen. Está un poco alejado de la quinta avenida (en la avenida 30 con la calle 28, funciona igual que en Nueva York) y alejado de yanquilandia, por eso cuando llegamos todos eran autóctonos, y todos sabían donde se come bien, y a muy buen precio. Por unos 200 pesos (unos 12 euros) cenamos “de madre” los dos, con cervezas y tequilazo incluidos. No podíamos culminar el día de mejor manera. Nos retiramos a descansar a una hora prudente, ya que al día siguiente nos esperaba un día muy intenso en la isla de Cozumel.
Jueves 4 de octubre: COZUMEL
A las 7 de la mañana ya resplandecía un sol de justicia, y antes de tomar el primer bocado, nos pegamos un baño en las aguas caribeñas con crema solar protectora del 45!. Era increíble la temperatura que hacía en pleno mes de octubre. Después, para seguir sufriendo, fuimos a una terraza que había muy cerca del hotel, donde nos desayunamos con zumo natural de varias frutas y unos huevos revueltos “venenosos” con espinacas, cebolla, jamón y queso pa´chuparse los dedos y el brazo entero!!! Qué bueno estaba todo, y qué bello era vivir en momentos como este. Había que llenar el cuerpo de energía para bucear más tarde por el que dicen es el segundo arrecife de coral más importante del mundo, después del de Cairns en Australia.
Desde los hoteles de Playa del Carmen se ofrecen excursiones a Cozumel, pero nosotros lo hicimos todo por nuestra cuenta y nos salió muchísimo mejor de precio. El billete de ida y vuelta en el ferry a la isla Cuzimal en idioma maya “Tierra de las golondrinas”, nos costó 170 pesos, unos 11 euros. Luego una vez llegados a la isla a pie de barco, había un montón de empresas que ofrecían excursiones para salir en barcas a bucear, mejor dicho a “snorquear”. (El palabro es un anglicismo asimilado por los mejicanos, pero para que todo el mundo lo entienda, es bucear con aletas, gafas y tubo de plástico, como de toda la vida de Dios!). Nosotros elegimos el último stand que se llamaba “la abuela” y por 250 pesos (unos 17 euros), la excursión incluía la parada para bucear en 3 arrecifes, bebidas, y guía en castellano y en inglés. Era todo por y para los yankies una vez más, pero teníamos que pasar por ello, estábamos en la clara minoría. Lo que sí estaba claro es que nos habíamos ahorrado 20 euros cada uno, buscando la excursión por nuestra cuenta. Y no fue nada difícil, el embarcadero en Playa del Carmen no tiene pérdida y en Cozumel tampoco.
Ahora con la perspectiva del tiempo, puedo (aunque ya lo pensé en su día) confirmar que la experiencia fue inolvidable, única e increíble!!!!. Nunca pensé que el bucear en aguas cristalinas, y nadar junto a peces de todos los colores y estrellas de mar, me pudiese gustar tanto. Alucinante!!! . Salimos puntualmente a la 1 de la tarde, y aunque llovía bastante, enseguida se despejó el cielo y nos metimos mar adentro, en la barquita capitaneada por un mejicano de ojos verdes y un guía majísimo que nos enseñó a ponernos adecuadamente la máscara y el tubo (todo en esta vida tiene sus misterios). Nuestros compañeros de viaje eran en su mayoría parejas de jóvenes “made in USA” recién casados, y otra pareja también del Norte de Río Grande, pero de más edad, casi octogenarios. La anciana en cuestión no pesaba más de 40 kilos, y todo en ella eran arrugas, pliegues y humo que salía sin parar de su boca fumadora. Era un “crack”!, la tía. Abría las botellas de cerveza con su abridor personal y entre cigarrillo y cigarrillo, saltaba al agua para snorquear con una agilidad pasmosa.
En las tres paradas que hizo la barca para ver distintas zonas del arrecife, pudimos ver peces payaso, estrellas, abanicos de mar y un sinfín de especies que yo pensaba que sólo existían en los reportajes de Jacques Cousteau!!! Más tarde, nos enteramos de que precisamente fue en estas aguas y en este arrecife de Cozumel, donde tuvo anclado su barco callypso, el famoso comandante francés, Jacques Cousteau, para realizar sus estudios científicos. Cuando por fin llegamos a tierra, casi 3 horas más tarde, seguíamos “flotando en una nube” como si acabáramos de formar parte de una película de Walt Disney. La última bocanada de humo de la ancianita, en la despedida, directa sobre nuestras caras, nos devolvió a la realidad.
A las 6 de la tarde teníamos previsto volver en ferry a Playa del Carmen, pero antes, y después de nuestra aventura marina, nos rendimos un homenaje gastronómico. Ya estábamos un poco hartos de comer tacos, burritos y carne en general, y sucumbimos a la tentación: una parrillada de pescado, con langosta incluida, en un restaurante un poco alejado del centro turístico. Buenísima y a muy buen precio! Langosta fresca a precio de sardina, cervecita fresca, sin agobios de turistas y con un servicio amabilísimo, ¿qué más podíamos pedir?.
Yo personalmente para acabar el día en Cozumel, hubiera deseado no verme “atacada” por los gritos estridentes de las americanas con unas copas de más. Es increíble el timbre de voz que tienen algunas, directamente proporcional al consumo de alcohol. En Cozumel, atracan muchos buques de cruceros y hay que ver a los yankis desembarcar, comprar compulsivamente en las tiendas y beberse todo lo que tenga más de un grado, mientras cantan, bailan, y hacen el payaso con globos de colores en la cabeza. Increíble, pero cierto!
Joyas de plata, productos de lujo (en la isla no se pagan impuestos) y artesanía mejicana. Tampoco era cuestión de no sacar el mejor invento del mundo de la cartera. Y la visa, pues volvió a quemar, volvió a dejar huella de nuestro paso por la isla, porque era claramente un caso de vida o muerte, no había más remedio que gastar, gastar y gastar. Menos mal que el barco llegó puntual y no nos dio opción a seguir gastando. ¡Salvados por la campana, digo, la sirena!
El sol cegador de la mañana había dado paso, a estas horas de la tarde, a un cielo naranja, casi incendiario. Dejamos las bolsas de las compras en la habitación y sin pensarlo dos veces nos fuimos a bañarnos a las aguas increíblemente templadas del Caribe. Esas mismas aguas que horas antes nos habían regalado uno de los mejores momentos del viaje, dejándonos nadar junto a los “vecinos” del fondo del mar. No había gente en la playa, ya era de noche, y sólo algún “pirao” como nosotros se bañaban a la luz de la luna, como Dios nos trajo al mundo, pero fue otra experiencia “religiosa” inolvidable: bautizo de baño integral en aguas caribeñas sin más ropa que nuestra piel! . Nos costó salir del agua, pero era nuestra última noche antes de seguir ruta hacia el sur, y decidimos volver a la taquería del día anterior, al Fogón, para rematar un día genial. Así lo hicimos, y así nos despedimos de Playa del carmen. Al son de las “mañanitas que cantaba el rey David”, interpretado por un dúo que amenizaba la terraza de un bar en donde nos tomamos sendos tequilas para olvidar….que nos teníamos que despedir de este lugar paradisíaco. Pero tampoco era cuestión de ponerse tristes, porque lo que aún nos esperaba en Tulum y en Yucatán no nos iba a defraudar.
Viernes 5 de Octubre: Xel-ha y Tulum
Desde Playa del Carmen hasta Tulum, teníamos por delante más o menos 60 kilómetros. Volvimos a desayunar en la terraza del “100% natural” un zumo que rezumaba vitaminas y unos huevos revueltos de los que resucitan a un muerto. Habíamos oído hablar de Xel-Ha pero tampoco sabíamos del todo lo que nos íbamos a encontrar allí. En el camino, volvimos a ver varios “resorts” de lujo, en su mayoría de capital español. A las 10 de la mañana llegamos a esta macro – instalación de selva “tocada” por la mano del hombre. En realidad, “Xel-ha” que significa “donde nace el agua” consiste en un gran acuario, donde la gente puede, nadar, bucear, snorquear, jugar y volver a ser niño a cambio de los 42 euros que cuesta la entrada.
En la entrada se incluye la comida y las bebidas sin límite en cualquiera de los restaurantes y terrazas que hay en el recinto, el uso de bicicletas para recorrer todo el parque, y el uso de todas las instalaciones: flotadores, lianas, gafas, aletas y tubos de snorquel, previo depósito de 200 pesos, que se devuelve al final de la jornada, cuando se retornan las gafas y las aletas. (El tubo lo regalan al salir como recuerdo de Xel-ha).
Nada más entrar en el parque, a mano izquierda vimos el “delfinario”, donde la gente (pagando un suplemento) puede nadar con los delfines. Nosotros optamos por subir al tren que nos condujo hasta el inicio del río que va a desembocar al mar. Desde el primer momento, fuimos testigos de escenas inolvidables. Para empezar y antes de vernos disfrazados de peces globo, con nuestros flotadores, chalecos salvavidas, gafas, tubo y aletas (lo siento pero las fotografías están vetadas), nos encontramos con un pobre hombre español que preguntaba en el guardarropía si tenía que quitarse los calcetines. Formaba parte del conjunto “todos con pulserita”, “todos nos movemos juntos” y “todos dormimos en el mismo hotel”. Una vez más los marcianos “por libre” éramos nosotros.
Escenas de reír por no llorar, cuando la gente intentaba caer en plancha sobre los donuts-flotadores, intentando mantener el tipo con los flotadores, y toda la parafernalia… Un circo!
Lo bueno fue que nos reímos muchísimo y lo pasamos “padrísimo”!!!. Poco a poco, fuimos nadando, flotando y buceando hacia la apertura del río al mar. Las aguas no eran tan cristalinas como en Cozumel, y aunque las comparaciones son odiosas, los peces de colores no se veían tan nítidamente como el día anterior. Demasiada gente, demasiados flotadores y demasiados turistas asustando a los pobres pececillos. Cuando llegamos a la parte más abierta del gran acuario, paramos un rato para comer en el restaurante de buffet libre que estaba hasta la bandera de gente, arrasando y sirviéndose comida sin límite, como si fuese el día del Juicio Final. Uno de esos momentos en los que da vergüenza pertenecer al género humano.
Menos mal, que pronto salimos de allí y nos “brindamos” una siesta debajo de un cocotero, con un cigarro en una mano y una “margarita” helada en la otra. ¿Qué más podíamos pedir a la vida? Sólo una cosa, encontrar un buen sitio para dormir esa noche en Tulum. Y aunque tuvimos alguna que otra aventura, al final lo conseguimos, un trozo de paraíso en la tierra!
Después de la siesta recorrimos el parque andando y por caminos escondidos, por donde no pasaba nadie, fuimos viendo varios cenotes, más o menos espectaculares. http://es.wikipedia.org/wiki/Cenote Desde que llegamos a Méjico habíamos oído hablar de esta especie de piscinas naturales, ocultas en las grutas. En el parque de Xel-Ha por fin vimos alguno de ellos, y más tarde en nuestra ruta hacia Mérida, también veríamos más.
A las 5.30 de la tarde cerraban el parque, y de repente, nos dimos cuenta de que casi éramos los últimos en abandonarlo. Al volver de nuestro paseo ya no había nadie, y después de cambiarnos, de recoger el tubo de snorquel que nos dieron de recuerdo, y de leer alguna que otra horterada en el libro de visitas, tales como “Demos gracias a Colón por habernos acercado al pueblo de Méjico”, salimos de Xel-Ha en nuestro súper “buga” hacia Tulum, un lugar del mundo, del que había oído hablar mucho, y al que tenía unas ganas locas de ir.
En Tulum, lugar famoso por sus ruinas mayas que se encuentran a orillas del mar, nos habían recomendado dormir en algún hotel que tuviese cabañas en la playa para pasar la noche. Yo reservé en uno de estos hoteles, pero cuando llegamos a la recepción, no tenían registrada mi reserva. Había sitio, no era ningún problema por falta de habitaciones, pero sí que fue otro golpe de buena suerte, porque después de ver las habitaciones de este hotel, y de buscar otros sitios, cuando ya era casi de noche, encontramos una habitación de la que me enamoré literalmente cuando la vi. Era una habitación enorme, como una gran cabaña, con techos de paja, y decoración autóctona. (ver fotos). Me hubiese quedado a vivir allí el resto de mis días. Al principio el chico del hotel nos pedía 1300 pesos (creo que notó en mi cara lo que me gustaba esa habitación). Le dijimos que era caro y que nos lo teníamos que pensar. Cuando regresamos, nos bajó el precio a casi la mitad, a 750 pesos (unos 50 euros) ya que él sabía que lo que nos pedía al principio era un robo a mano armada. En temporada baja, y con el hotel casi vacío, no podía dejarnos escapar.
No puedo describir con palabras la noche que pasamos allí, en ese rincón del paraíso. El único ruido que se escuchaba era la brisa del mar, un mar que esa noche estaba bravío a causa del fuerte viento que no amainó hasta la madrugada. La mosquitera de la cama se movía al ritmo de la brisa marina y las hojas de las palmeras no dejaban de ulular como si fueran búhos perdidos en una selva mágica. Fue increíble e inolvidable. El hotel se llama “luna maya”, y desde aquí lo recomiendo, sobre todo su “sky suite”. https://lunamaya-tulum.com/rooms/sky/. Para los que quieran dormir en una cabaña menos sofisticada y a un precio mucho más asequible, hay otras opciones. Hay cabañas para todos los gustos. Desde las tan austeras, que ni el sub- comandante Marcos dormiría en ellas, hasta las más sofisticadas, como las del Blue Tulum: donde los precios no bajan de los 300 euros por noche! http://www.eurostarshotels.com/ES/hoteles-en-mexico-tulum-eurostars-bluetulum.html Sea donde sea, Tulum es un lugar de la Riviera Maya a no perderse por imperativo legal!
Sábado 6 de octubre: Tulum-Valladolid- Chichen Itzá – Progreso- Mérida
No fue precisamente una noche tranquila, a causa del oleaje pero tampoco nos importó. Cuando nos despertamos, con un sol radiante que resplandecía ya a las 7 de la mañana, nos esperaba una mesa frente a un mar ya más calmado. Yo no podía de dejar de mirar el color azul turquesa del agua, tan limpio, tan puro y tan descaradamente bello. No pudimos evitar la tentación de bañarnos en esas aguas antes de desayunar. Ese mismo día nuestra ruta nos llevaría al interior, a Yucatán, así que teníamos que aprovechar las últimas horas junto al mar. Después de desayunar, mano a mano, y con la única compañía del mar y un camarero, cogimos el coche y nos fuimos a ver las famosas ruinas de Tulum.
Hay que andar unos 300 metros desde el parking hasta la entrada principal y a las 10 de la mañana el sol pegaba sin remisión. Una vez más nos pusimos a imaginar cómo sería ese mismo paseo en pleno mes de agosto. La entrada, como en el resto de museos mejicanos cuesta 45 pesos (unos 3 euros). Nos unimos enseguida a un grupo de italianos que iba guiado y cuando llegamos al centro de las ruinas, justo al lado de la pirámide principal (la que sale en todas las fotos) que cae al mar, nos disgregamos del grupo y bajamos hasta el mar. La arena era tan blanca que nos cegaba y el agua de un turquesa indescriptible invitaba al baño. Mi querido esposo así lo hizo, no lo dudó ni un momento, se quitó la ropa y se tiró al agua como si unas fuerzas sobrenaturales tiraran de él. A mí me dio mucha envidia, pero me contuve, tampoco era cuestión de que nos llevaran al cuartelillo por escándalo público! . Cuando salió del agua, no daba crédito, gritaba para quien quisiera oírle que había sido el mejor baño de su vida. Y no me extrañó su alegría, porque uno no se baña todos los días en ese mar y con las ruinas mayas de Tulum cubriéndote la cabeza. (ver fotos). Las iguanas hieráticas que abundaban por la zona, también fueron testigos mudos del baño de su vida. Una de ellas hasta nos guiñó un ojo!
Con el pelo mojado y la ropa más o menos seca, recorrimos el resto del enclave arqueológico, que tampoco es muy grande, y salimos a coger el coche para continuar nuestra ruta hacia la península de Yucatán. En ese preciso momento, surgió uno de los momentos angustiosos del viaje, de esos momentos surrealistas que uno no cree que puedan darse. De repente, con el desfase horario nos entró la duda de si ese día era sábado o domingo, víspera de nuestra vuelta a España. Preguntamos a dos personas y nos dijeron que era domingo. Yo no entendía nada y tampoco quería que nos sucediera lo mismo que nos pasó en Las Vegas, dos años antes, cuando nos confiamos que aún nos quedaba un día más de estancia en la ciudad de los casinos, y resultó ser que no!.
Yo juraba que no, que tenía que ser sábado y que aún nos quedaban un par de días hasta nuestra vuelta a España. No había periódicos, y todo empezaba a ser una pesadilla, porque nadie nos sacaba de dudas, al contrario. Finalmente, un señor nos confirmó que efectivamente era sábado y no domingo. Yo lo volví a preguntar al menos 2 veces más para asegurarme y al final nos convencimos de que no era domingo. Nos empezamos a reír cuando ya nos tranquilizamos, pero ese momento “tensión” fue realmente angustioso.
Ya calmados, salimos de Tulum en dirección a Valladolid. La carretera era también una línea recta hacia el infinito, con algún bache que otro, pero bastante transitable. Nuestro “chevy” se portaba bien, y agradecimos durante toda nuestra aventura el haberlo alquilado con aire acondicionado. A los lados de la carretera, íbamos dejando atrás, algunos poblados de indígenas, con sus casitas de colores, sus hamacas de hilo colgadas entre los árboles y sus niños correteando y sonriéndonos al pasar. Me recordó mucho a la India, a esos niños de ojos grandes y sonrisas abiertas que saludan al extraño. (Sonrisas sinceras y genuinas, aunque haya gente que no crea que los pobres del mundo puedan ser felices y sonreír de verdad) Qué equivocados estamos los “realmente pobres de espíritu” del primer mundo!!!!
Hasta nuestro destino, Mérida, la capital de Yucatán, había 270 kilómetros de distancia. Entre Cancún y Mérida se puede recorrer esta distancia en autopista, pero a la ida preferimos ir por el Sur, pasando por Valladolid y Chichen Itzá. La ciudad homónima de Valladolid no tiene gran interés turístico. Una plaza central de estilo colonial, con la catedral y el ayuntamiento en los flancos, y algunas calles con casas de colores, que a esas horas del día estaban bastante animadas. Estacionamos el coche en la plaza, y nos dimos una vuelta por la plaza y la catedral en honor a San Gervasio. Un templo bastante austero, por cierto, donde había un par de personas rezando. Justo a lado de la catedral, entramos a una tienda y compramos las hamacas típicas del Yucatán hechas con fibra de algodón. Son típicas de la zona, al igual que las guayaberas de Mérida, y no podíamos irnos de allí sin comprar una.
Hacía calor, mucho calor, y teníamos sed. En una especie de mercadillo quisimos tomarnos una cerveza pero no nos dejaron. No vendían alcohol si no nos sentábamos a comer. Así que, volvimos a la canícula, y entramos en una tienda, donde sí nos vendieron un par de cervezas para beberlas “in situ”. (Tampoco está permitido beber alcohol en las calles). No estábamos en Estados Unidos, pero tampoco muy lejos del país de los “pecados prohibidos”….Cuando ya tuvimos claro que en la ciudad Homónima no teníamos mucho más que hacer, porque tampoco había mucho más qué ver, volvimos a coger el coche en dirección a la recién declarada “Maravilla del mundo”: las ruinas mayas de Chichen Itzá.
Cuando llegamos a nuestro destino, empezó a rugir una tormenta con toda la carga eléctrica que el “Todopoderoso” quiso mandar. Aprovechamos para comer algo y esperar a que amainara, mientras veíamos un baile típico, interpretado por chicos y chicas que al mismo tiempo que bailaban, y taconeaban, hacían malabarismos para no dejar caer las bandejas que llevaban sobre sus cabezas. Cuando ya dejó de llover, entramos en la recientemente declarada “Nueva maravilla del mundo”: las Pirámides de Chichen Itzá. http://es.wikipedia.org/wiki/Chich%C3%A9n_Itz%C3%A1. Se trata de uno de los conjuntos arqueológicos más importantes del mundo, y nosotros teníamos la oportunidad de verlo en persona y con un guía de excepción, llamado Iván. No tenía más de 10 años, cargaba con una pesada mochila de artículos de artesanía, y lucía una sonrisa que nos embaucó desde el primer momento. A pesar de ser sólo un niño, empezó a contarnos la historia y los orígenes de las pirámides con todo lujo de detalles. Llegamos enseguida a un trato con él, no le íbamos a comprar ningún recuerdo, pero sí le pagaríamos su servicio de guía. Era increíble, cómo con apenas diez años, tenía muy claro que de mayor quería ser arqueólogo y que para ello, iba a la escuela entre semana y los fines de semana ayudaba a su familia, vendiendo recuerdos allí en Chichen Itzá. Con el calor húmedo, después de la tormenta, fuimos recorriendo las diferentes zonas, al ritmo de las explicaciones de nuestro guía Iván.
Nos explicó en qué consistían los rituales, a menudo sangrientos de los mayas. En qué consistía el juego de la pelota, el significado de los distintos Dioses mayas, http://enciclopedia.us.es/index.php/Mitolog%C3%ADa_maya y de las ceremonias que aún se celebran con la llegada del equinoccio de primavera y otoño, cuando se observa en la escalera norte del castillo o Pirámide central, una proyección solar serpentina, consistente en 7 triángulos de luz, invertidos, como resultado de la sombra que proyectan las escaleras de ese edificio al ponerse el sol. Cuando se produce el fenómeno, la sombra de una “serpiente imaginaria” que desciende poco a poco hasta la base de la pirámide, hace que los turistas acudan en masa a verlo, porque dicen que uno puede recargarse de energía.
Otro fenómeno que no enseñó nuestro amigo Iván, era una prueba de oído. Resulta que cuando te colocas a unos metros frente a la pirámide de Kukulcán, al aplaudir, el eco que se escucha es el sonido que emite el pájaro Quétzal, al que los mayas y los aztecas consideraban aves enviadas de los dioses y era su forma de comunicarse. Hicimos la prueba y realmente fue increíble, el eco era alucinante!.
Un par de horas estuvimos recorriendo la recién proclamada “maravilla del mundo” y cuando empezó a llover otra vez, a media tarde, nos despedimos de Iván, animándole a seguir estudiando para conseguir su sueño de convertirse en antropólogo, y volvimos a coger el coche para seguir nuestra ruta, antes de que anocheciera. Hasta Mérida, la capital del Yucatán, teníamos aún un par de horas de carretera, y decidimos no parar hasta alcanzar nuestro destino final. Al llegar a Mérida, ciudad de un millón de habitantes, optamos por cambiar de planes en el último momento y seguir hasta la costa, hasta una ciudad de playa llamada Progreso.
¡Craso error!!!!. Nosotros pensábamos que nos íbamos a encontrar con otro paraíso costero como Tulum pero qué equivocados estábamos!!! Playa? Sí… kilométrica!!! Hoteles? Sí, varios a pie de playa pero a punto de caerse a trozos. Al principio dudamos de si quedarnos o no, pero cuando ya probamos el tercer hotel y vimos el panorama tan desolador, decidimos volver sobre nuestros pasos y probar suerte en Mérida. Y menos mal que así lo hicimos porque Mérida nos encantó desde el primer momento. Como estábamos bastante cansados después de un día más que intenso, buscamos hotel en el mismo centro de la ciudad. Qué bien hicimos de no quedarnos en Progreso! Nos alojamos en un hotel-hacienda, llamado “Casa del Balam” http://www.casadelbalam.com uno de los de más solera de la ciudad. Un 5 estrellas, por 75 euros la habitación doble con desayuno, y una arquitectura colonial que nos trasladó a otros tiempos, de cuando Mérida era una de las ciudades más ricas y prósperas del país.
Había ambiente de fiesta y baile en la plaza mayor. Después de una ducha reconstituyente en nuestro baño de “lujo asiático” y de una cena en el maravilloso patio, al lado de la piscina, salimos a dar una vuelta para disfrutar de la Mérida nocturna. El calor era intenso, y el ambiente aún más. Vimos como la gente bailaba muy cerca del hotel más emblemático de Mérida, el famoso Gran Hotel, http://www.granhoteldemerida.com.mx dónde se reunieron en su día, el líder revolucionario de Nicaragua, Sandino, y José Martí, también líder revolucionario de Cuba, cuando les echaron de sus respectivos países y esperaban que Méjico les refugiara. Desde allí, llegamos hasta la catedral de San Idelfonso que según dicen, se construyó con las mismas piedras que en su origen formaban parte de una pirámide maya y que es conocida en todo el país por contar con el crucifijo más grande de toda Latinoamérica. Aunque la visita del interior de la catedral la dejamos para el día siguiente. A medianoche, estábamos ya cansadísimos y nos retiramos a tiempo para disfrutar del poco tiempo que nos quedaba ya en el país.
Domingo 7: Mérida- Izamal- Cancún
Empezaba la cuenta atrás. Nos levantamos con fuerzas renovadas después de una noche durmiendo a pierna suelta, y después de desayunar en el mismo patio de la noche anterior, rodeados de vegetación, salimos a pasear por el centro de Mérida, pero esta vez con luz natural. El centro está plagado de edificios históricos: la universidad del Yucatán, la Catedral, varias casas-palacio, como La famosa Casa de Francisco de Montejo, una joya de arquitectura de estilo plateresco, con su fachada imponente, la también monumental Casa de José peón Contreras, y la Casa Cárdenas, también conocida como la casa de los ladrillos. Son sólo algunos ejemplos, porque el centro monumental de Mérida es todo un museo de arquitectura colonial. Era domingo, lucía el sol, y además de deleitarnos viendo la belleza que nos rodeaba, también pudimos dar rienda suelta al consumismo atroz. Yucatán es un buen sitio para ir de compras. Guayaberas, artesanía, hamacas, ropa de algodón y todo tipo de caprichos para quemar la visa sin paliativos. En poco menos de dos horas, y después de la visita cultural, acabamos con las manos llenas de bolsas, sin saber muy bien dónde meteríamos todo para que cupiese en nuestras maletas. Cargamos el “chevy” hasta la bandera y con el cielo encapotado, amenazando lluvia, dejamos Mérida a mediodía. Lo que parecía una amenaza se convirtió en pocos minutos en un diluvio torrencial que nos obligó a apartarnos en el arcén del famoso Paseo de Montejo. Esta amplia avenida fue construida en homenaje al fundador de la ciudad de Mérida, Francisco de Montejo y León y nosotros, a pesar de la lluvia, pudimos ver las lujosas villas que flanquean esta avenida, la más rica y lujosa de la ciudad.
Cuando por fin salimos de Mérida, tomamos la autovía que lleva directamente a Cancún. Desde Mérida hasta Cancún hay unos 310 kilómetros, y se puede hacer en su totalidad por autopista pagando dos peajes, por un importe total de más o menos 25 euros. Cuidado y ¡Ojo al dato! Los peajes no se pueden pagar con tarjeta y no hay ni una sola gasolinera en todo el trayecto, así que….dinero en metálico y depósito de gasolina lleno para evitar sorpresas!!
A unos 50 km de Mérida, nos desviamos unos kilómetros para visitar la ciudad amarilla de Izamal. Yo había leído algo sobre su color, pero no pensaba que fuese realmente tan amarilla. Es impresionante cuando llegas y ves las calles, los coches, incluso las bicicletas de un amarillo intenso que deja al viajante “nokeado”. Cuando entramos por la avenida principal, no había mucha gente por las calles, y el cielo volvía a amenazar lluvia, con un color gris plomizo que hacía destacar aún más la intensidad del amarillo. (ver fotos)
Aparcamos el “chevy” en la plaza mayor, y andando por las calles adoquinadas llegamos al que dicen es el atrio más amplio de Latinoamérica y segundo más grande del mundo, sólo superado por el atrio de la Plaza de San Pedro, en el Vaticano. Se trata de uno de los edificios religiosos más impresionantes del siglo XVI, conocido como el convento franciscano de San Antonio y está construido sobre una gigantesca plataforma Maya. El interior de la Iglesia está bastante descuidado pero todo se compensa con las vistas sobre la ciudad amarilla, desde el gran patio amurallado del convento. También vimos a lo lejos un montículo que resultó ser la pirámide maya de «Kinich Kakmo». En ese momento, entendimos el por qué a Izamal también se la conoce como la “ciudad de los cerros”.
Según parece Izamal fue un enorme centro ceremonial maya. Dicen que es un enclave más antiguo que Chichén y Uxmal y que contiene una gran riqueza arqueológica. La pirámide que vimos es una más de las que en realidad existen, ya que la ciudad colonial se asentó sobre la ciudad prehispánica y se han mantenido hasta la actualidad numerosas plataformas prehispánicas que parecen cerros. Después de tomar varias fotos del espectacular atrio, fuimos paseando hasta la pirámide para subir hasta la cima y ver la ciudad desde otra perspectiva. Justo en el momento de la llegada a la base de la pirámide, empezó a llover y a caer “piedras de agua” desde el cielo gris. Volvimos corriendo sobre nuestros pasos y nos refugiamos en un restaurante que resultó ser un lugar entrañable y muy recomendable.
Se llama “Kinich” http://www.sabordeizamal.com/ y desde aquí lo recomiendo para probar las exquisiteces de la afamada gastronomía yucateca, como el “Poc Chuc Kinich”: carne de cerdo asada y marinada, con chiltomate, cebolla asada, naranja y guarnición de fríjol colado, o los “papadzules”: huevo cocido envuelto en tortillas hechas a mano, bañadas con salsa de semilla de calabaza molida. La oferta es variada y amplia y nosotros optamos por probar una especie de guisado de pollo con una salsa de color negro tizón, y otra especialidad a base de carne marinada con tortitas de maíz, hechas mano en un horno que se encuentra justo en el comedor. El sitio está decorado con mucho gusto, en un gran patio techado como las cabañas de la playa de Tulum y con mucha vegetación. Fue una buena elección, sin duda!
Cuando decidimos irnos de la “ciudad amarilla”, ya había dejado de llover y olía a hierba mojada. Continuamos nuestra ruta hacia Cancún por carreteras secundarias, durante unos 30 km, mientras íbamos atravesando pueblos y aldeas, en donde había muchos niños jugando en la calle, que nos regalaban sonrisas al pasar, mientras nos decían adiós con sus manos. Daba la sensación de que ya supieran que nos quedaban pocas horas en su país. Y así era, a las 6 de la tarde llegamos a Cancún, nuestro último destino en Méjico, antes de volver a España. Dejábamos atrás muchos recuerdos, muchas sonrisas y muchas cosas que contar, aunque, aún nos quedaba la última noche en el lugar más visitado del país: Cancún o “nido de serpientes”.
Desde el primer momento, ya intuimos que no hubiese sido nunca nuestro lugar de vacaciones preferido. No hay mucho que ver en Cancún, lo único que puede merecer la pena es pasar el día en Isla Mujeres, una pequeña isla a la que se puede ir en Ferry desde esta ciudad hotelera. A mí me recordó vagamente a la Manga del Mar Menor, salvando las distancias, claro, porque Cancún está construido para yankees y a la medida de los yankees!! 20 kilómetros de hoteles desde un extremo hasta el centro de esta “ciudad de vacaciones”, como una barrera de cemento de lujo, entre una laguna y el mar abierto. El Hilton, el Marrito, Meliá, o Barceló, las grandes cadenas hoteleras están presentes en esta “gran muralla” del capitalismo.
Nuestro hotel llamado “Sotavento” no tenía nada que ver con estas grandes moles con cientos de habitaciones. Nos costó un poco encontrarlo pero valió la pena. Un sitio tranquilo, dentro del “maremagnum” de neones, cemento y hoteles colosales.
http://www.atrapalo.com/hoteles/34487-0_sotavento: Dejamos las maletas, nos dimos un baño en la piscina cuando ya era casi de noche, y nos pusimos nuestras “mejores galas” para la cena de despedida. Nos habían recomendado volver a cenar al restaurante “Puerto Madero” de Cancún, para repetir la experiencia de DF, pero optamos finalmente por ir al centro de la ciudad. El centro de esta ciudad casi de ficción, es también un centro en el que no hay ni un resquicio de antigüedad, o de historia. Una iglesia casi cósmica, de esas creadas por un arquitecto alucinado de los años 70, y grandes avenidas comerciales, plagadas de restaurantes y oficinas de viajes que ofrecen excursiones para visitar la Riviera Maya en tropel.
La humedad del ambiente a las 9 de la noche era bestial, y no tardamos en pararnos en una terraza a tomarnos unas “Coronitas”. Por un lado, a la izquierda, teníamos a un grupo de jovencitas mejicanas haciéndose fotos con gorros charros típicos y poniéndose las botellas de vino, que les ofrecía el dueño del bar, en la boca como si de verdad estuviesen engullendo alcohol; Por otro lado, un grupo de 4 italianos piraos, y rojos como gambas del sol caribeño que habían tomado, bebían cervezas, y semi-inconscientes, por los cigarros misteriosos que fumaban sin parar, aún tuvieron el temple de pedirle al camarero que les cambiara el mantel de plástico que tenía más agujeros que un queso “gruyère”. Surrealismo en estado puro!
Pero el momento más “kitsch” del viaje llegó a continuación. Después de las cervezas y de ver los agujeros del mantel de plástico, no quisimos quedarnos a cenar allí y buscamos por los alrededores. Encontramos un lugar, llamado “Pericos” www.pericos.com.mx/inicio.htm que resultó ser lo más hortera que jamás hubiese podido imaginar. ¡Pobres mejicanos, teniendo que hacer estos “shows” para satisfacer a los turistas de risa floja !!!. Para empezar, nada más entrar te ofrecen la posibilidad de disfrazarte con trajes típicos para hacerte una foto de recuerdo, tipo “Pancho Villa y María Felix” en color sepia y marco “envejecido”. Seguidamente, nos colocaron en una mesa de “parejita”, frente a dos mesas enormes de suecas, danesas o rubias sin nacionalidad definida. El espectáculo era casi dantesco. Mientras las camareras vestidas “ad hoc” cuales Sarítisimas en la película “Veracruz”, iban de un lado a otro, corriendo, sirviendo platos, ellos, los camareros, y sobre todo uno de ellos, hacía reír a las escandinavas sin definir, portando un plato gigante sobre la cabeza, que hacía girar sobre su cabeza antes de servir la mesa.
Por un momento pensamos que iban a salir de algún armario, los Hermanos Marx vestidos de charro, era increíble lo que tienen que hacer algunos para ganarse la vida…. El colofón llegó, cuando un par de animadores de la “soirée” empezaron a animar a todo el mundo, a levantarse para bailar en cadeneta los “grandes éxitos” como la “Cucaracha”… Alguien da más? En este caso no vale lo de ¿alguien da más por menos?, porque para más inri, la comida no fue para “tirar cohetes” y sin embargo el “sablazo” fue de órdago. En fin, ¡qué lejos quedaba nuestro restaurante favorito, el “Fogón” de Playa del Carmen, pero qué risas nos echamos también en este frikie planet!. Antes de irnos a dormir, ya de regreso al hotel en nuestro súper “chevy” tuvimos la gran revelación: “Un país se sustenta en la religiosidad de la nación”. Así rezaba un cartel que vimos en una ciudad donde reina el Dios del dinero… ironías de la vida.
Lunes 8: Despedida y cierre
El desayuno en el hotel Sotavento se sirve, mejor dicho se “autosirve” en un comedor, situado al lado del embarcadero y junto a la piscina. Un lugar idílico, para un desayuno más bien pobre y escaso. Pero tampoco se puede pedir mucho por el precio de la habitación: 50 euros la habitación doble, en un Cancún donde los precios son muy superiores. Teníamos que devolver el coche, cerca del aeropuerto antes de las 10 de la mañana, y así lo hicimos. Regresamos por donde habíamos venido, el día anterior, y volvimos a ver la hilera de hoteles de lujo que forman esa especie de Arrecife de cemento, partiendo el mar en dos.
En la empresa de alquiler de coches “El Álamo” nos revisó el coche un pobre hombre, que sudaba la gota gorda, mientras una “tigresa” vestida de camuflaje también dejaba las llaves de su vehículo. No tuvimos ningún problema, nos despedimos de nuestro chevy-compañero de aventuras y ya en el aeropuerto esperamos pacientemente a que saliera nuestro avión con destino a Toluca, para a continuación dirigirnos al aeropuerto de la capital de Méjico. En la espera del aeropuerto de Cancún, una pareja formada por un galán de 4ª y su re-putada acompañante, montaron un “pollo” a la jefa de cocina del restaurante, quejándose de la poca frescura de los alimentos que tenían en los platos. Una vez más me apiadé de los mejicanos que tenían que aguantar a tanto turista inoportuno.
Cuando nos llegó la hora de partir, nos acomodamos en el avión, y el piloto inspirado y ocurrente nos presentó desde la cabina, a su co-piloto con estas palabras: “estimados pasajeros, les presento a mi compañero de viaje, con nombre de actor de telenovela. Se llama Julio Alberto”, un aplauso para él!. Humor, humor, humor… que no falte nunca!
Al llegar a Toluca teníamos dos opciones: volver con el autobús de la compañía “volaris” hasta la parada de la Torre de televisa, como hicimos a la ida, o coger directamente un taxi de la compañía “caminante” que nos llevaría directamente al aeropuerto de DF. Elegimos esta última opción, y por 37 euros, nos llevó un taxi hasta la misma puerta del aeropuerto.
http://www.caminante-aeropuerto.com.mx. Esta empresa tiene varios servicios desde el aeropuerto de Toluca y es una buena opción para trasladarse hasta la capital mejicana.
Unos 50 km separan Toluca del DF y a pesar de la comodidad de ir en un taxi privado, nos tragamos casi dos horas de atascos y bocinazos. ¡Habíamos vuelto al tráfico y al caos de la ciudad más populosa y contaminada del mundo!. Por suerte, llegamos a tiempo al aeropuerto y pudimos facturar las maletas, que más tarde fueron objeto de robo, y comprar las botellas de tequila que al día siguiente serían requisadas en Madrid. Pero bueno, esto es otro cantar, y otra historia para no dormir, nada agradable y que desde luego, no nos iba a fastidiar el viaje, dejándonos un gusto amargo. Era mejor despedirse con unas letras de Chavela Vargas:
Por eso no habrá nunca despedidas,
Ni paz alguna habrá de consolarnos
Y el paso del dolor ha de encontrarnos
De rodillas en la vida
Frente a frente y nada más
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