Marruecos en tren
Del 17 al 25 de mayo de 2008
Había pasado la friolera de 18 años desde que pisé Marruecos en un viaje de estudios de la universidad en 1990. Aquella vez recorrimos el país en autobús, visitando las ciudades imperiales y disfrutando de momentos inolvidables. Iniciamos el viaje en ferry, cruzando el estrecho hasta Ceuta, y ésta vez, 18 años después, empezamos por el sur, por Marrakech.
Nuestro vuelo salía desde Madrid (Easyjet) y al llegar al aeropuerto nos comenta la chica que atiende en el mostrador, que en el vuelo van muchos pamplonicas como nosotros. Pudimos comprobarlo nada más embarcar. ¿Te has dormido Yulen? No, que va, sólo una miajica. Como ésta hubo varias, y nos reímos muchísimo. Al llegar a Marrakech las turbulencias fueron de pánico. Una tormenta de lluvia impresionante. Menos mal que llegamos sanos y salvos. No paraba de llover, menos mal que habíamos contratado un servicio de transfer, porque con el diluvio que caía en esos momentos, el aeropuerto era un auténtico caos. Al minuto estaba esperando el taxista que nos llevaría al RIAD Amira Victoria: http://www.riad-amiravictoria.com/?lang=es.
Nada más vernos y con la hospitalidad que les caracteriza, nos dijo: “habéis traído la lluvia de la felicidad”. Atravesamos el aeropuerto y en el camino vemos las murallas rojizas de la ciudad y los jardines de rosas que las rodean. Baches y coches que se cruzan, la lluvia no cesa y el camino se convierte en un rally de polvo y agua. Pero lo mejor estaba por llegar. Cuando el taxi se introdujo en la medina por calles estrechas, por donde era casi imposible pasar con el taxi. Tenderetes minúsculos, atendidos por “paisas” que miran la lluvia sonriendo, una bendición en la ciudad más seca y calurosa del país.
Finalmente llegamos al RIAD, nos reciben amablemente y nos invitan a sentarnos para degustar un sabroso té con hierbabuena. Rellenamos la hoja de registro y un botones enjuto, de tez cetrina, nos trae un cenicero. Su traje es una mezcla de botones sacarino y mayordomo de Tintín. Ese momento que estuvimos esperando a que nos dieran las llaves de nuestra habitación fue una delicia. Entre lámparas moriscas de forja, vemos un patio interior con sus paredes del color rojizo, característico de Marrakech, y escuchamos el replicar de la lluvia que sigue cayendo sin tregua. Unos minutos más tarde, el dueño nos ofrece un plano de la ciudad, y nos indica dónde estamos ubicados. Anochece ya, pero después de dejar las maletas y de descansar un poco, salimos a dar una vuelta por el laberinto de calles de la Medina. Bicis, ciclomotores que no paran de sonar, miradas furtivas a nuestro paso, hasta que de repente un chico de unos 11 años, se ofrece a guiarnos hasta una de las plazas más famosas del mundo, patrimonio de la humanidad: la plaza de Jamaa El Fnaa. El significado no está del todo claro. “d´jemaa” significa mezquita o lugar de reunión, asamblea y Fnaa tiene que ver con la idea de muerte o de la nada. Por lo tanto, algunos la traducen como la plaza de la mezquita desaparecida, y otros más macabros, dicen que significa la “asamblea de los muertos”
¡Qué recuerdos!. No habían pasado los años. Estaba igual que como la recordaba: los “sacamuelas” con sus mesas de camping en las que muestran sus herramientas de “dentistas”, los encantadores de serpientes, los puestos de naranjas, donde te hacen al momento los mejores zumos de naranja, jamás probados, los aguadores con sus trajes típicos, las chicas que te hacen los tatuajes de henna… Imposible describir tanta actividad y frenesí en unas líneas, es uno de esos lugares que hay que vivirlos para contarlos.
Para cenar teníamos dos opciones: o bien quedarnos en uno de los cientos de puestos que se instalan en la plaza, con bancos corridos y donde uno se adapta al medio y come con los dedos, o bien ir a uno de los restaurantes con terrazas panorámicas asomadas a la plaza. Optamos por la segunda opción y elegimos el “Chez Grouni” http://www.panoramio.com/photo/4757044. Como decía hay varios restaurantes para todos los bolsillos, desde los más lujosos como el “Marrouchki” hasta los más populares y frecuentados por los turistas como el “Café de France” o el “Argana”. Nosotros optamos por subir a la terraza del Grouni y disfrutar de las vistas nocturnas mientras comíamos nuestro primer couscous, regado con un sabroso té a la menta. Al salir volvimos sobre nuestros pasos como pulgarcito, siguiendo las referencias que recordábamos. No es fácil, la medina es un auténtico laberinto. Al final no nos quedó otra que preguntar a un señor que amablemente nos indicó la callejuela dónde se ubica el RIAD.
Domingo 18: Marrakech al completo.
En Marruecos, y especialmente en Marrakech es recomendable alojarse en un RIAD. Un Riad es la vivienda tradicional marroquí, que puede ser sencilla o lujosa hasta extremos en los que creeríamos estar en un Palacio de las Mil y Una Noches. Normalmente los riads no tienen muchas habitaciones, tienen patios interiores con o sin piscina y terrazas en las azoteas donde el desayuno, por ejemplo, se convierte en un auténtico lujo, un remanso de paz, mientras se contemplan las vistas sobre la ciudad. Un desayuno en la azotea de un RIAD es sin duda la mejor manera de empezar el día y así lo hicimos. Tortitas de maíz, zumo natural de naranja, café o té y mermelada con mantequilla, debajo de unas jaimas y entre flores de jazmín y bungavillas de color rojo sangre. Un auténtico lujo de sultanes.
La primera parada al salir del RIAD fue la Madrasa de Ben Youssef. Representa una gran escuela coránica, en la que vivían los estudiantes mientras llevaban a cabo sus estudios religiosos del Corán en torno a su fe musulmana. Se levantó a finales del siglo XVI por orden de un importante sultán, y se convirtió en la más grande e importante de todo Marruecos.
Es una obra de arte arquitectónica, en donde destaca sobremanera su magnífico patio interior decorado con arcadas mocárabes, un estanque para las abluciones, columnas de mármol y coloridos azulejos que lo confieren una belleza espectacular.
El patio de la Madrasa es sin duda la gran joya del edificio. En un entorno así me imagino que el Corán sería más asimilable para los estudiantes. Muy cerca de la escuela del Corán se encuentra el Museo de Marrakech, en un edificio majestuoso. Está situado en el palacio Dar M´Nebhi, de 2.000 metros cuadrados y construido en el siglo XIX para albergar la residencia del ministro de Defensa de esa época. Más tarde fue usado como la primera escuela femenina de la ciudad.
La colección del museo no es gran cosa: Algunas exposiciones de arte tradicional (joyas bereberes, ropas tradicionales…) e incluso de arte moderno, pero nada realmente destacable. Lo que merece realmente la pena es el propio edificio, con un impresionante patio con tres fuentes, una enorme cúpula con una lámpara de cobre, los mosaicos que todavía se conservan en sus paredes…. Realmente espectacular el patio. Nos quedamos un buen rato sentados, más bien tirados en los sofás mullidos que se encuentran contra las paredes del patio, observando el ir y venir de los turistas.
Al salir el sol pegaba con ganas. La opción de perdernos por la medina y gozar de las sombras de las callecitas y toldos de los puestos de venta nos sedujo. Empezamos a regatear y caímos en la tentación en más de una ocasión. Bendito el momento en que caí rendida ante un bolso de piel de camello que aún hoy, 3 años después huele a bicho del desierto como si lo acabasen de sacrificar. ¡¡¡Dios mío qué olor!!!! Pero es que es imposible no caer en la tentación. Yo personalmente cargaría un contenedor con todas las lámparas, alfombras, babuchas, bolsos, joyas, almizcles, especias…. Con todo Marruecos entero para llevármelo a mi casa.
Dicen que todos los caminos llevan a Roma, en Marrakech todos los caminos llevan a la plaza de Jamaa el Fna. Con la luz del día seguía igual o más animada que la noche anterior. Yo creo que esta plaza es uno de los puntos más animados del planeta. Volvimos a pasar por el medio, entre los encantadores de serpiente y los aguadores con sus trajes coloridos. Parada y fonda en
el Café de France. Qué bien entraba un té de menta. Parece mentira, pero es verdad, cuanto más calor hace más refresca el té aunque esté caliente. Desde este café se ve la Torre de la mezquita de Kutubia. Todo un símbolo de la ciudad. Se comenzó a finales del siglo XII bajo el mandato del califa almohade Abd Al-Mumin, sobre una mezquita almorávide anterior que sirvió de base para la actual. En aquella época fue una de las mayores mezquitas del mundo islámico.
Destaca sobre el conjunto el gran minarete de casi 70 metros de altura, que se ve desde casi cualquier punto de Marrakech. Éste dispone de una decoración distinta en cada una de sus caras, y en sus orígenes estaba cubierto con escayola, que se encontraba pintada por niveles para que resaltaran los laboriosos tallados de la mampostería. Su nombre hace referencia a los libreros, debido a que en sus primeros tiempos, se disponían multitud de vendedores de manuscritos en torno a la misma. Hace años contaba con una preciosa decoración y elementos ornamentales de gran valor, que en la actualidad ya no podemos disfrutar, pero aún así mantiene una hermosura que hace que merezca la pena visitar la Koutoubia.
La Kutubia es la mezquita más importante de la ciudad, y suele haber mucha gente tanto en la misma como en los jardines, a los que si podemos acceder gratuitamente, ya que cabe recordar que está prohibida entrar en ella si no se es musulmán. Nosotros recorrimos los jardines y nos dejamos llevar por la fragancia de las rosas que se multiplican por todos los rincones. La Kutubia se parece mucho a la Giralda de Sevilla. Nuestro pasado árabe es incuestionable, mal que les pese a muchos desgraciadamente…
Siguiendo nuestra ruta, paramos a comer una Tagine de Kefta (carne de ternera o cordero picada). En la cazuela tradicional de barro donde se cocinan las tagines, la de kefta es una variedad cuyo ingrediente principal es la carne picada, mezclada con las verduras que también se utilizan en la tagine de pollo. Mientras comíamos vimos una de esas escenas espontáneas que tanto me gustan. Un niño se acercó al mostrador de una pastelería, donde otro niño se había dejado el vaso de zumo, y en un abrir y cerrar de ojos, se lo bebió y salió corriendo, mientras se reía, consciente de la travesura que acaba de hacer.
Marrakech, ciudad amurallada tiene un total de 19 puertas de entrada a la medida. Una de las más colosales es la de Bab Agnaou. Es realmente impresionante. El nombre de Agnaou quiere decir “gente negra”; Según cuenta la historia, por allí accedían a la ciudad la gente del desierto con piel más oscura y de ahí el nombre. Llama la atención la combinación del azul grisáceo con el color ocre rojizo de la tierra, el color simbólico de Marrakech. A pocos metros de la entrada se ubica otro punto de interés: la tumbas saadíes.
Fueron descubiertas a principios del siglo XX, ya que se mantuvieron ocultas durante un largo periodo de tiempo, y se permitió entonces el acceso al público. Representan un importantísimo monumento de la arquitectura andalusí, y alberga tumbas de diferentes miembros de la familia real Saadi, como varios sultanes o príncipes.
Las Tumbas Saadíes se reparten en distintos mausoleos, y estos a su vez en varias salas, la más relevante y conocida es la sala de las doce columnas, con suelos de mármol y bellamente decorada con mosaicos de pequeños azulejos, trabajados estucos y maderas talladas. Además tanto las tumbas como las columnas, se hicieron con mármol de Carrara.
El sitio está tranquilo, es lo bueno que tiene Marrakech. En un momento puedes pasar del ruido y del gentío, a un lugar como éste, dónde parece que se ha parado el mundo. El descubrimiento de Marrakech se hace más llevadero. Sería una locura estar sometido todo el tiempo al ritmo que se vive en las calles o en la Plazas.
Después de descansar entre los difuntos, volvimos a la jungla exterior y llegamos a la entrada de otro gran palacio, el de Bahía. En árabe bahía significa «lo más bello», y se le puso este nombre en honor a la una bellísima concubina, que se dice era la más guapa de todas las mujeres del palacio. Se cuenta que el visir disfrutaba de sus favores frecuentemente. Su arquitectura entremezcla lo clásico, con el estilo árabe de inspiración andaluza. Como eran las 5 de la tarde, no nos dejaron entrar, así que optamos por seguir nuestro camino por esta parte de la ciudad. Entramos en un pequeño mercado y nos vuelven a embaucar. En un puesto que vendían productos de farmacia, uno de los vendedores nos despluma literalmente y nos vende en un abrir y cerrar de ojos: pomadas, ungüentos, almizcle, hierbas, especias, kilos de té de menta, esencias de perfumes, etc… ¡Menudo fichaje comercial! Para dar más credibilidad a su fama del mejor boticario de la ciudad, nos enseña la antigua farmacia que según él era de su abuelo, contándonos la cantidad de famosos que han pasado por allí. Si no recuerdo mal, creo que nos dijo que hasta los Reyes de España habían sucumbido a sus encantos…. No comment.
Al salir de allí, cargados como mulas, nos perdimos por otro laberinto de calles, el barrio judío. El Mellah, antigua judería de Marrakech, ocupa una zona contigua al Palacio Real. Allí se instalaron en el siglo XVI los judíos expulsados de España.
Otro guía espontáneo nos lleva hasta la sinagoga. Allí un anciano (unos 150 años tenía el señor) nos explica que quedan muy pocos judíos y que la convivencia con los musulmanes es pacífica e incluso muy amigable. Eso sí, nuestro guía no entra en la sinagoga, se queda fuera. No sé si por respeto o por prohibición. Después de atender las explicaciones del “Mathusalen”, nuestro guía nos lleva a un sitio bellísimo: el cementerio judío. Una llanura enorme con una sucesión de blancos túmulos rectangulares de diferentes tamaños. Aparentemente abandonado, sorprende sin embargo que algunas lápidas tengan fechas recientes. Nosotros nos paseamos entre las tumbas y vemos a una señora salida de una película de los años 50, con un aspecto nada imaginable en una ciudad como Marrakech. Nos explica por qué hay que ponerles velas a las tumbas de los rabinos como hace ella. El entorno es único, se respira una paz y un silencio, como el que habíamos disfrutado en el interior de la madrasa o del museo. Seguimos las costumbres y colocamos una vela y unas piedritas en una de las tumbas. La piedra se asocia espiritualmente con la presencia de cada persona. Colocar una piedra que hemos tenido en la mano y orado sobre ella, es dejar parte de nosotros mismos cuando la depositamos en cualquier sitio. Y si es sobre una tumba es una señal de acompañamiento y que no olvidaremos a esa persona que la tenemos en nuestro corazón. Así nos lo explica nuestro guía particular.
Al salir y antes de despedirnos del guía, nos invita a tomar té en su casa. La casa está casi en ruinas, es un bajo con paredes desconchadas y apenas se ve un mueble. 5 niños corretean de un lado a otro y nos saludan con una sonrisa que nos roba el corazón. Como siempre, hospitalarios, nos tomamos el té que nos prepara su mujer y nos despedimos. ¡Qué buena gente!. Salimos de las calles de la judería y encontramos el bar que nos había recomendado el “farmacéutico”, el crack de las ventas. Se llama”Le Tagine” y es un par precioso y muy recomendable. Se puede beber cerveza, eso sí a 5 euros, y disfrutar de un concierto de música tradicional marroquí. Es un lugar muy frecuentado por los turistas.
Al salir de allí, ya era de noche y estábamos muy cerca de la Plaza de Jamaa el Fna. Seguimos a la marea humana y cenamos en uno de los puestos de la plaza. Los reclamos de los camareros son antológicos: “mejor que el Bulli” dice uno, “más barato que Mercadona” dice otro. Se come de maravilla, carne o pescado a la brasa por unos 10 euros. Hace mucho viento y no alargamos mucho la sobremesa. Mientras cenamos unos niños venden kleenex y una niña me pide el pan que nos ha sobrado. Cuando acabamos y decidimos volver al hotel, seguimos escuchando frases como “plata, plata no hojalata”. La esencia del marketing. Un día completo, un día aprovechado. Empezaba la cuenta atrás para nuestra despedida de Marrakech.
Lunes 19: en tren a Casablanca
En Marrakech la gente también trabaja, los niños van al colegio en uniforme y la vida normal de un lunes, sin tantos turistas invadiendo las calles, nos recuerda que también la vida sigue su curso en una de las ciudades más visitadas del mundo. Aprovechamos el tiempo que nos queda antes de coger el tren para Casablanca y visitamos el Palacio Bahía al que no pudimos acceder el día anterior porque ya era tarde. El Palacio de la favorita con sus techados de madera es uno de los rincones del Palacio que más nos impactó. Merece la pena visitar este palacio, así como los restos del Palacio Al Badi. Son los vestigios de una preciosidad arquitectónica del siglo XVI construida por el sultán de la dinastía Said Ahmed Al-Mansur. Imponentes sus grandes muros y la extensión del que fuera un día el palacio más grande de la ciudad.
Nos tocaba despedirnos de Marrakech y cogimos un taxi a la estación de trenes. El taxista nos llevó por la “nouvelle ville”, por sus anchas avenidas y edificios modernos, eso sí, del mismo color rojizo que la ciudad antigua. Nuestro primer viaje en tren, en primera clase nos costó poco más de 12 euros (3 horas y media de trayecto) en compartimentos muy cómodos y bastante limpios. Nada más salir de Marrakech el paisaje nos cautivó: poblados con casas de adobe, las parcelas separadas por filas de cactus, pueblos amurallados en mitad de la nada, poca agua y poca vegetación. A lo lejos pudimos ver una autopista como una cremallera que cruzase la planicie de tierra roja y seca.
Así transcurrió nuestro viaje, llegando puntualmente a la estación principal de la capital económica del país. (la capital política es Rabat). A primera vista no es una ciudad deslumbrante como puede serlo cualquiera de las Ciudades Imperiales, pero guarda en su interior tesoros poco conocidos, como un bellísimo conjunto de arquitectura art deco.
Por 50 dirhams (unos 5 euros) cogimos un taxi que nos llevó al hotel “fashion” que había fichado por Internet. Se llama Jm suites hotel: http://www.jmsuiteshotel.com/fr_FR/page/1. Los precios son bastantes altos (150 euros la noche) comparando con otros hoteles, pero la ubicación es perfecta y las habitaciones son muy amplias y cómodas, con una pequeña cocina, nevera, etc.
Una vez instalados pedimos una recomendación para cenar y nos indicaron el restaurante “Dauphin” en el puerto pesquero. Cuando llegamos entendimos la recomendación, estaba a tope de gente con cola de espera. No tardaron mucho en darnos mesa y en servirnos un pescado a la brasa buenísimo y un vino blanco fresco que nos supo a gloria bendita.
La vuelta al hotel por 1 euro en taxi. Es el transporte más utilizado, la gente de la calle los coge a todas horas. No sé por qué Casablanca (Casa para los marroquíes) me recordaba mucho a Marsella. El puerto, el gentío, las casas blancas… ¡Qué diferencia a Marrakech!.
Martes 20: visita de CASABLANCA
Si hay un edificio a visitar en la ciudad es la Gran Mezquita, un mausoleo hecho a la medida de la soberbia del rey Hassan, padre del actual rey, Mohamed VI. El lugar donde se ubica es un sitio privilegiado a orillas del mar. Para llegar allí lo mejor es coger un taxi. Nosotros cogimos lo que se denomina “un petit taxi” por su tamaño, suelen ser de la marca Peugeot 205. Normalmente recogen a más de uno, aunque hay mujeres que se niegan y prefieren ir solas por miedo a que les vean con otros hombres en el mismo taxi. Al nuestro le paró un policía y le pidió los papeles. Menos mal que no teníamos prisa, porque el poli se lo tomó con calma. El taxista le enseñó un billete entre los dedos, el poli se lo cogió y nos condujo hasta la mezquita. A por los papeles volvería más tarde…
Como comentaba previamente la Gran mezquita es colosal. Según las estadísticas es el templo más alto del mundo, y el segundo más grande, después de la Mezquita de la Meca. El exterior de la mequita ocupa cerca de treinta mil metros cuadrados y puede albergar a unas 90.000 personas. Es de las pocas mezquitas del mundo que puede ser visitada por turistas no musulmanes.
Su situación (península artificial sobre el agua) se debe a que Hassan II se inspiró en el siguiente versículo del Corán: «El trono de dios se hallaba sobre el agua”. Su construcción fue muy polémica ya que también se pidió a los marroquíes que aportaran dinero de su bolsillo, por suscripción pública. Desde lo alto de su minarete, por las noches se proyecta un láser que muestra la dirección hacia la Meca y se puede observar desde varios kilómetros a la redonda.
Desde allí dando un paseo, volvimos hacia el centro pasando por la puerta del famoso “Rick´s café”, el célebre bar de la mítica película “Casablanca”. Dicen las malas lenguas que no es el auténtico, aunque de reclamo tengan el perfil de Bogart en la entrada. El café original de la película nunca existió en realidad. La película fue rodada íntegramente en Hollywood pero, una americana, Katy kriger, aprovechó el tirón del nombre y abrió un piano-bar con servicio de restaurante en dos plantas, decorado al estilo marroquí, con reminiscencias del estilo de vida de la resistencia en el exilio. www.rickscafe.ma.
No entramos, seguimos nuestro paseo hasta alcanzar la Medida o zoco de Casablanca. No está tan cuidado como el de Marrakech. No es una medina para turistas. Calles sucias, niños correteando y muchos jóvenes pululando por las calles sin rumbo fijo. Callejeamos por el laberinto de calles hasta que encontramos la famosa puerta de Bab Marrakech. La medina está parcialmente amurallada y esta puerta de Entrada al zoco, nos dio la salida al centro de Casablanca, muy cerca del puerto pesquero dónde volvimos a cenar al mismo restaurante del día anterior, el “Dauphin”. Muchos franceses y cola de espera. Pero eso sí, merece la pena, el pescado fresco que despachan en este restaurante tiene merecida fama y vale la pena esperar unos minutos hasta que te dan mesa.
Miércoles 21: Rabat
Rabat es una ciudad abierta, limpia y agradable. Es el centro administrativo y político del país. Nada que ver con el tráfico imposible de Casablanca, en Rabat se respira una tranquilidad y una paz increíbles. La ciudad está totalmente volcada al Atlántico y se respira una brisa marina que recorre toda la ciudad amurallada, desde el cementerio con vistas al mar, hasta el Mausoleo de Hassan II. Sus numerosos jardines y zonas arboladas invitan al paseo por sus avenidas, rodeadas de edificios administrativos y palaciegos.
Una visita obligada es la zona dónde se ubican el Mausoleo de Mohamed V y la Torre de Hassan II. Sólo por ver las vistas sobre la ciudad y sobre la Kasbah de los Oudaias, merece la pena visitar este recinto. Estos edificios ocupan una gran explanada. El mausoleo se construyó entre 1961 y 1969. En el año 1971 se trasladaron los restos mortales de Mohammed V (abuelo del actual monarca). En el centro de la sala, se encuentra un sarcófago esculpido de una única pieza de ónice blanco proveniente de Pakistán que descansa sobre una losa de granito y está orientado hacia la qibla. Es una joya del arte Islam. El pavimento es de ónice y granito azul oscuro. Alrededor de la tumba de Mohammed V figuran varias banderas marroquíes, una por cada provincia, en homenaje a todos los que participaron en la Marcha Verde, el 6 de noviembre de 1975. Hassan II decidió construir una mezquita al lado del mausoleo, para que la gente del barrio pudiera ir al templo a rezar. El soberano devolvió a esta colina el carácter sagrado de gran santuario musulmán que tuvo antiguamente. Detrás de la mezquita se proyectaron unos jardines parecidos a los de la Alhambra, para recordar los vestigios históricos andaluces.
Todo el conjunto tiene su origen histórico en la antigua mezquita que quiso construir, en el siglo XII, el sultán almohade Yaqub al-Mansur. Las obras fueron abandonadas tras su muerte. La famosa torre que aún pervive de 44 metros de altura, en principio iba a medir más de 60 metros. Hoy en día, lo que queda de la mezquita es un bosque de gruesas columnas en la que sobresale ésta torre “inacabada” muy parecida a la Koutubia de Marrakech.
Como comentaba antes, las vistas sobre la ciudad, el río Bou Regreg y la Kasbah ya merecen el esfuerzo de venir hasta esta explanada del Mausoleo. Es como una antesala hacia la antigua ciudad de Rabat, encaramada en un alto, y rodeada por el río y por el Atlántico. Entrando por una de las puertas de la muralla, nos encontramos con un laberinto de calles estrechas, con sus casas encaladas de colores blanco y azul y sus puertas pintadas de madera que compiten entre sí por su belleza. Para los amantes de la fotografía, este laberinto que conforma la Kasbah de Rabat es un paraíso. Dentro de la kasbah merecen también mencionarse el Cementerio el Alou , la calle Jamaa (donde se encuentra la mezquita más antigua de Rabat, del s XII), la Torre de los Piratas y el Jardín Andaluz.
A media tarde, ya habíamos recorrido prácticamente todos los puntos de interés de Rabat, y regresamos a Casablanca en el mismo coche que nos había traído por la mañana. No hicimos el recorrido en tren, ya que por mi trabajo, tuvimos la suerte de contar con un chófer que nos acompañó durante esta visita a Rabat de un día y nos puso al día de varios cotilleos, como el que cuenta que no se sabe quién es realmente la madre del actual Rey marroquí, o el que hace referencia a que el monarca dispone de varios palacios repartidos por todo el país, lo que le permite tener bastante “libertad de movimientos” y hasta aquí puedo leer…..
Por lo que pudimos entender, el “padre” de la nación, venerado por los marroquíes, es Mohammed V, ya que logró la independencia de los franceses. Su hijo Hassan II fue un rey temido, y su hijo el actual rey, Mohammed VI es aceptado por los avances económicos y el aperturismo que se están dando en el país. Hay una clase media emergente, y aunque sigue siendo un país pobre, los cambios, desde mi primera incursión a principios de los 90, se ven en la calle.
De vuelta a Casablanca, optamos por dar un paseo por una zona de casas lujosas, conocida como la Corniche. El paseo marítimo es agradable: vimos casas impresionantes, con acceso a las playas a través de clubs privados y hermosos jardines rodeando las mansiones. Lo que sí echamos en falta fue encontrar más restaurantes para cenar. No nos convenció la oferta y regresamos al centro a cenar a un restaurante que sí nos habían recomendado. Se trata del restaurante Al Mounia. Nos costó un poco encontrarlo pero mereció la pena. Se encuentra en frente del consulado de Francia, en una casa antigua con un gran patio y dos salas de comedor. Nosotros escogimos cenar en el jardín de la entrada. Los camareros están vestidos al modo tradicional marroquí, con sus sombreros Fez de terciopelo rojo y sus babuchas de colores. La dueña es francesa, los precios algo caros pero dicen que ofrecen la mejor carne de cordero de la ciudad y desde luego que el “Brick magrebí” y las brochetas de cordero que comimos, nos las olvidaremos nunca. ¡Un diez!
Jueves 22: despedida de Casablanca
Era nuestro último día en Casablanca y aprovechamos para dar un paseo por Habouch. Es una zona tranquila de tiendas de artesanía, junto a uno de los palacios reales. No sé si el rey está en esos momentos en Casablanca, pero viendo el tráfico que hay en la ciudad, con calles cortadas, policías por todas partes, parece que sí, que la ciudad se paraliza porque Mohamed está en la capital financiera del reino. Habouch es un lugar tranquilo, merece la pena venir de compras a las tiendas de este zoco. No hay aglomeraciones y tampoco “acribillan” al turista para que compre en sus tiendas. Lástima que el taxista que nos condujo hasta Habouch nos dejó un mal sabor de boca. Muy simpático durante todo el trayecto y cuando llegamos a destino nos quería cobrar 40 dirhams, 4 veces más de lo que nos hubiese tenido que costar. Al final le dimos 12 y le dejamos blandiendo las manos y rezando a Alá para que nos partiera un rayo.
Tras un paseo por Habouch, nos perdimos intencionadamente por un mercadillo muy concurrido en el que no había ni un solo turista. Muchas mujeres, los hombres estaban divididos. Mientras la mitad de ellos estaban hipnotizados con el fútbol, la otra mitad estaba rezando en fila, mirando a la Meca. En algunas agencias de viaje vimos ofertas para ir a la Meca. Es carísimo. No sólo porque la peregrinación puede durar 40 días, el vuelo es caro y la estancia en Ryadh mucho más. http://www.viajes-a.net/ciudad/La_Meca-790.htm
Estuvimos un buen rato por este barrio hasta que anocheció. Al día siguiente teníamos que seguir nuestra ruta en tren hasta otra de las ciudades imperiales, la ciudad amarilla de Meknes. Al igual que ocurre en el Rajastán Indio, las ciudades se distinguen por sus colores. Marrakech es la ciudad roja, Casa blanca, obviamente es blanca, Meknes amarilla, en Rabat predominan los azules y verdes y en Fez, finalmente, podemos decir que es una amalgama de todos los colores. ´
Nos retiramos pronto para estar a pleno rendimiento al día siguiente. A Casablanca teníamos que volver para coger el avión de vuelta, así que fue un hasta pronto y no un adiós.
Viernes 23: Meknes
Desayunamos en frente del hotel. Por poco más de 1 euro, en la terraza de un café, nos dieron un desayuno completo con café, zumo y bollo. En Marruecos a diferencia de otros países musulmanes trabajan el viernes como en Europa. Por eso, cuando llegamos a la estación central de Casablanca, no nos extrañó ver a los ejecutivos con sus maletines y a muchas chicas desayunando antes de entrar a trabajar. El trayecto dura dos horas, por unos 8 euros por pasajero. Nada que envidiar a los trenes españoles: limpios, puntuales y algunos incluso mucho más modernos que cualquier tren europeo. Durante todo el trayecto tuvimos en el compartimento una señora que no calló ni un minuto. Hablaba con una chica joven muy guapa, y nos dio lástima porque la señora en cuestión, resultó ser un plomazo. Llegamos con puntualidad británica a la “petite gare” (hay dos en Meknes). Bajo un sol de justicia, recorrimos la ciudad nueva (se repetía el mismo esquema de Marrakech) y llegamos hasta la puerta de B. Mansour, de la que dicen es la más hermosa. Desde allí las perspectivas a la gran plaza de Meknes son inmejorables. La Puerta es una de las entradas a la Medina de Meknes, compuesta por diferentes barrios, agrupados según los oficios artesanos que se realizan en ellos. Por ejemplo, El Souk Sekkarin está especializado en cuchillería y hojalatería, y en frente se encuentra el Souk Bezzarin donde se elaboran lámparas, cestas, sombreros, etc. Otro Zoco o barrio de artesanos importante es el Souk es-Sebbat, especializado en calzado.
Un paraíso para las compras, como lo es el país entero. Yo personalmente me llevaría contenedores de artesanía marroquí, tienen todo lo que me gusta. Pero una vez más me tenía que contentar con lo que había comprado. A las horas en las que estábamos en la plaza principal el calor era acuciante. Hasta los camellos reposaban debajo de las pocas sombras que había. Hicimos una primera prospección por la Medina antes de comer, y entramos en la Madrasa del siglo XIV (escuela del Corán). ¡Impresionante!. Merece la pena ir a Meknes sólo por verla. 10 dirhams nos costó la entrada a un auténtico paraíso de la arquitectura marroquí. Además tuvimos la suerte de verla prácticamente solos. Tras una mampara se distribuyen las 40 austeras celdas en las que estudiaban el Corán hasta 1964.
Volvimos a la gran plaza de Lalla Aouda para comer. En unas de las terrazas nos sentamos y pedimos unas brochetas de carnes especiadas. Todo era perfecto hasta que empezaron a invadirnos un montón de gatos. El camarero reía al vernos limpiarnos la boca con el hilo dental y nos trajo unos palillos autóctonos que nos produjo más risas aún. En esta plaza hay varios puestos ambulantes donde hacen zumos naturales de caña de azúcar. Me sorprendió mucho su sabor y cómo quita la sed. Nos hubiese gustado quedarnos un día más en Meknes pero no no era posible. Teníamos que seguir nuestra ruta hacia Fez esa misma tarde. Antes de despedirnos de la ciudad amarilla, volvimos a pasear por las calles de su Medina (mucho más tranquila que la de Marrakech) hasta que alcanzamos de nuevo la estación de trenes. Teníamos unos minutos y aprovechamos para tomar un café “nusnus”, (mitad café, mitad leche). Yo era la única mujer en todo el café, y entendí cuando fui al baño que probablemente no había entrado ninguna antes. Sencillamente no había servicio de mujeres, sólo de hombres.
Sólo nos costó 45 minutos llegar a Fez en tren desde Meknes. Justo al lado de la estación de Fez se ubica el IBIS de Fez, http://www.ibishotel.com/es/hotel-2033-ibis-moussafir-fes/index.shtml con su maravillosa piscina y unas habitaciones más que dignas en las que por 40 euros por habitación y noche duermen dos personas. No está muy cercano al centro de Fez, pero sólo por el baño que nos pegamos nada más llegar en la piscina, mereció la pena estar algo alejados. Para cenar decidimos acercarnos a la Medina, que se encuentra separada de la ciudad nueva por un gran boulevard, construido recientemente. Es un paseo de una media hora muy recomendable. Al llegar a las puertas de la Medina, vemos en primer lugar los accesos a uno de los Palacios Reales. La judería también se encuentra a las puertas de la Medina. A esas horas había gente pero las tiendas ya estaban cerradas. Nosotros nos aventuramos a entrar en la Medida. Una Medina patrimonio de la Humanidad declarada por la Unesco, de la cual dicen las guías que es la medina medieval más completa del mundo árabe. Atesora monumentos de fama mundial, miles de tortuosas calles y cientos de palacios y casonas. Fez pugnó con Meknes y Marrakech por ser el centro del poder marroquí durante muchos años, aunque su superioridad cultural nunca ha sido cuestionada.
Tendríamos tiempo de perdernos por sus calles al día siguiente. Lo que queríamos en ese momento era cenar y nos recomendaron el Restaurante la Noria, un sitio entre murallas y jardines muy tranquilo y muy agradable. Estábamos prácticamente solos y entre gatos y música autóctona, probamos la famosa “pastilla”. Este plato tan típico se parece a una especia de torta de Santiago con azúcar glas, rellena de pollo y almendra picada. Muy azucarado para nuestro gusto, pero al menos probamos una de las especialidades marroquíes que nos faltaba en nuestro “registro gastronómico”. Eso sí, sólo por el entorno dónde está ubicado el restaurante, merece la visita. Muy recomendable.
De regreso al hotel cogimos un “petit taxi” con un chófer forofo del Real Madrid. Fin del día de color merengue. Ya sólo nos quedaba deslizarnos en las sábanas blancas del hotel.
Sábado 24: Fez completo
No hay nada mejor que empezar un nuevo día con un buen desayuno. Cerca del hotel teníamos una pastelería con un dueño “talibán” imaginable en cualquier otro sitio que no fuese una pastelería llena de dulces. Pero a nosotros nos daba igual, dulces en ristre, cogimos sitio en una terraza de café, y desayunamos con zumo de naranja natural como unos auténticos sultanes. Después cogimos un taxi para ir al Palacio real. Allí nos encontramos con la misma pareja que habíamos visto en Fez, con guía también. A nosotros nos apareció un guía espontáneo que resulto ser más pesado que una vaca en brazos. No sabíamos cómo quitárnoslo de encima. ¡Uff qué pesado el tío! Al final lo conseguimos y nos adentramos por la medida. Un auténtico laberinto. Por algo dicen que es la zona peatonal más grande del mundo. Teníamos todo el día para perdernos por sus calles escondidas, por sus tiendas, madrasas, rincones, en fin un sueño para una enamorada de la artesanía marroquí como yo. Nada más empezar el itinerario nos encontramos con una gran pendiente que va bajando entre palacios, casonas, mezquitas, puestos ambulantes de todo tipo, callejuelas, salas de abluciones… Todo huele a Marruecos, a especias y a las pieles con las que trabajan y son los amos en el arte de la marroquinería. Muchos turistas y muchos puestos de frutas y hortalizas. De nuevo como en la India, Marruecos nos ofrecía un “festival de los sentidos”: aromas intensos, colores nunca vistos, texturas rugosas de las pieles sin curtir, dulces sabores en el paladar e imágenes que casi siempre superan la ficción.
Cuando uno pasea por las medinas, sabe que tarde o temprano va a tener un guía espontáneo que a cambio de unos dírhams le va a llevar a los sitios “estratégicos” dónde puede ganarse además los favores de los dueños de bares, museos o tiendas. Nuestro segundo guía (no tan pesado como el primero ni mucho menos) nos llevó a una terraza dónde se ven los famosos pozos en los que se curten las pieles. En esos pozos fétidos que rodean el Oued Fès se desuella a los animales, se les corta la piel y se curten y tiñen esas pieles en una serie de tinas. La mejor hora para ver el “espectáculo” por llamarlo de alguna manera, es temprano o a media mañana, cuando se aplican los tintes.
Olía fatal y nos dieron unas hojas de menta. Por supuesto, y sin lugar a dudas, acabamos en una tienda con una maleta de viaje preciosa y unas sandalias, después de una lucha de regateo durísima entre el dueño y Daniel. ¡Qué osado el dueño!, no sabía con quién se las tenía que gastar ese día….Fue dura la negociación, pero mereció la pena, la maleta de viaje es única, un tesoro de la artesanía en piel. Cuando salimos nuestro guía nos esperaba, aunque le duró poco la fidelidad. La policía le pilló y le perdimos de vista.
Ya solos, nos mezclamos con la masa de turistas y autóctonos que invadían las calles de la Medina. A cada paso que dábamos nos salían al encuentro nuevos personajes y nuevas situaciones: los aguadores con sus trajes típicos que calman la sed de la gente, mientras giran sin parar sus cabezas, los puestos de carne de camello, con las cabezas de los animalitos colgadas en las esquinas, mirando inertes con esos ojos redondos que se salen de las órbitas, los telares en los que los turistas alemanes, rojos como gambas acaban coronados con turbantes mientras se ríen de sí mismos… Un sin parar en el carrusel de los sentidos.
En una de las calles sin salida, nos metimos en una tienda de un artesano de la madera con unas puertas, unos arcones y unos espejos que nos dejaron con la boca abierta. El dueño nos enseñó con orgullo cómo envía la mercancía y a todos los países a los que ha exportado sus obras de arte. Cogí su tarjeta y soñé con comprarle media tienda para amueblar la casa de mis sueños. Soñar es gratis no?. Entre burros que tiran de carros y alguna moto desvencijada, llegamos a un restaurante para comer por 70 dirhams el menú. Se llama Restaurant Les Amis, y nos colocamos a la sombra, no como los alemanes que seguían estando rojos como gambas, pero no se les ocurría comer al regazo del sol. El espectáculo desde la terraza del restaurante era constante, pero nos teníamos que ir. Nuestro tren de regreso a Casablanca salía a las 15.50 y pese a quien le pese, los trenes en Marruecos son puntuales. Volvimos al hotel para coger las maletas y nos despedimos de Fez a bordo de un tres de dos pisos, ultramoderno, con rumbo a Casablanca.
Al llegar a la capital nos encontramos con una sorpresa de última hora. Nos habían cambiado de hotel con previo aviso por internet pero nosotros no lo sabíamos. Después de unos momentos de nerviosismo, todo se aclaró. Teníamos habitación en un hotel cercano de 5 estrellas muy recomendable por cierto: el hotel Kenzi. La última noche en Marruecos no pudo ser mejor.
Sábado 24: despedida y cierre
El traslado al aeropuerto lo hicimos rodeados de mucha policía. Según nos contó el chófer el motivo era el paso de “Monsieur le roi”. Una vez llegados al aeropuerto pudimos comprobar de primera mano lo que significaba la presencia del Rey. Estuvimos retenidos en el aeropuerto más de 1 hora. ¿Explicación?: el Rey volaba ese día, y hasta que no despega su avión, no puede despegar ningún otro avión. Sin comentarios…. Así que allí estuvimos, pasando el rato hasta que el paso del rey no colapsara el cielo marroquí. Como si estuviésemos aún en alguna medina, el espectáculo de la vida no faltó allí tampoco: azafatas muy guapas con una especie de birretes con velo que les cubría parcialmente el rostro, señoras con sus chadores tradicionales pero eso sí, con sus gafas de Dior y bolsos de Gucci, mochileros europeos con cara de haberse fumado las bolas de polen a pares y hombres sacando y colocando sus alfombrillas para rezar mirando a la meca. Toda una mezcla de gente, de situaciones que nos ayudó a pasar el tiempo más rápido de lo que hubiésemos deseado. Nunca se cansa uno de ver la vida en movimiento. Y en Marruecos la película de la vida, siempre, siempre supera la ficción. Merece la pena pagar la entrada.