A orillas del lago Leman
Ginebra, Lausanne, Montreux
Del 27 de Octubre al 1 de noviembre de 2008
Siempre hay una excusa para viajar, ya sea por trabajo o por placer. Esta vez la excusa era una misión comercial cuyo objetivo era entrevistarse con los responsables de compras de los diferentes organismos internacionales que tienen sede en Ginebra: la ONU, Cruz Roja, La OIT (Organización Internacional de los Trabajadores), LA OMS (Organización Mundial de la Salud) etc.. En la misión se incluía una visita en grupo con el canciller de España ante la ONU a la famosa sala de reuniones de la ONU, con el polémico techo de estalactitas de colores, obra de Miquel Barceló. El avión salió con retraso desde Valencia pero el piloto pisó a fondo el acelerador y en un vuelo de velocidad supersónica llegamos al aeropuerto, sorprendentemente anticuado de Ginebra.
En el mismo momento en el que vi el nombre de la capital financiera en francés, Genève, me vino a la memoria una de las anécdotas viajeras más cómicas de mi vida. Yo tenía apenas 19 años cuando hice mi primer viaje en interrail. Queríamos, una amiga y yo ir a Italia y recorrer el país en tren. En Hendaya, nuestro punto de partida, vimos la salida a Genève y nos montamos. Una vez en el tren, ya acomodadas y con los maletones subidos en los estantes, empezamos a ver mucho niño rubio, mucha familia con todos sus miembros de piel lechosa y cabello claro. Demasiado rubios para ser Genoveses. Cuando ya llevábamos una media hora de viaje, la tensión llegó a su punto álgido cuando uno de los padres de familia sacó de su maleta un pasaporte de color rojo dónde se veía claramente que ponía Osterreich, es decir, Austria, es decir que no iban a Génova sino a Austria, pasando por Suiza. Definitivamente nos habíamos columpiado, pero bien. El revisor muy atento nos sacó de dudas: el tren iba a Genève, Ginebra, y el tren para Gênes, es decir Génova en Italia, a dónde queríamos ir, era otro tren. Tuvimos la gran suerte de que “nuestro” tren venía detrás. Nos aconsejó pararnos en la siguiente estación y esperar. Y así acabó el desastre. Tuvimos suerte al fin y al cabo, porque la estación en la que bajamos estaba en mitad de la nada. Poco tiempo después, nos subíamos al tren latino, al tren que teníamos que haber cogido desde un principio. Gajes del viajero….
Con la risa en los labios recordando viejos tiempos, llegamos a la fila de entradas al país. A pesar de no ser miembro de la UE, sí que se admite el paso con el DNI, no hace falta pasaporte, si vienes de España. En la fila vimos a un pijo divino con su chaqueta de tweed, sus zapatos italianos, foulard de seda en el cuello, bolsa de “La Perla” y maleta de Louis Vuitton. No le faltaba detalle. Definitivamente habíamos llegado a una de las ciudades más ricas del planeta.
Cogimos sin problemas el coche de alquiler. Nos dieron los chalecos fluorescentes por si pisábamos Francia. En Suiza nos son obligatorios los chalecos pero sí el llevar una “Vignette” , una etiqueta pegada en el parabrisas que tiene validez de un año. Normalmente en los coches de alquiler ya viene la etiqueta pegada pero si uno va a Ginebra con su coche tiene que comprarla y ponerla porque si no la multa cae seguro. Sólo con esta viñeta pegada correctamente se podrá hacer uso de autopistas y autovías.
Nos costó un buen rato encontrar el hotel ya que la salida del aeropuerto estaba en obras. Un hotel en Ginebra resulta bastante caro. En los alrededores de la ciudad, aunque se cruce la frontera con Francia la oferta hotelera es mucho más atractiva y económica.
Nosotros reservamos en un hotel de la cadena Kyriad, en Saint Genis de Pouilly: 65 euros /la doble, y el desayuno 5 euros por persona. http://www.kyriad.com/fr/hotels/kyriad-geneve-saint-genis-pouilly?gclid=CO666b_nj8ACFY_MtAodQXEAfg&AspxAutoDetectCookieSupport=1 muy cerca del CERN, el Centro de Investigación Nuclear más importante del mundo.
De martes 28 a jueves 30: en Ginebra trabajando
Tocaba trabajar. Lloviendo amanecimos y así estuvo durante todo el día. Localizamos el Parque Ariana dónde se encuentran las oficinas de todos los organismos internacionales que tienen sede en Ginebra y el famoso Palacio de las Naciones. Las reuniones con los Jefes de compras empezaban a las 2 de la tarde, así que una vez localizado el “centro de actuación”, podíamos relajarnos y pasear por las 35 hectáreas que ocupa el Parque Ariana.
Después del paseo relajante, nos desplazamos hasta el barrio rojo de Ginebra, el barrio que rodea la estación de trenes, la zona “canalla” con restaurantes de todos los países del mundo. Queríamos probar un restaurante de Eritrea, “Le Mosaique”, en la rue du Môle, nº 31 que habíamos visto recomendado en una guía. La experiencia fue inmejorable: en la ciudad de las cuentas bancarias secretas, en la ciudad de los relojes mecánicamente perfectos, comimos con las manos en un restaurante cuyo único lujo era una tele de plasma. La comida buenísima, consiste en una gran base de pan muy fino, tipo “Crêpe” con la carne en tiras que puede ser de pollo o ternera, vegetales y salsas, todo sabrosísimo y con las manos, nada de cubiertos.
Buen preludio para pasar la tarde con los hombres y mujeres de traje gris, funcionarios de los grandes organismos internacionales, que lo menos les apetecía era atender a empresas españolas que les querían vender sus productos. Pero bueno, así pasé la tarde y los dos días siguientes.
Una de las entrevistas que más gracia me hizo, dentro del aburrimiento, fue con una funcionaria española, muy parecida a Gracita Morales, que no hacía más que quejarse de lo tacaños que eran sus jefes, porque no le dejaban gastar más en el equipamiento de sus oficinas.
Al caer la noche del martes tuvimos la oportunidad histórica de ver la famosa y polémica cúpula de Barceló, guiados por el Canciller español ante la ONU. Toda una primicia, ya que no se había estrenado aún, estaban haciendo los retoques finales. Teníamos terminantemente prohibido sacar fotos, íbamos a ser testigos de excepción de lo que para mí, y creo que para la mayoría de los que estábamos a juzgar por las caras que ponían, resultó ser una broma pesada de tamaño cósmico, en forma de estalactitas de colores colgando como churros en punta del techo. http://elpais.com/diario/2008/11/19/cultura/1227049201_850215.html.
A primera vista me recordó al tren chuchú de las ferias, con esos techos de colores de los que se desprenden extraños objetos fluorescentes, imitando a lo que en el imaginario popular se supone que es un terreno lunar. Después del primer “shock” visual, el canciller, un tipo muy amable y socarrón, nos fue explicando la magnitud de la obra, el esfuerzo que había costado y poco a poco fuimos viendo y aceptando que el mérito artístico asomaba. Esta nueva sala se iba a llamar la Sala de la Alianza de las Civilizaciones, sí no es broma… Zapatero en la sombra, Miquel Barceló en la cúpula, Nani Marquina en la tapicería que revestía la sala, y los asientos de Figueras, el fabricante catalán, número uno mundial de asientos de anfiteatro. Todo muy made in Spain, no sé por qué, ni tampoco quiero pensarlo demasiado…
Para acabar el día, teníamos dos opciones irnos con el grupo a cenar o ir por libre. Optamos por ir a nuestro aire. Acabamos cenando en un restaurante asiático, dónde el dueño, el anfitrión nos contó cómo habían pasado por sus mesas muchos famosos, como Jacques Cousteau. No recuerdo el nombre del restaurante, pero tampoco nos dejó tanta huella como el etíope.
La última reunión con Jefes de compras llegó el jueves en el CERN, (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire), el Centro de Investigación Europeo de la Energía Nuclear, sí el mismo centro, dónde los científicos han conseguido recrear ‘mini versiones’ de lo que fue el Big Bang, recuperando la situación del Universo de hace 13,7 miles de millones de años, en el momento de su nacimiento, con el principal objetivo de analizar el origen y la naturaleza de la materia, así como el de las estrellas y planetas que lo conforman.
Para conseguir este hito científico han tenido que hacer un túnel de 27 kilómetros de circunferencia por el que circulan y colisionan protones a una velocidad cercana a la de la luz. Se trata del Gran Colisionador de Hadrones (Large Hadron Collider, LHC), el acelerador de partículas más grande jamás construido. Una obra faraónica y multimillonaria que está permitiendo realizar el que muchos consideran es el mayor experimento del mundo.
A mí desde luego mi atrevida ignorancia me hace pensar que se podían invertir más esfuerzos en paliar las enfermedades y el hambre en el mundo, en vez de reproducir el Big Bang, pero bueno, será que es vital para el ser humano saber por encima de todo, cómo se origina la materia.
Mucho protón y poca venta de equipamiento para oficinas, ese fue el resultado de mi visita. Aunque no todos los días se trabaja con los protones corriendo a la velocidad de la luz bajo tus pies ¿no?
Nada mejor que una buena fondue de queso y un paseo nocturno por las calles de Ginebra para dar por finiquitadas mis jornadas laborales. Llegaba el fin de semana y teníamos que aprovecharlo al máximo. En estos sitios con tanto funcionario y tanto organismo, resulta que el jueves por la noche ya acaba la semana, laboralmente hablando.
Para cenar elegimos el restaurante más conocido de Ginebra por sus fondues y raclettes, el Restaurante “Edelweis”. La “clavada” fue monumental, más de 50 euros por una perola de queso fundido con trozos de pan, al fin y al cabo, ¿pero cómo no probar el plato nacional estando allí? Aún me río con la cara de pasmo que se le quedó a mi Santo cuando veía que en las otras mesas se ponían hasta las trancas comiendo carne y verduras, mientras nosotros untábamos tristes trozos de pan en la perola de queso. Yo la verdad es que pensaba que nos la iban a servir cómo cuando haces fondues en casa, metiendo carne y verduras en el queso, pero nunca me hubiera imaginado que la “verdadera fondue” era eso, tan triste…. De todo se aprende en esta vida…
Volvimos a recuperar el aliento con un paseo por las calles de “Ginebra la nuit”. Cerca del lago, atravesamos puentes y olisqueamos los escaparates de las joyerías y relojerías. “Un Patek Philippe no se compra, se hereda”, buen eslogan publicitario ¿no?. Claro que cuando ves los precios, heredar uno de esos es cómo que te toque ante notario un pisito en Moratalaz. En las calles gélidas de Ginebra por la noche vimos a poca gente paseando como nosotros, y los que lo hacían, iban envueltos en pieles, totalmente equipados contra el frío polar. Aún seguimos un buen rato el paseo, hasta que nos dimos por vencidos, soñando con que nos hiciera buen tiempo al día siguiente para poder visitar Ginebra sin prisas, relajadamente.
Viernes 31: Ginebra al sol
Lo que parecía imposible se cumplió: amaneció con un sol radiante aunque el termómetro no subiera de los 6 grados en todo el día. En el caso de la capital francófona suiza, lo de entre mar y montaña se cumple casi al 100%. Para ser más exactos, Ginebra se ubica entre los macizos de los Alpes y el extenso horizonte del lago Leman. El símbolo de la ciudad es el “Jet d´eau”, el surtidor que expulsa agua a 140 metros de altura. Situado en el lugar en el que el Lago Leman desemboca en el Río Ródano, es visible desde toda la ciudad y el aire, incluso volando a una altura de 10 km por encima de Ginebra. http://es.wikipedia.org/wiki/Jet_d’Eau
Seguimos el paseo por el barrio histórico, empezando por la Place du Bourg-de-Four, una plaza que data de la época romana y que en su origen fue un mercado para la compra-venta de ganado. Alberga una impresionante mezcla de edificios de los siglos XVI, XVII y XVIII, entre los que destacan el Palacio de Justicia y su fuente, punto de encuentro de muchos ginebrinos. Cerca de la plaza, nos encontramos con la Catedral de St. Pierre. Se recomienda subir los 157 escalones de acceso a la cima de la Catedral calvinista para disfrutar de las mejores vistas sobre Ginebra y el Lago Leman. La construcción del templo se inició en el año 1160 y se completó 100 años después. Su diseño original fue modificado en numerosas ocasiones, incluyendo los radicales cambios introducidos en el siglo XVI como resultado de la Reforma. Así, anteriormente lucía una fachada gótica, mientras que la actual, que fue finalizada a mediados del siglo XVIII, es de diseño neoclásico.
Además de subir a la cima por las vistas, a la Catedral hay que ir para escuchar de cerca el repique de la enorme y grandiosa campana llamada Clémence y para ver la silla que utilizaba Juan Calvino cuando predicaba en el templo sus ideas reformistas de la Iglesia, adoptando los postulados de Lutero. http://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/calvino_juan.htm
No sólo Calvino, hay otras figuras que pasearon sus sombras por las calles de Ginebra, como el autor de “EL Contrato Social”, Jean-Jacques Rousseau y el escritor Borges.
Ginebra es señorial, limpia, una ciudad dónde se respira en el ambiente olor a dinero. Hay más de 30 galerías de arte, entre los que se incluyen el Museo de Arte Moderno y el Museo Internacional de la Cruz Roja. Una vez contempladas las mejores vistas desde la cima de la Catedral, lo mejor es perderse por sus calles estrechas y sus parques escondidos entre las mansiones. El Parque del Observatoire es uno de estos parques con encanto, con unas vistas también espectaculares sobre el Lago. Este Parque se en ubica entre la Place du Bourg de Four y la Iglesia Rusa Ortodoxa. Otros parques como el de Eaux-Vives, o el Parque de la Grange también merecen la visita, especialmente en el mes de junio, cuando se celebra en éste último, el concurso internacional de rosas nuevas.
Después de perdernos por el centro, en la parte alta, bajamos a la zona que se encuentra a orillas del lago. En esta zona, presidida por un gran reloj suizo, como no podía ser de otra manera, se encuentran las Calles del Mercado y de la Cruz de Oro, son las calles comerciales de la ciudad. Varios buses y tranvías transitan por estas calles constantemente. Eso sí, salvo los jueves, los comercios cierran pronto, a partir de las 6 de la tarde no queda ni un alma.
Muchos escaparates de joyerías y relojerías muestran ostentosamente sus tesoros. Todas las grandes marcas compiten en la Meca de la Alta relojería. Ginebra, la ciudad de los grandes organismos internacionales como la Cruz Roja, emblema de la ayuda humanitaria, es al mismo tiempo, la milla de oro con mayúsculas. Bastante paradójico ¿no?
Enseguida oscureció y después de un día sin parar de andar, cenamos pronto y nos retiramos para descansar y poder disfrutar al día siguiente de nuestro último día bordeando el lago.
Sábado 1 de noviembre: Lausanne y Montreux
La ruta desde Ginebra hasta Lausanne discurre a orillas del Lago Leman, en un trayecto de unos 63 kilómetros. Merece la pena recorrerla despacio, sin prisas, atravesando los pueblos como Nyon con sus casas y embarcaderos a orillas del lago. Nos tocó un día nublado y con una lluvia suave, tipo txirimiri que en francés será algo así como “petite pluie”. Viendo las casas con sus veleros y barcas en sus embarcaderos privados, uno se hace a la idea de lo bien que se lo tienen que pasar con el buen tiempo, en primavera-verano, navegando por el lago.
La decepción del día nos la llevamos con Lausanne. Yo me imaginaba un lugar idílico, entre montañas, verde, limpio, digna sede del Comité Olímpico Internacional y nos encontramos con un auténtico bocho. Una pequeña “Bilbao” enclaustrada entre 3 colinas, la de la Cité, la de Saint-Laurent y le Bourg, sobre un desnivel de más de 500 metros. http://es.wikipedia.org/wiki/Lausana
Cuando llegamos con el coche a la parte alta de la ciudad, entre callejuelas imposibles, cuestas y rampas encontramos un parking privado a duras penas. No acompañaba el cielo gris tampoco, todo hay que decirlo, pero al salir al exterior, una vez aparcado el coche, la sensación fue de agobio, de aquí no me quedo ni 5 minutos. Al final tampoco salimos huyendo. En Lausanne, como en todos los sitios, hay sitios que merece la pena ver.
La primera parada: la Catedral y sus vistas sobre el lago, con la ciudad- balneario de Évian-les Bains (sí, sí de dónde sale la famosa agua de marca Évian) justo en frente, al otro lado del Leman. La Catedral de Notre-Dame, está considerada como una de las obras más emblemáticas del estilo gótico. Su rosetón del siglo XIII y su pórtico son realmente espectaculares. A pesar del nombre católico, es un templo protestante, sencillamente, no le cambiaron el nombre durante la reforma.
Seguimos el paseo por el barrio medieval que rodea la catedral, a pesar de que el día seguía estando gris ceniza. En una ciudad con un altísimo nivel de renta per cápita, desmerece un poco su fisionomía, no “luce” como diría uno que yo me sé. Hay dos museos importantes, el Olímpico y el Museo de Art Brut, o lo que es lo mismo, de Arte marginal, con obras de autores proscritos de la sociedad por sus problemas de salud mental, física o por sus malas condiciones económicas. Los que no tienen este tipo de problemas son los propietarios de Rolex que en su día decidieron vincularse por completo a la ciudad, edificando el Rolex Learning Centre, un centro universitario diseñado por el estudio japonés de arquitectos SANAA. No pudimos verlo pero por las referencias que tengo, merece la pena visitarlo para ver su arquitectura.
No estuvimos más de 2 horas en Lausanne, cogimos la carretera que seguía bordeando el lago hasta la siguiente parada, la famosa ciudad de Montreux, a tan sólo 30 km de distancia. El trayecto entre las dos ciudades es sencillamente maravilloso. Por un lado el gran lago con sus cumbres nevadas al fondo, y por otro, laderas infinitas de viñedos que en esa época del año, a finales de octubre lucían un color dorado que contrastaba con el gris cenital de las aguas del lago. Inolvidable de verdad. Sin saberlo estábamos atravesando un paraje denominado Lavaux, el viñedo más grande del país, declarado Patrimonio Mundial de la Unesco desde el año 2007.
Antes de llegar a la ciudad donde vivieron y se inspiraron famosos como Freddy Mercury o Charles Chaplin, pasamos por delante de la sede de Nestlé, también a orillas del Lago Leman, en el municipio de Vevey. La empresa nutricional más grande del mundo y la mayor de Suiza, no podía haberse ubicado en un lugar mejor. http://www.nestle.com/aboutus/mediavideos/nestle-headquarters
La capital de la Rivera del Vaud, conocida en el mundo por su festival de Jazz, es una ciudad muy bonita, salvando las distancias, nos recordó mucho a San Sebastián y a Montecarlo. Poco que ver con el verticalismo de Lausanne, en Montreux todo es tranquilidad y calma, una ciudad de veraneo para los pudientes, con sus mansiones señoriales, sin ruidos, sin estrés. Dimos un buen paseo por la orilla del Lago, atravesando jardines y parques y regresando al punto de partida, flanqueados por fachadas de mansiones con unas vistas insuperables. La luz del atardecer nos regaló un paseo difícilmente superable, de esos momentos que se quedan en la memoria para los restos.
El día y nuestro viaje sonaban ya a despedida. Si hubiésemos tenido más días hubiésemos dado la vuelta entera al lago con su forma de media luna, volviendo a Ginebra por el lado francés. Pero no, imposible. Al día siguiente teníamos que volver a casa. Con la noche cayendo ya, aún arrancamos unos minutos para visitar el Castillo de Chillon, muy cerca de Montreux, y también, cómo no podía ser de otra manera a orillas del omnipresente Leman. http://es.wikipedia.org/wiki/Castillo_de_Chillon
Lo que más destaca es su emplazamiento sobre una roca ovalada de piedra caliza que se adentra en el lago. Cuando llegamos estaban celebrando en su interior un encuentro de gente un poco sui generis, algo así, como “templarios del siglo XXI”. El escenario desde luego se presta para este tipo de encuentros y para cualquier acto al que se le quiera dar el sello de “histórico”. Autores como Lord Byron, Víctor Hugo, Flaubert o Alejando Dumas se inspiraron entre las paredes del Castillo. Como diría aquél: así, cualquiera se inspira….
Aún estuvimos ensimismados un buen rato, mirando el atardecer ya definitivo, desde el castillo sobre las montañas que rodean al lago. Nos costó marcharnos. Nos costó despedirnos de ese rincón del mundo. ¿Quién sabe? Hasta pronto quizás. Pusimos el “rolex” en marcha para la cuenta atrás.