Del 19 al 22 de marzo de 2009
Playas idílicas, playas solitarias y playas bañadas por aguas cristalinas. En el Mediterráneo cuesta creerlo sí, pero aún quedan playas salvajes con aguas tan increíblemente limpias y transparentes que más que Esmeralda, la costa norte de Cerdeña podría llamarse Costa Cristalina. Recorrer la isla en coche al ritmo “italiano” significa olvidarse de las normas rígidas de circulación y dejarse llevar. No se llega al nivel de “peligrosidad al volante siciliano” pero sí que hay que tomárselo con calma y disfrutar de una isla cargada de historia, sin rutas cuadriculadas, planificadas al milímetro. Cerdeña seduce al viajero y no le deja ir a su ritmo, el ritmo lo imponen todos los rincones secretos a descubrir que se agolpan. Cuando viajas a un lugar tan “rebelde” en grupo, es más difícil ponerse de acuerdo pero lo conseguimos, llegamos las 6 y regresamos las mismas, ni una más, ni una menos.
Llegamos por la tarde a Cagliari, la capital. Cogimos los dos coches de alquiler y condujimos hasta El Bed & Breakfast Del viale: www.delviale.com que habíamos reservado para la primera noche en Bacu Abis, a unos 70 kilómetros de la capital. Llegamos con el tiempo justo para dejar las maletas, darnos una ducha rápida y volver a Cagliari para cenar con unos amigos sardos de una de las componentes del grupo. Pizzería Lo Zodiaco, era el lugar elegido. A rebosar de gente, cenamos y regresamos no muy tarde a dormir, teníamos mucho que ver y que hacer en los siguientes días.
Viernes 20 : Porto Paglia, Nora, Cagliari, Oristano
Conseguimos levantarnos no muy tarde y desayunar juntas para iniciar nuestra jornada en un lugar especial: un antiguo pueblo de pescadores conocido como Porto Paglia. Olía a salitre, en una urbanización de reciente construcción con casas imitando a las antiguas moradas de los pescadores. Era un sitio un poco extraño pero interesante. Sólo por las vistas al mar azul, mereció la pena desplazarse hasta allí. Después seguimos por la costa hasta el Faro más sureño de Chia, conocido como el Faro di Capo Spartivento. Construido en el año 1866 es uno de los faros más antiguos de Cerdeña que aún funcionan. En este vídeo se “respira” lo que desde allí vimos y sentimos: https://www.youtube.com/watch?v=EZ0QQ_Q6QaA.
Estábamos en la parte sur de la isla, y teníamos que ver las Ruinas de Nora en Pula, antes de volver a patear Cagliari, la capital. Empezó a llover y a granizar pero no nos rendimos, con paraguas y los pelos como escarpias visitamos el Parque arqueológico de Nora, una ciudad fenicia, levantada sobre el promontorio del Cabo de Pula. Aunque hay testimonios físicos de que ya estaba habitada en tiempos de la civilización nurágica, Nora adquirió notoriedad con la fundación fenicia (entorno al siglo VIII a.c.), que convirtió al sur de Cerdeña en un foco de actividades comerciales. Los romanos heredaron una ciudad floreciente, pero la desarrollaron hasta convertirla en capital de la Cerdeña romana, y en estación de transito del intercambio entre el Norte de África y Europa. Del periodo púnico aún se conservan barrios, casas y santuarios como el dedicado a la diosa cartaginesa Tanit, además de una necrópolis parcialmente mantenida. De la ciudad romana ha perdurado el foro, las termas, las calzadas, un pequeño teatro bien conservado del siglo II d.c., mosaicos perfectamente conservados del pavimento de las casas y el sistema de aprovechamiento hídrico y abastecimiento de agua de Nora, diseñado a partir de conductos subterráneos. El mar custodia parte de la ciudad, los muelles y otros edificios sumergidos, y en la base de la torre se ha identificado la acrópolis, con restos de fortificaciones púnicas y romanas.
La lluvia nos acompañó durante toda la visita, una pena, pero al mismo tiempo echamos unas risas porque volábamos literalmente cuales “Mary Poppins” con nuestros paraguas indomables. https://es.wikipedia.org/wiki/Nora_(Cerde%C3%B1a)
Al salir de Pula hacia la capital, sufrimos un atasco acrecentado por el mal tiempo que no dejó de molestar hasta el atardecer. Menos mal, que en el trayecto lento pudimos disfrutar de las gaviotas y flamencos que paseaban sus gráciles cuerpos por las lagunas y salinas que rodean Cagliari. Cuando por fin llegamos, subimos hasta el Castello, la parte más alta del centro histórico, provocando un atasco de órdago la mayor. Nos pitaban, nos gritaban, no sabíamos ni por dónde tirar. Aparcamos como pudimos porque lejos de acojonarnos, nos dio un ataque de risa a todas. Milagrosamente salimos sanas y salvas pero la escena era digna de una película de Fellini.
En la parte más alta de Cagliari, el Castello, uno de los cuatro barrios históricos de la capital de Cerdeña, iniciamos nuestro paseo descendente hacia el puerto, o barrio de la Marina. Las vistas desde el punto más alto son espectaculares. En esta parte alta es dónde residen las principales autoridades, y tienen su residencia la mayoría de familias nobles, por eso vimos varios palacios en nuestro recorrido. El Palacio Real, hoy en día sede de la Prefectura y la Cámara de la reunión del Consejo Provincial, acogió al virrey del Reino de Cerdeña y más tarde de los Saboya durante su exilio. También pudimos ver el ex Palazzo di Città, antigua sede del ayuntamiento de Cagliari hasta finales del XIX, el Palacio del Arzobispo, el Palacio de Seziate, junto a la torre de San Pancracio, donde se celebraron reuniones en las que el virrey escuchaba las peticiones de los presos y el palacio de la Universidad, un gran complejo barroco, que acoge la Universidad de Cagliari. Otra torre que destaca es la Torre del Elefante llamada así por un pequeño elefante de piedra que se encuentra en uno de sus ángulos, es accesible y desde ese punto vimos una fantástica panorámica de la ciudad.
En este barrio de Castello se ubican 7 iglesias, la más importante y la que visitamos es la Catedral de Santa María, obra de Pisani en el siglo XIII, que ha soportado grandes cambios desde su finalización. Es uno de los edificios más visitados de Cagliari, su interior lo merece, especialmente, el púlpito Mastro Guglielmo esculpido inicialmente para la catedral de Pisa. Hay una cripta con tumbas para la Casa de Saboya. https://es.wikipedia.org/wiki/Catedral_de_Santa_Mar%C3%ADa_de_Cagliari
El descenso hasta el barrio de la Marina es recorrer un laberinto de calles, escalones y rincones escondidos que pasan desapercibidos para el común de los mortales. Cuando por fin llegamos a la gran explanada de la zona portuaria, las avenidas comerciales de Vía Roma y Vía Manno estaban a rebosar de gente, nada que ver con la tranquilidad que se respira en la zona alta de Castello. Lo primero que hicimos fue una parada técnica para tomarnos un Campari con soda, sin contemplaciones, nos lo habíamos merecido con creces. Allí pasamos un buen rato, no hay nada mejor que observar a la gente de una ciudad nueva, desde una terraza o desde unas escaleras. La bajada fue fácil pero había que subir de nuevo para recuperar los coches que habíamos dejado en la parte más alta. Después del Campari (al que confieso ser adicta) dimos una vuelta por la parte del puerto justo cuando las últimas luces del atardecer daban paso a la noche más oscura.
Cagliari toca el mar. Además de un gran puerto tiene una playa urbana de arena fina y aguas cristalinas. No llegamos a verla pero lo anoto porque me gustó mucho leer la historia legendaria que se cuenta sobre esta playa. Según la leyenda Dios quiso ofrecer a los ángeles un espacio en la tierra y después de mucho buscar eligieron Cerdeña. Por eso no existía el odio y la maldad, todos vivían felices y en paz. Lucifer, envidioso, intentó crear la enemistad entre los ángeles para que fueran expulsados de la isla. Pero, los ángeles se enfrentaron y provocaron una gran batalla contra los demonios provocando enormes olas. La determinante intervención del Arcángel Gabriel que con su espada desarmó a Lucifer. Enrabietado Lucifer, lanzó la silla de su caballo al mar mientras huía. La silla se petrificó y originó el promontorio la Sella del Diavolo (Silla del Diablo). Desde entonces el Golfo está protegido por los ángeles con la promesa de paz eterna y tranquilidad. Bonito ¿no?
No sé si el diablo pero algún tuerto si que guió nuestra salida de Cagliari hacia Oristano, en la costa oeste, dónde teníamos que dormir esa noche. Casi 90 kilómetros de carretera que nos costó encontrar y seguir sin perdernos. Pero sí, no podíamos salir ilesas después de la bronca organizada en el Castello de Cagliari. Teníamos que dormir en una casa rural cerca de Oristano, en un pueblo llamado San Vero Milis. Para llegar allí cogimos una salida incorrecta de la autovía y dimos más vueltas que una peonza. Momento crítico del viaje, momento en el que sale el GPS que llevamos dentro. Al final, conseguimos llegar, no sé ni cómo… Veinte Camparis me hubiese tomado en ese momento. La sangre no llegó al río y cenamos en una Osteria con final feliz en forma de postre goloso llamado Seadas. Es una de las comidas sardas más famosas fuera de la isla. Originalmente, se servía como aperitivo y ahora se come como postre. Las sebadas o seadas, depende del dialecto, son un plato sencillo y rural, como la isla de la cual provienen. Hechas a base de pasta, queso fresco –pecorino según los puristas- y manteca, el ingrediente final sigue siendo un enigma: ¿miel o azúcar?. Hay dos tendencias los que prefieren la miel y los que prefieren coronarlas con azúcar. En todo caso, nos pusimos las botas…. ¿Quién dijo mal rollo?
Sábado 21: Tharros, Península de Sinis, Bosa, Alghero, Olbia.
Despertar y desayunar en una casa rural como la de mulinu-betzu, es simplemente celestial: http://www.agriturismomulinubetzu.it/. Mermeladas y tartas caseras, pan recién tostado y un café humeante que nos sirvió la dueña, una señora majísima, mientras nos explicaba todos los sitios que podíamos visitar en la zona, un área natural protegida. No teníamos tiempo de visitar la ciudad de Oristano, preferimos recorrer la costa hacia el norte, hacia Alghero, la ciudad catalana de Cerdeña.
La primera parada cercana a la casa rural no pudo ser mejor: una playa desierta, infinita, cuya particularidad es que la arena es de cuarzo salvaje. Sí, no es broma, era increíble. Se llama la playa de Maimoni y el contraste entre las aguas color turquesa y la arena blanca de cuarzo es alucinante. Después, hipnotizadas, seguimos ruta hasta las ruinas de Tharros. Al igual que la playa que acabábamos de disfrutar, este yacimiento arqueológico también se encuentra ubicado en la Península de Sinis, una lengua de tierra en el centro de la costa occidental de Cerdeña. Como las ruinas que vimos en Nora, las de Tharros también tienen vistas privilegiadas al mar. Los estudios arqueológicos establecen que en el siglo VII A.C esta ciudad fue fundada por fenicios. Más tarde hubo civilización púnica y finalmente los romanos. El área ahora es un museo al aire libre y todavía se realizan excavaciones que sacan a la luz cada vez más detalles del pasado de esta ciudad. https://www.lasardegna.es/tharros/
En la punta de la península, pasado el pueblo de San Salvatore se halla San Giovanni del Sinis, punto de parada para conocer la pequeña iglesia bizantina del siglo XI, una de las más antiguas de la isla y rara avis por dicho estilo bizantino. Merece de verdad la pena el desplazamiento, es única: https://www.sardegnaturismo.it/es/explora/iglesia-de-san-giovanni-di-sinis
Dejamos la península de Sinis y seguimos por la costa hacia el norte sin un rumbo fijo. Nos perdimos literalmente y paramos en otra playa atraídas una vez más por los colores del agua. Carreras con los pies descalzos, no hacía tanto calor como para bañarnos pero daban ganas, muchas ganas. Un paseante oriundo nos vio un poco perdidas y nos indicó a dónde teníamos que ir sin pensarlo dos veces. A Bosa, la única ciudad medieval de Cerdeña. Llegamos directamente a su playa colosal, dominada por una torre aragonesa. El sol seguía de nuestra parte, y después de dar un paseo, decidimos comer en la playa y tomar un cafelito para frenar la modorra y el “dolce far niente”. La playa de arena dorada es ancha y mide un kilómetro de longitud, el mar presenta unos colores que varían del verde esmeralda al azul y el fondo es arenoso con una suave pendiente. Gracias a sus aguas transparentes y limpias, todos los años recibe las mejores puntuaciones. Un sitio para volver, sin duda. Para bañarnos en esta playa de ensueño y para callejear a fondo por el pueblo medieval con sus casas de colores y su castillo dominante de Malaspina. http://www.blualghero-sardinia.com/es/norte-de-cerdena/bosa-cerdena/
45 kms nos quedaban para llegar a la capital catalana de Cerdeña: Alghero. Con las canciones de Tom Jones y haciendo coros a pleno pulmón, nos acercamos a un atardecer ventoso en la ciudad dónde aún se ven los carteles de las calles en catalán. Su nombre deriva de las algas que se depositan en la playa de San Giovanni, cuando hay temporal y marejada. Algunos la llaman la ”Barceloneta sarda” y sin querer hacer paralelismos, el casco antiguo del siglo XII de Alghero no tiene comparación. Dimos un buen paseo por el puerto y el centro formado por calles estrechas y bellos edificios que hablan de muchas batallas de poder y de una rica historia de ambiciones por dominar esta ciudad amurallada.
Su Catedral de Santa María del siglo XVI, ubicada en la plaza principal, es muy interesante ya que no tiene un estilo predefinido, contiene elementos góticos y renacentistas catalanes, un campanario de torre octagonal y un ábside con una decoración espectacular. https://www.sardegnaturismo.it/es/explora/catedral-de-santa-maria
Alghero cobra un color especial si se visita al atardecer. No tuvimos suerte con el exceso de viento, pero sí que tuvimos la oportunidad de recrearnos con los últimos rayos de una bola solar que dibujaba su presencia en los muros ocres de las murallas y fachadas de la ciudad de las algas. Nos costó irnos pero teníamos aún dos horas de ruta hasta Olbia, al otro lado de la isla. No fuimos por la costa sino por el interior, cruzando campos y zonas totalmente inhabitadas. Una vez más, Cerdeña nos guardaba más sorpresas. Así, de repente, en mitad de la nada, una iglesia románica, de las más hermosas que habíamos visto jamás. Se trata de la Iglesia de la Santísima Trinidad de Saccargia, en mármol blanco y negro. Negro volcánico y blanco calcáreo, dicen que los maestros que la construyeron por orden del giudice de Torres eran de Lucca, en la Toscana (una ciudad que tuve la oportunidad de conocer años más tarde y que desde aquí recomiendo. Todo un descubrimiento, sin olvidar Siena, claro. Diario viajero de Cinqueterre: https://mimondolirondo.com/2016/07/18/cinqueterre-coloreando-el-mar/).
Boquiabiertas, una joya del románico así, de repente, en mitad de la nada. No pudimos entrar, estaba cerrada pero por lo que leo, cuenta con una única nave y tres ábsides semicirculares en la cabecera. El ábside principal posee pinturas murales que recuerdan al románico catalán, con el Pantocrator dentro de la almendra mística y debajo los apóstoles y la Virgen. En la banda inferior, escenas de la Pasión. Lo dicho, una joyita.
Cuando llegamos finalmente a Olbia era noche oscura, y nos volvimos a perder por carreteras secundarias. Tardamos un rato en llegar a la casa rural donde íbamos a dormir esa noche. Nos recibieron con los brazos abiertos y un tanto preocupados, no era para menos, seis loquitas perdidas por el norte de Cerdeña podía provocar miedo no, pavor extremo. La casa rural se llama Stazzu Labia y sinceramente, no sé si aún existe porque ahora intento ver en booking la disponibilidad y no aparece, y si no sale en la “Biblia” de ofertas hoteleras, raro, raro…: https://www.escapadarural.cat/casa-rural/olbia-tempio/stazzu-labia#s=mMvHfShZmMvHf. Sería una pena porque la casa era muy bonita y los dueños encantadores.
Para culminar un día intenso y de muchos kilómetros, decidimos ir a una pizzería y acertamos de lleno. Se llamaba “Il gallo d´oro”. Por su aspecto no hubiésemos entrado, era un poco triste el local, con luces de hospital, de esas luces blancas que odio a más no poder. Pero cuando apareció “il caro Papa” lanzando la masa de las pizzas al aire como en las películas y la mamma empezó a sacarnos comida como si no hubiese un mañana, se nos quitaron todos los remilgos. Nunca olvidaremos esa cena.. ¡Qué buenas estaban las pizzas recién horneadas, qué bueno el vino rossatto, y qué pareja más auténtica!!.
Domingo 22: Costa Esmeralda y regreso
Últimas horas en la isla sarda. Teníamos todo el día por delante antes de coger el avión por la tarde desde Cagliari a Valencia. Nos despertamos bastante pronto a pesar del rosatto del Gallo di oro. El desayuno contundente nos llenó el “depósito” de energía y de ganas de conocer la divina, glamurosa y archifamosa Costa Esmeralda. ¿Quién no ha oído hablar de Porto Cervo? Las escandalosas fiestas de Berlusconi con sus “niñas” ya no se podrán celebrar por estos parajes, vendió Villa Certosa a un jeque árabe y nosotras no tuvimos opción de compra. Antes de llegar al destino “brilli brilli” pasamos por Palau. La Costa Esmeralda me la imaginaba más agreste pero no es así, es una costa nada abrupta, una sucesión de colinas suaves y redondeadas que escoden literalmente las mansiones de los ricos y famosos. Totalmente integradas en el paisaje, no hay moles de cemento, ni torres de apartamentos, es un paraíso urbanístico, han sabido conservar la naturaleza sin alterarla demasiado.
El último punto al que llegamos fue Liscia di Vacca, que literalmente significa «playa de las vacas», porque es donde los pastores solían llevar sus rebaños a pastar. No es un eslogan publicitario, hago constar en acta que las aguas de esta Costa son realmente de color verde esmeralda y azul turquesa. Casitas de una altura máxima de dos pisos en colores rosados y ocres, combinadas con mansiones camufladas, imitando los tradicionales “Nuraghes” (edificios colosales de piedra seca de la Edad de Bronce): https://es.wikipedia.org/wiki/Nuraga. Ni rastro de cadenas hoteleras ni de aberraciones urbanísticas. Dimos un largo paseo al sol, y no vimos casi gente. Resultaba muy difícil imaginar que en verano este rincón del mundo se llenara de hordas de turistas.
En Porto Cervo, tampoco vimos a ningún famoso pero sí algún que otro mega yate de cuatro pisos meciéndose en las tranquilas aguas color esmeralda. No hay muchos monumentos en Porto Cervo, el más destacado es la iglesia, llamada Stella Maris, que domina todo la marina de la costa. Por eso, lo de pasear por la Marina de noche y de día es el principal atractivo turístico por el que no hay que pagar aún los precios astronómicos de las tiendas de lujo que se multiplican desde la Piazzetta delle Chaicchere hasta Sottopiazza. Lo de pasear sigue siendo gratis, en Porto Cervo también.
Y así, entre yates enormes y mansiones escondidas acabó nuestro periplo por Cerdeña. Breve pero intenso. Con la vuelta a Cagliari por la costa Este, habíamos dado literalmente la vuelta a la isla por completo. Llegamos al aeropuerto con el tiempo justo; 300 kilómetros por una autovía con velocidad controlada en muchos tramos, nos supuso un viaje tenso en algunos momentos, especialmente, cuando llegamos al aeropuerto y del otro grupo no había ni rastro. Ding dong dong…. “El vuelo con destino a Valencia procede al embarque por la puerta seis”. Aún me duelen las tripas de los nervios…. No había otra opción, Berlusconi las había “cazado” en Porto Cervo, o les había dado un siroco y habían decidido quedarse en Cerdeña por siempre jamás…
Pero no, a pesar de los nervios embarcamos juntas, llegaron in extremis pero llegaron.
En ese momento yo me hubiese sumergido en las aguas color esmeralda y me hubiese quedado en alguna fragata hundida en el fondo del mar….