A lo cubano


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A lo cubano
Del 21 al 28 de Octubre 2012

Momento histórico. Las noticias que nos llegan desde Cuba hablan de un Fidel Castro moribundo. No nos preocupan los huracanes a pesar de que aún no ha acabado la temporada de tormentas caribeñas, lo que nos tiene en un vilo es saber si llegaremos a uno de los momentos más esperados por algunos y más temido por otros. Los “gusaneros” de Miami se frotan las manos, los castristas están más o menos tranquilos, Fidel ha pasado varias veces indemne de estos rumores, siempre “resucita”. Así que, pase lo que pase, por fin embarcamos rumbo a la Habana, con muchas ganas de pisar tierra cubana.

Domingo 21: operación salida
Para viajes de larga estancia desde Madrid, recomiendo el hotel SHS. Tienen la fórmula de “aparca y vuela”. Está cercano a Barajas y por unos 80 euros por noche en habitación doble se incluye la noche de hotel, con el parking vigilado durante una semana y traslado al aeropuerto a la salida y a la llegada. Ya en el aeropuerto, mientras esperamos el embarque y después de haber dado con uno de esos simpáticos polis de aduana con cara de pepinillo agriado, nos alegran los oídos una pareja de cubanos mayores que hablan por teléfono y escuchamos “aquí estamos negrita, nosotros desayunando en calle como los gallegos”- entre los dos suman casi dos siglos, y no pueden ocultar las arrugas debajo de sus gorras con los colores de la madre patria. Otra estampa que se repite en la espera del embarque es la de las parejas de cincuentones con jovencitas cubanas, más o menos acaramelados. No sé si viajan a Cuba de turismo, o a pedirle la mano al patriarca de la familia, que seguramente será más joven que el pretendiente. No lo puedo evitar, en estos tiempos muertos de esperas, me gusta observar a la gente e inventarme sus vidas. Es una afición que se contagia y Daniel también se suma a mis inventos de vidas imaginadas, añadiendo detalles que dan más “chicha” a las historias.

Cuando por fin nos llaman para embarcar, lo hacemos con 1 hora de retraso. A una chica joven le deniegan la entrada, con su billete en la mano. La escena es bastante triste porque se desespera, grita y se va llorando impotente. Al entrar en el avión, me siento como la Gemio, a derecha, a izquierda, mires por dónde mires, lo que hay son mulatones a cada cual más impresionante. Pero como no podía ser de otra manera, nuestros asientos no están rodeados de cubanos, sino de gallegos con un acento insoportable, una cuadrilla de zagales que viajan a Cuba con fines muy concretos, un viaje iniciático exactamente, a ver si a la vuelta vuelven hechos unos hombres y ese acento inaguantable por lo menos se torna en sonidos graves. Nueve horas de vuelo dan para mucho, incluso para comprar unas pulseras anti mosquitos que no sé si serán efectivas pero en la guía pone que son imprescindibles, sobre todo, en la zona de los Cayos. Conseguimos “insonorizarnos” de las conversaciones de los gallegos que van detrás y logramos dormir unas horas. Cuando despertamos, estamos sobre volando Las Bahamas y en las pantallas ya vemos cerca nuestro destino: Havana con v anglosajona.

La llegada al aeropuerto internacional de la Habana, José Martí en honor al poeta y patriota cubano se produce en la oscuridad. Es noche cerrada y la iluminación es escasa, por no decir casi inexistente. En el control de pasaportes son todo mujeres, muy maquilladas, con uñas de colores y medias de rejilla. Huele a hollín, a garaje viejo, a aceite de coches sin refinar. El control de los visados dura poco, cuando ya por fin pisamos suelo cubano oficialmente nos recibe un grupo de enfermeras con cofia blanca que saludan a los recién llegados. La estampa es cómica, surrealista. 1 hora de reloj nos cuesta sacar las maletas. En la cinta que da vueltas pesada y ruidosamente, gira y gira la misma maleta precintada. Cada diez minutos salen algunas maletas nuevas y los afortunados propietarios se lanzan a recogerlas como si fuesen tesoros del fondo de mar. Hace un calor sofocante, el olor a garaje es penetrante y mientras las enfermeras culonas siguen saludando, nosotros rezamos para que salgan de una vez por todas nuestras maletas. Cuando por fin las recuperamos, salimos y nos indican que tenemos que coger el autobús número 416. Un amable cubano se ofrece a llevarnos las maletas, su amabilidad y piropos nos cuestan la primera propina a mano armada: 5 USD. Estamos tan cansados y con ganas de ducharnos que no tenemos fuerzas ni para enfadarnos por la tomadura de pelo. Otra pareja con pintas de que el “asalto” ha resultado más caro, echa chispas, la chica está que trina.

En el autobús el aire acondicionado nos sumerge en una nevera. Pasamos de una humedad en el ambiente del 80% a sentirnos como cubitos de hielo, nos falta el mojito. El camino hacia el hotel no lo olvidaré en la vida. Lo de los coches desvencijados de los años 50 que aún circulan por la isla no son imágenes de un anuncio de Bacardí, son reales y de todos los colores. Enormes y elegantes máquinas, algunas se caen a cachos, sin luces, destartaladas, contaminantes. Se mezclan en la carretera con las proclamas de la revolución que nos acompañan durante todo el camino: “Socialismo o muerte”, “El Partido es inmortal”, “Amo esta isla”, “No por callado eres silencio”, etc. Por momentos, no sé si estoy soñando o estoy viendo una película de Costa Gavras. Cuando llegamos a las afueras de la Habana, entramos por la Plaza de la Revolución, la histórica plaza de los mítines del partido con una capacidad de hasta 1 millón de militantes. La figura gigante del Ché ilumina la plaza, le acompaña otro padre de la revolución, Camilo Cienfuegos, el de la famosa frase: “Vas bien Fidel”. Las enfermeras, los padres de la patria, todos nos daban la bienvenida a Cuba. Cuando por fin llegamos al hotel Sevilla, en pleno centro de la Habana, al lado del Capitolio y del paseo Martí, nos esperaba la guinda del pastel: nuestra primera cerveza “Bucanero” y un mojito bien fresco. ¿Alguien da más?

El hotel Mercure Sevilla pertenece a la cadena hotelera francesa del grupo accor: http://www.accorhotels.com/es/hotel-1870-hotel-mercure-sevilla-havane/index.shtml.  Es un hotel con historia, uno de los más antiguos de la Habana, construido en 1908. Por sus habitaciones han pasado entre otros: Al Capone, Enrico Caruso, el escritor Graham Greene, la actriz Josephine Baker, etc. En su remodelación han mantenido la decoración “Art nouveau” de las habitaciones, un patio interior en dónde celebran conciertos de música cubana, y un restaurante en la azotea, llamado “Roof garden” con unas vistas impresionantes sobre la Habana Vieja. La piscina también está bastante bien. Lo único que les reprocho es la calidad de los desayunos, bastante mejorables.
Primera noche en la Habana, primer mojito antes de dormir. Un camarero baila en el patio con una turista francesa, en otra mesa dos “jineteras” jovencitas esperan a sus clientes. Una vez más, la realidad supera la ficción.

Lunes 22: La Habana
Amanecer con vistas a los tejados de la habana vieja y el mar al fondo no tiene precio. En la televisión, el canal internacional de TVE muestran al comandante Fidel vivito y coleando. Bocas calladas, no tiene pinta de que vayamos a vivir el momento histórico.
El desayuno en el hotel bastante pobre: huevos revueltos que saben a agua, carne de aspecto intrigante, arroz blanco con fríjoles, café sin gusto y fruta exótica bastante aceptable. Lo mejor el ambiente y la decoración del comedor, con unos grandes ventanales que dan al parque. Los coches antiguos pasan por la calle, La Habana despierta, de un momento a otro puede aparecer Ernest Hemingway a tomarse un café, bueno mejor un Daikiri.

Al salir del hotel, nos dirigimos hacia la Habana vieja. Muy cerca del hotel se encuentran también el Museo de la Revolución y el Museo Nacional de Bellas Artes. Los edificios son hermosos, decadentes muchos de ellos, una sombra de lo que en su día debió de ser una de las ciudades más hermosas del mundo. Españoles, franceses, británicos y norteamericanos han dejado su huella, en esta ciudad patrimonio de la Humanidad.

Una declaración de principios nos saluda, el Che desde una pared proclama: “amor cuerdo no es amor”. No tardamos ni cien metros en seguir andando cuando conocemos a uno de los personajes del viaje: Robelto. (Sí con L, si no, no vale). Maneja una bicicleta con pasaje para dos en la trasera, un Rickshaw a la cubana. Su oferta: por 10 dólares nos promete un paseo de 3 horas por toda la ciudad. Nos miramos, nos reímos y le intentamos convencer de que su idea es buena pero que el pasaje es muy pesado. El marketing cubano funciona: “No hay apuro, el apuro es mi enemigo”. El amigo Robelto había firmado, sin saberlo, su sentencia de muerte….

Y así empezamos nuestro primer paseo por la Habana, subidos en una bici con nuestro guía particular sudando la gota gorda. Nos adentramos por las calles de la Habana Vieja y llegamos a la plaza de la catedral. Antes de llegar Robelto hace una parada técnica para comprar agua, y le seguimos los pasos hacia una de esas tiendas estatales, con sus vitrinas de cristales limpios, tan limpios que hacen aún más visible la dramática ausencia de productos a la venta. Robelto intenta convencernos de que tienen de todo, que ahora ya pueden comprar lo que deseen, y se queda tan ancho, sonriendo mientras nos muestra su botellín de agua.

La llegada a la Plaza de la catedral, se hace a través de una calle dónde se encuentra la bodega más famosa del mundo: la “Bodeguita del medio”. A esas horas de la mañana está cerrada; a simple vista es mucho más pequeña de lo que me imaginaba. (Queda pendiente la visita al templo del mojito cubano). Ya en la plaza de la catedral, sólo por ver el personal que pulula por allí, merece la pena quedarse un buen rato. En una esquina, dos mujeronas vestidas de blanco, con pañuelos en la cabeza y rodeadas por mil amuletos, leen el futuro de sus “víctimas callejeras”, mientras inhalan y exhalan el humo de unos puros de calibre superior. Todo un espectáculo verlas cantar, vociferar y animar a los que pasan por ahí a fotografiarse con ellas. En la otra esquina, mujeres vestidas con trajes de volantes de vivos colores, venden, o por lo menos lo intentan, flores, puros y abanicos artesanales. De repente aparece una comparsa de músicos, acompañados por una troupe de hombres y mujeres calzando unos zancos que los hacen parecer dioses en las alturas. Vestidos con trajes brillantes de satén, bailan al son de la música mientras las mujeronas de blanco les aplauden sin dejar de emitir bocanadas de humo. Todo el espectáculo transcurre en pocos minutos en un escenario inolvidable: la plaza de la Catedral de la Virgen María de la Concepción Inmaculada de La Habana. De estilo barroco, la catedral dispone de 8 capillas laterales y 3 naves de planta cuadrada y tanto las esculturas como la orfebrería provienen de Roma y fueron realizadas por Bianchini. Hasta el año 1898 en la nave central se encontraba un monumento funerario conteniendo las cenizas de Colón, que posteriormente fueron llevadas a la Catedral de Sevilla.

En la catedral de Méjico DF la figura de San Ramón Nonato está rodeada de lazos de colores y candados con plegarias de las mujeres que desean quedarse embarazadas y librarse de los cotilleos y chismorreos. En la catedral de la Habana, la figura de San Francisco de Asís está rodeada de casitas de madera, con plegarias rogándole la concesión de un hogar, de una casita. Vista la cantidad de casitas a los pies del Santo, creo que muchos cubanos confían más en el Fundador de la orden franciscana que en los hermanos Castro a la hora de “gosar” de una humilde morada.

Después de un buen rato en la plaza de la Catedral disfrutando del ambiente, vemos cómo abren ya la famosa Bodeguita del Medio y entramos. ¡Increíble!. Es un lugar emblemático, a no perderse por nada del mundo. Si ya sé, es un atrapa-turistas pero merece de verdad la pena tomarse un mojito en la barra más famosa de la Habana, mientras se escucha la canción de “Chicharrones” de Compay Segundo en directo. Robelto nos espera en la puerta, hablando con un compadre. Salimos con pena por dejar un sitio tan entrañable pero hay que seguir. Robelto nos guía hacia una de las plazas más bonitas de la Habana vieja: la plaza Vieja. Impresionante. De estilo colonial, recién restaurada, esta plaza es uno de los lugares más bellos de la Habana. La Plaza Vieja fue construida a mediados del s. XVI, durante la ampliación planificada de la ciudad, convirtiéndola en punto de referencia para el intercambio de operaciones comerciales o noticias de la ciudad. Inicialmente se llamaba Plaza Nueva y se cambió por Plaza Vieja al construirse la Plaza de Santo Cristo que pasó a llamarse Plaza Nueva. La plaza fue restaurada recuperando su pavimentación original. En el centro se encuentra una fuente de mármol de Carrara y a su alrededor diversos edificios de valor arquitectónico colonial incalculable.

Cuando llegamos la plaza está concurrida. Un imitador de Fidel castro invita a los turistas a seguirle sus pasos, mientras unos niños de una escuela ubicada en la misma plaza, debajo de unos soportales, celebran su clase de gimnasia sin importarles que todos los turistas que estamos allí les aplaudamos y sigamos sus carreras de sprint. Los niños nos sonríen, se saben protagonistas y el profesor también se ríe, porque el imitador de Fidel Castro no para de silbar con su pito, arengando a los niños para que lo hagan mejor. Otro espectáculo callejero espontáneo, de esos que no se organizan para la ocasión. Pura vida cubana.

La tercera plaza, una de tantas, pero que en todo recorrido por la habana Vieja es ineludible, es la plaza de San Francisco de Asís, muy cercana al puerto y al Habana Club. La plaza debe su nombre al convento que allí se ubica. De arquitectura barroca, la construcción del convento se inició en 1548 y no se acabó totalmente hasta 200 años después. La fachada se encuentra en la calle Oficios, dónde también vemos 3 figuras, rodeadas de gente y de palomas: las estatuas de la Inmaculada Concepción, la de san Francisco de Asís y la de Santo Domingo de Guzmán. Con el triunfo de la Revolución el uso como lugar del culto pasó a mejor vida. Ha servido de despacho de aduana, de teatro infantil, etc. Muy cerca, en la misma plaza, nos encontramos con la “Lonja de Comercio”, y una curiosa figura que representa al “Caballero de París”, un curioso personaje que según la leyenda, deambulaba por la ciudad, siempre vestido de negro y con una larga cabellera. No pedía limosna, le gustaba regalar pequeños tesoros: flores, estampitas, dulces, como forma de agradecer las muestras de afecto y saludos que recibía a su paso: http://www.cubagenweb.org/misc/e-paris.htm

Cuesta irse de la plaza de San Francisco pero el calor aprieta y antes de seguir ruta, la siguiente parada obligatoria, por imperativo legal es la tienda-museo del Ron Havana Club. Siempre está lleno de turistas. Cuando llegamos el patio está colapsado de guiris tomando ron con Naranja. No entramos al museo, pero sí nos tomamos un ronsito en el bar, mientras una banda toca en vivo y provoca el meneo de todo el personal. La marca fue fundada por un vasco, Juan Arechabala en 1878 y nacionalizada después, en 1959 después de la Revolución. Desde 1993, el Ron Havana Club se produce bajo un consorcio formado por el grupo francés Pernord Ricard y el gobierno cubano.

El edificio no destaca tanto, como el que tenemos cerca de nuestro hotel de la marca de Ron que en su día fue el gran competidor: Bacardí. Hoy en día sobrevive el edificio Art deco de Bacardí pero no así la producción de esta marca en Cuba. También fundada por un español, el catalán Facundo Bacardí, tuvo un triste final. El castrismo la expropió y se vieron obligados a salir de la isla y asentarse en Estados Unidos. Ahora se puede subir a la cima del edificio, ocupado por oficinas, y contemplar unas vistas impresionantes sobre la Habana Vieja. Eso sí, es una pena el estado en que se encuentra la terraza del edificio. Se cae a cachos.

Nuestro guía “Robelto” no quiere tomarse nada en el havana Club, a pesar de nuestra insistencia. Nos volvemos a subir en su bicitaxi y nos lleva por el puerto, rodeando el centro hasta el Barrio chino, cerca del Capitolio. Surrealista sí. Un barrio destartalado también, como el resto de la Haba vieja pero con todos los elementos que se le exige a un barrio chino de cualquier ciudad del mundo: sus dragones, farolillos, kimonos y gatos de la suerte. Dicen que en su día fue el barrio chino más grande de toda América. Los chinos empezaron a llegar a Cuba en el siglo XIX. El primer grupo llegó al puerto de La Habana en el vapor Oquendo. Se calcula que entre 1847 y 1874 entraron unos 150 mil chinos de Hong Kong, Macao y Taiwán vía Manila (Filipinas), contratados para trabajar en plantaciones de caña y café.

A pleno pulmón y sudando la gota gorda, “Robelto” pedalea hasta llegar la plaza simbólica, la Plaza de la Revolución. La misma plaza que vimos al llegar a la Habana de noche, aparece ante nosotros inmensa bajo un sol de justicia. El amigo Robelto se queda a descansar a la sombra de un árbol, mientras nosotros cruzamos la gran avenida para alcanzar el centro de la inmensa plaza, dónde se celebran habitualmente los mítines del Partido. Los datos dicen que es una de las plazas más grandes del mundo con 72 m2, y el hecho es que cuando estás en el centro te sientes una hormiga vigilada por los Padres de la patria y de la Revolución: el Che, Jose Martí y Camilo Cienfuegos. Subimos las escaleras del memorial a Jose Martí, un obelisco de forma piramidal y nos relajamos viendo las vistas sobre la Habana desde esta parte de la ciudad más moderna y menos destartalada.

El viento que nos despeina se agradece. Una pareja de chicos nos piden que les hagamos una foto. No tenemos prisa en irnos, así nuestro guía descansa que buena falta le hace. Viendo la enorme plaza bajo el sol, no quiero ni imaginarme lo que han podido llegar a “sufrir” los pobres cubanos cuando han tenido que aguantar de pie los eternos mítines del comandante Fidel. Y eso que al rostro de Camilo Cienfuegos en tamaño gigante le acompaña la frase: “Vas bien Fidel”. Hay policía haciendo guardia. Alrededor de la plaza se encuentran varios edificios institucionales como los Ministerios de Interior, de Comunicaciones, el Teatro nacional y la Biblioteca Nacional Jose Martí. Nos habían prevenido que la policía no dejaba cruzar la plaza, pero nadie nos lo impide y regresamos a la sombra del árbol donde nos aguarda Robelto con su eterna sonrisa en el rostro.

Las lomas que rodean la plaza son duras para hacerlas en bici, y sobre todo cuando cargas encima dos “pesos ligeros” como nosotros. Pero Robelto no se rinde. Su lema es “cada cosa tiene su cosica”. Está muy orgulloso de su trabajo y de poder enseñar a los turistas su amada Habana. Pasamos por el Parque “La Quinta de los Molinos”. Precioso parque, ubicado en los antiguos jardines de la Universidad de la Habana. En las orillas del Parque vemos a muchos cubanos jugando a los naipes, tiendas, museos, edificios impresionantes que hoy se resquebrajan pero que siguen mostrando unas fachadas imponentes, como si el paso del tiempo, y el abandono no consiguieran abatirlos por propio orgullo revolucionario.

Regresando ya al punto de inicio, al malecón, pasamos por casa de Robelto. Desde la calle, silba fuertemente al balcón de su casa, su mujer sale sonriente y nos saluda con el brazo. Es feliz, todo el mundo de su barrio nos saluda al pasar. Con la bici-taxi no puede pasar al malecón. Está prohibido. Nos bajamos en una calle paralela y nos acercamos una vez más a respirar la brisa que llega del Atlántico con toda su fuerza. No hay coches tampoco circulando. El paisaje es único, un malecón sin tráfico, con olas impresionantes que rompen en las escolleras, salpicando a todos los que paseamos por allí, como embrujados, como si retásemos al mar desde la orilla sin ser conscientes del peligro.

Después del “chute “ de yodo y agua marina, y antes de volver al punto de partida, paramos en el famosísimo bar “La Floridita”, dónde se toman los mejores Daikiris de la isla. En ese momento no podemos casi ni entrar de la gente que hay. Lleno de turistas que se fotografían en la barra, junto a la figura de Hemingway. Damos marcha atrás. El Daikiri lo dejamos para otro momento más tranquilo.

Cuando por fin llegamos al punto de partida, es la hora de comer. Nos despedimos del gran Robelto con un abrazo y una buena propina, se la había ganado, nunca mejor dicho, con el “sudor de su frente”. Casualmente descubrimos un tesoro culinario (no es fácil en Cuba encontrar algo así). Se llama “Iván Chef Justo”, un paladar (restaurante local) con precios más altos que la media pero dónde merece la pena darse el gustazo de probar sus pinchos de cerdo a la miel de soja entre otras “delicatessen”. También se le conoce como Aguacate 9 (su dirección), es un restaurante de sabores mediterráneos situado en el segundo y tercer piso de un bonito edificio frente al Museo de la Revolución, en La Habana Vieja. El comedor es amplio y agradable, elegantemente decorado con fotos antiguas de La Habana y de actores de Hollywood y cuenta con unas magníficas vistas al Paseo del Prado. Recomendable al 100%.

Después de comer, volvemos paseando tranquilamente al hotel para echar una merecida siesta. ¡Suban, suban! Nos increpan. “Mi bicitaxi tiene aire acondicionado, las damas gratis”. Humor cubano, tú sabes. Al llegar al hotel yo opto por piscina en vez de siesta. Un oasis verde y azul para paliar la humedad ambiental que no cesa. A esa hora, después de comer y de haber recorrido la Habana desde temprano por la mañana, la calma de la piscina sin gente es otro “regalo” de la vida. En unas horas nos teníamos que dar el madrugón para volar a los Cayos, a las 4.30 sonaría el despertador.

Así que sin prisa pero sin pausa, después de descansar y cuando el calor machacón daba paso a una brisa mucho más agradable, salimos del hotel e iniciamos un paseo por la Plaza de las Armas, dónde se encuentra el Palacio de los Capitanes Generales, uno de los más bellos ejemplos de arquitectura barroca de Latinoamérica. Fue residencia de los capitanes españoles desde 1791 hasta 1898, cuándo España perdió la isla, y los cubanos ganaron su independencia .

En la Plaza también se encuentra el Castillo de la Real Fuerza, la primera fortaleza construida en Cuba y El Templete, que conmemora el lugar donde se fundó la ciudad en 1519. Al lado se sitúa el Hotel Santa Isabel, un enorme palacio propiedad del Conde de Santovenia, miembro de la nobleza cubana del siglo XIX. Un rincón de la Habana Vieja ineludible. Muy cerca de la Plaza de las Armas, arranca la calle más comercial de la habana Vieja, la calle Obispo. La calle fue bautizada en homenaje al obispo Fray Jerónimo de Lara, quién vivió en ella en 1641, y al también obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, quien solía recorrerla desde su casa en la vecina calle de los Oficios.

En sus primeros tiempos, era un verdadero corredor de mercancías que llegaban de la zona de extramuros a través de la puerta de Monserrate. Es una calle estrecha y sin portales, fue la primera en ser asfaltada en toda la ciudad. Hoy es un concurrido boulevard, que sirve también como paseo de entrada hacia la parte más añeja de la Habana. En ella se encuentran tiendas de distintos tipos, desde pequeños mercados hasta elegantes boutiques, y otros comercios estatales, galerías de arte, hoteles, restaurantes, así como puestos privados de venta de comidas y artesanías.

Justo acaba la calle Obispo en la puerta del Floridita. Esta vez sí que entramos y disfrutamos de un ambiente tranquilo, con concierto en vivo. Los daikiris están fríos, muy fríos y aunque el precio de 6 euros por copa no es bajo, la experiencia merece la pena. Para cenar no tenemos tanta suerte como al mediodía pero las risas que nos echamos con la escena que vivimos no tienen precio. Paseando por el Paseo del Prado, cercano al hotel y al malecón, entramos en un café del mismo nombre. Para empezar pedimos ensalada y después de casi 3 cuartos de hora de espera, nos sacan un plato consistente en un aguacate partido por la mitad, rodeado de macedonia de verduras de lata. Ni rastro de lechuga o de cualquier hortaliza fresca. El embargo al que someten a la isla hace estragos. Pero lo mejor estaba por llegar. De segundo plato pedimos pizza 4 estaciones. A los 10 minutos viene el camarero, que dicho sea de paso va trajeado como si estuviese en el Ritz a avisarnos y a lamentarse de que se han quedado sin champiñones. Le decimos que no pasa nada, sin poder aguantar la risa. 20 minutos más tarde, aparecen las pizzas. No podemos dar crédito a lo vemos. Las verduras de la pizza 4 estaciones consisten en la misma macedonia de lata que nos habían puesto en la ensalada. La otra mitad de la lata. Hacía tiempo que no me reía tanto. Puro instinto de supervivencia, genuina capacidad de reinventarse. Es imposible enfadarse por este tipo de situaciones, bastante tienen con lo que tienen….

La escasa iluminación de las calles, hace que la noche en la Habana sea más oscura que en ningún otro sitio; La espuma de las olas que siguen bravas por la noche resplandece aún más en la oscuridad. Nos saluda un señor que está mirando fijamente al infinito. ¿De dónde son Ustedes? De Valencia le respondo yo. ¿Y el caballero que le acompaña también es valenciano? Porque parece un vasco misterioso… Una vez más nos provocan una sonrisa. Antes de plegar y dormir unas horas antes del toque de corneta, volvemos tranquilamente por el Paseo del Prado hasta el hotel. No me gusta la escena que vemos en el patio del hotel, pero es la triste realidad, otra manera más de reinventarse pero sin toque de humor: las mismas chicas, casi niñas, que vimos al llegar, charlan animadamente con un grupo de chicos que les invitan a subir a sus habitaciones. Son chicos jóvenes gallegos. Han venido a Cuba y ya estrenan jineteras la primera noche. ¿Viaje de estudios?

Martes 23: vuelo a Cayo Santa María
A las 4.30, con puntualidad británica vienen a recogernos al hotel para llevarnos a un aeropuerto cercano a la Habana, situado en un prado que huele a vaca. La compañía aérea que nos lleva a destino se llama “Aereogaviota” y no es broma. La flota compuesta por aviones de dudosa y preocupante edad, son de hélices e imponen respeto. Al subir, nos recibe una pareja de aereomozos muy sonrientes a pesar, de que tienen que estar cabizbajos todo el rato, ya que la altura de la cabina no da para más. No hay marcha atrás, la suerte está echada.

Arranca la aereogaviota con un ruido ensordecedor. Yo me encomiendo a todos los santos, pero pronto me olvido del miedo, cuando veo por la ventanilla el paisaje que nos rodea a pocos minutos del despegue. Ver amanecer sobre los cayos desde el avión no tiene precio. Es un paisaje único, unos 500 islotes de tierra sin árboles, habitados por manglares y una fauna autóctona con especies en extinción. Los cayos están unidos a la isla de Cuba por una larga carretera de 48 km de longitud y 46 puentes, diseñados para mantener el flujo normal de las aguas y fauna marina y no provocar daños a los ecosistemas marinos y terrestres. Este paraíso, hasta hace muy poco tiempo casi secreto, está abocado a ser un destino turístico de lujo en Cuba y todo el Caribe por la excelencia de sus playas, sus aguas cristalinas y su fauna única. Nada que ver con otros destinos de Cuba como Varadero, el “Benidorm” cubano. Ahora mismo hay unos 11 resorts hoteleros y la expansión es creciente aunque en el diseño y la construcción de todos los hoteles se han seguido rigurosos lineamientos de planeamiento para no afectar el entorno natural e integrarlos al paisaje de la mejor manera posible.

A 386 km de la Habana, el Cayo santa María, conocido también como “la Rosa Blanca de los Jardines del Rey” es el cayo de mayor tamaño, con unos 18 km2 de superficie y 11 km de playas paradisíacas. Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Cayo las Brujas, aún dormidos después del madrugón, nos viene a buscar enseguida un autobús que va parando por todos los resorts de “todo incluido”. El nuestro es el Meliá Cayo Santa María: http://www.melia.com/es/hoteles/cuba/cayo-santa-maria/melia-cayo-santa-maria/index.html y en cuanto nos apeamos y llegamos a la recepción, nos espera un coctel de bienvenida, toda una declaración de intenciones….La verdad es que yo nunca he sido muy proclive a pasar mis vacaciones con una pulserita del todo incluido, tirada en una tumbona, pero he de reconocer que la experiencia para 2 ó 3 días merece la pena. Sobre todo para descansar realmente, para no hacer nada de nada, más que bañarse, leer, comer y beber.

En un carrito de los que se ven en los campos de golf nos llevan a nuestra habitación. No hay mucha gente, es temporada baja y el paraíso es aún mucho más acogedor. No hay niños (si lo sé, soy lo peor), ni hordas de jubilados, ni parejas de recién casados con sonrisas profident. Somos los justos y necesarios para desconectar, para descansar y olvidarnos del mundanal ruido. Lo primero que hacemos después de descubrir nuestra habitación “King size” es ir a la playa que se encuentra a escasos metros. Agua templada, verde caribeño, sol de justicia y azul turquesa con olas espumosas, de esas que cada vez que llegan a la orilla hace que te sientas como en un jacuzzi. ¿Existe la felicidad? en esos momentos tengo que jurar que sí, que existe y además se siente, aunque sea sólo en momentos pasajeros pero que se quedan grabados en la memoria para siempre. Nos quedamos tan embelesados que al final casi nos quemamos al sol, a pesar de estar tumbados bajo las sombrillas de hojas de cocotero. Para llegar al éxtasis sólo nos falta un mojito fresco en el bar de la piscina, cuando digo bar de la piscina me refiero literalmente a barra metida en el agua. Y uno, y otro, van cayendo unos cuantos mojitos y otras tantas caipiriñas…. ¿En eso consiste el todo incluido no? Además así, con el codo en la barra, mientras tu cuerpo flota y empiezas a decir tonterías, las clases de acqua gym, animadas por un monitor fornido, de esos cubanos que sólo se ven en las películas, son como mucho más divertidas.

La siesta de 3 horas de reloj, pijama y orinal cae como bendita del cielo. Nos tenemos que levantar pronto para cenar en el primer turno de las 19.00. Hay un restaurante general con comida tipo buffet, y luego varios restaurantes temáticos con cocina japonesa, italiana, francesa, etc. Elegimos la experiencia “banzai” y digo experiencia porque lo que allí vivimos esa noche cuesta describirlo en palabras creíbles. Al llegar, recién duchaditos y muy descansados después de la siestaza, nos hacen esperar unos minutos en el hall de la sala del restaurante japonés. Las parejas, canadienses en su mayoría, van vestidos con sus mejores galas de noche, como si fueran a ver una ópera en la Scala de Milán. Eso sí, sus pieles quemadas les restan glamour, parecen gambones gaditanos a punto de pasar por la parrilla. Una vez acomodados en una mesa-barra que da la vuelta a la cocina, como si estuviésemos en el mismo barrio de Ginza de Tokyo, aparece él. Sí, “el chef japonés”. Vestido de Samurai, blandiendo espadas y maquillado como si fuese Bruce Lee pero con unos rasgos de cubano prieto que no puede disimular ni con mil kilos de polvos de arroz. Entra gritando “Banzai”, las chicas-gamba roja chillan despavoridas, los hombres no paran de hacer fotos y de grabar en vídeo, yo quiero hacerme invisible en ese preciso momento.

Y así transcurre toda la cena, evitando que nos entre la risa cada vez que el Chef nos hace grabarle en vídeo cuando corta con sus cuchillos afilados los alimentos y después los flambea. No hay cámara oculta, la realidad supera la ficción. Los canadienses acaban bufaos y nosotros disimuladamente, cuando ya no podemos más de reírnos, nos despedimos del chef que en ese momento vuelve a hacer malabarismos con sus espadas. ¡Banzai!

Antes de seguir con nuestra cura de sueño, nos tomamos la última caipiriña del día en una de las terrazas del hotel. Después del espectáculo “cubano-japonés” queda aún otra escena por vivir en el país de la risa floja: una escena de acoso y derribo de presa femenina por parte de macho cabrío cincuentón, italiano, piel ajada por el sol, pecho peludo y medalla de oro deslumbrante ¿Resultado?: otra caipiriña, camarero por favor.

Miércoles 24: Cayo Santa María
Amanece lloviendo pero después de desayunar temprano, a las 7:30, la lluvia da paso a un cielo más o menos tranquilizador. En la tele anuncian un ciclón que amenaza el sur de la isla, acechando la ciudad de Santiago, pero tampoco dan muchos datos. Aprovechamos el impass y nos damos un paseo por la playa de 3 horas. ¡Alucinante! Un cielo de color gris plata contrasta con el azul turquesa del mar, no puedo dejar de mirar al horizonte. La luminosidad es cegadora, la arena es tan blanca que por momentos es difícil ver las caracolas, conchas y piedras fosilizadas salvajes que adornan la orilla. Y menos mal que es así, porque me enamoro de todo lo que veo en el paseo. Hago acopio de caracolas preciosas, nunca vistas antes, y de una cruz latina de varios brazos de arena blanca solidificada que guardo con mucho cariño. Es mi amuleto cubano, mi recuerdo de una de las playas salvajes más bonitas que he visto en mi vida.

Después de un buen rato paseando por la orilla, nos adentramos y llegamos a los jardines de otro hotel que no es el nuestro. Es todo tan salvaje que se confunden los espacios públicos de los privados, no hay vallas, ni puertas, aunque de repente, sale a nuestro encuentro un vigilante que nos saluda amablemente e iniciamos una charla con él. Nos pregunta por la convulsa España, está muy informado y nos dice que el comandante Fidel ya predijo en su día que el capitalismo acabaría así. En el año 93 sufrieron una grave crisis y se quedaron sin nada, pero los cubanos siempre resurgen. En Cuba no existen hipotecas, el gobierno te concede un terreno y lo pagas con tu trabajo, aunque ahora ya pueden vender y comprar. Nosotros le escuchamos atentamente y el discurso pro-Fidel sigue y sigue. “Los chinos son una raza superior” asegura. En Cuba todo el transporte público es chino- (Los famosos “omnibuses”). A partir del 1 de enero de 2013 el país se abre al exterior, aunque ni médicos ni militares podrán irse del país más de 15 días. Cuando toma aire para seguir su discurso, educadamente le decimos que tenemos que seguir con nuestro paseo. No es porque no sea interesante lo que dice, pero visto lo visto, el hombre tiene ganas de hablar, no debe ser fácil estar todo el día solo frente al mar, vigilando una esquina del jardín privado de un hotel 5 estrellas, que de comunista tiene más bien poco… Son las contradicciones de la vida.

El último hotel de la playa que encontramos es el “Buenavista”- http://www.melia.com/es/hoteles/cuba/cayo-santa-maria/melia-buenavista/index.html. En este caso sí que coincide el nombre dado con la realidad. No como en esos hoteles de nuestras costas, levantinas especialmente, con pomposos nombres como “Bellamar” o “Vistamar” y de mar, lo que se dice de mar ven la trasera de otro hotel y como mucho, un hilo de agua a 500 metros. Aquí sí, además de las instalaciones: piscinas, terrazas, habitaciones en bungalows de lujo, las vistas al mar son alucinantes. Vemos pelícanos, gaviotas, y otras aves que no reconocemos a simple vista. La tranquilidad que se respira es casi irreal, aunque claro, siendo un hotel sólo para adultos se entiende que el silencio sea un plus adicional, va incluido en el precio.

Regresamos a nuestro hotel por la carretera, entre manglares, con un sol que pega y se cuela entre las nubes y graznidos de aves con sonidos desconocidos para nosotros. Al llegar, después de una buena caminata, la dosis de piña colada fresquita nos la tomamos como si acabáramos de cruzar el desierto del Sáhara. Baño fresquito y comida en uno de los restaurantes-barbacoa frente al mar, un lujazo merecido. El pescado a la brasa está buenísimo y la lluvia que empieza a caer no nos desanima, porque con el dúo que canta canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés y el éxtasis que llega con la canción de “Yolanda”, ya pueden caer chuzos de punta que no nos mueve ni la tanqueta de Leganitos. Sí lo confieso, una y otra vez, la idea de pasar unos días en un hotel con la pulserita “todo incluido” tiene su aquél. Vale lo admito.

La siesta de pijama se repite un día más, las curas de sueño las tendrían que prescribir los médicos. En el “noticiero”, al despertar, vemos que el huracán “Sandy” (ya no hablan de tormenta tropical, la cosa se pone seria), ha tocado tierra en Santiago de Cuba, al Sur de la isla. “Los servicios de evacuación por las afectaciones del huracán, y gracias a los servicios, siempre atentos del Partido, se están llevando a cabo con éxito”. Si alguna vez estudié en Periodismo las características de la propaganda, tenía ante mis ojos, en esos momentos históricos, una clase magistral de periodismo parcial. Todos los corresponsales de la isla alaban al gobierno y al Partido: “en estos momentos tan críticos que siempre se han solventado pese al embargo gringo…” Increíble pero cierto. El acabose llega cuando en el parte meteorológico vaticinan que el huracán seguirá su curso hacia Florida, hacia el enemigo….

Jueves 25: huracán Sandy – regreso a la Habana
Amanece y la lluvia es densa e intensa, a pesar de que la temperatura sigue siendo de 25 grados. Yendo a desayunar vemos algunos destrozos en los tejados, menos mal que es el último día para nosotros en el Cayo y que, al fin y al cabo, hemos tenido suerte con el clima hasta ese momento. En la recepción actualizan las noticias cada poco tiempo: el huracán se va alejando hacia las Bahamas. ¿Saldrá la aéreogaviota sin problemas hacia la Habana? . Sigue lloviendo así que hoy no toca piscina, ni tumbona en la playa, hoy toca lectura y paciencia, mucha paciencia. O bueno, “confianza en el Partido y sus medio anti afectaciones”.

En la tele, se suceden los reportajes sobre los 3 huracanes que asolaron la isla en el 93 y cómo la Revolución supo afrontar una situación tan crítica. Lo dicho, clase magistral de comunicación propagandística. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y por supuesto no nos imaginamos la aventura que íbamos a correr en nuestro regreso a la habana, unas horas más tarde. Nos tienen que recoger para ir al aeropuerto pero la fatal noticia llega sin anestesia: vuelo cancelado, regresaremos a la Habana en bus. Nos vendrán a buscar a las 7 de la tarde, y son 5 horas de trayecto. Esta noticia la recibimos cuando de nuevo resurge un sol espectacular y volvemos a la piscina a pegarnos el último baño. ¿De qué nos quejamos? En el sur de la isla sí que han padecido la furia del Sandy pero ¿nosotros? Bueno vale, tenemos que volver en bus, pero pensándolo bien, mejor será que arriesgar la vida en una aereogaviota de hélices, de tiempos de Maricastaña….,¿ no?

Después de comer y para hacer tiempo, pedimos pacharán en la barra. No es esnobismo, el hotel es un Meliá y la caipiriña ya nos sale por las orejas. El pobre camarero buscando el licor navarro rompe unas cuantas botellas, mientras nos asegura que sí que tiene pacharán. Pierdo el mechero y pido una “fosforera” como llaman al encendedor en Cuba, no tienen y compro cerillas de Cohiba al precio de casi 2 pesos: 1,60 euros, ¡ las cerillas más caras de la historia!. Y así pasa la tarde: leyendo, fumando, bebiendo y observando al personal, uno de nuestros vicios ocultos. Finalmente llegan a buscarnos con una hora de retraso. Volvemos en un “ómnibus chino”. Somos 3 parejas, más el conductor y su copiloto. Ya es casi de noche y es una pena porque no podemos disfrutar del paisaje que rodea la carretera que une al Cayo con la isla central. Con la lluvia que sigue cayendo, los cristales se empañan y para solucionarlo el piloto pone el aire acondicionado a tope. Nos tapamos como podemos y nos santiguamos, la aventura no ha hecho más que empezar…..

Casi dos horas de conducción para cruzar los 50 km que separan el Cayo Santa María del municipio de Villa Clara, por la carretera estrecha que cruza el mar. Sospecho que las 5 horas de trayecto se van a convertir en unas cuantas más. Al entrar en “tierra firme” pasamos por un puesto de control policial, dónde nos piden los pasaportes. No paro de pensar en lo mal que lo tiene que estar pasando el conductor con la escasa visibilidad que tiene, con una lluvia que no cesa y el estado de las carreteras. Cruzamos por pueblos inundados, a penas se pueden ver los carteles de la revolución: “Gracias Che” – “La Victoria de las ideas” – “Orden, disciplina y exigencia”. Los boquetes, mejor dicho los cráteres que salen al paso y que convierten la carretera principal en una ginkana, en una piscina gigante, nos devuelven a la realidad, echan por tierra literalmente los lemas de la revolución. Bueno no, seamos justos, toda la culpa la tiene el embargo al que someten al pueblo cubano los jodidos gringos.

A las 3 de la mañana llegamos al hotel. 7 horas de calvario para 386 km. Le damos al conductor una más que merecida propina y nos despedimos del resto de pasajeros que aún tienen que llegar a Varadero y sufrir un poco más. Cuando llegamos a la nueva habitación que nos asignan, la pesadilla infernal de esa noche no acaba entre sábanas blancas. Hay un motor que hace un ruido inaguantable. Busco y rebusco para ver de dónde sale el ruido y cómo apagarlo. Imposible. Bajo a la recepción con cara de pocos amigos, y me encuentro con una chica mulata que con ojos como platos pero sin mover un músculo me dice que lo siente mucho pero que no nos puede cambiar de habitación porque el hotel está “full”. Se me queda mirando atónita, mientras mi histeria crece por momentos. No sé si me ve tan desesperada que puedo causar estragos que me calma y me dice que me manda a la habitación al de mantenimiento. Unos minutos más tarde, que me parecen horas, aparece en la habitación un hombre con la misma poca sangre que la de recepción. Clic-clac lo para en un minuto. Es un motor que está escondido en una esquina de la ventana para la ventilación. A las 4 de la mañana por fin dormimos en paz.

Viernes 26: último día en la Habana
El hotel Mercure Sevilla tiene dos comedores, uno en la planta baja, y otro espectacular en el último piso con unas vistas inolvidables sobre la Habana Vieja. Eso sí, para disfrutar de estas vistas hay que pagar un suplemento de 10 cuc (pesos convertibles cubanos): unos 7 euros por persona. Como decía al principio, es un hotel que no está mal ubicado, muy céntrico, limpio y con unas habitaciones espaciosas pero el desayuno deja mucho que desear. Según me cuentan, el Hotel habana Club de la misma categoría no está tan céntrico pero el desayuno sí que es copioso y de primera. Y si alguien quiere alojarse en el mejor hotel de la Habana, sin duda, el Nacional es la mejor opción cuando el bolsillo no aprieta: Un 5 estrellas con historia: http://www.hotelnacionaldecuba.com/sp/home.asp

Salimos del hotel y giramos a la izquierda, hacia la zona del Capitolio. Nos paran por la calle unas cuantas veces. No me canso de admirar y fotografiar los coches años 50 que pululan a duras penas por las calles de la Habana. Tiene que ser toda una experiencia alquilar uno, a poder ser descapotable, y recorrer la Habana en sus asientos de piel. Poder se puede, basta con hablar con el recepcionista del hotel para que te facilite el alquiler, otra cosa es atreverse…

Pasamos por la antigua fábrica de Partagás, a un lado del Capitolio. Actualmente está cerrada pero en los alrededores, unos nos juran y perjuran que son antiguos trabajadores y que si estamos interesados en comprar puros de la marca, nos los pueden vender porque los siguen haciendo. Pasamos de largo y enfilamos hacia el Barrio chino, antes de llegar al malecón. En el camino nos perdemos conscientemente por una calle y nos encontramos con una Iglesia con una capilla dedicada a “Santa Louldes”. No dejan de sorprenderme estos cubanos; en un país comunista y ateo por la gracia de Dios, el fervor religioso de la gente raya la histeria. La Iglesia es austera, apenas hay algunos retablos que decoran las paredes y una señora barre con energía el suelo, mientras reza en voz alta y al mismo tiempo, manda callar pidiendo respeto.

Llegamos al malecón. Sigue sin tráfico de coches y nos disponemos a recorrerlo entero, hasta el hotel Nacional; echamos unas risas al evitar los salpicones que provocan las olas al chocar contra el muro. Un paseo mágico. Los niños juegan como nosotros y alguno, desprevenido, le toca ducharse, mientras sus amigos no paran de reír. Cuando alcanzamos el Hotel Nacional, que asoma majestuoso, encima de una colina con vistas al mar, entramos por la trasera, dónde hay un “haiga” de color rosa precioso, custodiado por 4 chóferes con gorra de plato en plena conversación. El hall del hotel es una joya arquitectónica. Se inauguró en 1930. Por sus habitaciones ha pasado todo el glamour de Hollywood, en esos años en los que los gringos no tenían vetada la entrada a la isla. Una recomendación de obligado cumplimiento es la consumición de una cerveza bucanero en sus jardines frente al mar. Las vistas sobre el malecón y la ancestral Fortaleza del Morro no tienen precio. Si a eso le añades, escuchar habaneras en directo y ver el vestuario de los invitados a una boda entre una chica guapísima y su novio más guapo aún, pues el regalo es completo.

Cuesta irse de allí pero tenemos que seguir ruta por esta zona de la Habana, conocida como el Vedado. A pocos metros, se encuentra la Universidad de la Habana y una de las heladerías más famosas del mundo, la heladería Copelia, la protagonista en la sombra de la película “Fresa y Chocolate”. Esta heladería es todo símbolo para los cubanos. Se inauguró en 1966 y en su lugar se ubicaba antes el Hospital Reina Mercedes. Una construcción moderna seccionada en dos partes, una parte para los cubanos y otra para los turistas, en la que se pagan en pesos convetibles (CUC). Es temporada baja y por eso no hay mucha gente en ninguna de las dos filas, pero según parece, en verano las colas son interminables y no siempre se puede elegir el sabor que uno quiere. A nosotros nos toca probar un combinado de los únicos sabores del día: naranja, piña y coco. Ni rastro de los sabores de la película. Las cucharillas y los platos de plástico son un primor, pura “esensia” cubana. Para los que crean que se van a encontrar con unos helados buenísimos, tengo que decir que la película ha hecho mucho, pero como diría nuestro amigo Robelto: “cada cosica tiene su cosica”…

Al salir del Copelia, nos topamos con la entrada del hotel Habana Libre. Subimos al piso nº 25, ya que nos han recomendado que veamos la sala de espectáculos, conocida como “Turquino”, dónde dicen (una vez más) que tiene las mejores vistas sobre la ciudad. Tengo que decir que esta vez no han exagerado y las vistas son de quitar el hipo. A vista de pájaro, nos quedamos un buen rato admirando la habana de Norte a Sur y de Este a Oeste. La sala se cae a chachos, la tapicería de los sofás guarda muchas, muchas noches de vino y rosas. Menos mal que de noche todos los gatos y sofás son pardos. La señora que limpia está sentada en uno de los sofás con las piernas abiertas y el plumero en la mano izquierda. Nos observa y al final nos pregunta, no puede aguantar la pregunta del millón: ¿Qué tal España? (Asusta bastante que los cubanos se preocupen por nosotros, bastante tienen con lo que tienen). Le contesto que la situación no es muy buena. Se queda mirándome fijamente, suspira y me dice “¿Y qué buscan allí los cubanos entonces mi amol? Sin palabras, me deja sin palabras. Pero no queda otra, no puedo dejarle con la duda y me tiro a la piscina: “Bueno, tampoco es que aquí esté la cosa mucho mejor verdad?. Sonríe y guiñándome un ojo, con una pestaña tan larga que parece postiza, da por terminada la conversación con un: “dejémoslo ahí y sigan disfrutando de su viaje”.

Al salir del hotel, nos dejamos guiar por un portero mulato de ojazos verdes que nos indica por dónde tenemos que volver al malecón. (Con esos ojazos nos manda a Guantánamo y me convence igual). En el camino, encontramos un mercadillo de artesanía que nos viene al pelo para comprar los regalos “made in Cuba”. También encontramos un estanco para comprar los puros que nos han encargado. Hay un “mercado negro” para la compra de habanos, el amigo Robelto quería llevarnos a un taller clandestino pero, preferimos no aventurarnos. Además, si el mundo del puro es un mundo desconocido como era nuestro caso, creo que lo mejor es dejarse aconsejar sobre calibres, calidades, etc.

Volvemos al malecón que sigue sin tráfico pero con menos oleaje. Nuestra meta, que vemos en la otra punta, y se encuentra cerca del hotel, es la Fortaleza del Morro. En realidad, su nombre completo es el Castillo de los Tres Reyes Magos del Morro: http://es.wikipedia.org/wiki/Castillo_de_los_Tres_Reyes_Magos_del_Morro . Junto al Capitolio y el malecón, esta fortaleza es todo un símbolo habanero; actualmente se utilizan sus espacios como galerías de arte y para uso de actividades culturales. No llegamos a entrar en su interior pero sí que la rodeamos y la admiramos hasta que nuestros pies se rebelan.

No tenemos a Robelto que nos lleve en su bicitaxi, y las horas de paseo se empiezan a notar y mucho. Descanso del guerrero en el hotel y búsqueda de un buen restaurante para despedirnos de la Habana. Pregunto por el paladar “La Guarida” pero me dicen que sin reserva es imposible. La Guarida aparece recomendado en todas las guías pero es misión imposible un viernes por la noche pretender ir allí sin reserva. Nos recomiendan el famoso restaurante “Los Nardos” frente al Capitolio. Al llegar a la puerta, apenas a 5 minutos andando desde nuestro hotel, nos encontramos con una fila de unas 30 personas que esperan para entrar. Visto lo visto, a los cubanos les gusta salir a cenar los viernes por la noche. Decidimos ser pacientes y esperar en la cola; Además, la espera es interesante, ponemos la oreja y escuchamos las conversaciones de 2 parejas que tenemos detrás. Una pareja formada por una cubana emigrada al Líbano con su marido, judío, y un español muy friky con su mujer cubana. El español con pintas de haber conocido a su novia en un anterior viaje de turismo sexual, explica, mejor dicho sentencia, que pronto Cuba será un estado norteamericano más. Con 3 millones de cubanos en Miami y un alcalde cubano (gusanero como les llaman los revolucionarios) con mucho poder, están esperando a volver y recuperar todo lo que les quitó la Revolución. En mi modesta opinión, creo que no se han dado cuenta de que Fidel es inmortal, o por lo menos, reencarnable en otro pajarico como el de su Hermano Chávez. 

Entramos finalmente en el famoso restaurante. Indescriptible: decoración abigarrada, luz tenue que dirían los horteras, y yo digo, sospechosamente casi sin luz. Es como entrar en el castillo del terror. Velas, música de piano y violín en directo y mucha, mucha gente. El comedor está a full, y los camareros no paran de servir platos, mejor dicho fuentes de comida. Al minuto de sentarnos, entendemos enseguida el éxito del restaurante: las raciones. Todo el mundo sale con el “Doggy bag”- Cenando un viernes aquí, tienen la comida garantizada para la semana siguiente. Pedimos un ceviche que no vale nada, una crêpe de marisco que no está mal pero su tamaño realmente asusta y de plato principal: camarones al ajillo (absténgase los que no quieren que su boca huela a ajo hasta el final de sus días). ¿Recomendable? Si tienes hambre, mucha hambre y quieres un sitio céntrico, Los Nardos es el lugar: http://www.tripadvisor.es/Restaurant_Review-g147271-d1175610-Reviews-Los_Nardos-Havana_Cuba.html

El paseo nocturno hasta la Plaza Vieja nos salva la noche. Yo quiero conocer al famoso Bar Buena Vista Social Club pero cuando llegamos es tarde y está cerrado. Menos mal que en la Habana, vayas dónde vayas siempre, siempre hay música. Nos sentamos en una terraza y al son cubano nos tomamos los últimos mojitos, mientras damos rienda a nuestro vicio (ya no tan oculto) de observar al personal una vez más. Contra el ajillo un buen mojito, ¿lo demás? tonterías. Regresamos al hotel por la avenida del puerto, la brisa marina nos despeja, bailamos “chan chan” por el camino y algunos nos miran raro.

Sábado 27: Adiós Cuba, adiós.
Amanece soleado. El huracán Sandy azota al enemigo, en Cuba ya pasó. La cara amarga del día, nada más empezarlo, nos la encontramos cuando bajamos en el ascensor y nos cruzamos con una pareja formada por una chica guapísima cubana que nos sonríe educadamente, mientras que el viejo que le acompaña nos mira con cara de pocos amigos. ¡Qué asco, más grande!. Nuestro avión sale por la tarde y damos nuestros últimos pasos por la Habana. La cara simpática del mismo disco la pone nuestro querido Robelto. Nada más salir del hotel no espera en la puerta. Quiere despedirse de nosotros porque se acuerda de que partimos ese día. Nos pregunta si queremos volver a usar su servicio de bici-taxi pero le decimos que no, que preferimos pasear a pie las pocas horas que nos quedan.
Hay mucha gente por la calle, es sábado y en los alrededores del edificio Bacardí no para de pasar gente. Nos dejamos llevar, no tenemos rumbo fijo. Es nuestro día “vagabundo” sin prisas, sin objetivos marcados, sin seguir una lista de lugares de interés. Volvemos a pasar por los mismos lugares pero no importa, se disfrutan de otra manera cuando no están en la lista, cuando te los encuentras sin buscarlos.

Nos despedimos del malecón, de la bodeguita del medio, de la calle Obispo y de la plaza de las armas, dónde hay una feria de libros antiguos. Allí nos rodean 3 músicos y nos cantan canciones, mientras paseamos por los jardines de esta plaza tan hermosa. Paramos a comer en el Paseo del Prado y el camarero charla con nosotros, nos cuenta cómo es la vida en Cuba. Es arquitecto y ha trabajado en varias obras de restauración de la Habana vieja, pero lamentablemente tiene que combinar su trabajo con el de camarero y el de guardacoches para poder comer y vivir dignamente. Habla resignado pero al mismo tiempo esperanzado. Se siente orgulloso de ser cubano, aunque no comparta los ideales de la Revolución. ¿Demasiado joven quizás o una revolución obsoleta?

El bus que nos lleva al aeropuerto nos recoge puntualmente. El grupo de chicos jóvenes gallegos que habían venido a “ligar” a Cuba, se sientan en las últimas filas. Uno de ellos llora desconsolado. “Es que me he enamorado tío”- Su amigo le consuela diciendo: “tranquilo tío, no merece la pena, para ella eres uno más, es su trabajo”. No se queda muy convencido, los lagrimones le siguen cayendo por la cara. Ya en el aeropuerto Internacional de Jose Martí, guardamos “religiosamente” la cola de facturación, cuando repente se acerca un hombre y nos susurra al pasar que a cambio de unos pesos nos puede evitar la cola. Pasamos de largo, preferimos bailar chan chan al ritmo de Compay en la cola y pegar el último trago de ron Santiago (el RON con mayúsculas) en la barra del bar. “Hasta siempre Comandante”, sigue cantando Compay y su grupo, cuando subimos las escaleras del avión. Más se perdió en Cuba…. Y tanto que sí.

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