Del 18 al 21 de marzo de 2017
A Paula y Jesús Mari, nuestros anfitriones
“Allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir, donde regresa siempre el fugitivo, pongamos que hablo de Madrid…! Fugitivos no, pero con fuerza y ganas de patear Madrid de verdad, y no quedarnos en los mismos sitios de siempre. Así llegamos a los Madriles, al castizo y multicultural barrio de Lavapiés, donde nuestra querida anfitriona Paula nos esperaba en su recién estrenado rincón abuhardillado de la calle Amparo. Mapa punteado y estudiado a conciencia, no íbamos a repetir por enésima vez el mismo recorrido de siempre. Madrid es mucho Madrid y hay que tomarse su tiempo…
Sábado 18 tarde: nuevos ministerios – Chamberí – Barrio de Salamanca
Aparcar el coche en el centro de Madrid es una odisea, además de caro. Por eso la alternativa de dejar el coche en un parking “low cost”, por 8 euros / día, nos sedujo desde el primer momento. http://www.lowcostparkingmadrid.es/. Otra cosa es aparcar el coche cuando llegas, los espacios entre columnas son un tanto peliagudos pero el personal es muy servicial y en un minuto te aparcan el coche por arte de magia. Elegimos el parking de la Calle Esperanza, una calle estrecha de Lavapiés, a escasos metros de dónde íbamos a estar alojados.
Calor y olor a curry. Así nos recibió Madrid en el barrio más “multicultural”. Dejamos las maletas y sin contemplaciones nos “tiramos” a la calle, dispuestos a quemar las suelas. Bajamos por la calle Lavapiés, llena de terrazas de restaurantes Indios, hacia la calle Argumosa, también a tope de bares y terrazas con un toque alternativo. La primera caña, de esas cañas frías y bien tiradas que sólo se toman en Madrid, la probamos en el bar Achuri, un bar que bien podría estar ubicado en cualquier calle del centro de Donosti o de Pamplona, con ese rollito “euskaldun”, en el que si pides un “Kalimotxo” no te miran raro. Muy cerca de este bar, también nos recomendó Paula otro que se llama “la playa de Lavapiés”, un auténtico chiringuito de playa en mitad del asfalto: techo de cañizo, sillas de playa y “vistas al mar” con murales y fotografías que decoran sus paredes. En este barrio, denostado durante muchos años, se palpa un ambiente muy particular y muy interesante. No hay grandes monumentos, pero para tomar unas copas o cenar en sitios originales, Lavapiés es el sitio, sin duda.
Bajamos por la calle Argumosa hasta Atocha, dónde despedimos a Paula. Desde allí caminando bajo la sombra de los árboles que orillan el Paseo del Prado, pasamos por delante del Centro Cultural de Caixa Forum, el Museo del Prado y el Museo Thyssen. A este paseo también se le conoce como el Paseo del Arte. El calor, a pesar de las sombras, apretaba. Cerca de la famosa y castiza Plaza de Cibeles, cogimos el bus nº 14 y en línea recta, con aire acondicionado, fuimos cruzando el Paseo de Recoletos, la Plaza de Colón y el Paseo de la Castellana kilométrico, hasta la última parada. Cuando nos apeamos del bus, le preguntamos al chófer a ver dónde quedaba la parada de Nuevos ministerios y sonriendo nos dijo que la habíamos pasado bastante antes. Total, que sin comerlo ni beberlo, nos vimos alejados de las multitudes, casi en frente de las famosas 4 torres que conforman el CTBA, o lo que es lo mismo, el Cuatro Torres Business Area. “La city” madrileña simbolizada por 4 rascacielos, a la espera de un quinto, previsto para el 2019, en un paisaje un tanto desolador. A primera vista, parece como si una nave espacial hubiera soltado las 4 torres desde el espacio y hubiesen caído de pie en un secarral. Una imagen bastante elocuente de la gran sacudida económica que supuso la crisis del 2008 que vino para quedarse. Los cuatro edificios son la Torre Cepsa (llamada anteriormente Torre Bankia y Torre Repsol), la Torre PwC, la Torre de Cristal y la Torre Espacio. La Torre de Cristal es la más alta de Madrid y de España con 249 metros altura.
En esta zona norte de Madrid no nos quedamos mucho tiempo, cogimos el metro en la estación de trenes de Chamartín y nos bajamos en la Plaza de Gregorio Marañón, en el barrio de Chamberí, un barrio desconocido para nosotros. Siempre había oído que es el barrio más castizo y con solera de Madrid. Los edificios denotan un abolengo aristocrático quizás más auténtico que el cotizado y vecino barrio de Salamanca. Digamos que en Chamberí están los ricos de toda la vida y en el barrio de Salamanca la “beautiful people” con más ganas de hacerse ver. No sé, igual me equivoco totalmente, pero, es la sensación personal que me dio al pasear por las calles de Chamberí.
El primer sitio que visitamos y, del que nos llevamos un recuerdo imborrable, es la Casa-museo del pintor Sorolla, el pintor de la luz. En el Paseo General Martínez Campos nº 37, entre bloques de pisos, se encuentra la que fuera casa del escritor, una casa del siglo XIX, rodeada de palmeras, naranjos y fuentes. Cuando llegamos eran las 3 de la tarde y el vigilante jurado nos recomendó entrar de inmediato porque enseguida se formaría una cola infinita de gente. Y así fue, cuando salimos la cola rodeaba la manzana. Los sábados por la tarde, a partir de las 2 el acceso es gratuito y la gente aprovecha para visitar este museo entrañable. No sólo se exponen muchas de sus obras de pintura, también se exhiben muebles, fotografías, esculturas, textiles, cerámicas, dibujos e incluso el material que utilizaba para pintar, como sus pinceles y sus pinturas. Se trata de una de las casas de artista mejor conservadas de Europa. Las obras de pintura que normalmente se exponen pueden variar de colocación en la salas, ya que el Museo Sorolla organiza sus propias exposiciones temporales y también presta para exposiciones organizadas por otras instituciones. Una joya a no perderse.
http://www.mecd.gob.es/msorolla/colecciones/colecciones-del-museo.html
Cuando salimos, seguimos por la famosa calle Zurbano de Chamberí. Dicen de esta calle, llena de hermosas fachadas, que es, según el New York Times, una de las mejores calles de Europa. No vimos mucha gente paseando, pero sí nos llamó la atención la cantidad de boutiques y restaurantes que se encuentran en esta famosa calle. Sin querer, pasamos por la puerta de la famosa Iglesia de San Fermín de los Navarros. No destaca por su belleza, a pesar de que es de estilo neo mudéjar del siglo XIX. Pero sí que es la iglesia “pija” que sale cada dos por tres en las revistas de papel couché, casi tanto como la otra elegida por las clases pudientes, la de los Jerónimos. Para más Inri, en este templo se celebran misas en honor a Franco, con la presencia de su hija y en la misa que se celebró conmemorando el 40 aniversario de su muerte, en el año 2015, el cura empezó su sermón pidiendo a Dios que los fieles de la parroquia fuesen dignos sucesores del legado y sacrificio que hicieron tanto Francisco Franco como Primo de Rivera. Sin comentarios…
No entramos en el Museo del Metro, llamado “Andén –Estación Chamberí”, una antigua estación de metro, cerrada en el año 1969 y que ahora se ha reconvertido en un centro de interpretación del metro de Madrid. Me hubiese gustado ver, sobre todo, los anuncios de aquellos tiempos iniciales de la publicidad, pero, no había tiempo.
Desde Chamberí pasamos al barrio de Salamanca, cruzando la castellana a la altura de la calle Juan Bravo . Este barrio ya lo conocíamos un poco más, pero queríamos ver algunos edificios concretos de la Milla de Oro, ubicados entre la Plaza del Marqués de Salamanca (artífice del ensanche de la ciudad que tomó su nombre y por el que murió endeudado y en soledad) y la Calle Juan Bravo, y entre las calles de Príncipe de Vergara y la calle Núñez de Balboa. http://josesanpepe.blogspot.com.es/2014/03/el-marques-de-salamanca.html
El arquitecto Joaquín Saldaña firmó el diseño de muchos palacetes, mientras el Marqués de Salamanca que también financió el primer tranvía de Madrid, corría con los gastos de la urbanización de este nuevo ensanche de la ciudad. En la Calle José Ortega y Gasset nº 32 vimos el Palacio de Saldaña, entre los números 19 y 21 de la misma calle, las viviendas para el Marqués de Valderas, en la Calle Velázquez nº 65, el Palacio de Basilia Avial (actual sede de la ONCE), el Palacio del banquero Juan March, en la calle Castelló, muy cerca de dónde se ubica el Museo de su Fundación. Otro edificio que nos llamó la atención es el palacio que hoy es la sede del Instituto Elcano, en la calle Príncipe de Vergara, nº 51.
Embajadas, palacetes, colegios privados como el del Pilar, dónde estudiaron muchos líderes políticos, tiendas exclusivas, el Barrio de Salamanca es el “Upper East Side” madrileño, a 5.500 euros el metro cuadrado de media, ¿Alguien da más?.
Por la calle de Serrano bajamos hasta la castiza Puerta de Alcalá, dónde paramos a tomarnos una caña y a descansar los pies que en esos momentos ya soltaban chispas. Momento terraza de todos los viajes, cuando el simple placer de observar al prójimo te relaja y te hace olvidar los kilómetros que llevas recorridos sin darte cuenta, hasta que el cuerpo te pide un descanso.
Cuando volvimos a reanudar el paseo ya era casi de noche, las últimas luces del atardecer nos acompañaron para disfrutar de otro enclave de Madrid que no me canso nunca de fotografiar: el edificio de Correos (actual sede del Ayuntamiento), en la plaza aún más castiza de Cibeles. El colosal edificio, antiguo Palacio de Comunicaciones fue diseñado y construido por Antonio Palacios y Joaquín Otamendi como sede de la Sociedad de Correos y Telégrafos de España. Se inauguró en el año 1909 y es para mi gusto, el edificio más bello de Madrid. Carmena… ¡qué suerte tienes!
https://www.esmadrid.com/informacion-turistica/palacio-de-cibeles
Llegados a ese punto teníamos dos opciones para ir hacia Lavapiés, dónde íbamos a cenar en uno de los restaurantes recomendados por Paula, o bien subiendo por la calle Alcalá, hasta llegar a Gran Vía o bien pasando otra vez por el Paseo del Prado, para cruzar el Barrio de las Letras. Optamos por perdernos por el barrio de Cervantes y Quevedo. Uno de los barrios con más encanto de Madrid, lleno a rebosar de bares, tiendas y mucho, sobre todo, mucho ambiente. Mi plaza preferida en Madrid es la Plaza de Santa Ana, siempre que voy a la “capi” tengo que, casi por obligación, tomarme unas cañas y unas tapas en esta plaza. Lo mismo que comerse el bocata de calamares en el “Brillante” frente a la estación de Atocha, las cañitas de la Cervecería Alemana no las perdono jamás de los jamases. Un “must”: http://www.cerveceriaalemana.com/main/
Alrededor de Santa Ana, en las calles aledañas como la de Huertas, nos encontramos con citas literarias en el pavimento, con la Casa-museo del dramaturgo Lope de Vega, en la calle de Cervantes, curiosamente, y en la Iglesia de San Ildefonso una placa que indica que en algún lugar del templo, descansan los restos del escritor del Quijote. También Quevedo está presente en este barrio, se conoce como “Casa Quevedo” a la que se encuentra en el número 28 de la Calle de la Madera. De hecho, llegó a tener dos casas, y tuvo como inquilino a Luís de Góngora. Uno de los atractivos del Barrio de las Letras, que no tuvimos ocasión de ver, es el Mercado de las Ranas: El primer sábado de cada mes, los comerciantes de la zona sacan sus productos a la calle, adornan sus escaparates y ofrecen promociones especiales, mientras se celebran conciertos y obras de teatro callejero animan el ambiente.
http://www.barrioletras.com/lang/es/195-el-mercado-de-las-ranas
Y así, poco a poco, caminando, llegamos hasta la calle trece en Lavapiés, dónde nos esperaba el restaurante gaditano “la Caleta”, como no podía llamarse de otra manera. Es un sitio pequeño, pero llegamos a tiempo de cenar sin tener que esperar. Sirven el pescaíto en cucuruchos y disfrutamos mucho de mi plato preferido, el “cazón” adobado, también conocido como “bienmesabe”. La pega es que el sitio no tiene espacio, y la camarera no estuvo a la altura. Cuando llegamos no había nadie y nos puso en una mesita en un rincón con poca luz. Le dijimos de cambiar y nos puso en otra mesa, incluso peor, al lado de la puerta de la cocina. Un notable en la comida pero un suspenso en atención al cliente. ¡Lástima!. Tienen tres locales en Madrid, espero que no tengan el mismo tipo de personal. http://www.lacaletagaditana.es/
Antes de retirarnos, probamos a tomar el café en una terraza cercana a nuestro nido de Lavapiés. En la lista de recomendaciones figuraba la terraza de las antiguas escuelas Pías, sede de la UNED en la calle Tribulete número 14. No tuvimos suerte, estaba cerrada. (Parece ser que les obligaron a cerrar por haber trabajado durante 10 años sin licencia). http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/06/21/madrid/1466530358_387843.html
En la misma calle, entramos en el mercado de San Fernando que estaba aún abierto y con mucha gente dentro tomando copas y cenando en los mismos puestos que durante el día venden sus productos ecológicos, artesanos y locales. Han recuperado el mercado de abastos de Lavapiés que estaba casi muerto. Una idea muy interesante:
http://madriddiferente.com/tiendas/lavapies-recupera-el-mercado-de-san-fernando/
Domingo 19: La Latina (Rastro) – Austrias – Malasaña – Chueca – Retiro
Aprovechar el día desde temprano, es lo que tiene el no retirarse muy tarde la noche previa. A las 8: 30 de la mañana ya estábamos desayunando como mandan los cánones: café con churros recién hechos, en un bar de barrio a tope de parroquianos. Teníamos que coger fuerzas para la primera parada del día: el mercado de Tirso de Molina, o lo que es lo mismo, el Rastro del Barrio de la Latina. Este mercadillo tiene más de 400 años de historia y “rastreando” podemos encontrar desde antigüedades interesantes hasta una chica encantadora, sentada delante de una máquina de escribir con un cartel que anunciaba: “dame el tema y te hago un poema”.
Y ¿de dónde viene el nombre? Pues resulta que curiosamente el nombre viene del rastro de sangre que dejaban las reses cuando las trasladaban desde el matadero que había en la zona hasta las curtidurías que también abundaban por allí. Un poco escatológico, la verdad. Estuvimos un buen rato paseando y bajando la pendiente que se inicia en la Plaza de Cascorro y baja en pendiente por la calle Ribera de Curtidores. El mercadillo se extiende por algunas calles aledañas como la Calle Fray Ceferino González, conocida como la calle de los pájaros, antiguamente se dedicaba a la venta ambulante de animales; la Calle de San Cayetano, también conocida como la calle de los pintores, las calles del Carnero y de Carlos Arniches, dónde se pueden comprar libros antiguos y la Calle de Rodas, la Plaza del General Vara del Rey y la Plaza de Campillo del Mundo Nuevo, con puestos especializados en la compra-venta de revistas, cromos y juegos de cartas. Hay tanto para ver que es fácil pasar un día entero en el Rastro de Madrid, combinando las compras con el tapeo rico y abundante de los bares que se prodigan en la zona.
Optamos por seguir ruta, nos quedaban muchos sitios por ver. Volvimos a subir la pendiente por una calle paralela, la calle de Toledo hacia la Plaza Mayor. Esta Plaza es el centro neurálgico de Madrid y a pesar de haberla cruzado varias veces, queríamos volver a disfrutarla con más detalle. Dejamos el Barrio de La latina (que debe su nombre a la escritora y humanista Beatriz Galindo, popularmente conocida como La latina, preceptora de Isabel la Católica y de sus hijos), para entrar en el Barrio de los Austrias, barrio histórico de la Villa de Madrid con varios puntos de interés turístico.
La Plaza Mayor, plaza porticada que empezó a construirse sobre el solar de la Plaza del Arrabal, dónde se ubicaba el mercado más popular de la villa a finales del S. XV, fue desde sus inicios un punto neurálgico en el reinado de Felipe II. Hay dos fachadas que destacan sobre las demás, la fachada de la Casa de Panadería, dónde hoy se encuentra la oficina de Turismo, con sus pinturas murales de figuras mitológicas como la Diosa Cibeles y justo en frente, la fachada de la Casa de la Carnicería, con un estilo muy similar al de Panadería. Este edificio albergó en sus inicios el depósito de carnes, desde el cuál se abastecía a los mercados madrileños. Ha sido también sede de dependencias municipales y actualmente, va a ser renovado para la construcción de un hotel.
Otro punto de interés de la Plaza Mayor es la escultura ecuestre de Felipe III, en el centro de la plaza. La figura del rey durante muchos siglos custodió el acceso a la Casa de Campo, pero fue la Reina Isabel II quien prestó la estatua a la Villa en el año 1848 y se decidió trasladarla al centro de la Plaza Mayor. Siempre hay gente paseando, sacando fotos o tomando algo en las terrazas. Pausadamente fuimos recorriendo los soportales, mezclándonos con los aficionados a las colecciones de sellos y monedas que también aprovechaban la mañana dominical para buscar “sus tesoros” en los 600 puestos que componen el mercadillo numismático.
Salimos de la plaza por el famoso Arco de cuchilleros. De los nueve arcos de acceso a la Plaza, es el más conocido por su monumentalidad. El nombre de cuchilleros viene porque allí se encontraban los talleres de cuchilleros que proveían de instrumental a los carniceros de la Casa de la Carnicería. Poco a poco, nos fuimos adentrando por las calles del viejo Madrid, hasta que llegamos a la Plaza de la Villa, una plaza mucho más pequeña pero también flanqueada por varios edificios de interés: el edificio más antiguo es la Casa y Torre de Lujanes del S. XV, (hoy sede de de la Academia de Ciencias Políticas y Morales) en estilo gótico-mudéjar, situado en la parte más oriental de la plaza; le siguen en antigüedad la Casa de Cisneros (siglo XVI), un palacio plateresco que cierra la parte meridional del recinto, y la Casa de la Villa (siglo XVII), de estilo barroco, una de las sedes en su día del Ayuntamiento de Madrid, ubicada en la zona occidental de la plaza.
Por la calle del Cordón, nos dejamos llevar por el olor intenso a galletas de vainilla que procedía de una tienda muy bien decorada, en la que venden dulces elaborados en diferentes monasterios y conventos del país. http://www.eljardindelconvento.net/.
La tienda es preciosa y el aroma embriaga que alimenta. Esta calle que en su día se llamaba de los Azotados, porque por allí pasaban los presos de la Cárcel de la Villa que iban a ser azotados, nos condujo hasta la calle del Sacramento y a una bonita plaza con el mismo nombre, Plaza del Cordón. Apenas vimos turistas por allí, rincones tranquilos, calles misteriosas con el mismo estilo arquitectónico austero, propio de una dinastía, los Ausburgo, mucho menos barrocos que los Borbones. Por eso nos llamó la atención una iglesia más abigarrada, en medio de tanta sobriedad castellana.
La Basílica Pontificia de San Miguel llama la atención por la forma convexa de su fachada, poco habitual y única en el Barroco madrileño. Entramos y nos sentamos a escuchar misa con coral en directo. A un lado reconocí una estatua “familiar”, la de Monseñor Escribá de Balaguer, o lo que es lo mismo, el fundador de la Universidad de Navarra y del Opus Dei. Por lo visto la Iglesia, por su nunciatura apostólica representa diplomáticamente al vaticano y esta función le ha sido confiada al Opus dei.
Descansados y con la música coral aún en nuestros oídos, seguimos paseando hacia la zona del Palacio real. Dejamos el barrio de los Austrias para adentrarnos en una zona menos austera y más rimbombante. Por la Calle Mayor, en su cruce con la calle Bailén, llegamos a la entrada de la Catedral de la Almudena, colindante al Palacio Real. Antes, nos tomamos un merecido vermut en un clásico madrileño, “El Anciano rey de los vinos”, un bar-restaurante abierto desde 1910, con buenas vistas. https://www.restaurantes.com/restaurante-el-anciano-rey-de-los-vinos
La Catedral de la Almudena es monumental con sus 102 metros de longitud y sus 73 metros de altura. No es una catedral que deje huella por su belleza, ni por su estilo arquitectónico pero sí que combina bien con la estética del Palacio Real que se encuentra a su lado. http://www.arteguias.com/catedral/almudena.htm
Fuimos directamente a ver la Plaza de la Armería del Palacio, desde la explanada que se encuentra entre la Catedral y el lateral sur del Palacio. En esta plaza tiene lugar el cambio de guardia de la Guardia Real el primer miércoles de cada mes, a las 12 en punto. No tuvimos la suerte de verlo, no era el día. Pero sí era un día de cielo raso, con un sol resplandeciente que nos seguía acompañando en nuestro paseo por los Madriles. Para ver mejor las dimensiones del Palacio Real cruzamos hacia la Plaza de Oriente, una plaza casi Versallesca, con jardines y estatuas, flanqueada por varios edificios de interés, como el Teatro Real y el Real Monasterio de la Encarnación.
https://es.wikipedia.org/wiki/Teatro_Real_(Madrid) – https://es.wikipedia.org/wiki/Real_Monasterio_de_la_Encarnaci%C3%B3n_(Madrid)
Todo el conjunto “Bornónico” contrasta y mucho con la austeridad de los Austrias. Al día siguiente, en el Monasterio del Escorial, también nos íbamos a encontrar con los contrastes de las dos dinastías más longevas que han reinado en España. Pero, tiempo al tiempo, aún teníamos por delante varias horas hasta el día siguiente.
Desde la Plaza de Oriente seguimos por la calle Bailén, hasta alcanzar la famosa y enorme Plaza de España, presidida por un monumento en honor a Cervantes en el centro y respaldada por el magnífico Edificio España de ladrillos rojos que sale en prensa frecuentemente. Se construyó en 1953 y hasta la fecha ha albergado viviendas, oficinas y un centro comercial. Actualmente está cerrado y lo iba a restaurar un empresario chino para hacer un hotel de lujo pero quería tirar la fachada y el Ayuntamiento, creo que acertadamente, se negó. Ahora parece que lo quiere comprar un empresario murciano, ya veremos en qué queda todo. Pero espero que no toquen la fachada exterior porque es un edificio emblemático. Otro edificio que llama la atención en esta enorme plaza de 36.000 m2, una de las más grandes del país, es la Casa Gallardo, de estilo modernista, haciendo esquina con la calle Ferraz y por último, la Torre Madrid con sus 142 metros de altura, fue durante años el edificio de hormigón más alto del mundo.
Y así, poco a poco, llegamos a otro de mis rincones favoritos: el Templo de Debod. El sol caía a plomo pero teníamos que volver a disfrutar de este parque, de su templo y de las vistas panorámicas sobre el Palacio Real. Había mucha gente paseando y disfrutando de un día casi veraniego. Es un lugar que recuerdo con cariño. Me lo descubrió mi amiga María una de las veces que paseábamos recordando nuestros tiempos en Estados Unidos. La primera vez que vi el templo, con la luz del atardecer me pareció un lugar único, entrañable. Siempre que vuelvo a Madrid, intento regresar.
El Templo fue un regalo del Gobierno egipcio en compensación por la ayuda que España ofreció a la UNESCO para salvar los templos de Nubia, principalmente el templo de Abu Simbel, que estaba en peligro de extinción por las obras de la presa de Asuán. Verlo iluminado por la noche es aún más increíble. Otro “must”: https://www.disfrutamadrid.com/templo-debod
Cuando decidimos seguir hacia Malasaña, cruzando la calle Princesa del barrio de Argüelles, nos quedamos perplejos viendo a una pareja discutiendo en la calle con una bronca monumental. No es que ver una bronca marital sea algo del otro mundo, desgraciadamente, pero en una pareja tan peripuesta, tan “pijísima” lo de perder tanto la compostura resultaba chocante.
Llegamos a las puertas del Palacio de Liria, uno de los palacios de la Casa de Alba. Se dice que es el domicilio particular más grande de Madrid (200 estancias en 3500 m²) y que sus amplios jardines son los únicos de propiedad privada que figuran destacados en muchos planos de la ciudad. Fue reconocido ya en su época como la mejor mansión de la aristocracia madrileña, sólo superada por el Palacio Real. Paramos para fisgonear en la entrada principal y nos salió al encuentro un perro salchicha que a pesar de su tamaño nos sacó los dientes y no dejó de ladrarnos hasta que salió el dueño a tranquilizarlo. No, no era el Duque de Alba, era uno de los guardianes de la finca. Como paparazzis no tenemos precio….
Venir a Madrid y no ver a un famoso es difícil. La noche previa vimos a Francine Gálvez, sí, la presentadora de telediarios que se hizo famosa por el color de su piel. Una negra presentando las noticias fue una revolución en su día. En Malasaña vimos al actor Pepón Nieto y en la cola del concierto de música Sacra, al que finalmente desistimos de ir por la cantidad de gente que había, vimos pasar a una enjuta y arrugada Ángela Molina que nos dejó a todos un poco perplejos. Las arrugas al natural no se tapan con el photoshop. Aún escucho los chascarrillos de todas las féminas de la cola de espera. Pobrecita, le debieron pitar los oídos hasta el día siguiente…
Cuando por fin entramos en el Barrio de Malasaña era la hora del vermut y de ir pensando en dónde comer. Nos habían recomendado varios sitios, entre ellos, el Restaurante Angelita, en la calle Reina nº 4: http://madrid-angelita.es/ (con uno de los mejores sommeliers del país) y el restaurante Babel en Chueca con una decoración realizada con material de derribo, que merece la pena descubrir. Fue el elegido: https://www.facebook.com/babelrest/.
Antes de comer pateamos por el barrio bohemio y “artista” del Madriz de los 80, de las salas de arte, de las tiendas “vintage”, de los bares y garitos más “modelnos”. La parada obligatoria en Malasaña es la Plaza dos de Mayo. Si el barrio de las Letras tiene la plaza de Santa Ana, mi preferida, Malasaña tiene su plaza del 2 de mayo. Las terrazas estaban a rebosar, a duras penas encontramos un hueco en la barra de un bar para echar unas cañitas. Barrio visionario, todo lo nuevo primero aparece aquí, en este barrio cuna de la movida madrileña, dónde siguen funcionando bares tan emblemáticos de aquellos años 80, como son el Penta o el Vía Láctea. Para patear el barrio, las paradas de metro más indicadas son Bilbao o Tribunal.
Entre la plaza de dos de Mayo y Chueca, cruzamos varias calles llenas de galerías de arte y tiendas de decoración en las que mi Visa hubiera echado humo, menos mal que era domingo. Del barrio hispter al barrio gay. Los dos barrios son los barrios a los que hay que ir de marcha, de compras y de restaurantes. Son los barrios más alternativos y más ambientados, muy lejanos al silencio que se respira en el barrio de los Austrias. El nombre de Chueca procede del autor de Zarzuelas Federico Chueca.
Perderse por Chueca significa tomar algo en una de las terrazas de la plaza de Vázquez de Mella (hoy conocida como plaza Pedro Zerolo, en honor al concejal socialista que murió recientemente), en la Plaza Santa Bárbara con una de las mejores cervecerías madrileñas, en la Plaza del Rey, donde se encuentra la famosa Casa de las siete chimeneas (actual sede del Ministerio de Cultura) con fantasma en su interior incluido, o dejarse caer por la Plaza Chueca, centro neurálgico del barrio. También significa ir de compras por la calle Fuencarral y los mercados de San Antón, Barceló o San Ildefonso. Sea cual sea la opción elegida, Chueca, al igual que Malasaña dan para mucho.
Llegamos justo a las dos de la tarde al restaurante Babel. Menos mal que llamamos para reservar porque estaba a tope, con gente esperando en la puerta. La decoración del local es muy interesante, con muebles restaurados con materiales de derribo. La comida es una mezcla de platos internacionales y comimos muy bien, la verdad. Las empanadillas argentinas estaba suculentas, la ensalada césar y la carne con salsa chimichurri también exquisitas. Recomendable.
Al salir, con el hambre saciada, nos retiramos a echar una merecida siesta. Desde las 8 de la mañana no habíamos parado y nuestros pies nos rogaban un descanso. Desde Chueca hasta Lavapiés cruzando por Gran vía. Pasamos por un restaurante con grandes ventanales y cocina a la vista que nos llamó la atención. Estaba a tope de gente. “Yakitoro” así se llama el restaurante del temido Chicote, la estrella televisiva que inspecciona bares y restaurantes y les saca los colores al gremio hostelero. Por las críticas que ahora leo, parece que es todo un éxito, y que el hombre predica con el ejemplo. Apuntado para la próxima vez. http://www.yakitoro.com/
Tengo que reconocerlo. Suele negarme a parar el ritmo cuando viajo, pero es verdad que un descanso a tiempo tiene un efecto positivo. La siesta nos sirvió para retomar con más fuerzas nuestra ruta a media tarde, cuando el sol ya no pegaba tan fuerte. Bajamos hasta la estación de Atocha y desde allí entramos a otra de las visitas obligadas: el parque del Retiro. Subimos la cuesta de Moyano, dónde están las casetas de los libreros junto a las verjas del Jardín botánico. La calle Moyano comunica el Paseo del Prado con el parque del Retiro y actualmente es peatonal. Al final de la cuesta hay una estatua dedicada al escritor vasco Pío Baroja.
Este parque, uno de los pulmones verdes de la capital, es sencillamente, un lugar al que no me canso nunca de volver. Grande, verde, cuidado y salvaje a la vez. Me gustan los jardines en general, pero más me gustan los parques en los que aunque haya mucha gente, siempre encuentras rincones vacíos para desconectar. En este Parque del Buen Retiro, símbolo de la ciudad no sólo hay árboles y un gran estanque para pasear en barcas, también hay varios edificios interesantes como el Palacio de Velázquez y el Palacio de cristal, ambos utilizados como salas de exposiciones. Éste último es mi lugar preferido dentro del parque, es un pabellón de cristal que se utilizó para dar cabida a las plantas exóticas que se mostraron en la Exposición de Filipinas de 1887 y es uno de los principales ejemplos de la arquitectura de hierro en España.
Jardines y estatuas decoran el Parque. Entre ellas, las que representan a Alfonso XII, y a Fernando VII, la famosa figura del Ángel caído, única escultura en el mundo que representa al diablo y la Fuente de los Galápagos en honor al nacimiento de Isabel II.
Llegamos justo a tiempo para ver el Palacio de Cristal con los últimos rayos de sol de día, mientras el cielo iba adquiriendo esos tonos rosas y lilas del atardecer. Había demasiada gente, incluso un “pavo” que se hizo mil selfies desde todos los ángulos habidos y por haber. Seguimos hacia el estanque y allí, en la orilla, mientras la gente se iba marchando, estuvimos un buen rato hasta la hora del cierre del Parque, hasta casi las diez de la noche. Nos tocaba a nosotros hacernos los autorretratos de la risa.
Y así acabamos el día, con unas tapas y unas cañitas en la cervecería alemana de la Plaza Santa Ana, ¡cómo no! Al volver a Lavapiés, probamos a echar la espuela en otro bar recomendado por Paula, “La Fisna”, una vinoteca antigua, con muchos vinos franceses en la misma calle Amparo 91, pero no tuvimos suerte, estaba cerrado. Los hados quisieron que no bebiésemos más esa noche. El día siguiente también se avecinaba completito.
Lunes 20: El Escorial – Valle de los caídos – Gran vía y Sol
Desde Madrid habíamos hecho varias excursiones a Chinchón, Aranjuez, Segovia y Toledo. En Chinchón flipamos con su plaza mayor: http://www.turismo-chinchon.info/.
El Palacio de Aranjuez también nos gustó, especialmente los jardines. http://www.patrimonionacional.es/real-sitio/palacios/6251.
Y por supuesto, Segovia y Toledo ya cuentan con sus respectivos diarios viajeros: https://mimondolirondo.wordpress.com/2014/04/22/ruta-de-isabel-la-catolica/ https://mimondolirondo.wordpress.com/2006/03/26/toledo-la-huella-de-la-historia/
Dos lugares que tenía apuntados en mi lista de “pendientes” eran, porque ahora ya no lo son, el Monasterio de El Escorial y el Valle de los Caídos. Resulta un poco “frikie”, por no decir morboso, querer ir a uno de los lugares más tenebrosos del país pero soy de las que creo que hay que verlo todo para poder hablar de ello. Que no te lo cuenten… ¡vívelo!.
Salir por la Castellana un lunes festivo en Madrid a las 10 de la mañana y no encontrarte apenas tráfico es sencillamente un sueño hecho realidad. Una auténtica gozada. En menos de una hora llegamos al pueblo de El Escorial, saliendo de Madrid por la carretera en dirección a Coruña. Aparcamos muy cerca de la entrada principal y llegamos a tiempo de la visita guiada que empezaba a las 11. La visita con guía merece la pena porque en el Monasterio, más que los objetos físicos que se ven, que no son muchos, lo que merece la pena es que te cuenten la historia de los que lo han habitado durante siglos. (Entrada 10 euros + visita guiada 4 euros).
El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial es un complejo que incluye un palacio real, una basílica, un panteón, una biblioteca y un monasterio. Fue mandado a construir por el rey Felipe II con dos fines: conmemorar su victoria en la batalla de San Quintín contra los franceses, (el 10 de agosto, día de San Lorenzo, de ahí el nombre del Monasterio en honor al Santo que murió quemado en una parrilla) y como mausoleo para los Austrias. Felipe II quería enterrar a sus padres, el rey Carlos V e Isabel de Portugal, en un lugar más amplio y honorable. Eligió este lugar en la Sierra de Guadarrama, cercano a las canteras de granito de dónde se extrajo el material con el que se construyó este conjunto arquitectónico de 33.000 m2.
La visita comienza con la Biblioteca, también conocida como la Escurialense o la Laurentina. Felipe II era un gran coleccionista y bibliófilo. Tuvo que enfrentarse a los partidarios de que la Biblioteca Real se ubicase en Salamanca, no en un lugar tan apartado de la civilización. Pero Felipe II, gran humanista Renacentista no cejó en su empeño y consiguió reunir en su palacio, construido en menos de 21 años, unos 14.000 libros que están colocados de una forma especial, con los cantos de las hojas hacia fuera, para que de este modo, respire mejor el papel y se conserven mejor.
En la Biblioteca, resaltan las pinturas murales en techos y paredes altas del pintor Pellegrino Tibaldi, un autor muy próximo a Miguel Ángel. De hecho, los frescos recuerdan mucho a la Capilla Sixtina. El manuscrito más antiguo que se conserva en la Biblioteca es del siglo VI y es de San Agustín. Guardan otros tesoros como el Códice Áureo del siglo XI, dos ejemplares de las Cantigas del s. XIII o cuatro de las cinco obras de Santa Teresa de Jesús. Desde la Biblioteca pasamos directamente a la Basílica que esconde varios secretos y tesoros. La antesala a la Basílica es el conocido como Patio de los Reyes, enorme espacio en el que la plebe oía los oficios religiosos, no tenían derecho a entrar en el templo. En su interior, además de la capilla mayor, se abren dos grandes capillas al fondo de las naves laterales y un gran número de capillas menores y hornacinas en las que se disponen otros tantos altares. Felipe II además de coleccionar libros, atesoró más de 7000 reliquias de Santos y Santas. Su colección era la mayor del mundo. Estos relicarios adoptan las más variadas formas: cabezas, brazos, estuches piramidales, arquetas etc. Las reliquias fueron distribuidas por todo el Monasterio concentrándose las más importantes en la Basílica.
En el Altar Mayor destaca un retablo de 30 metros de altura que fue diseñado por el mismo Juan de Herrera, https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_de_Herrera con mármol policromado, pinturas y esculturas de bronce. A ambos lados hay accesos a las dependencias del Palacio. Desde sus aposentos los reyes podían seguir la misa sin tener que mezclarse con nadie. Actualmente el Monasterio lo habitan monjes Agustinos, antes fueron de la orden de los Jerónimos. Vimos a un par de monjes paseando por el Claustro con sus arcos cerrados con grandes ventanales de madera. La guía nos contó que tienen que cerrar el patio durante todo el invierno porque el frío es helador.
La parrilla en la que murió San Lorenzo es el símbolo del Escorial. De hecho, el Monasterio visto desde el aire tiene forma de parrilla y el Palacio de los Austrias (el de los Borbones está a parte) ocupa el mango de la parrilla. Actualmente, sólo se pueden visitar los Cuartos Reales y la Sala de Batallas. En las Salas Capitulares, dónde se reunían los monjes para tratar los temas habituales de la orden, se exhiben las colecciones de cuadros que llegó a atesorar el Rey Felipe II. Obras de Tintoretto, Zurbarán, el Greco (su relación con el pintor fue polémica), El Bosco (Felipe II compró entre otras, la obra más famosa del autor holandés “el jardín de las delicias”).
La Sala de Batallas, que también se visita, es una gran sala alargada de 55 metros de largo, cubierta con bóveda de cañón. En las paredes se ven escenas de batallas, todas ganadas por los españoles: Batalla de San Quintín, de Higueruelas, la batalla de Pavía. la batalla naval de Lepanto y la Expedición a las Islas Terciarias o de las Azores. Desde allí, pasamos a las dependencias de los Austrias, dónde la sencillez y la austeridad priman. Entre las estancias destacan las conocidas como la habitación de la infanta Isabel Clara Eugenia, el Salón de Trono y el dormitorio y despacho de Felipe II. En la alcoba del rey de un imperio en el que nunca se ponía el sol, vimos la cama dónde murió, con acceso directo a la Basílica. Las puertas de madera tallada, regalo del rey Maximiliano, ubicadas en las habitaciones de recepción de embajadores y paso de autoridades, son una obra de arte, verdaderamente impresionantes. Nada que ver con el Palacio de los Borbones, que también se puede visitar. La austeridad del Escorial no les gustaba a los reyes con gustos afrancesados. Preferían los Palacios de Aranjuez, el Pardo o la Granja de San Ildefonso en Segovia. Al Escorial vinieron Carlos III y Carlos IV para cazar. El toque “Borbón” lo dieron adornando las habitaciones con muebles, relojes, lámparas de arañas y sobre todo con tapices, cerca de trescientos, realizados por la Real Fábrica de Santa Bárbara y otros traídos de Flandes, Francia e Italia.
La visita de dos horas la acabamos en el Panteón de Reyes o Cripta real, bajo el Altar Mayor. Primero pasamos por el Panteón de Infantes, dónde están enterrados los príncipes, infantes, y reinas que no han sido madres de reyes. Con paredes y pavimentos de mármol blanco, destaca el sepulcro del Infante Don Juan de Austria (hermanastro del rey Felipe II): https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_de_Austria.
Seguidamente, bajamos unos escalones y accedimos a la cripta real. Antes de llegar, la guía nos explicó lo que eran unas salas que se encuentran en los laterales, antes de bajar hasta la cripta. Se trata de los “pudrideros”. En el sentido estricto de la palabra, es dónde se dejan pudrir los cuerpos de los reyes y de los infantes para que pasados hasta 30 o 40 años se puedan enterrar sus huesos en las tumbas sin que tengan restos orgánicos. Ahora mismo, en el pudridero real están los cuerpos de los padres del rey Juan Carlos.
La cripta es una habitación de traza poligonal de ocho lados, en uno de cuyos lados figura un pequeño altar y en el de enfrente la entrada, quedan por tanto seis lados libres donde se albergan los sarcófagos distribuidos en diversas alturas con los restos de los reyes y reinas de España. En total cuatro sarcófagos por lado que multiplicados por seis lados, dan un resultado de 24 sarcófagos de mármol de reyes y reinas. En el lado izquierdo los reyes, y en el derecho las reinas que han sido madres de rey, si no, no tienen derecho a estar enterradas allí. Hay algunas excepciones. Algunas reinas como la primera mujer de Felipe IV no fue madre de rey pero sí ocupa un lugar. También está enterrada sin haber sido madre de rey, Victoria Eugenia de Battemberg esposa de Alfonso XIII. La última excepción está por llegar. El rey Juan Carlos pidió al Parlamento que sus padres fueran enterrados también allí aunque no hubiesen reinado. Deseo concedido. Ahora para quien no hay sitio es para él mismo y para la Reina Sofía. La guía nos comentó esto porque es el chascarrillo actual en el Monasterio. ¿Dónde se les enterrará si no hay sitio? Las apuestas están abiertas, porque dicen las malas lenguas que la reina no quiere ser enterrada junto al marido infiel…. Culebrón, culebrón…
Y así acabamos con la visita, con un paseo rápido por el Palacio de los Borbones que no es de gran interés, salvo si a alguien le gustan los tapices. A la salida, preguntamos el camino para acceder a los jardines del Monasterio, conocidos como el Jardín de los Frailes. Al rey Felipe II, amante de la naturaleza, le gustaba cultivar plantas medicinales y hortalizas. El monarca recopiló planos de jardines de Francia, Italia, Inglaterra y los Países Bajos, contratando a los mejores jardineros, tanto extranjeros como españoles. Hoy en día, vemos setos bien podados, pero, originariamente estaba repleto de flores formando un tapiz. También era un auténtico jardín botánico, con hasta 68 variedades diferentes de flores, muchas medicinales, y unas 400 plantas que se trajeron del Nuevo Mundo. No podíamos despedirnos del Monasterio sin ver los jardines, merece la pena. Las vistas sobre la Sierra de Guadarrama son espectaculares.
El pueblo de El Escorial no lo vimos, cogimos el coche para seguir nuestra ruta hacia el Valle de los Caídos. Y lo apunto porque hicimos mal, el pueblo, según me comentan, es muy bonito y merece la pena visitarlo. ¡Lástima no haberlo tenido en cuenta! Serían las ganas incomprensibles de llegar al siguiente destino, el punto mórbido del día. En unos 10 minutos llegamos al Valle de los Caídos. Antes de entrar al parque temático de la vergüenza, pasamos por un control de acceso, dónde un guarda cobra las entradas a 9 euros, nada más y nada menos. Antes de llegar a la mayor fosa común del país, con más de 30.000 cadáveres, de los cuales casi la mitad están sin identificar, cruzamos un entorno natural idílico. Valle de Cuelgamuros se llama. Ironías de la vida: cantos de pájaros, aire puro de la sierra, pinares y banquitos de madera para hacer pic-nic. Sitio más bucólico no pudo elegir Franco para “Honrar a los héroes de la cruzada”, tal y cómo dejó escrito.
La cruz gigante de 150 metros de altura, una explanada colosal de 30.600 m2 con vistas a la Sierra, y un templo construido en las entrañas de las rocas de granito forman un conjunto tétrico e inquietante. No creo que haya ningún lugar en el mundo como este. Una obra colosal en memoria y para el “eterno descanso” de un dictador. En la entrada principal del túnel que entra literalmente en la roca, nos encontramos con unas figuras talladas enormes que representan la “Piedad”. La obra es de Juan de Ávalos y según parece, hubo que arreglarla con urgencia porque algunos de sus elementos corrían el riesgo de desprenderse. Una vez dentro, es escalofriante.
La basílica está excavada en la roca y se extiende a lo largo de una nave de 262 metros con 6 capillas dedicadas a la Virgen María. A los pies del Altar Mayor está a un lado, la tumba de Franco y al otro lado, la de José Antonio Primo de Rivera. Todo el conjunto es siniestro. No sé si existen los karmas, pero vistas las inquietantes grietas y goteras que se extienden por toda la basílica, creo que la madre naturaleza no tardará mucho en engullir literalmente esta aberración. De hecho, por lo visto, ya se ha dado la llamada de alerta y los técnicos ya han avisado que si no se pone remedio y se invierten unos cuantos millones de euros, el complejo se vendrá abajo.
http://www.eldiario.es/cultura/politicas_culturales/Valle-Caidos-Hundimiento_0_514449568.html. Lo dicho….. justicia divina
Cuando salimos del Valle de los caídos a media tarde, el tráfico empezaba a ser denso. Llegamos a Madrid sin atascos, pero con la Castellana a tope, no como la habíamos disfrutado por la mañana. Volvimos a dejar el coche en el parking de Lavapiés y descansamos un rato antes de ir a la Iglesia de la Encarnación, al lado del Palacio Real, para escuchar un concierto de música sacra. Nuestro gozo en un pozo. Fuimos con más de media hora de antelación pero la cola de espera ya daba la vuelta a la manzana. No era cuestión de esperar para luego arriesgarnos a que no hubiese aforo para tanta gente. Así que optamos por pasear por la zona centro de Madrid, por la Gran vía, Plaza del Sol y Callao, antes de ir a la Plaza de Cascorro en La Latina, dónde teníamos cita con Paula, nuestra anfitriona, para cenar en otro sitio muy recomendable: La China Mandarina: http://madriddiferente.com/bares/la-china-mandarina-cafe-restaurante-en-la-latina/
Siempre a rebosar. No recuerdo ninguna vez que hayamos entrado en la Puerta del Sol, kilómetro cero nacional, y que no estuviera hasta la bandera de gente. Hay que tomárselo con filosofía porque si no, puede ser muy agobiante. En esta plaza, centro neurálgico de Madrid y lugar en el que se proclamó la Segunda República en 1931, destaca el Reloj de la Casa de Correos, desde dónde se emiten las campanadas de Nochevieja desde 1962 y la estatua del Oso y el Madroño, en la entrada de la calle de Alcalá, el símbolo de la ciudad. La parada en Sol es casi obligatoria.
Por la calle Preciados, salimos hacia Callao y Gran vía. Antes de dejarnos llevar por las masas, paramos en un bar emblemático, por el que habíamos pasado mil veces antes y nunca habíamos reparado en él. Se trata del bar “Labra” y Paula nos lo recomendó para probar sus croquetas de bacalao. Se encuentra en la calle Tetuán nº 12, justo en la calle que pasa por delante de una de las entradas del Corte Inglés de Preciados. Es una taberna centenaria y tomarse una caña de cerveza fría con un “tajada” de bacalao es lo más, una experiencia a no perderse. http://www.casalabra.es/. Otro de los clásicos madrileños.
Con esta parada de avituallamiento, pasear entre el gentío que entraba y salía de las tiendas en tropel, se nos hizo más llevadero. Cuando por fin llegamos a la Gran Vía, volví a sacar las fotos que siempre hago al anuncio iluminado de Schweppes del Edificio Carrión. Sí, lo reconozco, otro clásico, no lo puedo evitar. ¿Tantas repeticiones serán síntoma de algo? . https://es.wikipedia.org/wiki/Edificio_Carri%C3%B3n
Llegamos puntuales a nuestra cita para cenar. Antes hicimos otra parada en la Plaza de Tirso de Molina y, sentados en la terraza, mientras nos tomábamos otra cañita, vimos una escena que desgraciadamente ocurre a menudo. Una fila de gente esperaba en mitad de la plaza a que un grupo de voluntarios les diera bolsas de comida. Y no eran mendigos, era gente que no llamaba la atención por su aspecto, gente que a esas horas de la noche tenía que bajar a la plaza para recibir un bocado de comida y poder cenar esa noche. Triste, muy triste…
Viendo escenas así se te quitan las ganas de todo pero teníamos una cita y no podíamos fallar. La China Mandarina, lo llevan unos pamplonicas amigos de Paula y la verdad es que desde aquí lo recomiendo: decoración original, ambiente muy agradable, servicio amable y comida diferente y muy rica. Las croquetas de queso Idiazábal y los ceviches están de muerte. No pudimos acabar el día de mejor manera…¡Gracias Paula!
Martes 21: Congreso de los Diputados
Y llegó el día de la despedida y de cumplir con uno de nuestros deseos: visitar el Congreso de los Diputados de la mano de uno de sus miembros, nuestro querido Jesús Mari. ¿Qué más podíamos pedir a los astros? Lo primero que hicimos al despertar fue dejar las maletas en el coche e ir andando hacia el centro. Antes de ir al Congreso, queríamos ver en el Palacio Gaviria, en la Calle Arenal una exposición de Escher: http://eschermadrid.com/. (El autor holandés que creó grabados y litografías surrealistas, con escaleras sin fin, y metamorfosis de peces, etc…)
Subiendo las cuestas de Lavapiés, llegamos hasta la parada de metro de Antón Martín, (religioso y médico que fundó el Hospital de San Juan de Dios). En este mismo lugar se encuentran el cine Doré con una fantástica fachada de principios del siglo XX, el Teatro Monumental, el mercado de abastos, dónde Paula nos recomendó comer en el restaurante japonés Yokaloka (no se puede reservar) y el Monumento a los abogados asesinados por la extrema derecha en el año 1977. Esta estatua, inspirada en el cuadro de Juan Genovés, conocido como el abrazo, es todo un símbolo de la transición. Antes estaba en el Museo reina Sofía y actualmente está expuesto, por cesión del Museo, en el Congreso de los Diputados. https://es.wikipedia.org/wiki/Matanza_de_Atocha_de_1977.
http://www.museoreinasofia.es/coleccion/obra/abrazo
Pasamos, antes de llegar a “mi plaza” de Santa Ana, por la Iglesia de San Sebastián, dónde está enterrado el autor Lope de Vega. En el camino a la exposición de Escher nos llamó Jesús Mari para ver di podíamos ir en ese momento al Congreso en vez de a la una como habíamos quedado. Tenía hueco libre y le venía mejor. No lo dudamos, nos fuimos directos a la “Casa del Pueblo”. Con un anfitrión de lujo, tuvimos la oportunidad de ver el complejo al completo, con el mejor guía. Entramos en el hemiciclo, nos sentamos en los escaños para ver con detalle, entre otras cosas, los impactos de bala de los golpistas del 23F, pasamos por los pasillos decorados con los retratos de los presidentes del Congreso (sólo una fémina, Luisa Fernanda Rudi, a falta de que incluyan el retrato de la actual, Ana Pastor), salas de presa, salas de reuniones, la magnífica biblioteca, los edificios de las 2 ampliaciones que se han construido y que albergan los despachos de los congresistas…. todo, absolutamente todo lo que se puede ver, lo vimos y además, de despedida, nos presentó a Patxi López, en persona.
¿Qué más se puede pedir? Si acaso, ¿haber visto al “coletas” o al fantasma de Pedro Sánchez? No hizo falta, la visita fue completísima y con el mejor anfitrión. ¡Mil gracias!. Tuvimos la opción de quedarnos a comer para luego asistir al pleno del Congreso. Ese día debatían sobre la Eutanasia pero, teníamos que volver a casa, nos quedaban 4 horas de coche por delante…
Y así acabó el periplo por los madriles, cantando la canción de Sabina y con un plano casi hecho trizas de tanto manosearlo. La lista de “pendientes” seguía abierta: Matadero, La Casa encendida, “Madrid Río”, muchos, muchos sitios aún por ver. No cerramos el diario de Madrid, lo dejamos en un “continuará”.