Raíces de Castilla


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Raíces de Castilla – Burgos y Palencia
Del 8 al 13 de octubre 2017
Suena rotundo, lo sé…. La persona que nos atendió en la oficina de Turismo de Frías, el primer pueblo burgalés de nuestra ruta, así nos presentó la comarca: “Raíces de Castilla” y nosotros pues ver, oír y callar. Castilla la Vieja nos volvía a seducir para el puente del Pilar, y aunque ya conocíamos las dos capitales, Burgos y Palencia, los recuerdos eran muy, muy lejanos. Además, queríamos sobre todo, descubrir el interior de las dos provincias más “norteñas” de Castilla. La ruta se las prometía intensa y a todo no llegamos porque, entre otras cosas, el viaje se inició con retraso por un accidente doméstico que por un momento pensé que nos iba a dejar “en tierra”. Llave partida en la cerradura de casa al salir. Más vale que mi Santo sacó a relucir sus “artes” canís y consiguió sacar la llave partida de la cerradura. Nunca dejará de sorprenderme…

Domingo 8: Frías, Tobera, Oña, Poza de la Sal, Orbaneja y Tomillares
A 170 kms de Pamplona (esta vez el viaje lo iniciamos desde Navarra), llegamos a otro de los pueblos incluidos en la lista de “mas bonitos de España”, a media mañana. El sol lucía pero la temperatura no debía subir más de 10 grados. Aparcamos junto a la torre del Castillo y nos dispusimos a recorrer esta pequeña ciudad (la más pequeña del país), a pié. Tiene rango de ciudad sí, en 1202, Alfonso VIII otorgó fueros a Frías y favoreció su desarrollo económico. Frías que anteriormente dependía de Navarra, regresó a Castilla y el año 1435, Juan II le otorgó el título de Ciudad.

Su silueta sobre un peñasco es lo que más destaca cuando llegas por primera vez. El Castillo de los Velasco y la Iglesia de San Vicente Mártir, presiden y delimitan el Conjunto Histórico Artístico. Todo el centro es de “postal”, con sus calles y casas de piedra y sus fachadas con los remates de madera tan característicos de las casas castellanas. Empezamos con la oficina de Turismo, justo al lado del Castillo, dónde se pueden comprar las entradas para acceder al patio y a las torres del Castillo medieval. Está considerado como uno de los castillos roqueros más espectaculares de Castilla. El conjunto actual está conformado una mezcla de construcciones de los siglos XII, XIII, XV y XVI. No es un castillo con muebles y atrezzo pero sí que la construcción se conserva muy bien, y las vistas sobre los meandros del río Ebro y los campos castellanos desde sus torres, merecen el esfuerzo de subir los escalones de piedra hasta los torreones más altos, aunque nos dejemos la respiración en el camino.  Lo que sobran son los gritos de los visitantes en grupo… ¡qué país de maleducados y gritones! ¿Acaso, no se puede visitar un lugar como éste en silencio? Me enfermo cada vez que me toca sufrir un grupo así. http://www.ciudaddefrias.es/lugares-de-interes/castillo-de-frias

Casi huyendo de las marujas gritonas salimos del Castillo para recorrer el pueblo hasta el otro lado, dónde se multiplican las “casas colgantes” con espectaculares vistas y se encuentra otro tesoro de Frías: la Iglesia de San Vicente Mártir. De su primitiva construcción románica quedan pocos restos, ya que tras la caída de su torre en 1904 se levantó una nueva. La antigua torre tuvo un carácter defensivo ya que era complemento defensivo del castillo. Entre los siglos XIV y XVI se añadieron dos capillas a la nave principal, la del Santo Cristo de las Tentaciones y la de la Visitación. En el interior se pueden admirar retablos, altares, sepulcros, pinturas, así como una amplia colección de imaginería religiosa. Las vistas exteriores también son impresionantes. Como dato curioso, aprendimos que su antiguo pórtico románico hoy se exhibe en el Museo de los Claustros de Nueva York. http://www.ciudaddefrias.es/lugares-de-interes/iglesia-de-san-vicente.

Me fastidia recordarlo, pero desde aquí lo denuncio, aunque no sirva para nada, más que para desahogarme. Si en el Castillo sufrimos los gritos de 4 marujas desaforadas, aquí, uno con la próstata ligera no tuvo otra idea que mear sobre los muros de piedra de la Iglesia. En esos momentos es cuando me dan ganas o de gritarle y decirle que es un guarro o de hablar en inglés, para que no me identifiquen con la fauna celtíbera que sale de excursión y que debería volver a la escuela o a un correccional. ¡Asco de gentuza!

Lo dicho, Frías es inolvidable y única, pero si se puede visitar entre semana, mejor, mucho mejor… Volvimos al Castillo por la parte trasera del peñasco, con otras vistas igualmente extraordinarias  y compramos en un supermercado local todo lo necesario para brindarnos un buen pic-nic en algún lugar de nuestra ruta en el que no hubiese un ser humano alrededor. Antes de despedirnos de Frías vimos el cartel que señalaba la ubicación del Puente medieval de 143 m de longitud, que une la Avenida del Salero con la Avenida de Santa María del Puente. Para ir a nuestro siguiente destino, Tobera,a tan sólo 1 km, no teníamos que cruzar el puente pero sí que merece la pena el desplazamiento para cruzarlo.

Tobera, está rodeado de agua. Manantiales, cascadas, y el río Molinar que divide Tobera en dos partes, formando cascadas y un desfiladero que antiguamente fue calzada romana. Es un sitio muy pintoresco con una ermita a pié de carretera, enclavada en la roca montañosa. Desde esta Ermita de Nuestra Señora de la Hoz, dónde se puede aparcar el coche, hasta el pueblo se recorre un pequeño sendero a orillas del río. El lugar es mágico, Tobera es de cuento de hadas, un pueblo hecho a la medida de sus cascadas y manantiales. http://www.ciudaddefrias.es/pueblo/tobera.

Desde Tobera al siguiente punto, teníamos que recorrer tan sólo 20 kms. Se nos hizo muy corto el trayecto porque nos deleitamos con el paisaje de choperas, llanuras con ermitas románicas y campos de girasoles. Una lástima que los girasoles no estuviesen en flor, en primavera tiene que ser alucinante. Antes de llegar a Oña, paramos a comer y nos montamos la mesa campestre, rodeados de chopos y hierba verde. Otro momento “cumbre” del día… no hay Arzak que mejore un bocata de pan recién hecho con jamón y un trago de vino, mientras escuchas el trino de los pájaros y el baile de las hojas de los árboles sacudidas por la brisa otoñal. 3 estrellas Michelín al cuadrado.

Oña fue una villa de gran relevancia durante la Edad Media, en el período en el que se estaba formando el reino de Castilla. En el año 950, el primer conde independiente de Castilla, Fernán González, le concede sus primeros privilegios. Su nieto, el conde Sancho García, el de los Buenos Fueros, eleva el lugar al rango condal y funda el Monasterio de San Salvador que pone en manos de su hija, la infanta Trigidia.

Desde ese momento el devenir de Oña va a estar ligado íntimamente a esta poderosa abadía benedictina (sus abades ostentaban el título de señores de Oña), que con el tiempo llegó a convertirse en una de las instituciones más influyentes de todo el reino de Castilla. Las exenciones y fueros con los que contaba Oña, en especial los concedidos por el rey Alfonso VIII, contribuyeron a su desarrollo económico y fueron el foco de atracción para una numerosa comunidad judía.

Esta majestuosa Abadía está situada en la plaza principal de Oña. Para llegar hasta la plaza tuvimos cruzar los jardines abandonados de un antiguo hospital psiquiátrico de aspecto oscuro, inquietante. No quiero imaginar las atrocidades que sufrieron los enfermos mentales entre esos grandes muros, en un pasado no tan lejano, cuando se pensaba que estos enfermos eran seres endemoniados. Hospital, cementerio, manicomio, y ahora, sus jardines se adornan con obras de arte contemporáneo que intentan dar otro aire a esta zona inquietante de Oña, que se encuentra justo en el lateral derecho de la entrada principal del Monasterio. Parece ser que se suceden los fenómenos paranormales y no me extraña… Para los adictos a 4º milenio: http://www.mundoparapsicologico.com/misterios/fenomenos-paranormales-en-el-antiguo-hospital-de-ona

Uno de los personajes que destaca en la historia de Oña es Fray Pedro Ponce de León, un monje benedictino del Monasterio de esta localidad burgalesa, mundialmente conocido por haber inventado el lenguaje de símbolos para sordo-mudos. Aunque también dicen que el inventor fue un predecesor, otro fraile de los Jerónimos, menos conocido y llamado Fray Vicente de Santo Domingo. En todo caso, ambos contribuyeron a mejorar la educación y, en definitiva, la vida de los sordo-mudos.

Como decía antes, toda la población gira en torno a la plaza principal, dónde se ubica el Monasterio. Callejeamos por el centro y tomamos un café en un bar con banda sonora de Vetusta Morla. La verdad, es que la música elegida combinaba muy bien con el ambiente del pueblo que a esas horas del día estaba muy tranquilo, con horario de siesta. Antes de despedirnos de Oña recorrimos la antigua judería que se encuentra en la calle Barruso, las plazas del mercado y del Ayuntamiento y diferentes blasones que lucen en las fachadas de algunas casonas.

En Octubre los días acortan y teníamos por delante tres lugares aún por visitar. A tan sólo 13 kilómetros llegamos a Poza de la Sal, que también forma parte de la comarca “Raíces de Castilla”. Es un pueblo de calles estrechas y empinadas que conducen a dos puntos muy interesantes. Uno de ellos, al que se llega después de atravesar un parque muy bonito, es un recinto dónde se hallaban las antiguas salinas y en dónde destacan sus tres almacenes de sal: el Depósito, el más antiguo de los almacenes del siglo XVI con una capacidad de 1.340.000 kilos de sal, el Trascastro y la Magdalena. Aún hoy en día son visibles las construcciones para producir sal: eras de evaporación, los pozos de almacenamiento de salmuera, las cañas, albañales, etc. Un lugar curioso e interesante.

Después de las salinas, entramos por una calle estrecha al centro del pueblo, y por casualidad nos encontramos con la fachada de la casa natal del hijo predilecto de Poza, el amigo de los animales y de más de una generación de niños, Félix Rodríguez de la Fuente. Su casa es el nº 20 de la Calle Mayor. También, cómo no podía ser de otra manera, le han dedicado un busto en la plaza nueva junto al Castillo.

El emplazamiento de Poza de la Sal, su historia, economía e incluso el nombre se debe a la sal que se encuentra bajo su suelo. Recorriendo sus calles se nota perfectamente que la población tuvo mucha relevancia y un gran poderío económico. Palacios, Castillo, plazas y jardines conforman un centro histórico con empaque y solera.

Poza de la Sal, también es una localidad conocida como el Balcón de la Bureba. Después de atravesar el centro medieval, se accede a la parte alta, a una plaza con unas vistas inolvidables sobre los campos del norte de Castilla, una infinita extensión de campos, conocido como el Páramo de Masa. Sencillamente impresionante…
https://es.wikipedia.org/wiki/P%C3%A1ramo_de_Masa

La Plaza Vieja, muy cercana a la nueva, es muy interesante también. Fue el centro comercial de la villa y en ella se realizaban ferias y mercados a los que acudían de los pueblos de Oña, Bureba y de los Páramos. Tiene estructura de plaza medieval con soportales sustentados sobre vigas de madera y bases de piedra. De camino de vuelta al coche para seguir nuestra ruta, vimos el Ayuntamiento del siglo XVI con dos arquerías de tres arcos de medio punto y balcón de forja. Está como encajonado en una plaza muy pequeña, entre edificios altos, construidos sobre roca, sin cimientos. Poza de la Sal es un “Manhattan” medieval, un pueblo a descubrir de la mano del mejor amigo de los animales: “Escuchando aullidos de lobos me dormía muchas noches en mi pueblo, al pie del alto páramo de Poza y de Masa”.
http://www.elcorreo.com/planes/legado-felix-rodriguez-20180315180607-nt.html

Empezaba ya a atardecer cuando tuvimos que tomar una decisión drástica: o llegar hasta Aguilar de Campoo, al norte de la provincia vecina de Palencia, o bien seguir hacia el sur en dirección a Burgos. Decidimos ser cautos y responsables, y seguir hacia el sur. Aguilar quedaba pendiente para otro viaje por el Norte de Palencia y la provincia de León.  Pero, tampoco dimos por concluida la jornada, nos quedaba por ver una de las mejores sorpresas de nuestras vidas viajeras. Orbaneja del Castillo, el pueblo que se escucha…

Estos lemas turísticos a menudo son frases hechas que no dicen nada pero, esta vez, la mente “marketiniana” pensante dio en el clavo. Y ¿qué es lo que se escucha? Agua, agua y agua. En el límite con Cantabria, a Orbaneja se accede por una carretera sinuosa, que discurre por el Parque natural Hoces del Alto Ebro y Rudrón. Su paisaje kárstico moldeado por el agua, hace que un arroyo atraviese el pueblo y caiga en cascada y en diferentes manantiales al río Ebro que pasa por la parte inferior. Nos quedamos tan impactados que grabé un vídeo que explica por sí solo lo que sentimos, y lo que nos costó irnos de ese rincón escondido dónde sólo se escucha el agua en diferentes ritmos de caída. Aquí está la grabación: https://youtu.be/5IfSYtGyDKo

Cerraba ya el día y teníamos que ir hasta la capital para dormir en un hotel a las afueras de Burgos, en Tomillares, a 66 kms de distancia. Al Hotel Camino de Santiago http://www.hotelcaminodesantiago.com/es-es llegamos más o menos a las 9 de la noche. El interés de este hotel es que está muy cerca de la ciudad y de los yacimientos arqueológicos de Atapuerca. Llegamos cansados, dejamos las maletas y fuimos a cenar algo al bar del hotel no teníamos fuerzas ni para salir a descubrir los alrededores. En la recepción nos esperaba un “regalito” del destino. La señora al mando, nos explicó muy amablemente que al día siguiente iban a tener una boda de noche con mucho jaleo. Nos daba la opción de ir a pasar la siguiente noche a otro hotel de la cadena en Burgos capital. Le dijimos que de acuerdo pero que nos queríamos quedar ya en el otro hotel, no volver de nuevo para pasar la última noche. Nos confirmaron que sí, y la verdad es que tuvimos mucha suerte, el hotel de Burgos resultó ser un hotel mucho más nuevo, céntrico y tranquilo, al mismo tiempo. Un hotel “Boutique” al lado del Museo de la Evolución, que recomiendo desde aquí: http://www.hotelboutiquemuseo.com/es-es

Lunes 9: Burgos capital
Nada más desayunar en el Hotel de Tomillares, lo primero que hicimos es coger el coche para dejar las maletas en el nuevo hotel que nos habían asignado. Salimos y caminando, enseguida, a menos de dos minutos, llegamos a uno de los puentes que cruzan el río Arlanza. El paseo del Quinta del río que rodea el centro de Burgos es precioso y cruzar cualquiera de los puentes para acceder al centro histórico es la mejor manera de adentrarse en la ciudad. Burgos señorial, ciudad de provincias sí, pero a la sobriedad castellana le añaden un toque del “pijerío” norteño. Se nota en la vestimenta de la gente, en las fachadas de las casas, en el nivel gastronómico de sus bares y restaurantes.  Me gustó Burgos desde el minuto cero. Recordaba vagamente la fachada de su majestuosa Catedral, mi primera vez en esta ciudad fue cuándo era niña y los recuerdos eran nebulosos.

El primer puente que cruzamos es el Puente Gasset, por el que se accede a la Plaza de San Juan, presidida por la estatua de Don Diego de Porcelos, fundador de la ciudad. https://es.wikipedia.org/wiki/Diego_Rodr%C3%ADguez_Porcelos.
En esta plaza nos encontramos con el Monasterio de San Juan, que alberga el Museo Municipal Marceliano Santa María, la Iglesia de San Lesmes de estilo gótico (S. XV), un pequeño puente sobre el río Vena que atraviesa Burgos, adornado con las figuras de cuatro leones con escudos y símbolos de la ciudad y por último, el Arco de San Juan, una de las antiguas entradas, por el que accedimos a la calle comercial de San Juan.

En muchas fachadas vimos balconadas blancas que me recordaron mucho a los balcones de la playa de Riazor en Coruña. La Calle de San Juan es larga y atraviesa la Avenida del Cid Campeador (héroe burgalés omnipresente) hasta alcanzar la Plaza de Alonso Martínez, con el Palacio de Capitanía – Museo Militar, y la antigua Alhóndiga. Desde allí, cogimos la calle Laín Calvo y llegamos a la Plaza Mayor. Para ser sincera, no es una plaza que destaque por su belleza como la de Salamanca o las plazas de muchos pueblos de Castilla, pero sí que tiene vida y mucho ambiente.

A la hora del vermut, el Santo grial del taperío se encuentra en la calle Sombrerería, o localmente conocida como la ruta de los elefantes por las “trompas” con las que más de uno acaba después de recorrerla.  Morcilla de Burgos, bravas, solomillo con foie o mollejas a la brasa. Son algunas de las delicatessen que se pueden catar en esta calle que comunica la Plaza Mayor con la Catedral. Entramos en el Gaona Jardín para probar sus tapas “diferentes” en un espacio con mucha vegetación. Mucho ruido y pocas nueces. Crema de erizo (puré de tomate con gusto a pescado) y crêpe de no sé qué con 2 blancos casi 15 euros, un timo en toda regla. Otra cosa fue dónde comimos más tarde, la cervecería del morito, un sitio muy popular con precios “normales” y raciones más que abundantes. Estaba a rebosar, tuvimos suerte de pillar una mesa en la planta de arriba. El nombre de la cervecería tiene su historia. El “morito” era un reloj ubicado en los bajos del teatro principal de estilo Isabelino. Bajo este reloj generaciones de burgaleses se han dado cita y es un personaje muy querido. Aquí la historia detallada: https://burgospedia1.wordpress.com/2011/11/23/el-morito-historia-y-origenes-de-un-reloj-en-burgos/

Hacía mucho calor después de comer. No teníamos ganas de visitar la Catedral, sino más bien de echar la siesta y dejar la visita para más tarde. Y así lo hicimos, esta vez cruzamos el puente que une la plaza de la catedral con el otro lado del río, sin dejar de pasear y disfrutar de las sombras de los árboles centenarios que cubren el paseo del Espolón (precioso, por cierto). Este puente se llama Puente de Santa María y une el Arco de Santa María con la Plaza de Vega. Bordeando el río desde la otra orilla, llegamos a nuestro hotel en escasos minutos. Con el calor que hacía era difícil imaginar las bajas temperaturas que sufren en Burgos durante los meses de invierno. La siesta no sentó de maravilla y a media tarde volvimos de nuevo a la Catedral para visitarla durante dos horas. Es impresionante todo el conjunto exterior de estilo gótico, con reminiscencias de las catedrales de París y de Reims. Tiene varias puertas de acceso: la de Sarmental que es por dónde normalmente se accede, una vez compras la entrada en la parte baja de la Seo, la Puerta de la Coronería o de los Apóstoles por dónde se accede a la Escalera dorada y la Puerta de la Pellejería que fue creada como alternativa de acceso a la Puerta de la Coronería con un uso no religioso de los habitantes de la parte alta de la ciudad, que aprovechaban esta puerta para llegar hasta la parte baja de forma más rápida, bajando por una escalera y atravesando la Catedral por su interior.

En el interior, hay tanto para ver que con dos horas de estancia se queda un poco justo pero siempre queda la opción de volver y volver…. Además de las numerosas capillas de los laterales, el cimborrio levantado en el crucero es impactante. Sólo se ve eclipsado por el sepulcro del Cid y de Doña Jimena que se encuentra justo debajo, desde el año 1921. También destacan, justo al lado del sepulcro, el trascoro y el coro con su sillería de nogal monumental, un conjunto escultórico en forma de U de estilo plateresco. El enlace que añado sobre la Catedral es muy completo y recomiendo abrirlo para descubrir todos los tesoros que alberga esta colosal catedral de Burgos. https://www.asturnatura.com/turismo/catedral-de-burgos/3053.html.

Cuando salimos justo antes del cierre a las siete de la tarde, tuvimos que “aterrizar” en el mundanal ruido otra vez y lo hicimos lentamente, con pausa y cerveza en una de las terrazas de la plaza de la catedral. La luz del atardecer cubría la fachada sur y el espectáculo era para tomárselo con calma. Al acabar el ensimismamiento, teníamos la opción se subir al Castillo pero optamos por seguir callejeando por las calles del centro. El Castillo de Burgos se encuentra detrás de la Catedral, en un cerro a 75 metros de altura sobre la ciudad. Las vistas sobre Burgos desde allí tienen que ser espectaculares, un motivo más para volver a esta ciudad hecha a la medida del hombre. http://castillosdelolvido.com/castillo-de-burgos/

Como decía, optamos por callejear en “plano” por la Plaza mayor y todas las calles que la rodean. Se nos hizo la hora de cenar y tapeamos unas bravas en la “Mejillonera” (curiosamente tiene, sin ser franquicia, el mismo aspecto que la mejillonera de Pamplona), unas morcillas en otro bar y por supuesto, unos cuantos vinitos de Ribera de Duero que nos guiaron el camino hacia el hotel.

Martes 10: Peñaranda de Duero, Caleruega, Cementerio de Sad Hill, Santo Domingo de Silos, Covarrubias, Lerma
Por la autovía del Norte, la A1, llegamos al que dicen es uno de los pueblos más bonitos de la provincia de Burgos. 76 kilómetros de distancia para llegar a la omnipresente silueta del Castillo que corona esta villa medieval que alberga varios tesoros históricos. Lo primero que hicimos al llegar fue subir al castillo que recuerda mucho al de Peñafiel. Si en algo destaca, es por su torre homenaje de planta cuadrada, que cuenta con cuatro pisos de vigas de madera. http://www.xn--pearandadeduero-zqb.es/lugares-de-interes/castillo-de-penaranda-de-duero.

Después del Castillo bajamos al pueblo, previa parada en una bodega Santa Ana para comprar unos vinos de la zona. Un acierto, el tinto envejecido en barrica “Familia Castillo de Peñaranda” a 3 euros la botella está que se sale. Muy recomendable: http://xn--bodegacastillodepearanda-ilc.com/vinos.htm

Tuvimos mucha suerte porque a esas horas y en día laboral, Peñaranda estaba prácticamente vacía. Tuvimos la oportunidad de visitar el pueblo a nuestro aire, sin gente y con un sol radiante. En la Plaza Mayor es difícil saber por dónde empezar, un cúmulo de maravillas se agolpan por los cuatro costados. En el centro destaca el Rollo jurisdiccional, de estilo gótico flamígero. Se utilizaba como insignia de la justicia y a menudo servía de picota, dónde se exponían las cabezas de los ajusticiados. El Rollo de Peñaranda se erigió a finales del siglo XV y siempre estuvo ubicado fuera del recinto amurallado. En el año 1959 fue trasladado a la Plaza Mayor para decorarla un poco más, como si con todos los edificios que la flanquean no fuese suficiente.

Por un lado, la Ex Colegiata de Santa Ana a la que se accede por una escalinata con ocho columnas de mármol de estilo Renacentista, traídas desde Nápoles por el 6º Conde de Miranda, Juan de Zúñiga y rey de Nápoles, así como los tres bustos de emperadores romanos que se ven en la fachada. Este templo en honor a Santa Ana del año 1543 impresiona por su altura. Alberga un retablo neoclásico de la escuela de Ventura Rodríguez y en el presbiterio se encuentra el sepulcro de Don Cipriano Portocarrero, Duque de Peñaranda y padre de la Emperatriz Eugenia de Montijo.

En frente del templo, se erige majestuoso el Palacio de los Zúñiga y Avellaneda (o de los Condes de Miranda). Es un magnífico edificio renacentista, joya del plateresco hispano, iniciado en el año 1530. El conjunto palaciego está construido, como era costumbre en la época, alrededor de un elegante patio interior con escalinata noble o «de honor» de subida al piso superior. Como decía todo el conjunto de la Plaza Mayor es un tesoro arquitectónico a la sombra del Castillo que corona la colina. Destaca también la fachada castellana del Ayuntamiento con sus paredes de adobe y remates de madera.

En las calles aledañas a la Plaza Mayor, descubrimos varias casonas palaciegas y la botica más antigua de España (siglo XVIII), aún en funcionamiento. Perteneciente a una tradicional familia de boticarios y farmacéuticos, los Ximeno, alberga una espléndida colección de recipientes farmacéuticos de la época y una rebotica con multitud de objetos curiosos. Es curioso ver cómo atienden a los vecinos en un pequeño espacio que desprende una larga historia. Otro museo de Peñaranda singular es el museo del reloj, en la antigua herrería de un tal José Cerezo, en la calle Cava 44.  Este artesano de la forja muestra en su taller los tradicionales aperos de labraza, un antiguo horno de pan, una colección de útiles domésticos de épocas pasadas y una colección de relojes antiguos de origen francés. Dicen que todos los relojes están en funcionamiento y que cuando dan las horas, el museo- taller se convierte en una discoteca que rompe el silencio de Peñaranda.

Nos costó irnos de la villa medieval, pero teníamos que seguir ruta, nos quedaba aún mucho por ver. Al siguiente pueblo llegamos enseguida, pero antes, paramos a comer en una especie de parque con fuente al borde de la carretera. No era tan bucólico como el pic-nic cercano a Oña pero también disfrutamos de la parada. Entre Peñaranda y Caleruega sólo hay 19 kms.

Caleruega es un pequeño pueblo que vio nacer a Santo Domingo de Guzmán (fundador de la orden de los Dominicos). Al llegar lo que impacta a primera vista es el gran tamaño del Monasterio de las Madres Dominicas del Siglo XIII y del Torreón de los Guzmanes del siglo XII. Pero cómo no podía ser de otra manera, el Monasterio estaba cerrado (sólo abren de miércoles a domingo) y dimos una vuelta rápida por el centro totalmente dominado por las edificaciones del Monasterio. Teníamos que buscar una alternativa antes de llegar a otro Monasterio, el de Silos. Y, sin quererlo, descubrimos a pocos kilómetros una de las ciudades romanas más interesantes y completas, la Colonia Clunia Sulpicia: http://www.clunia.es/historia-2/

Es lo bueno de los viajes, las improvisaciones. De repente, hora muerta, a la hora de comer o de la siesta, te ves en medio de uno de los yacimientos arqueológicos romanos mejor conservados del mundo. Con sus 130 hectáreas de extensión, en lo alto de un cerro, la visita a esta ciudad romana merece como mínimo un par de horas de estancia. Varios espacios conforman el recorrido: las casas , las termas, el Foro, la necrópolis, el Teatro para diez mil espectadores,  etc.. Algunos mosaicos están restaurados y son una auténtica maravilla. Llegó a contar con 30.000 habitantes, fue capital de un extenso convento jurídico y en ella se proclamó emperador a Sulpicio Galba. Una visita realmente interesante, recomendable al 100%.

Volvimos sobre nuestros pasos hasta Caleruega y desde allí avanzamos hasta Santo Domingo de Silos. La visita empezaba a las cuatro y media y nos dio tiempo a hacer otra visita improvisada. Gracias a un amigo, conocimos la existencia de un lugar realmente mágico, muy cercano a Silos. Hay que conducir por un camino de piedras bastante penoso pero todo esfuerzo tiene su recompensa. El lugar se llama “Sad Hill Cemetery”, y los más cinéfilos con buena memoria óptica, identifican enseguida el lugar: una gran explanada, entre montañas, llena de cruces de madera que representan un cementerio. Se trata del ficticio cementerio militar donde transcurren los últimos momentos de la película “El bueno, el feo y el malo” y la secuencia más recordada, el duelo a tres entre Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef, con la música de Ennio Morricone. El lugar es fascinante, único e inquietante. No dejas de estar rodeado de cruces de muertos que aunque sean ficticias imponen respeto. Además, el valle del río Arlanza, tan profundo, rodeado de altas cumbres aumenta el nivel de inquietud. Lo dicho, no me quedaría allí a dormir ni loca. El documental que se puede visionar en este vídeo lo explica todo. Como siempre, una imagen, un vídeo, valen más que mil palabras: https://www.youtube.com/watch?v=sdNZXusymuU

Una ciudad romana, un cementerio de cine, y aún nos quedaba por ver el Claustro de Santo Domingo de Silos y otro de los pueblos más bellos de Burgos: Covarrubias. Puntuales llegamos a la visita guiada del Monasterio de Silos. El guía, un primor, de esos que parece que les insertan unas monedas en la espalda y repiten una y otra vez el mismo discurso, con la misma entonación casi cómica. Monocorde, aburrido, sin alma… una lástima.

El claustro de este Monasterio de Silos se estudia en todos los libros de arte, es sencillamente, una obra maestra en muchos sentidos. Arquitectónicamente, el claustro de Silos tiene dos niveles superpuestos: el claustro inferior y el claustro superior. El claustro de abajo es de dos épocas: las galerías Oriente y Norte son de la segunda mitad del siglo XI; en cambio, las galerías Poniente y Sur son del siglo XII. El plano solar forma un rectángulo, con 16 arcos en las galerías Norte y Sur y 14 en las galerías de Oriente y Poniente. El claustro superior se construyó a finales del siglo XII. Algunos investigadores apuntan que el Monasterio de Santo Domingo de Silos está ligado a la historia del Cid ya que en vida Rodrigo Díaz de Vivar y su esposa Jimena donaron algunas de sus heredades al Monasterio, cuyo claustro, en el año 1081, año en que el Cid fue desterrado, aún se estaba construyendo.

El recorrido del claustro tiene que hacerse pausadamente porque cada capitel es una obra de ingeniería en piedra. En Silos se encuentra la famosísima columna cuádruple y torsada que se diferencia del resto. Seguramente será una de las columnas más fotografiadas del mundo.  Entre todos los bajorrelieves que se pueden admirar, el que representa la Anunciación es uno de los más destacables.  El árbol de Jesé, o genealogía de Cristo, está más deteriorado, pero también es una gran obra escultórica semejante al anterior. Un auténtico deleite para los amantes del arte románico.

No cabe culminar la visita sin detenerse también a admirar el artesonado mudéjar del siglo XIV que cubre el techo, el ciprés de más de 25 metros, ensalzado por varios poetas, y especialmente por Gerardo Diego,  la botica que conserva una gran colección de tarros de porcelana de Talavera, la Biblioteca con manuscritos de gran valor, el Museo y la Iglesia de San Pedro que se encuentra colindante.

Cuando salimos de Silos, nos dirigimos directamente a Covarrubias, que junto a Silos y Lerma conforman el denominado triángulo del Arlanza. A tan sólo 19 kms de Silos, Covarrubias es de cuento de hadas, un pueblo de “postal”. De origen medieval, la villa fue fundada por el rey visigodo Chindas Vinto, sobre los restos de un castro romano. El primer conde de Castilla, Fernán González y su hijo, el conde García Fernández, hacia el siglo X, convirtieron Covarrubias en capital del primer Infantado de Castilla.

Tuvimos una vez más, la suerte de poder recorrer el pueblo sin turistas, estábamos prácticamente solos. Después de aparcar al lado del puente de piedra medieval que cruza el río Arlanza, nos acercamos a la Iglesia de Santo Tomás que estaba cerrada. Un señor vino enseguida a abrir el templo y a explicarnos los detalles del interior. Nos explicó que fue construida en el siglo XII pero que del templo original no queda prácticamente nada. También nos mostró el órgano que aunque no es tan antiguo como el de la Colegiata, sigue funcionando magníficamente.

Al salir de la Iglesia, cruzamos las calles con soportales de madera hasta el “cogollo” dónde en una pequeña extensión se concentran: La Colegiata de San Cosme y San Damián, de estilo gótico, y de una belleza espectacular, el Torreón de Fernán González, la única fortaleza castellana que se conserva anterior al siglo XI, también conocida como la Torre de la Emparedada porque allí fue sacrificada Doña Urraca, por su propio padre Fernán González y el Ayuntamiento, que al parecer, era el palacio de residencia de este mismo Conde de Castilla.

La Colegiata es el edificio más significativo de Covarrubias. Además de la Iglesia, se visita el espléndido claustro del siglo XVI y el museo, con notables piezas artísticas. Antigua colegiata, la actual iglesia de tres naves fue comenzada en 1474 y acoge un panteón de ilustres familias de la villa. Bajo el altar descansan tres infantas abadesas y en el presbiterio, el conde Fernán González y su esposa Sancha. En el claustro, del siglo XVI, podemos apreciar el sepulcro del siglo XII de la infanta Cristina de Noruega. De hecho al salir, justo en frente, vimos una estatua de la princesa noruega, a la que casaron con un hermano de Alfonso X el Sabio. Esta princesa ha servido para que la comunidad de Castilla y León vuelva a hermanarse con Noruega, celebrando cada verano en Covarrubias un festival hispano-noruego con música, bailes y comida típica de ambos países. Curiosa la historia de la “noruega de Covarrubias”: https://elpais.com/diario/2010/07/17/viajero/1279400894_850215.html

Del Torreón se dice que entre sus muros está emparedada Doña Urraca por su negativa a casarse con el Príncipe de León, al estar enamorada de un pastor de la zona. Los historiadores, sin embargo, confirman que esta leyenda es falsa, porque Doña Urraca se casó en varias ocasiones y no parece que el fantasma que dicen sigue vagando por el torreón sea el suyo.

Covarrubias nos dejó huella. Todas las casas están cuidadas y es un placer callejear y perderse por sus rincones. Volveremos sin duda. No pudimos empezar y acabar el día de mejor manera, desayuno en Peñaranda de Duero y merienda en Covarrubias. Dejamos el centro por la orilla del río Arlanza, andando pausadamente, deseando que se parara el tiempo para poder disfrutar más y más de aquel lugar. Pero la realidad se imponía, teníamos que llegar al último destino del día: Lerma.

Ubicada en un altozano que domina la vega del río Arlanza, Lerma tiene su historia ligada a Francisco Sandoval y Rojas, primer Duque de Lerma, valido y favorito del rey Felipe III. Con el coche, al llegar subimos hasta la Plaza Mayor que se encuentra en la cima, flanqueada en su parte superior por la fachada colosal del Parador Nacional, antigua sede del Palacio Ducal. La villa también es conocida por ser ejemplo de arquitectura de estilo Herreriano. Nos esperábamos más de Lerma, el listón puesto por Covarrubias o Peñaranda era alto, quizás demasiado alto. A parte del Palacio que ocupa el Parador, y el Convento de Santa Teresa de Jesús, poco más vimos que nos llamara la atención. Sí que antes de despedirnos fuimos a pasear por el mirador de los Arcos que se encuentra en la Plaza de Santa Clara. Desde allí, las vistas sobre la vega del río Arlanza, merecen la pena. Dijimos adiós al “cura merino”, héroe y guerrillero de la guerra de la Independencia que descansa eternamente en el centro de la misma plaza de Santa Clara. Anochecía ya, el viento empezaba a rascar con fuerza, y aún nos quedaba la vuelta a Burgos. Una retirada a tiempo fue lo más sensato.

Miércoles 11: Castrojeriz, Sasamón, Frómista, Carrión de los Condes, Cisneros, Castillo de Grajal de Campos y Becerril de Campos.
Habíamos recorrido distintas zonas de la provincia de Burgos y ese día nos tocaba entrar ya en la provincia vecina de Palencia. Antes de dejar Burgos, cogimos el coche y nos acercamos a la Cartuja de Miraflores, que se encuentra a las afueras de la capital burgalesa. El sitio es idílico y tranquilo, rodeado de árboles. Un monasterio habitado por monjes cartujos, antiguo palacio de recreo de Enrique III, y también Panteón Real de los padres de la Reina Isabel la Católica, Juan II e Isabel de Portugal. La entrada es libre y no guiada. A diferencia de otros monjes, el cartujo es un ermitaño que vive en comunidad, por eso, en la ermita reza, estudia, trabaja, come y duerme. Sólo sale para la Misa, el canto de Vísperas a media tarde y los Maitines y Laudes que se cantan en la iglesia a media noche. El horario de un cartujo no apto para todos los públicos:  http://www.cartuja.org/forma-de-vida/

No tuvimos tiempo de visitar el Monasterio de las Huelgas. Y nos dio pena porque alberga obras de gran valor. Está regido por monjas cistercienses de San Bernardo. La abadesa de Las Huelgas llegó a disfrutar de una autonomía y poder tan elevados que estaba por encima de la curia episcopal, dependiendo directamente del Papa: https://es.wikipedia.org/wiki/Monasterio_de_las_Huelgas_(Burgos). Nos despedimos definitivamente de Burgos a media mañana, con el firme convencimiento de volver para subir al Castillo y visitar este Monasterio tan feminista.

Llegamos a Castrojeriz a media mañana. Parada obligatoria en el Camino de Santiago, destaca por su forma y su Castillo. Castrojeriz es longitudinal, el Camino pasa por mitad del pueblo y lo cruza a lo largo, durante más de kilómetro y medio, convirtiendo a esta localidad en la travesía urbana más larga de toda la ruta Jacobea. Su calle-camino principal está jalonada por iglesias y casonas señoriales como la Casa del Cordón o el Palacio de los Gutiérrez-Varona, ejemplo de palacio renacentista. Cuando llegamos había mercado y antes de subir a la calle mayor, dimos una vuelta entre los puestos dónde vendían más ropa que comida. Como etapa importante del Camino de Santiago, Castrogeriz contó en su día con varios hospitales (llegó a tener hasta siete) a lo largo de la calle principal.  Hacia la salida del pueblo y siguiendo la Calle Real, se encuentra la iglesia-fortaleza de San Juan Bautista, de estilo gótico y construida entre los siglos XIII y XVI. No hay que perderse su claustro gótico y su artesonado mudéjar. http://www.castrojeriz.es/portfolio-item/iglesia-de-san-juan/

En Sasamón, el siguiente destino, antiguo asentamiento romano contra los cántabros, nos esperaba otra gran sorpresa. En este pequeño pueblo de apenas mil habitantes, atesoran una Colegiata inversamente proporcional al tamaño del pueblo. Colosal, magnífica, de esas sorpresas que te encuentras en este bendito país, así, de repente. Esta maravilla arquitectónica se explica porque en el siglo XI, Sancho II el Fuerte estableció en este rincón burgalés una sede episcopal. El templo actual, construido cuando ya no era sede catedralicia, está rodeado de un amplio atrio, antiguo cementerio parroquial, al que se accede por un arco con una Virgen gótica construido en el siglo XVII. Atención a la Portada del Crucero de la Epístola, de características similares a la Portada del Sarmental de la Catedral de Burgos. Da un poco de lástima el estado de conservación de la Colegiata, un templo como este debería estar más cuidado: http://viajarconelarte.blogspot.com.es/2013/09/la-ex-colegiata-de-santa-maria-la-real.html

Después de ver la Colegiata dimos una vuelta por el pueblo, compramos el famoso queso de Sasamón y nos sentamos en la terraza del Bar “negro”, que como su nombre indica es totalmente negro en su interior. La roca de sus paredes está oscurecida y  cruzar el bar hasta el aseo es toda una experiencia, como “un veinte mil leguas de viaje submarino”. En la terraza con la luz del sol, la cosa pintaba mejor. Puse la oreja para escuchar a dos parroquianos que se quejaban de la sequía que afectaba a la recogida de las pipas de girasol y a otro que también se quejaba porque no le vendían dos cochinos para la matanza. Nos hubiésemos quedado más rato pero la estatua de Octavio Augusto, junto al bar negro, en recuerdo a la figura que comandó el asentamiento romano, nos invitó a seguir la ruta, que ese día no había hecho más que empezar.

Condujimos 45 kms y llegamos por fin a Frómista antes de que cerraran la iglesia románica más famosa de Palencia e icono del arte románico a nivel mundial. Frómista también es punto importante en el Camino de Santiago, que se cruza con el Canal de Castilla,  y su Iglesia de San Martín es seguramente la más fotografiada por los peregrinos. Fue fundada por Doña Mayor de Castilla, viuda de Sancho III de Navarra y su construcción se sitúa en torno al año 1066. En contraste con la Colegiata de Sasamón, esta iglesia de Frómista está tan perfectamente conservada que parece incluso contemporánea. Dicen los entendidos que Frómista posee «la diosa de las iglesias románicas palentinas». Portadas, ventanales con arquivoltas sobre columnas y capiteles increíbles y un total de 300 canecillos ofrecen al espectador un mareante juego de formas. El interior, como corresponde a la arquitectura románica es austero, sencillo e invita al recogimiento. El ajedrezado jacobino, tantas veces estudiado, allí lo vimos, sin trampa ni cartón: http://www.arteguias.com/iglesia/sanmartinfromista.htm

Pero no sólo de San Martín vive Frómista, hay otros dos iglesias que merecen la visita: La de Santa María del Castillo (s.XIII), de estilo gótico-renacentista y la de San Pedro, con una gran torre de cuatro cuerpos, de aspecto rotundo. Esta iglesia tiene la particularidad de estar ligeramente inclinada por el riachuelo que tiene a un lado. Si se hubiese construido totalmente alineada se habría puesto en peligro la estabilidad del edificio, y se optó por desviar la base unos grados y construirla en una base más firme.

Para comer, decidimos seguir hasta el siguiente punto: Carrión de los Condes. En el trayecto de 19 kms de distancia entre Frómista y Carrión pudimos ver a varios peregrinos que iban a caminando a duras penas con un sol de justicia que caía sobre sus cabezas. Impresionados nos quedamos viendo a varios caminantes de pieles blancas totalmente enrojecidas por el sol, que no cejaban y seguían caminando.

Al llegar a Carrión, aparcamos justo al lado de la Iglesia de Santa María del Camino. Es un templo románico edificado a mediados del siglo XII y dedicado a la Virgen de las Victorias. Se trata de la iglesia más antigua de la ciudad palentina de Carrión de los Condes. Conserva la fachada meridional porticada, influenciada por modelos franceses Tolosanos. En el Pórtico Sur destacan la adoración de los Reyes Magos, las figuras de Sansón y Carlomagno, y una arquivolta de personajes en su oficio. El interior era oscuro, totalmente opuesto a la claridad que acabábamos de ver en San Martín de Frómista. Al salir fuimos paseando por el centro, por la calle de Santa María, hasta la plazuela del primer marqués de Santillana. Vimos la fachada del Ayuntamiento y antes de bajar al parque que orilla el río Carrión, vimos también la portada de otra iglesia que fue importante, la de San Pedro. Solo queda la fachada de esta iglesia románica del siglo XII, el interior fue destruido y ahora hay un museo. Sólo por ver el friso merece la pena desplazarse hasta Carrión.

Para comer al aire libre, no pudimos elegir mejor, el “Plantío”, una zona de recreo y esparcimiento ubicada a orillas del río Carrión. Jardines, parque infantil, acceso al camping, instalaciones de gimnasia para mayores, petanca… etc. Nos sentamos en una mesa de piedra, rodeados de chopos y con vistas al río. Sin duda, el momentazo del día, en un entorno así el bocata nos supo a gloria bendita.

En el programa del día, la siguiente parada era el pueblo de Cisneros, pero viendo el mapa, no sé por qué, me dio por acercarnos hasta Sahagún, ya en la provincia de León. La intuición me falló, salvo dos iglesias, la de San Tirso de estilo mudéjar y la de San Lorenzo, también mudéjar y de colosal tamaño, no nos llevamos una grata impresión del pueblo en su conjunto. Como ocurre en muchos pueblos, el urbanismo se ha dejado en las manos de algún concejal despistado y el resultado es eso, pueblos como Sahagún sin ningún criterio, ni armonía en lo arquitectónico. Ya me pasó en Ávila, cuando me desvié para ver otro de estos pueblos chuscos. Menos mal, que otras veces la improvisación tiene premio.

A Cisneros llegamos casi al atardecer. Al llegar a este pueblo, vimos en su escudo y en algún graffiti las figuras de dos cisnes entrelazados y según me documento, el topónimo más bien parece ser que proviene del latín vulgar, de la palabra “cinisa” (cenizas), aunque los lugareños se empeñen en darle al pueblo un origen más glamuroso. También aseguran que allí nació el archifamoso Cardenal Cisneros, pero el que nació en Cisneros fue su abuelo, el famoso inquisidor y confesor de Isabel la Católica nació en Torrelaguna, provincia de Madrid. Total, que este pueblo de las mentiras como Santillana del mar que ni es Santa, ni tiene mar, ni es llana, nos dejó casi, casi tan defraudados como el anterior. ¿Dónde quedaban Covarrubias o Peñaranda?

Acabando ya el día, sólo nos quedaba por visitar Becerril de Campos, antes de llegar a las afueras de Dueñas dónde íbamos a dormir. En el camino vimos un castillo a pié de carretera que nos guiñó el ojo.  Pensando que ya estábamos en la provincia de Palencia, resultó que el castillo de Grajal de Campos se encuentra en la provincia de León. Imponente el castillo militar. Se le considera el primer castillo artillero en España. Es un impresionante edificio diseñado por el arquitecto Lorenzo de Aldonza, construido entre los años 1517 y 1521, por orden de Hernando de Vega, y finalizado por su hijo, Juan de Vega, primer conde de Grajal de Campos. Está construido sobre un pronunciado talud y aunque está bien conservado, nunca ha sido restaurado. Lo que más destaca es su tamaño con respecto al pueblo que lo rodea, cuatro casas y dos calles, con una pequeña plaza. http://megaconstrucciones.net/?construccion=castillo-grajal-campos

Cuando llegamos a Becerril de Campos y vimos un cartel que anunciaba que fue proclamado el pueblo más bello de España en 2016 nos frotamos los ojos con incredulidad. La verdad es que tiene su aquél este pueblo palentino, varios puntos de interés inimaginables en un pueblo castellano de Tierra de Campos. En la Plaza Mayor, parcialmente porticada con columnas de piedra, se encuentra ubicado el edificio del Ayuntamiento, construido en ladrillo rojo y con unas curiosas placas de piedra con inscripciones moralistas del tipo: “Al juzgar un hecho ajeno, mete la mano en tu seno”. No es que los concejales se hayan vueltos locos, parece ser que el motivo es que el edificio antes fue cárcel y también acogió las escuelas de niños y niñas, a los que había que adiestrar en la moral cristiana y en la urbanidad.
Justo en frente de este singular Ayuntamiento, se alza majestuosa la Iglesia en honor a Santa Eugenia, de estilo renacentista en su exterior y de estilo barroco en su interior.

En Becerril llegó a haber hasta siete iglesias y ocho ermitas. Otra que merece la visita es la Iglesia-Museo de Santa María La Antigua, del siglo XV. Actualmente alberga un museo de arte sacro con obras recogidas de otras iglesias, cuadros de Pedro Berruete y algunas esculturas de Alejo de Vahía, que a pesar de ser de origen nórdico, fue el escultor con mayor obra conocida entre todos los que trabajaban en Castilla a finales del siglo XV. La última Iglesia a no perderse es la que han convertido en observatorio astronómico. Se trata de la Iglesia de San Pedro que quedó en ruina total, y el pueblo de Becerril decidió convertirlo en un centro cultural dedicado a la astronomía. Cuenta, entre otras cosas con un péndulo de Foucault de movimiento continuo (impulsado por un electroimán), varios relojes solares, varios puntos de entrada de luz para demostrar el movimiento de rotación de la Tierra, restos de varias lápidas funerarias, y una recreación del firmamento realizada en la bóveda (que se encontraba derrumbada en su casi totalidad). El paso de un haz de luz sobre la línea meridiana trazada en el suelo indica los meses del año, los signos del zodiaco y los solsticios de invierno y de verano. Curioso lugar: https://www.sanpedrocultural.es/

Antes de despedirnos de Becerril de Campos, caminamos hasta el embarcadero y el puente de San Juan sobre las aguas del Canal de Castilla en su ramal de Campos. Es un sitio muy agradable, con un pequeño parque y un paseo a orillas del canal. Allí estuvimos un buen rato disfrutando de la calma y del atardecer.  El día había sido intenso y nos merecíamos ese descanso.

Al anochecer llegamos a Dueñas, dónde habíamos reservado habitación en el hotel  Camino Real: http://www.hotelcaminoreal.es/. Ubicado a las afueras de Dueñas, en el área de servicio de la salida  96 de la E80 (autovía Burgos-Portugal). Sencillo, limpio y tranquilo, a pesar de estar cerca de la autovía. Además como gentileza de la casa, nos regalaron una botella de rosado «Cigales», denominación de origen de la zona. Después de dejar las maletas, fuimos a cenar a Dueñas y nos tuvimos que volver con las ganas, no había un solo bar con cocina abierta. Lo intentamos en varios sitios pero no hubo manera. Acabamos cenando en un restaurante de carretera al lado del hotel, dónde por cierto nos trataron divinamente. Allá dónde veas a un camionero comer, buen menú has de tener…

Jueves 12: Dueñas, Ampudia y Palencia capital
Dueñas nos recibió con sus calles desiertas a primera hora del día de la Hispanidad. A pesar de que el sol luchaba por salir, la temperatura era más bien heladora.  El casco antiguo de Dueñas está declarado como conjunto histórico-artístico. La Plaza España destaca por sus soportales y por el Palacio que se erige a un lado, el Palacio de los Buendía. El estado actual es ruinoso, cuesta imaginar que entre sus paredes, se han escrito algunas páginas excepcionales de la historia de España. Nada más construirse se produjo el primer encuentro entre el heredero a la Corona de Castilla, Enrique IV y su prometida Blanca de Navarra. Años más tarde, en 1464 acogió una reunión de nobles y magnates castellanos que apoyaban al infante don Alfonso frente a su hermanastro Enrique IV. Los Reyes católicos tuvieron a su primogénita, Isabel de Aragón también en este Palacio. En 1502, se alojaron Juana I y Felipe I en su primer viaje a Castilla para ser jurados herederos de la corona y en varias ocasiones, el Emperador Carlos V, se hospedó con los Buendía.

Seguimos nuestro paseo por Dueñas, prácticamente sin ver a nadie. Vimos la Puerta de los Remedios, de estilo gótico, único testigo restaurado de la antigua muralla que protegía la villa. También vimos por fuera, en la Plaza Mayor, el Convento de San Agustín, de estilo Herreriano, la Iglesia de Santa María de la Asunción, con una mezcla interesante de estilos románico, gótico, barroco y neoclásico. No pudimos ver el interior de esta iglesia, porque aún era pronto y estaba cerrada, pero según leímos en un cartel, en ella descansan los restos de los Buendía y entre otras joyas, alberga el Ecce homo de Siego de Siloé. Por último, justo detrás de la iglesia vimos la fachada de la Casa de Napoleón, en la Plaza del Doctor Sinova. Se la reconoce así, porque en este palacio del siglo XVI, se alojó José Bonaparte durante la Guerra de la Independencia en el año 1808. Y ¿por qué fue a parar a este pueblo Pepe Botella? Pues resulta que Dueñas se encuentra en el Camino real entre Madrid e Irún y fue ocupada por el ejército francés, estableciendo su cuartel general en el Monasterio de San Isidro, que se encuentra a 5 kms de Dueñas. Este monasterio, conocido como la Trapa, y habitado por monjes cistercienses desde el año 1891, tiene fama por la elaboración de chocolate. http://www.abadiasanisidro.es/
Y así acabó nuestro paseo por Dueñas, con regusto de chocolate en la boca y cruzando la plaza del Botijo. A los habitantes de Dueñas se les conoce como botijeros, porque cuenta la leyenda que fue así, a botijazos cómo lograron destruir el castillo dónde se atrincheraban los sarracenos. Los expulsaron a botijazos, un poco increíble ¿no?.

Después de Dueñas y antes de ir a la capital, nos desviamos hacia un pueblo que apunté en la ruta, en el último momento, después de leer un libro antiguo de viajes en casa de mi madre. No lo tenía “fichado” y sin embargo es el lugar a no perderse por nada del mundo en la provincia de Palencia. Se llama Ampudia, y es sencillamente espectacular. Calles aporticadas, un castillo imponente y una Colegiata que destaca por su tamaño. Pero vamos por partes. Desde Dueñas a Ampudia recorrimos campos infinitos de trigales, que formaban una moqueta de un color amarillo claro que se fundía con un cielo encapotado que dejaba pasar una luz tenue. De repente, vimos la torre de la Colegiata de Ampudia que rompía la línea del horizonte. La Giralda de Campos la llaman, el destino prometía…
Aparcamos el coche muy cerca de la Oficina de Turismo, en la calle Ontiveros ubicada en un edificio histórico, el antiguo Hospital de Santa María de la Clemencia que estuvo en activo hasta el año 1930. La recepción está en el patio interior, y alrededor en la primera planta hay varias exposiciones que merecen la pena. Nos impactó mucho una de fotografías antiguas que retrataban a los habitantes de Ampudia con un realismo desgarrador. Mujeres con burka, con velos opacos tapándoles totalmente la cabeza y medio cuerpo. En un pueblo castellano, no eran fotografías de un pueblo perdido de Omán o de Mauritania. Pobreza, mugre y hambre…. de esas imágenes no han pasado tantos años, aunque parezca mentira. Nos reconciliamos con el presente cuando salimos a la calle y caminamos por la calle Corredera flanqueada por ambos lados con casas castellanas sobre soportales de madera. No sé cuántas fotos hice…cientos. Es una de las calles más bonitas de todas las que he visto en mi vida. La foto que encabeza este diario, la tomé en esa calle, con un anciano paseando a lo lejos como si en Ampudia se hubiese parado el reloj del tiempo.
Son dos calles principales las que atraviesan Ampudia, la calle Corredera y la Calle Ontiveros. Bajo esos soportales de madera que datan del siglo XVII, e incluso alguno del s. XIII, se desarrollaba la actividad comercial de Ampudia. Una actividad que sin duda se incrementó por la presencia del Castillo, hoy en día propiedad de la familia Fontaneda, los de las galletas más famosas. http://www.castillodeampudia.com/

Se puede visitar la parte baja del Castillo, donde se exponen las diferentes colecciones que fue creando en vida, el dueño, Eugenio Fontaneda. Sala de arqueología, de juguetes, de arte sacro, una farmacia antigua con toda la parafernalia, sale de armas e instrumentos musicales (sí todo junto), sala de etnografía y artes populares y el patio de armas. Tuvimos que sufrir a varias familias con madres que hablaban a sus niños como si fuesen subnormales y a los padres que hacían chistes fáciles, de esos con los que sólo se ríen los que los cuentan… Según veo ahora, mientras escribo el diario, también existe una visita más “vip” que recorre los rincones escondidos del castillo, para grupos reducidos y guiadas por especialistas en Historia del Arte. (20 euros).

El exterior del Castillo es impresionante. Su estado de conservación es muy bueno y no rompe el paisaje, todo lo contrario, se acopla por el color de la piedra de sus muros de color arena al paisaje de trigales que rodean al pueblo. Después de la visita, y de pasear por el exterior del castillo, volvimos al centro de Ampudia para tomarnos el vermut mientras veíamos a todos los vecinos acicalados, celebrando el día de la Hispanidad. Los guardias civiles con uniformes de gala y sus tricornios brillando al sol, no paraban de fotografiarse con sus mujeres y niños, celebrando también el día de su patrona. Un vermut de lo más animado tuvimos.

Antes de despedirnos de Ampudia, fuimos caminando hasta la Colegiata de San Miguel. La “Giralda de Campos” merece la visita, aunque sólo sea por ver el magnífico órgano barroco que conservan en su interior. No pudimos quedarnos mucho tiempo porque cerraban a las dos pero nos dio tiempo a ver los retablos y las capillas de Santa Ana y de San Ildefonso: http://ampudia.es/index.php/turismo/lugares-de-interes/colegiata-san-miguel/

Costó despedirse de Ampudia, pero teníamos  que ir a la capital en nuestro último día de ruta. Al llegar, aparcamos muy cerca de la calle Mayor, también porticada aunque no con soportales de madera antiguos como los de Ampudia. Palencia es la “bella desconocida”, los vallisoletanos dicen que es un barrio más de la capital del Pisuegra pero, aunque es pequeña, tiene algún que otro rincón entrañable. A la hora de comer un 12 de octubre nos costó encontrar un buen restaurante para comer sin reserva. Al final conseguimos, después de casi una hora de espera, sentarnos en una de las mesas de un clásico palentino, la “traserilla”. En el tripadvisor ocupa el 4º lugar de los 155 restaurantes palentinos registrados y la verdad es que acertamos. Casa de comidas en un edificio de varias plantas del siglo XIX.  http://www.latraserilla.es/. Las alcachofas con setas y jamón, regadas con un Ribera de Duero “Roble joven”, y el lechazo en su punto estaban de toma pan y moja. Rodando no, pero casi. Así salimos de la traserilla, menos mal que vimos el “oasis”, justo en frente del restaurante. El río Carrión con sus parques inmensos y suelo de césped, nos invitaba a echar la siesta de las siestas.

Las ciudades con río siempre nos han fascinado y el Carrión es uno de los secretos que atesora Palencia. Un río tranquilo a su paso por la “bella desconocida”, merodeando en silencio, contorneando el espacio que ocupa el otro gran tesoro palentino: la Catedral de San Antolín. Su tamaño es colosal e inversamente proporcional al tamaño de la ciudad castellana que la acoge. Es la tercera catedral más grande de España, después de la de Sevilla y Toledo. 130 metros de longitud por 50 metros de anchura en el crucero y 43 metros de altura en el ábside. Su construcción se inició en el año 1321 y no concluyó hasta el año 1516. ¿Pero quién era San Antolín? Antolín de Pamiers fue un mártir visigodo de la Galia que vivió en los siglos V y VI, venerado como santo por las iglesias católica y ortodoxa. Parte de sus reliquias descansan en la cripta de la catedral y según cuenta la leyenda, estando de caza el rey Sancho III el Mayor, acosado por un jabalí, se refugió en un hueco donde descubrió la tumba del Santo, cuyo cuerpo permanecía incorrupto en un sarcófago y sobre él una imagen de la Virgen, y decidió erigir al mártir una catedral. http://catedraldepalencia.org/

Dos horas permanecimos en el interior que contrasta con la austeridad del exterior. Alberga obras de arte de incalculable valor; unas muy conocidas como El martirio del San Sebastián de El Greco o la deslumbrante Piedad de Pedro Berruguete, otras menos como un delicado Cristo filipino blanco labrado en marfil. Sugiero un mínimo de dos horas para disfrutar con tranquilidad de la visita. Al salir, escuchamos un ruido raro que venía del cielo. Los palentinos ya están acostumbrados. Resulta que la catedral es el domicilio habitual de un grupo numeroso de cigüeñas que todas las tardes ofrecen un “concierto” de picos que nos recordó a una actuación de txalaparta: https://www.youtube.com/watch?v=-uqF-93t7qc (los txalapartaris del vídeo son habituales en las fiestas de San Fermín).

Tuvimos tiempo de seguir caminando y descubriendo más rincones de la ciudad; todo está a tiro de piedra. El Edificio de la Diputación, la Iglesia del Monasterio de las Clarisas, la Plaza Mayor, la Iglesia de San Lázaro y el Teatro municipal. Hay más sitios, más iglesias y plazas pero los puntos de interés más cercanos a la Catedral, los vimos.

Antes de volver a Dueñas a dormir, paseamos por la calle mayor y estuvimos un rato viendo a las juventudes del PP hacer un mitin contra la independencia de Cataluña. Banderas españolas ondeando, al igual que los cabellos finos de los manifestantes. Un primor que acabó con unos cuantos “Viva España” al son del himno nacional. Como para que pasaran Pere o Mercé por delante del grupito. Nosotros grabamos el momento, y echamos unas risas. No nos llevamos una banderita española a casa porque no quisimos. Al día siguiente teníamos que madrugar para volver a casa de un tirón, y no era cuestión de seguir la fiesta pepera.

Viernes 13: Baltanás, Aranda de Duero, Castellón.
Nos quedaban por delante 550 kilómetros de vuelta a casa. A las 8 de la mañana ya estábamos en ruta, después de desayunar solos en el comedor del hotel. Nuestra primera parada fue en Baltanás, una localidad que adquirió importancia en el siglo XV, con los Reyes Católicos. Lo más curioso de este pueblo está en el exterior. En las lomas que rodean al pueblo se esconden, en el cerro del Castillo, hasta un total de 374 bodegas subterráneas. Gran parte del conjunto de bodegas estaba ya construido en el siglo XVI. El conjunto constituye una relevante muestra de patrimonio cultural etnográfico asociado a los sistemas productivos del vino. Se trata del conjunto excavado periférico más importante de Castilla y León, no sólo por su extensión y número de bodegas, sino también por su buen estado de conservación. En este video se explica la historia de este barrio: https://www.youtube.com/watch?v=95YLp403xRg.

Desde Baltanás hasta Aranda de Duero hay apenas hay 50 kms y los recorrimos cruzando amplios campos de viñedos, siguiendo una de las rutas que acompañan al río Duero en su tránsito por las provincias de Burgos, Segovia, Soria y Valladolid. Muchas bodegas famosas y otras no tanto. Al llegar a Aranda, pasando por delante de la fábrica de Pascual, nos dio pereza entrar en el centro histórico. Había mucho tráfico y decidimos seguir nuestro camino de vuelta a casa. Nos quedamos sin ver el Museo de la casa de las bolas, o la Iglesia de Santa María. Habíamos visto tantos sitios inolvidables en cuatro días, que ya estábamos “empachados” de belleza. Las “raíces de Castilla” ya estaban enraizando….

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