De nuevo, Almería


De nuevo, Almería
Del 18 al 21 de noviembre de 2021

A Irantzu y a Mónica, dos almerienses de corazón

Jueves 18: Cartagena – Mojácar
Decía Goytisolo en su libro “Campos de Níjar”: “Por eso me gusta Almería, porque no tiene ni Giralda ni Alhambra. Porque no intenta cubrirse con ropajes ni adornos”. Y estoy de acuerdo, Almería engancha por su austeridad, por su naturaleza seca, abrupta y a veces hiriente. Sus mares de plástico se mezclan con los mares de verdad, su tierra negra, parduzca, contrasta con sus cielos rasos de un azul tan intenso que perfora. Almería qué grande eres y que poco te jalean, pero tampoco te importa. No quieres Algarrobicos, quieres Agua Amarga, o la Isleta del moro, que te dejen de urbanismos salvajes, que te dejen tranquila…

De nuevo regresamos a Almería pese y por el covid. Alejarnos de las masas, de las mascarillas y de la enésima ola del puñetero virus que nos tiene alejados de los aeropuertos desde marzo del 2020. No se me ocurrió mejor plan que volver a perdernos por el Cabo de Gata, y descubrir otros pueblos del interior de la provincia. Salimos más tarde de lo previsto por culpa de la vacuna de refuerzo contra el maldito bicho. Yo quería comer en Cartagena, Murcia, porque es una ciudad que no había visitado nunca y tenía curiosidad. Finalmente llegamos a su puerto renovado, cuando ya eran casi las 3 de la tarde y empezaba a atardecer. Boquiabierta me quedé con este puerto natural, y la espectacular zona que ha quedado en la salida al mar de la ciudad. Desde la época romana, en el siglo III antes de Cristo, Cartagena cuenta con este puerto natural, origen y motor de la ciudad. Por este puerto han pasado numerosas civilizaciones y ha sido escenario de importantes momentos históricos. Actualmente cuenta con tres dársenas, la militar con su Arsenal, astillero y base naval, que comenzó a construirse oficialmente en 1731, bajo el reinado de Felipe V y se finalizó en 1782, bajo el reinado de su hijo Carlos III, la comercial, dividida en tres zonas de actividad comercial, pesquera y deportiva, y por último la dársena industrial con un gran complejo petroquímico. Si además de recorrer la zona comercial, con su explanada impresionante, y disfrutar de los inmensos buques de crucero como los que vimos, apetece andar más aún, existe un sendero azul que parte desde el Puerto deportivo del club de Regatas y discurre por el paseo de Alfonso XII, hasta la Cofradía de pescadores y el Faro de Curra.

Nosotros después de flipar con las “inmensas ciudades flotantes”, atracadas y a punto de salir de Cartagena (de hecho vimos a uno de los buques salir del puerto a poca velocidad), optamos por seguir caminando hacia el centro histórico. ¡Es increíble la cantidad de edificios modernistas, a cada cual más espectacular!. El primer edificio que impacta es el del Ayuntamiento. En realidad es un Palacio de estilo neoclásico que me recordó un poco al hotel María Cristina de San Sebastián. Se trata de un edificio triangular cuya fachada está construida totalmente en mármol blanco. Se construyó a principios del siglo XX, pero hubo que volverlo a reconstruir en 1995, ya que estaba construido sobre terrenos pantanosos, ganados al mar, y empezó a tener graves problemas estructurales. Es grandioso, colosal, muy a la medida de una ciudad burguesa que tuvo su época de esplendor, también su época de decadencia y actualmente, vive un resurgimiento. Las obras del puerto, toda la zona ajardinada que rodea al Ayuntamiento, son prueba de este resurgir de Cartagena.

Muy cerca, encontramos el Museo del teatro romano de Cartagena. Como siempre, imposible entrar con nuestras peludas aunque el recinto estuviese al aire libre. Yo siempre lo intento, el no ya lo tengo. Sigue siendo difícil viajar con mascotas, en fin…. Algún día, no muy lejano, (hay más perros que niños en los hogares de treintañeros), espero que las leyes cambien, y que por lo menos les dejen entrar en sitios, museos o recintos al aire libre.  Menos mal que Tuca y Lola, ajenas a todo, disfrutaban como locas por las calles de Cartagena. Seguimos paseando por la calle mayor, la más comercial, y seguimos viendo edificios con sus fachadas modernistas como la del Casino. Las ruinas romanas de Cartago Nova las íbamos a ver de todas formas, era cuestión de paciencia.

Entre las construcciones más notables ubicadas en esta calle se encuentran algunas como la Casa Llagostera, realizada por el arquitecto Víctor Beltrí y el ceramista Gaspar Polo en 1916 (no pudimos ver su espléndida fachada en cerámica ya que está ahora mismo en restauración total); la Casa Cervantes, de estilo modernista y construida también por Víctor Beltrí entre 1897-1900; el Casino de Cartagena, construido en el siglo XVIII y reformado en diversas ocasiones durante el siglo XIX; el Edificio Serrat, residencia de estilo modernista realizada a principios del siglo XX; y la Iglesia Castrense de Santo Domingo, de estilos Barroco y Ecléctico, y fechada entre los siglos XVIII y XX. Una calle mayor cuya función principal era la de comunicar la ciudad con el mar, la tripulación de todos los barcos que llegaban al puerto debía acceder a la ciudad a través de esta calle. Paramos a tomar algo, y le pregunté a la camarera si había algún modo de ver las ruinas desde fuera y nos dijo que sí, que teníamos que subir al Parque Torres, y que desde allí arriba se veía muy bien el anfiteatro romano. Siguiendo el google maps nos perdimos por las calles del centro de Cartagena, y cuando pensábamos que íbamos por el buen camino, nos dimos cuenta que para nada, nos perdimos por el barrio del Molinete, un barrio que según leímos no tenía muy buena reputación. Nos equivocamos, porque fuimos a parar al Parque arqueológico, conocido como el Cerro del Molinete. Desde este cerro se ve la trasera del museo arqueológico, con algunas zonas de restos pero el famoso anfiteatro no. Sí que tuvimos la suerte de ver un graffity mural de Pablo Picasso, pintado sobre la fachada de una casa antigua, que nos encantó. En este cerro, sin saberlo, estábamos pisando los restos de una antigua población ibérica y los restos de notables edificios construidos, bajo el mandato del general cartaginés Asdrúbal, conocido como el fundador de la ciudad. De su posición de dominio por su ubicación en tiempos de la conquista romana, el cerro del Molinete pasó a ser un barrio humilde y de mala reputación, con casas de citas y garitos de noche al aflorar el comercio en torno al puerto. El barrio de la perdición….

Volvimos sobre nuestros pasos, y de nuevo perdiéndonos por el laberinto de calles colindantes al puerto, utilizamos el mejor gps, el tradicional “perdone señora” ¿me puede indicar por favor de dónde carajo podemos ver el anfiteatro romano con dos perras a las que no dejan entrar en recintos arqueológicos, por temor a que con sus patitas se carguen la historia de este país?. Y sí, nos indicaron cómo teníamos que subir hacia el Parque Torres por una calle escalonada que se encontraba a menos de 100 metros. Y allá que fuimos, y allí es dónde por fin vimos el anfiteatro desde el exterior. Un poco encajonado entre edificios, nada que ver con el colosal anfiteatro de Tarragona con vistas abiertas al mar. Las comparaciones son odiosas lo sé, por eso disfrutamos del momento e intentamos ver lo que pudimos por las hendiduras de las verjas exteriores. Dejo aquí este video, con vistas aéreas de Cartagena, y especialmente del Ayuntamiento, puerto y ruinas romanas, porque es lo de siempre,  una imagen vale más que mil palabras, y sobre todo, cuando viajas con mascotas:  https://www.youtube.com/channel/UCsG5tfD2Ukd2E-gRbuELKig

Con la mejor luz del día, la del atardecer, nos despedimos de Cartago Nova, https://es.wikipedia.org/wiki/Cartago_Nova, desde donde partió Aníbal, hijo del fundador Amílcar Barca, con sus elefantes hacia Italia, iniciando la segunda guerra púnica entre las dos potencias que dominaban el Mediterráneo occidental: Roma y Cartago. Para refrescar la memoria, y desempolvar los libros de historia, viene muy bien el wikipedia, así que ahí lo dejo…

Antes de llegar a nuestro destino final del día en Almería, Mojácar, tenía marcado en la ruta pasar por dos pueblos del interior norte de la provincia: Vélez Blanco y Vélez Rubio, pero la maldita vacuna nos había retrasado la salida, así que decidimos dejar estos dos pueblos para otro día. A Mojácar, cruzando las tierras áridas del sur de Murcia, llegamos de noche. En el hotel que había reservado y postergado por culpa del covid dos veces ya, nos esperaban, entre ráfagas de viento y lluvia. En Cartagena habíamos disfrutado de un sol radiante pero en las noticias pronosticaban olas de 6 metros en la costa de Almería. Según nos dijeron la noche previa había llovido muchísimo, y nosotros tuvimos suerte, la verdad, porque durante toda nuestra estancia sólo nos llovió una mañana, la misma en la que fuimos a recorrer la zona más desértica y seca del país, el desierto de Tabernas.

El Hotel de Mojácar frente al mar, se llama Casa flor, https://casaflor-mojacar.hotelmix.es/ y desde aquí lo recomiendo: sin grandes lujos, lo llevan una pareja de franceses, con un rollo muy hippy, de sofás y sillones cubiertos con tapices indios en terrazas que dan al mar, habitaciones amplias, limpias y unos desayunos riquísimos. El patio interior con su techo emparrado es precioso, y me imagino que en verano estará a tope, pero nosotros tuvimos la suerte de cenar allí con la única compañía del perro de la casa, al que dueño espantaba diciéndole “allez cochon”. Tuca y Lola no se hicieron amigas del pobre perro-cuto, él lo intentaba constantemente pero no hubo manera. Cansados estábamos, el día había sido largo. No daban cenas en el hotel, el francés no tenía muchas ganas de currar, así que acabamos en un Foster de la playa, cenando pronto y yéndonos a la cama con el potente rumor del oleaje.

Viernes 19: Carboneras – Aguamarga – Las Negras – Isleta del Moro- Pozo de los Frailes – San José – Playas de Monsúl  y Genoveses – Cabo Gata (salinas) – Níjar

Amaneció con un cielo triste pero poco a poco iría despejando, a lo largo del día. El primer desayuno nos supo a gloria bendita, con su café con leche, su zumo de naranja natural y su tostada de pan con tomate natural, aceite de oliva, jamón y huevo plancha…. mmmm.. aún me salivan las glándulas. (Ahora me fijo más que nunca en estas cosas, gajes del oficio). Eso sí, a las 9 no antes, que los dueños tampoco querían madrugar. El paseo por la playa con las “niñas” previo al desayuno nos llenó de iodo los pulmones y nos regaló un mar abierto y bravío muy diferente al Mediterráneo calmado de siempre. Entre algas y terrazas “modo invierno” de los chiringuitos, Tuca y Lola disfrutaron de un buen paseo en libertad (lo de ir atadas no les gusta mucho). Al segundo café con leche espumoso y buenísimo, y cuando el sol empezaba a brillas entre las nubes bajas y plomizas, decidimos que ese día haríamos la ruta por la costa del Cabo de Gata.

No era nuestra primera vez, pero el Cabo de Gata bien vale una y mil visitas. A unos pocos kilómetros de la playa de Mojácar, hacia el norte se encuentra Garrocha con las mejores gambas de la zona, y hacia el sur Carboneras, nuestra primera etapa del día. Carboneras se ha hecho tristemente famosa por la aberración del Hotel Algarrobico. El famoso hotel construido en pleno parque natural del Cabo de Gata, que ahora está abandonado por orden judicial. 15 años llevan ya, en el año 2006 se paralizó la construcción cuando estaba al 94% de su ejecución, porque además de estar en una zona protegida del Parque natural, se levantó a unos 50 metros del mar, invadiendo la franja de protección de 100 metros fijada en la Ley de Costas. Un desastre ecológico, que permanece ahí año tras año, recordándonos a todos, las pifias que se han cometido y se siguen cometiendo en este bendito país. Carboneras, a pesar de ser un bonito pueblo pesquero de casitas blancas, también tiene el triste honor de albergar una central eléctrica que funciona con carbón y es la industria más contaminante de toda Andalucía. En resumen, no me retiraría yo en Carboneras, si acaso en el siguiente pueblo llamado Agua Amarga, que a pesar del nombre es un pueblecito encantador.

Más de 20 años habían pasado desde que por primera vez conocí este oasis junto a mi amiga Mónica. La tienda de ropa de Petra “Poco-loco”, una alemana más almeriense que las gambas de la garrocha, seguía allí, aunque para mi desgracia, cerrada a cal y canto hasta la primavera.  Pregunté en otra tienda de ropa, la única abierta, y allí la dueña me confirmó que Petra no abría todo el año como ella, sino sólo en primavera y verano. ¡Qué pena! me hubiese gustado comprarme algo, aún recuerdo los pantalones color mostaza que me duraron hasta que acabaron de trapos de cocina, de tanto que me gustaban…. No había nadie, algún vecino despistado y un par de camareros en la puerta del único local abierto. Recorrimos el pueblo y disfrutamos de la playa en soledad, sólo escuchamos el oleaje y las gaviotas en busca de alimento. Las buganvillas aún en flor trepaban por las paredes blancas de las casas vacías, mientras nosotros nos resistíamos a irnos de Agua Amarga, para mí el pueblo más bonito de Cabo de Gata. Pero teníamos que seguir hacia Las Negras, otro pueblo en la costa, con las mismas casitas blancas y una playa que nos regaló las mejores fotos del día, porque los colores del mar, el cielo y el sol que intentaba colarse formaban una paleta impresionante. No había mucha gente tampoco en Las Negras, de hecho no vimos ni un bar abierto y ya era la hora del sagrado vermú, así, con acento en la u.

En el siguiente pueblo, La Isleta del Moro, sí que encontramos un bar, con vistas al mar y un cazón en adobo buenísimo. El restaurante se llama la Ola, los dueños majísimos y la comida riquísima. Aprovechamos que no había nadie para darnos un homenaje, contemplando las vistas al mar enfurecido.

 La Isleta se llama así por el islote que está unido a la costa y que fue, según parece refugio de los piratas del norte de África. Antiguamente era denominada La Isleta del Moro Arráez, cuyo nombre le vendría dado por un caudillo norteafricano llamado Mohamed Arráez. Antes del aperitivo dimos un paseo por el pueblo y su playa. Yo recordaba la Isleta con mucha gente, pero así tampoco nos disgustó, al contrario, tenía un aire nostálgico, gris pero al mismo tiempo invitaba a quedarse un buen rato meditando y respirando puro iodo marino. Cabo de Gata en noviembre es otra historia, y tenía ganas de hacer esta ruta fuera de temporada. Nos quedaba en la costa el reencuentro con San José. Una localidad más grande que el resto, se puede decir que es la “capital” de la costa del Parque natural. Antes de llegar pasamos por el Pozo de los Frailes pero no paramos porque no nos sedujo mucho, al no estar en la costa. El punto de interés de este pueblo es su famosa noria, con la que se extraía agua en tiempos difíciles y no tan lejanos…

No pude contener un suspiro muy profundo cuando por fin llegamos a San José, de cómo lo recordaba a cómo está ahora, con el doble de edificaciones y mucho más poblado. Llegamos hasta la playa, un lugar que me costó reconocer entre tanto apartamento… una pena, la verdad. No había mantenido el encanto de Agua Amarga, San José se había convertido en un mini Benidorm almeriense. Intenté buscar el albergue donde estuvimos Mónica y yo pero no quise perder mucho tiempo, preferí salir de allí y perderme en las playas salvajes de Poniente, las famosas playas de los Genoveses y de Mónsul. A pocos kilómetros, saliendo de San José hacia el sur, por una pista de tierra se accede sin problemas primero a Genoveses donde había varios kite surfistas rompiendo olas, y después a la mágica playa de Mónsul. Es entrar en el planeta de los simios, paisaje desértico, dunas de arena negra y parda, chumberas, pitas y agaves, anteceden a la playa única y mágica de Mónsul. Al igual que la de los Genoveses, son calas vírgenes, no hay servicios, ni chiringuitos, estamos en un Parque natural. Cuando llegamos, sólo había una pareja con un perro suelto. Esperamos a que pasasen para liberar a Tuca y Lola y disfrutar del momento en este paraíso natural. Me emocioné tanto que nos acercamos demasiado a la orilla y acabé mojada hasta las rodillas por una ola traicionera. ¡Las risas que nos echamos! Bueno, unos más que otros…. Al volver hacia el coche que habíamos dejado en una zona de parking, cometimos un error de principiantes, dejamos sueltas a las perras y se adentraron en un bosque de chumberas y agaves de bastante altura. Daniel fue detrás de ellas pero no las veía. Yo me alejé para ver la zona con más perspectiva y al cabo de unos minutos, que fueron eternos, vi a Lola en lo alto de un cerro, y a Tuca bajando en zigzag la cuesta, mientras por otro lado iba Daniel dando palos de ciego. Al final, gritando, le avisé a Dani que ya las tenía localizadas y que podía volver sobre sus pasos. Un susto de narices… ellas tan felices y Dani con las pulsaciones a mil. Nos acordaremos de la playita de Mónsul toda la vida. Con los pies mojados, pero feliz, cogí el coche para volver a San José ya que por la costa no podíamos seguir hasta el faro del Cabo. Teníamos que rodear por el interior, se puede recorrer los 27 kms a pié, haciendo senderismo, pero en nuestro caso era algo imposible: http://www.apatita.com/rutas.php?id=cabo_de_gata

Antes de llegar al ansiado faro, vimos por la carretera que discurre paralela al mar, las famosas salinas del Cabo de Gata, junto a la localidad de Almadraba de Monteleva. Una vez más un paisaje muy especial, en el que destaca la Iglesia, construida a principios del siglo XX, y restaurada recientemente, ubicada a orillas del mar, entre las salinas y la colina que asciende hacia el faro. Solitaria, no parece que a esta iglesia acudan muchos parroquianos. Es casi una edificación de atrezzo de película de spaghetti western, de las que se rodaban en Tabernas en los años 70. Una cosa muy extraña, pero atractiva al mismo tiempo. De hecho, es todo un símbolo del Parque natural, y los almerienses han luchado por su restauración.  https://www.youtube.com/watch?v=qAvG0RDdroE

Cuando por fin llegamos al faro, siguiendo a 40 por hora a un motorista alemán que seguía escrupulosamente los límites de velocidad, aparcamos justo a la entrada del recinto que rodea al faro, construido en el año 1863. Tiene 18 metros de altura y las vistas desde el mirador son espectaculares. Para mi gusto no tiene el encanto de otros faros como los de Menorca o cualquiera de la costa cantábrica pero sí que guarda la estética del Parque desértico de Cabo de Gata. Mi debilidad por los faros , me lo tendré que mirar algún día, porque es ver una montaña y quedarme tal cual, pero lo del mar abierto desde un faro es “orgasmático” nivel intenso 10. Vivir de farer@, sería un sin vivir… no quiero ni imaginarlo…

Con los pies aún mojados y los pelos alborotados con el viento de poniente dimos casi por finalizada la ruta por el Parque. De regreso a Mojácar, por la autovía, aún nos quedaba por visitar Níjar, en el interior. En la lista de los pueblos más bonitos de España, también ostenta el triste récord de ser una de las poblaciones con menor rentabilidad per cápita de Andalucía. Níjar es un pueblo hecho cuesta, un poco como Jaén capital. Famoso por sus jarapas y alfarería, merece la pena subir hasta la cima, dónde se ubica el ayuntamiento en una plaza diminuta e ir bajando por su avenida principal, entrando y saliendo de las tiendas de artesanía. Antes de “quemar” la visa, se recomienda visitar la Iglesia de la Anunciación, la Glorieta, la plaza del mercado, el Museo del Agua o el Portillo. En definitiva, perderse por el centro histórico que se encuentra en la atalaya, en la cima de Níjar. Lo de las compras lo dejamos para el final.

Nos habíamos librado de la lluvia todo el día, de ese temporal amenazante y acechante. Un poco de lluvia sí que tuvimos desde Níjar hasta nuestro hotel en la playa de Mójacar. Cuando llegamos era de noche y nos encontramos con que no había luz en la habitación. Ni rastro de los dueños, la cosa pintaba un poco rara… Fui a buscar ayuda y enseguida encontré al dueño que puso cara de circunstancias-(mejor dicho, cara de francés diciendo “mais ce n´est pas posible”) más poco creíble que un museo de cera. Le dio a la llave de paso con total naturalidad, exclamando ¡voilá todo arreglado! Raro raro…. Que no quieres que la gente se deje la calefacción puesta… pues cortas la luz y ya está… temporizador a la francesa…

Pero oye, ¿no querías un hotel hippy, con buenas vibras? Pues toma- Y como seguían sin querer servir cenas en el bar, sacamos toda la artillería y cenamos en el patio andaluz la mar de a gusto. Será por luces y calefacciones….Nosotros y nuestras perras al fin del mundo, y si te dan limones pues limonada, pardon, citronnade..

Sábado 20: Sorbas – Tabernas – Almería capital – Turre (restaurante Adelina)
Gris marengo, cuasi negro. Así amanecimos el sábado, los pronósticos empezaban a cumplirse. El paseo matutino por la playa antes de desayunar, lo dimos igual, las necesidades caninas son lo que son, imperativas. Oleaje y cielos amenazantes, hicimos bien en hacer la ruta de la costa el día anterior, aunque a esa hora no sabíamos lo que se nos venía encima. Después de desayunar, pusimos rumbo al interior de la provincia, hacia Sorbas y Tabernas. Esta zona sí que era desconocida, no había estado ni con Mónica ni con mi Santo. Cuando llegamos a Sorbas diluviaba. Este pueblo se ha hecho famoso por las “raves” multitudinarias que organizan en Nochevieja, en una cantera a las afueras del pueblo. Llovía tanto que era difícil pensar que iba a escampar a las once, como anunciaban en la Aemet. Dejamos a las niñas en el coche, iban a estar mejor a cubierto que paseando bajo la lluvia. EL recorrido fue corto, el pueblo asentado al borde de un profundo tajo por el que discurre el río de Aguas, con sus casas colgantes, y varios miradores, invitaba al paseo por su ubicación pero, no habíamos elegido el mejor día. Muy cerca de Sorbas, se encuentra el “Karst”, un terreno con unas características hidrológicas especiales, con un paisaje lleno de simas, cuevas y colinas subterráneas. En este Parque natural se han catalogado más de 600 cuevas con estalactitas, estalagmitas, columnas y corales.

Aún bajo la lluvia, en una zona en la que debe llover dos veces al año, volvimos a coger el coche y salimos de Sorbas hacia el Parque natural desierto de Tabernas. Tenía curiosidad en ver esta parte de Almería dónde se han rodado tantas películas de vaqueros. En la documentación que había leído al preparar la ruta, recordé que el desierto de Tabernas es el único y verdadero desierto existente en Europa y que cuenta con casi 3000 horas al año de luz solar, ¿de chiste no? . El pueblo en sí, Tabernas, no nos pareció bonito, ni especial. Está claro que cuando el tiempo no acompaña, las cosas se ven desde otra perspectiva pero poco había que rascar en este pueblo que ha conseguido “salir en el mapa” por el tinglado que han montado con sus parques temáticos, dedicados al “lejano oeste”. A menos de 5 kms de Tabernas, en dirección a Almería capital, nos salimos de la carretera, siguiendo las indicaciones que marcaban nuestro destino: “Fort Bravo”. La escena es de traca, antes de llegar en un cerro, en grandes letras blancas, leemos “Texas Hollywood”, imitando al celebérrimo y verdadero cartel de la meca del cine. Cuando llegamos a la entrada a los estudios, convertidos en un parque temático, en la cabina un tipo con rastas me explica que la entrada son 19,40 euros por persona pero que con el mal día que hace, duda mucho que el espectáculo diario de los vaqueros se celebre. Yo perpleja le pregunto, pero, ¿si no va a haber espectáculo, hay que pagar entrada también? Y con sonrisa de vaquero malo me contesta un lacónico: sí, claro. Media vuelta, nosotros y la caravana de alemanes que venían detrás; tampoco estaban por la labor de “hacer el primo a la española”. El rastas se iba a comer los mocos ese día, porque con lluvia y sin espectáculo, no creo que cayese ningún ingenuo que pagase 20 euros por verle su jeta con decorado “fart west” de fondo. Casi casi que mejor viendo el vídeo promocional no haber entrado, un pelín de vergüenza ajena me da, no sabía que era tan “participativo”, yo sólo quería ver los estudios: https://www.youtube.com/watch?v=zMq_n9G6buA&t=21s

Totalmente embargados por el espíritu de Gary Cooper en “Sólo ante el peligro” nos fuimos de allí a la velocidad de caballo loco. Ya no llovía tanto pero tampoco invitaba el cielo a perdernos por el desierto de Tabernas. Cambio de planes. Tenía marcado acabar la ruta en un pueblo de la Alpujarra Almeriense, en Laujar de Andarax, pero decidimos dejarnos de carreteras comarcarles y montañosas y darnos un homenaje en la capital. De todas las capitales andaluzas, Almería y Huelva son quizás las menos sugerentes, las que menos turismo atraen pero no dejan de tener varios puntos de interés. En el caso de Almería, me gusta que hayan recuperado el paseo marítimo y que la ciudad no viva de espaldas al mar, sino al contrario.

Desde Tabernas a la capital nos plantamos en menos de media hora en coche. Yo recordaba de la última vez que entré por la costa y no por la parte interior, con lo cual, no sé cómo pero acabé metiendo el coche por el centro peatonal, y en un barrio muy “sui generis”, con sus casas-cueva, a los pies de la Alcazaba. Me entró una angustia horrible, metidos en un laberinto de calles sin salida, con gente mirándonos como si fuésemos marcianos. Al final, después de unos minutos que se me hicieron eternos,  encontramos la salida al paseo arbolado y marítimo de Almería. También tuvimos suerte para aparcar, todos los coches de la provincia estaban allí, era sábado a la hora del vermú.

Si hay algo que ver en la ciudad es la Alcazaba, su principal punto de interés histórico y cultural. Su impulsor, Abderramán III, la bautizó como “la atalaya”, allá por el siglo X. De hecho, Almería deriva del árabe Al-Mariyyat (El mirador). La principal diferencia de esta Alcazaba con los alcázares que los árabes levantaron por estas fechas por toda la Península Ibérica es que la de Almería no era un palacio fortificado como sí lo son los alcázares, sino un edificio únicamente militar.  Sobre esta base eminentemente defensiva, se fue levantando la ciudad que en poco tiempo se alzó en el puerto más importante de España, al convertirse en la entrada del comercio del Califato de Córdoba con Oriente y el Norte de África. Los Reyes Católicos mandaron construir un castillo en la parte más occidental y elevada de la Alcazaba, que no se terminaría hasta tiempos de Carlos I. También reconvirtieron una antigua mezquita en la que hoy es la ermita de San Juan, situada dentro de la edificación.  El último uso defensivo de la misma tuvo lugar en 1836, durante la Primera Guerra Carlista. En 1931, la Alcazaba de Almería fue declarada Monumento Histórico Artístico.  La entrada apenas cuesta menos de 2 euros y merece la pena descubrir la Alcazaba, es el símbolo de la ciudad. Se accede a pie por una escalinata de la calle Almanzor. Se tarda unos 10 minutos en llegar andando a la fortificación desde la plaza de la Catedral.

 El siguiente punto de interés turístico es, por supuesto, la Catedral. Muy singular es esta Seo con estructura de fortaleza. Cuenta la leyenda que entre sus muros de estilo Gótico tardío y Renacentista, mejor dicho, en su claustro, está enterrado San Valentín, el Santo del amor. No sé si será verdad, porque en Madrid dicen que están allí los restos, en la Iglesia de San Antón, lo que sí recomiendo es acercarse a este templo. Dejo aquí un enlace a un artículo muy completo sobre la Catedral y su plaza con suelo de mármol que también es magnífica. https://www.jdiezarnal.com/catedraldealmeria.html

Antes de seguir descubriendo Almería capital, es de vital importancia probar su tapeo. A diferencia de otras ciudades como Granada, aquí tienen menú de tapas, eliges tú la tapa. Probamos varias especialidades, mientras disfrutamos de una de nuestras aficiones ocultas: avistamiento y clasificación de bodas en base a la vestimenta de los invitados. La que vimos desde la terraza de un bar de la plaza de la Constitución entraba dentro de las bodas categoría A, de postín, de revista “Hola”. Ellos con peinados estilo “hijos del Duque de Alba”, una cosa un poco aberrante, con mucho, mucho, cabello acumulado en tupidos flequillos tapando la mitad de la cara. Y ellas…. esqueléticas, la mayoría, muy estilosas, muy de apellidarse Domecq u Osborne. Algunas excesivamente maquilladas y otras luciendo mantilla con bastante estilo, como quien se pone una mantilla de forma habitual, hasta para ir al súper.

La primera tapa que probamos fue de “pijotá frita” (nos gusta probar cosas nuevas siempre). Resultó ser una especie de bacaladilla frita que no pasará a la lista de las tapas más deseadas. En el segundo bar, ya nos gustó más. Probamos el “trigo”, unas migas, carne con tomate y chopitos. EL “trigo” es un potaje muy típico de Almería con trigo que se deja reposar varias horas antes de cocerlo, garbanzos, morcilla, hinojos, patata y carne de cerdo. La verdad es que tomarlo caliente, en un día como el que nos tocó, nos hizo olvidar el debate del tapeo gratis en Andalucía. Sí, siempre que viajo a Andalucía me encanta el tapeo y siempre lo defiendo pero, es verdad que no hay que dejarse engañar. El tapeo no sale gratis, te lo ofrecen pero te lo cobran. Dos cañas de cerveza con tapa a 5,40 euros que nos cobraron, no deja lugar a dudas ¿verdad? Aunque también depende de las zonas, en Granada sí que sale más barato, realmente te ofrecen las tapas y en cantidad. En el último bar que paramos, un garito popular, de toda la vida, pedimos unas gambas rebozadas de tapa que estaban exquisitas, y la de presa ibérica especiada también, muy buena, y con mejor precio, si mal lo recuerdo, caña y tapa dos euros. En fin, sólo sé que comimos de tapas y que de postre nos acercamos a la Rambla, para tomarnos un café con la mejor palmera de hojaldre y chocolate que habíamos probado en años. ¡¡¡Buenísima!!!. La Cafetería-pastelería “La Dulce Alianza” es la de toda la vida, un clásico de la ciudad. Caímos allí de casualidad y desde luego que la recomiendo, sin dudarlo. La gitana que rondaba por la terraza me debió ver cara de pazguata feliz porque me endosó un décimo de lotería de navidad con 5 euros de sobreprecio. Las endorfinas del chocolate…

Después del paréntesis pecaminoso ya estábamos preparados para bajar por la Rambla, la avenida principal de la ciudad, también conocida como la Avenida de Federico García Lorca. Esta “arteria” principal arranca en el obelisco y culmina 2 kilómetros después, en el puerto de Almería y su cable inglés, un antiguo carguero portuario minero, construido por un alumno de la escuela de Gustavo Eiffel, para transportar hierro entre la estación de tren y los barcos del puerto almeriense. Es un paseo bonito, un espacio amplio que cruza la ciudad de norte a sur.

Al llegar al cable inglés, junto al Parque de las Almadrabillas, dónde destaca un monumento en honor a las víctimas almerienses  de Mathausen, vimos una casa que nos llamó la atención por su aspecto de caserío vasco. Nos acercamos a la entrada y vimos que era un Museo de Arte conocido como “Casa de Doña Pakyta”. Y ¿quién fue la insigne señora? Pues nada más y nada menos que la “César Manrique” del Cabo de Gata. Al igual que el creador lanzaroteño, Manrique, que  luchó toda su vida contra la especulación inmobiliaria y a favor del respeto al entorno natural de la isla de Lanzarote, Doña Pakyta, fue una emprendedora turística reconocida por su defensa ecológica del parque natural de Cabo de Gata-Níjar. Vivió en esta Casa Montoya ó Casa Vasca y dejó legado que a su muerte, la casa pasase a ser patrimonio del Ayuntamiento de Almería.

Agotados llegamos al coche a media tarde. Volvimos al hotel a descansar. Desde Almería hasta Mojácar hay casi 100 kms, menos mal que prácticamente todo el trayecto se puede hacer por autovía. Nos merecíamos un descanso y el mal tiempo ya había dado paso al sol del atardecer. Por la noche, para cenar, hicimos caso a las recomendaciones de mi querida amiga Irantzu, asidua al Cabo de Gata desde hace años. Uno de los restaurantes que nos recomendó fue el Casa Adelina, en el pueblo de Turre a escasos 6 kms de Mojácar. ¡Todo un acierto! Para probar los platos típicos y tradicionales de la gastronomía local, casa Adelina es el lugar. Probamos los “gurullos”, una especie de pasta, elaborada con sémola de trigo y azafrán, para acompañar platos fríos y calientes, aunque lo típico es comer los gurullos en plato de cuchara, con carne de conejo guisado. También probamos los caracoles y el “ajo colorao”, una especie de puré de patatas con bacalao, ajo y pimientos secos o choriceros. No pudimos con todo, muy denso para cenar… Tuca y Lola se dieron un banquete, les gusta todo, una cosa por demás. Y así acabamos el día más gastronómico del viaje. Aún nos quedaban unas horas al día siguiente por Almería, antes de ir a Granada pero, saliendo de Casa Adelina ya supimos que habíamos cumplido con la misión al “planeta culinario” de Almería.

Domingo 21: Mojácar – Vélez Rubio – Vélez Blanco – Guadix – Almuñécar
El sol esquivo del día anterior, volvió a lucir a modo de despedida. Teníamos que seguir nuestro viaje por la provincia limítrofe de Granada. Lo primero que hicimos antes de salir del hotel y después del rico desayuno y del paseo por la playa, fue parar en el pueblo de Mojácar que aún no habíamos visto con luz diurna. Yo ya lo conocía y había subido hasta la cima. En la lista de los pueblos más bonitos de España, Mojácar es una mole, una montaña habitada de casitas blancas. Hay que tener fuerza y ganas de ascender hasta la cumbre, pero una vez llegas al Barrio del Arrabal, antiguo barrio judío, con sus casas blancas cubiertas de buganvillas, se te quitan todos los males. La Calle de En medio también está repleta de macetas con flores. Dicen que en esta calle es dónde nació Walt Disney, hijo de una mujer de Mojácar que emigró a Estados Unidos. No sé si será una leyenda pero todo puede ser…Muy cerca también, se encuentra la Plaza del Parterre, con una necrópolis árabe y finalmente, en la cima la Plaza nueva de la villa, con las mejores vistas sobre el valle. Durante todo el recorrido hay una presencia constante, el símbolo de la ciudad, el famosísimo Índalo que protege a los mojaqueros y es omnipresente en Mojácar, allá donde vayas. Dejo una breve explicación de su origen https://www.mojacar.es/mojacar-disfruta/el-indalo/

Los dos pueblos del interior norte de Almería, que no pudimos ver el primer día, eran el objetivo del día. Los Vélez, Vélez Rubio y Vélez blanco compitiendo entre sí, a cada cual más bonito. Después de ver los dos, nos quedamos con el “Blanco”, su castillo nos conmovió.

Son casi 100 kms los que separan Mojácar de estos pueblos, unidos entre sí, a escasos 6 kms. Es un paisaje muy distinto a la aridez de otras zonas de Almería. La comarca está recorrida por diferentes sierras montañosas y bosques frondosos. Además, los Vélez conservan uno de los mayores patrimonios arqueológicos de la península. En la Cueva de los Letreros, se puede contemplar una serie de pinturas rupestres de gran valor. Aquí se descubrieron dibujos prehistóricos que parecían figuras de animales y humanas, tanto masculinas como femeninas. Una de ellas el famoso Índalo, antes citado, que es el símbolo de Almería.

Vélez Rubio recibe al viajero con una gran puerta, como la de Alcalá, salvando las distancias, en la que se aprecian unas letras que dicen “Puertas de Lorca”. No sé yo si más de uno no se despistará pensando que entra en la ciudad murciana. A primera vista es un pueblo más, con sus casitas blancas y sus calles adoquinadas pero, a medida que entramos en el centro histórico, en el Barrio denominado “El Fatín”, descubrimos el “poderío” de Vélez Rubio. Varias iglesias, casas solariegas, un convento y un hospital real de estilo barroco que se encuentra justo al lado de la imponente Iglesia de Nuestra señora del Carmen. No había un alma por la calle, tampoco hacía un día de ir por la calle en mangas de camisa, la verdad. Por no haber, no vimos ni un bar abierto para echarnos un café. No pudimos probar la repostería local, nos quedamos sin “Bilbaos” y sin “mantecados dormidos”… Tendríamos que volver..

Subimos en coche hasta sus puertas y allí supimos que su patio Renacentista descansa, a miles de kilómetros, exactamente, en el Museo Metropolitano de Nueva York, como la reja de la Catedral de Valladolid.. Sin comentarios…

Las vistas desde el castillo, de estilo gótico tardío, con ciertos rasgos moriscos, sobre el pueblo y el valle que rodea son espectaculares. Nos sobraron los gritos de los domingueros, un lugar como aquél era para disfrutarlo en silencio y no escuchando a la Mari gritando como una poseída a su hijo Antonio. Pero, no hay nada que hacer, o te aguantas o coges el cuchillo jamonero de la Mari y le cortas la lengua de cuajo. Allí en el parque que rodea el castillo y, mientras Daniel subía a la torres del castillo, preparé un pic-nic de reyes. La Mari y su hijo no nos iban a amargar el día…

El pueblo en sí, es para perderse por el Barrio de la Morería, para deleitarse con sus casas palaciegas y bajar hasta la zona más llana, dónde se encuentra la Fuente de los cinco caños, la Casa de los Arcos, con su impresionante galería de arcos y el Convento de San Luis con su fachada de estilo plateresco. Dejo un vídeo sobre el castillo de Vélez Blanco, un castillo que se suma a mi lista de los inolvidables: https://www.youtube.com/watch?v=c6IJhWdoMNQ

Superado el “trauma” de escuchar los gritos de la Mari en el Castillo, y aún con el sabor de la tortilla de patatas en boca, salimos de los Vélez hacia Granada, dónde íbamos a recorrer la provincia, parando eso sí,  en el mirador de San Miguel para volver a contemplar la añorada Alhambra. Habíamos cambiado la ruta por ver los Vélez, en vez de ir por la costa hasta Almuñécar, entramos a Granada por el interior, por Guadix.

Otro de los pueblos que teníamos pendientes de ver en Almería, más bien en la Alpujarra almeriense, era Laujar de Andarax. El día que fuimos a Tabernas llovía a mares y desistimos de adentrarnos en la Sierra, y quedarnos en la capital. Esta vez lo íbamos a intentar de nuevo pero tampoco pudo ser. Por la autovía llegamos a la altura de La Calahorra, ya en la provincia de Granada, y vimos el monumental castillo que asoma a pie de carretera, (a los cinéfilos les sonará, en este castillo, se han rodado un montón de películas entre sus muros, como “Doctor Zhivago”,  “El bueno, el feo y el malo”, “La muerte tenía un precio”, y otras muchas: https://www.youtube.com/watch?v=WvH4KLa9nG0

Cruzando este pueblo, salimos a un camino estrecho que anunciaba un tramo peligroso, de entrada al Parque natural de Sierra Nevada. Empezamos a subir pero a los diez minutos, viendo el panorama, ganó la prudencia y dimos marcha atrás. Me dio mucha  pena claudicar pero no estaba dispuesta a seguir por ese camino de curvas, ascendente en el que no cabíamos dos coches ni por asomo. Definitivamente Laujar, pasaba a la lista de los “pendientes”. Fue la última residencia del último rey nazarí, Boadbil. Nos quedamos sin disfrutar de sus calles y su culto al agua, con sus 16 fuentes, pero en esos momentos tuve que contener mis ganas, tocaba ser prudente (y lo que me cuesta….)

Volvimos a la autovía y paramos en Guadix, no entraba en la ruta pero intuimos que merecía la pena. No nos equivocamos, Guadix es simple y llanamente monumental. De entrada, abrumadora su Catedral y su torre de sobrepasa los 30 metros de altura. Varios estilos la decoran y engalanan: gótico, renacentista, manierista, barroco y neoclásico. De hecho, es conocida como la “Magna Splendore”, la primera sede episcopal de la península. En su interior, a no perderse la réplica de la Piedad de Miguel Ángel y el Coro, un conjunto de sillería y escultura barroca: https://www.catedraldeguadix.es/video-oficial-de-la-catedral-de-guadix/

Por si fuera poco, justo a escasos metros de la Catedral, por su lado derecho, otro impacto visual: el Teatro romano, descubierto de forma fortuita en 2008, y construido bajo el mandato de Tiberio en el año 25. Tiene 6000 m2 y dos partes (terrazas), la scaneae y orchestra en la parte superior y los jardines o porticus en la inferior. El teatro fue expoliado en la época andalusí, aunque, al quedar cubierto de lodo por una inundación, se salvó gran parte del mismo. Por el lado izquierdo de la Catedral, una plaza que nos gustó especialmente, la Plaza de las Palomas. Parece una plaza castellana, rodeada de arcos porticados. Para los lamineros, la parada obligatoria en esta plaza es en el Café oriental, donde puedes “morir” dulcemente probando los “felipes” o los “tocinos de cielo” que vienen sirviendo desde 1889… ahí es nada…

Reponer fuerzas para descubrir otro lugar emblemático de Guadix: el barrio de las Cuevas. Hay que andar un poco, atravesar el pueblo hasta la otra punta pero merece la pena. Si además, le añades que Tuca y Lola son incansables, pues a veces nos tiran como cuadrigas de caballos y nos dejamos llevar. Parece ser que es uno de los barrios de cuevas más grandes del mundo, con unas2000casas cueva habitadas actualmente. Merece la pena perderse por su calles y  subir hasta el Mirador del Padre Poveda; las vistas desde allí compensan el desaliento.

Todo es cuestión de Karma, nos habíamos quedado sin visitar Laujar pero a cambio el destino nos había llevado hasta Guadix, todo un descubrimiento. Cuando decidimos seguir nuestro camino hacia Almuñécar, ya empezaba esconderse el sol y la escasa lluvia nos dejó de regalo de despedida un arco iris espectacular sobre la torre de la Catedral. Faltaba Judy Garlan cantando el “Over the Rainbow”.

Montañosa Granada… Después de haber recorrido las 8 provincias andaluzas, yo creo que Granada es con diferencia la más montañosa. Para bajar a la costa desde la Capital , a 53 kms de Guadix, la autovía desciende en picado durante más de 50 kilómetros. Al llegar al litoral, a la “Costa tropical” se bifurca la carretera, por el lado izquierdo hacia Salobreña y Motril y por el derecho a Almuñécar, nuestro destino. Y ¿Qué nos pareció Almuñécar a primera vista? Una concentración de torres de apartamentos sin ningún atractivo especial pero con una playa de arena negra y palmeras “silvestres” muy cuidada. Sólo por las vistas al mar, desde el balcón de nuestro alojamiento en el noveno piso, había merecido la pena llegar hasta este mini Benidorm granaíno. El día culminó cenando un buen pulpo a la brasa, regado con un albariño bien fresquito. Casi cantamos el “gracias a la vida”. No hizo falta, en la mesa de al lado un grupo de señoras nos amenizó la velada con un concierto “a capella” de villancicos. La señoras no consumían, sólo cantaban, el camarero se reía y Tuca y Lola abrían los ojos como platos.

Ya en Granada, adiós Almería…. Próximo capítulo del diario viajero…..

6 comentarios en “De nuevo, Almería

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