Del 13 al 17 de abril 2006
No estaba loco, imposible!!! Cómo va estar loco una persona que eligió para vivir y pintar un pueblo como Arles y una región como la Provenza francesa. Dicen que los artistas necesitan de sus musas para inspirarse pero, a medida que fuimos recorriendo la zona sureste de Francia, llegamos a la conclusión de que pintores como Van Gogh, Cezanne o Pisarro supieron muy bien dónde instalarse, porque la belleza tenía forma de paisaje provenzal y las musas ya no eran tan necesarias…
Antes de llegar a la región PACA (sí, reconozco que no es muy sugerente, pero son las siglas de la Región que abarca la Provence-Alpes maritimes et Côte D´Azur), también recorrimos y paramos en varios sitios de la región de Languedoc y del Rosellón. Muchos sitios para ver, muchos paisajes para perderse y un viaje muy recomendable. Pero, vamos por partes.
Jueves 13 de abril 2006: Perpignan y Narbonne
Era día de «operación salida» de Semana Santa pero, por suerte, no tuvimos muchas retenciones. El tráfico fue un poco más denso en los alrededores de Barcelona y las gasolineras estaban a rebosar. Con un poco de paciencia llegamos a nuestro primer destino: Perpignan. Nada más cruzar la frontera de La Junquera, donde sigue habiendo colas para comprar tabaco y alcohol a mejor precio, paramos en Le Boulou. Se trata de un pueblo pequeño que nos habían recomendado, aunque nunca supimos el por qué. La verdad es que no vimos nada de interés allí. Lo único que nos dejó un buen recuerdo fue el paisaje que rodeaba al pueblo, con la cima nevada del monte Canigou al fondo. Parece ser que este monte es el símbolo de la zona y desde Perpignan también pudimos verlo desde varios ángulos.
La zona de Languedoc-Roussillon se extiende desde la frontera con España hasta el delta del río Ródano. Perpignan es una de las ciudades más importantes y capital de la «Cataluña francesa». Era media tarde y brillaba un sol que invitaba a pasear por las calles de la ciudad. Lo bueno que tienen las ciudades de la France, es que los centros en su mayoría son peatonales y lo más fácil es dejar el coche en un parking y «patear las calles» para descubrir a pié todos los rincones. La «seny» catalana se nota y se palpa por todas partes. De hecho se habla el catalán aquí también.Perpignan, hoy en día, es una ciudad de provincias con encanto.
En el pasado fue algo más que un lugar donde en tiempos del franquismo, «las mentes inquietas» venían a ver películas porno. Fundada en el Siglo X pronto se convirtió en la capital del Condado de Rosellón. Entre 1172 y 1642 formó parte de la Corona de Aragón y entre 1278 y 1344 fue la brillante capital del efímero reino de Mallorca. Tras volver a la Corona de Aragón, fue cedida definitivamente a Francia tras la firma de la paz de los Pirineos en 1659. En la Place de la Victoire y junto al río Têt, se alza aislado el Castillet, que es una fortaleza almenada, de ladrillo rojo, construida en 1368 por el rey Pedro de Aragón. Primero fue puerta de la ciudad, después prisión y actualmente es sede de la Casa Pairal, que es un museo catalán de las artes y tradiciones populares.
Desde allí, nos fuimos adentrando por las calles del centro histórico y entre la gente, que a esa hora era abundante, pudimos ver la antigua Lonja (Loge de Mer) y la calle medieval mejor conservada de la ciudad: la Petite rue des Fabriques d´en Nabot. Poco a poco, llegamos hasta una plaza rectangular donde se encuentra la Catedral de Saint Jean, donde olía a incienso y flores.A pesar de no vivir la Semana Santa como nosotros, el Sur de Francia tiene un denominador común con el resto de países Mediterráneos: la tradición religiosa. De hecho, se anunciaba una procesión para el viernes Santo, con sus costaleros, vestidos con túnicas de color rojo bermellón. Ya en el interior del templo, el ambiente era bastante sobrecogedor: cientos de velitas encendidas, muchos ramos de flores y varias mujeres rezando y llorando ante el altar que velaba el crucifijo, símbolo del dolor y pasión de Cristo. La escena me recordó mucho a la iglesia, en honor a la Virgen del Carmen, que visitamos en Malta.
Al salir a la luz del día, nos volvimos a perder por las calles de Perpignan, y casi sin querer, encontramos otro sitio que queríamos ver: la Casa de Xanxo. Esta casa que destaca por el friso que decora el exterior, fue construida en el siglo XV, por orden de un rico mercader de la ciudad, llamado Bernat Xanxo.Se puede visitar el interior sin pagar entrada, aunque lo único que merece la pena ver, es el patio que en ese momento estaba precioso, a rebosar de lilas y el friso del exterior en el que están esculpidos los pecados capitales. Una cuerda une las dos partes, dando a entender que los demonios del infierno están tentando a los personajes de la derecha, que sucumben a los pecados capitales. En el centro del friso, destaca una calavera que representa el paso de la vida a la muerte. Entre infiernos, velas y misterios de ultratumba, volvimos a la realidad y antes de dejar Perpignan, por el mismo camino por dónde habíamos venido, «nos dejamos vencer» por la tentación de una cerveza de barril bien fría. Viene muy bien esto de «pecar» de vez en cuando.Esa noche teníamos reservada habitación en un hotel de la cadena ETAP a las afueras de Narbonne.
Los «Accor hotels»: www.accorhotels.com han revolucionado el sector hotelero de Francia. Por una media de 30 o 40 euros se puede dormir en habitación doble, con TV y baño en cualquier rincón de la geografía francesa. La cadena empezó con los hoteles IBIS y hoy en día ya son más de 4000 hoteles repartidos por todo el mundo. Se hacen las reservas por Internet y se paga la estancia en destino. Dentro de la cadena, se incluyen los hoteles Fórmula 1 (que son los más modestos), los ETAP (que son los de gama media) y los IBIS, SOFITEL, NOVOTEL y Mercure que son de gama más alta. El secreto de los precios que se ofrecen está en que prácticamente no tienen personal trabajando. Los hoteles tienen horarios de recepción restringidos, y el acceso a la habitación se gestiona a través de unos cajeros que te dan un código personal para entrar. La verdad es que merece la pena, aunque eso sí, se aconseja hacer las reservas por Internet porque si no, se corre el riesgo de que estén completos.
Entre Perpignan y Narbonne no hay mucha distancia: unos 65 km. Como decía antes, esta zona de Languedoc se ubica entre la frontera con España y el delta del Rodano, entre la tierra y el mar. Por eso, no dejamos de ver lagunas y marismas durante todo el camino. Ir en coche da opción a pararse donde uno quiere, y fue el caso del pueblo de Fitou, con un castillo impresionante en lo alto de una ladera. Eran las 6 de la tarde y acaba de cerrar, pero el paisaje de toda la albufera desde allí, a pesar del viento, mereció la pena. Se trata de un castillo del siglo X y según cuenta la historia, en tiempos de los romanos, se construyeron varias edificaciones en la Vía Domitia que unía España con Italia. Por su ubicación, este castillo fue asediado, destruido y reconstruido varia veces. Sus muros también fueron testigo de la derrota de los cátaros y del dominio de la Corona de Aragón, que ocupó el castillo hasta la Revolución Francesa de 1789.
Habíamos entrado en territorio Cátaro, y enseguida me apunté en mis notas que tenía que documentarme sobre esta herejía que tanto me intrigaba. Esto que apunto a continuación, fue lo que encontré sobre estos «herejes»: A los cátaros, también se les conoció como «los hombres buenos». Tenían casas de predicación en las calles de los Burgos, donde la gente podía ver y escuchar a los perfectos, que eran los predicadores cátaros. Allí vivían, vestidos de negro, sin comer carne y practicando la castidad, y además esas casas eran sus talleres de trabajo, escuelas, hospicios… Estaban organizados en obispados, y cuando moría el obispo le sucedía el Hijo Mayor, cuya posición era ahora ocupada por el Hijo Menor, y así sucesivamente. .Leían sobre todo el Nuevo Testamento, en lengua occitana, y lo contraponían al Antiguo: el Dios Bueno no pudo crear este mundo, sino Lucifer. Los hombres eran ángeles caídos que tenían que liberarse de este mundo. Cristo sería el enviado de Dios para indicar el camino de salvación. No reconocían la naturaleza física de este, ni veneraban la cruz, que para ellos era un instrumento de suplicio. La vía de salvación era el rechazo a la violencia, la mentira… el único sacramento que consideraban fundado en el antiguo testamento era el de la imposición de manos, y rezaban el Padrenuestro y compartían el pan en memoria de Cristo, pero no consideraban que allí se encarnara.
La imposición de manos (consolament) era a su vez bautismo, penitencia, ordenación y extremaunción. Para la ordenación tenía que ser en principio administrado por un obispo, pero para los enfermo y para el perdón de los pecados lo podían ejercer incluso las Buenas Mujeres. No aceptaban que Dios fuera el creador de nada de este mundo, que consideraban que era un infierno transitorio, del que todos saldrían para ir al verdadero Reino de Dios. Por tanto no aceptaban los cultos de la Iglesia. Todas las almas se salvarían, y la que no, volvería a encarnarse. Tener hijos era alargar la vida de este lugar y traer más almas a este mundo de Lucifer. Practicaban ayuno los lunes, jueves y viernes.
Otras practicas eran: el melhorament, tres reverencias al paso de un perfecto; el aparelhament, una especie de confesión penitencial; la convenenza, que era un convenio por el que el creyente recibiría el consolament a la hora de su muerte, y parece que cuando la cosa se les llegó a poner muy adversa practicaron la endura, que era una especie de suicidio místico a causa de un ayuno total.
Llegamos a Narbonne, al atardecer y nos sorprendió un poco su tamaño, ya que nos habíamos imaginado que sería una ciudad más grande. Enseguida encontramos nuestro primer hotel, a las afueras de la ciudad. Dejamos las maletas y nos fuimos a pasear por las calles de la que fuera en su día capital importante del imperio romano. No había mucha gente y la poca gente que vimos fue en el interior de la catedral, que por cierto es impresionante. Era Jueves Santo, y al igual que en Perpignan, los creyentes estaban guardando vigilia, pero en un ambiente mucho más serio y casi tenebroso. Todas las imágenes estaban tapadas con velos de satén de color púrpura y se oían cantos gregorianos. Nos quedamos un buen rato ensimismados en el interior de esta catedral «inacabada», (aunque parezca mentira no está acabada realmente) con sus gárgolas creadas por el arquitecto Violet- Le Duc, el mismo que ideó las de Notre Dame. El estilo arquitectónico es gótico y sus bóvedas de 41 metros de altura, la convierten en la catedral más alta del Sur de Francia.
Nos dejó realmente alucinados.Al salir de allí, nos perdimos por las calles de centro y llegamos a la plaza del Ayuntamiento, donde han rescatado unas ruinas de la Vía Domitia, la que unía Italia con España como comentaba antes. La primera organización del territorio galo fue por lo tanto una carretera – la carretera más antigua de Francia. Por esta vía que atraviesa Narbonne, pasaron en primer lugar las legiones romanas, seguidas y a veces precedidas por comerciantes, mercaderes, funcionarios del Imperio y particulares por el placer de viajar o por necesidad.
Las ruinas de la Via Domitia se encuentran justo en frente de la fachada del Ayuntamiento, y muy cerca del Palacio Viejo y del Palacio de los Arzobispos. El conjunto es monumental y ayuda a imaginarse el papel importante que ha tenido Narbonne a lo largo de la historia. Actualmente es más bien una bonita ciudad de provincias, atravesada por un canal, que la embellece aún más todavía. No había nadie paseando por las orillas de este canal, y decidimos ir a cenar. Es lo que tiene este país: a partir de las 6 o 7 de la tarde, no se ve un alma y las ciudades se transforman en urbes-fantasma que no invitan a la juerga precisamente…. Encontramos un restaurante que nos dio buenas vibraciones: el Albergue de los jacobinos. La dueña nos atendió muy bien, y cenamos un menú compuesto de ensalada de mollejas de pato con queso de cabra, (la famosa salade aux gesiers), y calamares con sala de azafrán que estaba de «chupa, pan y moja». Buenísimo. No podía faltar un vinito de la zona, y la botella de rosado fresquito también cayó sin tregua…
Ya estábamos más que saciados y dispuestos a descansar para vivir la segunda etapa del viaje. Volvimos paseando al coche, y no conseguimos ver a nadie por la calle, más que a un pobre vagabundo cuya mirada se me quedó grabada en la mente durante un buen rato. El hombre había elegido un bonito lugar para pasar la noche.
Viernes 14 de abril: Béziers, Montpellier y la Camarga Francesa
¿Qué mejor modo de celebrar el 75 aniversario de la proclamación de la Segunda República en España, que en el país que acogió a tantos y tantos republicanos? En nuestro plan de viaje no entraba la visita de Béziers, pero cuando vimos la atalaya que se erigía en mitad de la campiña, no lo dudamos ni un momento.
Béziers es la capital del departamento de Hérault. A parte de ser importante por su bagaje histórico, por sus raíces cátaras, su riqueza vitícola y por ser la capital de Rugby (ha ganado 11 veces la liga francesa), es una ciudad que tiene mucho encanto y pasear por sus calles, hasta llegar a la cima donde se encuentra la catedral, nos dejó un muy buen sabor de boca.
Si nos remontamos a la historia de la ciudad: Hay una fecha que la memoria de Béziers conserva de un modo particular: el 22 de julio de 1209. Este día, la Cruzada de los Albigeois contra los cátaros se terminó con el saqueo y el incendio de Béziers, sin olvidar la masacre de su población en la iglesia de La Madeleine. Esta fecha se bautizó como «Lo gran mazel» («la gran carnicería»).
Como nos ocurrió en todas las ciudades de la ruta, lo primero que hicimos fue buscar un parking en el centro de la ciudad, dejar el coche y buscar la oficina de turismo. Allí nos atendió un chico muy majo que en «cuantito» supo que veníamos de L´Espagne, enseguida salió el tema del fútbol. NI naranjas, ni aceite de oliva, España exporta equipos galácticos…. Lo demás son tonterías.
Hacía un tiempo buenísimo, y paseando por la avenida principal de Béziers nos pasó una cosa curiosa: estaba un grupo de gente hablando, y cuando nos acercamos oímos un idioma extraño pero reconocible: spanfrancés, auténtico y verdadero. Una mezcla total de castellano y francés como el que hablaban los miles de emigrantes y refugiados que viven en todo el Sur de Francia. Me vinieron a la mente todos los recuerdos de mi infancia, de cuando pasaba largas temporadas en Burdeos, en casa de mis abuelos, y la vecina de mi bisabuela, hablaba esa mismo «idioma». ¡Qué recuerdos!
Pasamos por delante de la fachada del Ayuntamiento, construido por los Cónsules de Béziers en la Edad Media, en el emplazamiento del antiguo foro instalado por los romanos. Después, seguimos caminando y llegamos a una placita, en la cumbre de la ciudad, donde se encuentra la Catedral de Saint Nazare y desde donde las vistas al río Orb y al puente son impresionantes. (ver fotos). El edificio gótico actual de la Catedral, es conocido también como el «castillo» y su construcción data de los siglos XIII y XV. Merece la pena subir hasta allí, tanto por la catedral en sí como por las vistas panorámicas que se pueden ver desde allí.
Antes de regresar a coger el coche y seguir ruta, hicimos la parada «obligatoria» de todo viajero: la cervecita en la terraza, al sol que más calienta. Muy cerca de la catedral, se encuentra una placita, con dos o 3 bares-restaurantes, que se llama la plaza des «Bons amics». En una esquina de la plaza se cuenta el por qué del nombre: parece ser que los amigos salvaron de la muerte a uno de ellos que iba a ser torturado.
Y hablando de gente solidaria, también aprendimos que Jean Moulin, célebre protagonista de la Resistencia francesa frente a los nazis, y perseguido hasta la muerte por la Gestapo y el Gobierno de Vichy, nació aquí en Béziers. Con ese «buen rollito» del compañerismo y la birrita fresca, recorriendo el esófago, cogimos el coche y seguimos ruta hacia Montpellier, la capital de la región de Languedoc-Roussillon. Su nombre significa «Montaña de los mercaderes de especias». Esta ciudad capitalina, fue en su día uno de los puertos más importantes de importación de especias y por eso se explica su nombre. Además, es también muy famosa su universidad, que ha contado con alumnos ilustres tales como Ramón Llul, Miguel Servet, Rainiero de Mónaco o el escritor Rabelais, autor de «Gargantúa» y «Pantagruel».
Nosotros iniciamos el paseo por la ciudad desde una explanada, delimitada por un acueducto y por un arco de Triunfo grandioso, como suelen ser este tipo de edificaciones. Al igual que Perpignan, todo el centro histórico es peatonal, y desde el Arco, construido en honor a Luis XIV, nos perdimos por sus calles, que a esas horas del día estaban a rebosar. La verdad es que contrasta mucho el bullicio durante el día y el silencio fantasmal de las ciudades francesas al anochecer.
Preciosas casas señoriales de los siglos XVII y XVIII desfilaban ante nuestros ojos y, poco a poco, llegamos hasta el centro que destaca por ser uno de los más bellos del país. También se la conoce como «Ville d´Art» y en sus calles abundan los músicos callejeros, y personajes de todo tipo que se ganan la vida «artisteando». Llegamos entonces a la espectacular Place de la Comédie, abarrotada de cafés, terrazas y restaurantes. La plaza, del siglo XVIII está presidida por la Fuente de las Tres Gracias.
Montpellier, es una ciudad realmente habitable y bella. Además le acompaña el buen tiempo, y la proximidad de las playas del Mediterráneo. Edificios majestuosos, unos jardines que son los más antiguos de Francia, ambiente universitario, construcciones futuristas como el barrio de Antigone, diseñado por Ricardo Boffil, y en definitiva, una ciudad que nos gustó mucho y a la que no nos importaría volver en absoluto.
A media tarde nos despedimos de Montpellier y nos dirigimos a nuestro destino final del día: Arles, pasando por el Parque natural de la Camargue. Teníamos ganas de visitar una zona tantas veces pintada por Van Gogh, Cezanne o Pisarro. Viendo lo que vimos, entendimos enseguida porque estos pintores habían elegido esos escenarios para plasmarlos en sus lienzos.
Me habían hablado de un lugar de culto para los gitanos. Una especie de Virgen de la Paloma rociera pero a la francesa. Un pueblo costero, llamado les Saintes Mairies de la Mer, al cual acuden en romería todos los años, gitanos de todo el mundo para venerar a su Virgen gitana: Santa Sara. EL pueblo blanco está rodeado de agua: por un lado el mar, y por otro las marismas de la Camarga. Yo no he estado nunca en Huelva, ni en el Rocío pero me lo imagino así: polvo, llanura, agua, vegetación, toros salvajes y flamencos rosados como los que vimos en este Parque natural.
Así como los musulmanes van a la Meca y los cristianos a Santiago de Compostela, a este pueblo pequeño de la Camarga francesa, acuden miles de gitanos de todo el mundo a venerar a su Santa Sara. Según cuenta la leyenda, esta virgen de los gitanos salvó a María Salomé y a María Cleofás (les Saintes Maries), madres de apóstoles que habían sido deportadas de Palestina y naufragaban en un bote a la deriva. Santa Sara apareció en el mar, en una balsa y las ayudó a llegar a la Costa azul, desde donde predicaron el evangelio con su ayuda.
En este pueblo estuvimos un buen rato, paseando por sus calles, visitando la ermita y oyendo las canciones de dos gitanos que tocaban sus guitarras, en una terraza al aire libre. Se nos hizo de noche y decidimos irnos a Arles donde teníamos que dormir esa noche. Anochecía, y en el camino paré un par de veces el coche para ver a los flamencos que abundan en las marismas de este Parque natural. También vimos caballos y toros de lidia pastando y trotando libremente. Fue una bonita manera de acabar un día tan cargado de imágenes para recordar.
Al llegar a Arles, a las 9 de la noche, el tráfico era especialmente denso y enseguida entendimos el por qué. Era la «Feria» del toro en Arles y desde el 14 al 17 de abril, la ciudad estaba «literalmente tomada» por los amantes del toro. Menos mal que habíamos reservado habitación por Internet! Todos los hoteles colgaban el cartel de completo. Incluso, tuvimos que dejar el coche aparcado en el hotel y subir andando a Arles para cenar, ya que los coches colapsaban las calles hasta las afueras.
En poco más de media hora, conseguimos cenar en un restaurante que estaba hasta la «bandera». Ambiente de fiestas total. Por un momento pensé que estábamos viviendo unas fiestas de Sanfermín por adelantado. Increíble el ambiente!. Música de pasodobles, toro guisado de «plato del día» y mucha, mucha marcha. Después de cenar ese mismo toro guisado, que por cierto estaba buenísimo, nos atrevimos a tomarnos un «rebujillo» tal y como lo anunciaban en una especie de pub al aire libre. La verdad es que nada que ver con los rebujitos que nos tomamos en su día en la calle Betis de Sevilla, pero bueno, fue otro momento agradable de nuestra ruta por el Sur de Francia.
Sábado 15 de abril: Arles, Nimes, Orange y Avignon
Como decía al principio del diario, Van Gogh no estaba loco. No podía estar loco una persona que eligió Arles para vivir y pintar. Su estancia en Arles fue muy productiva: 300 obras en 15 meses. Otros pintores como Picasso y Gaugin también se «enamoraron» de Arles y la pintaron con los colores de la Provenza.
Teníamos muchas ganas de ver de día las calles de este rincón de Francia y nos levantamos pronto para aprovechar una jornada, que también se avecinaba intensa. Amaneció un poco nublado pero no nos importó. Las piedras grises de los restos romanos de Arles también tienen su encanto con una luz más tenue.
Por todas las esquinas huele a historia en Arles. Viendo el Circo, el anfiteatro, al arco y las murallas, entre otros monumentos, comprendimos enseguida la importancia de esta ciudad a lo largo de la historia. Arles ha sido declarada ciudad patrimonio de la Humanidad, por la UNESCO y entre, vallados y aficionados al toro, pudimos pasear y perdernos por sus calles. Vimos el gran anfiteatro, en forma de elipse, al que no pudimos acceder porque se estaba celebrando una corrida, de par de mañana. Por cierto, además de las corridas, en la Provenza, se celebran las «corridas camarguesas» que son algo así como las corridas landesas en las que se salta, corre y embiste al toro, pero nunca se le mata.
Después de ver el Gran coliseo de Arles, vimos las ruinas del Teatro Antiguo, y la Plaza de la República, antigua plaza del Mercado, donde destaca el pórtico de la Iglesia de Saint-Trophime, dedicado a la escena del Juicio final. Nos quedamos boquiabiertos viendo la portada de esta Iglesia románica del siglo XII, que es parada importante del Camino de Santiago por la Vía de Toulouse. Al salir de allí, y volviendo sobre nuestros pasos, seguimos oyendo a la gente que increpaba a los toros que corrían por las calles de Arles. Si en esos momentos me dicen que estaba en Pamplona, en un día cualquiera de los Sanfermines, me lo hubiese creído. Decidimos rodear las murallas, por la orilla del Ródano y también nos quedamos impresionados con el cauce del río a su paso por Arles.
Llegamos a nuestro siguiente destino en poco menos de una hora. Nimes tiene también «mucha historia», nada menos que 2000 años. Se puede decir que es la ciudad más taurina de Francia, sin desmerecer a Arles, claro. Se encuentra rodeada por una serie de ruinas romanas que están consideradas cómo de las más importantes de Europa. Al mismo tiempo, cuenta con la plaza de toros más antigua del mundo, el antiguo anfiteatro romano.
Los romanos construyeron Nimes en un antiguo asentamiento celta, con un manantial al que se le atribuían poderes milagrosos. Su anfiteatro, encajonado entre edificios más modernos, es una gran obra del siglo I después de Cristo, con 133 metros de largo por 101 de ancho y 21 metros de altura de fachada. Con dos niveles con 60 arcadas, cuando dejó de ser útil para las luchas de gladiadores, se convirtió en fortaleza hasta que se restauró en el siglo XIX. El anfiteatro está abierto al público, y previo pago de la entrada no lo dudamos ni un momento. Permanecimos un par de horas allí, y la verdad es que mereció la pena. Incluso, vimos a un grupo de chicos que entrenaban, vestidos de gladiadores, armados con sus escudos al más puro estilo Burt Lancaster, en Quo Vadis.
De esa misma época romana quedan más vestigios en Nimes: la «Maison Carrée» que hoy en día está en obras, y que consiste, según pudimos imaginar, en un edificio rectangular que imita al templo de Apolo en Roma. En la lejanía, mientras nos dejábamos llevar por las calles peatonales del centro de Nimes, pudimos ver la Tour Magne, la torre más alta de la muralla que rodea.
El aire latino que se respira en Nimes, es ese mismo aire que habíamos respirado en Arles, unas horas antes. Definitivamente estábamos recorriendo la zona de Francia más semejante a nuestra forma de vivir. Después de un paseo de tres horas, volvimos a coger el coche para trasladarnos a nuestro siguiente punto: Avignon. Pero antes, decidí desviarme a otro lugar que no estaba previsto en el viaje, pero que sí imaginé que merecería la pena: Orange.
Son las ventajas de ir en coche, a tu aire. Uno se marca una ruta, pero luego pueden surgir mil imprevistos, y otros lugares a descubrir que no estaban en el «planning». Orange, me sonaba de algo pero no sabía exactamente por qué. Me picó la curiosidad y ese «sexto sentido» me guió por buen camino. Aparcamos el coche y comimos, sentados en el césped, unos bocatas que nos supieron a Gloria bendita. El pic-nic nos dejó listos para la maravilla que vimos a continuación: el grandioso Teatro romano de Orange. Tiene capacidad para 9000 personas y pasan unos minutos hasta que la mente se acostumbra a ver y digerir que pueda seguir manteniéndose en pié, un edificio de tal envergadura, tras siglos, y siglos de historia.
Quiso la fatalidad que el gran teatro estuviese en obras y que el frontal se escondiera detrás de los andamios. Aún con todo y pese a todo, estuvimos una hora larga, subiendo y bajando por las gradas para admirar este legado romano, desde todas las perspectivas. (ver fotos). Con una altura de 36 metros y una anchura de 103, el muro que sustenta el escenario es colosal, y dicen que el mejor conservado de Occidente. Luis XIV llegó a decir que era la muralla más bella de su reino.
Desde 1971, en este Teatro se celebra cada año un festival de música clásica, conocido a nivel mundial. Viendo el entorno, no quiero ni imaginarme cómo será escuchar una ópera de Verdi o el Carmina Burana desde aquí…No comment!
Mientras escuchábamos la visita guiada con los audífonos, también aprendimos que Orange es la cuna de la Dinastía de los Orange-Nassau que reinan en Holanda. Fue muy didáctica la visita. Sin darnos cuenta desde la mañana en Arles y luego en Nimes, hasta llegar a Orange habíamos visto los enclaves más importantes de la «Gallia» romana. Nos faltaba para «coronar» el Arco de Triunfo de Orange, que se encuentra en la entrada norte de la ciudad. Fue construido en honor de los veteranos de la Segunda legión y merece la pena, caminar hasta el lugar. Nos hicimos unas fotos para la posteridad y nos pusimos en marcha hacia la etapa final del día: Avignon.
«Sur le pont d´Avignon, on y dance, on y dance….! La de veces que habré cantado la cancioncita cuando era niña. Y ahí estaba el famoso puente, a unos 35 km de Orange. Inacabado él, como la catedral de Narbonne. Yo creo que con el puente de Brooklyn, este es el puente más famoso del mundo, o por lo menos el más cantado. Todo tiene su explicación, y parece ser que el puente está cortado y no llega hasta la orilla opuesta porque, después de varias destrucciones y reconstrucciones desde su origen en 1171, se desmoronó en el año 1660, a consecuencia de una fuerte crecida del Ródano, y desde entonces se ha quedado así.
La vista de Avignon desde el río, no deja indiferente a nadie. Atravesamos una de las puertas de las murallas y nos perdimos por las calles interiores hasta llegar a una gran explanada, donde se encuentra la «joya de la corona»: el Palacio de los Papas. Este edificio gótico grandioso se convirtió en la residencia de los Papas en 1309, cuando la ciudad se encontraba bajo el gobierno de los reyes de Sicilia, pertenecientes a la Casa de Anjou. En 1348, el Papa Clemente VI compró el Palacio a la reina Juana de Sicilia y se mantuvo como residencia Papal (7 Papas vivieron allí), hasta el año 1791, cuando pasó a manos de la república Francesa, durante la Revolución.La vivienda Papal no sólo tiene significado como mera residencia de unos cuantos Papas, también fue la sede del mayor cisma de la Iglesia católica, entre los años 1378 y 1417. Este cisma se provocó porque todos los Papas que residieron en Avignon eran en su mayoría franceses y se «politizaron» a favor de los reyes de Francia y sus aliados. En respuesta a este «afrancesamiento» de la Iglesia, se nombró a otro pontífice en Roma, y se provocó una división en la jerarquía de la Iglesia católica, que duró casi 40 años.
El Palacio es enorme y los jardines que lo rodean son preciosos. Desde los parques se ven unas vistas al Ródano y al puente de «postal». Estuvimos un buen rato, respirando «verde» y con los pulmones oxigenados, nos dimos el descanso «del guerrero», con unas «Bières pression» de las buenas. Sentarse en una terraza, viendo al personal desfilando como en una pasarela, es un verdadero placer. Sobre todo, cuando los pies palpitan y la garganta pide una cerveza fresquita. Así que eso hicimos, hasta la hora de irnos de Avignon, rumbo a nuestro hotel, reservado en Aix-en Provence. Anochecía ya, cuando dejamos la ciudad de los Papas y en poco más de una hora llegábamos a las afueras de Aix, como la llaman los franceses. Estábamos tan cansados que decidimos irnos a dormir, y descansar para estar frescos al día siguiente. Nos esperaba uno de los puntos culminantes del viaje: Marsella.
Domingo 16 de abril: Aix-en Provence, Marsella y Cassis
Entre copas se llamaba la película. Nuestra película particular se podría titular «Entre acuarelas». Si en Arlés seguimos el rastro de Van Gogh, Gaugin y Picasso, en Aix-en-Provence habíamos entrado en la patria de Paul Cézanne. El pintor estuvo muy ligado a los paisajes de su ciudad natal y al autor Emile Zola, que también nació aquí. Este año, precisamente, se celebra el centenario de la muerte de Cezanne y era una buena ocasión para visitar la ciudad que le vio nacer. Para más información: http://www.cezanne-2006.com.
Era domingo, y a las 9:30 de la mañana, las calles estaban desiertas, las brasseries empezaban a servir café humeante, y los mercados de artesanía, frutas y verduras iniciaban la jornada, con un sol que iba calentando poco a poco el ambiente.
Difícil de explicar una vez más con palabras, la belleza de este pueblo de casas de colores ocres y amarillos. Pero si tuviese que definir cómo son los pueblos o ciudades francesas, Aix- en-provence sería un buen ejemplo: urbanismo cuidado, calles peatonales y muy limpias, fuentes de piedra, mercados de frutas y verduras, donde los puestos son «pequeñas obras de arte», tranquilidad en las calles, gente relajada,…
Paraísos terrenales, donde las ciudades están hechas a la medida del hombre y no al revés. Aix, se divide en dos partes: la ciudad vieja y la ciudad nueva. En la parte vieja, se encuentran el Burgo de San Salvador, con su catedral impresionante, en honor al mismo santo. Era domingo de «Pascua y resurrección» y cuando entramos la Seo estaba abarrotada de gente, oyendo misa. Nada que ver con los servicios «tristes y melancólicos» que vimos en Narbonne y Perpigan, por Jueves y Viernes Santo. Ese domingo era un día especial para los católicos y se notaba.
Mires donde mires, y vayas por donde vayas, siempre hay un rincón que merece la pena ver. Al salir de la Catedral, nos dejamos guiar por la intuición y vimos el Arzobispado, la fachada del siglo XVII del Ayuntamiento, la plaza de Albertas y la Iglesia de la Madeleine. Habíamos empezado muy bien el día, y teníamos que continuar del mismo modo. Así que cogimos el coche y después de despedirnos de otra ciudad imborrable, nos dirigimos a Marsella.
La segunda ciudad más importante de Francia se encuentra a tan sólo 30 km, de Aix-en-Provence.Mole inmensa. Kilómetros de bloques de apartamentos nos dieron la bienvenida, a medida que nos fuimos acercando a la gran urbe del Sur de Francia. Yo personalmente había oído de todo sobre Marsella y tenía muchas ganas de conocerla. La verdad es que las primeras sensaciones, cuando llegamos por fin al puerto deportivo, en el mismo centro, fueron más bien gratas. Es una ciudad volcada al mar, con una luz especial. No es ni fea ni bonita, es única, distinta al resto de las ciudades francesas que hasta ahora he conocido.
Con casi un millón de habitantes, según me informo, Marsella, fundada por los griegos con el nombre de Massalia, y es la gran capital del Sur de Francia. Me habían hablado de una ciudad sucia y peligrosa, y la verdad, es que nos encontramos con una ciudad un poco caótica, pero mucho más atractiva de lo que me esperaba. Dejamos el coche en un parking, justo al lado del puerto, en pleno centro y nos fuimos a pasear por la zona.A pesar de ser la ciudad más antigua de Francia, Marsella conserva pocos vestigios de épocas antiguas. A finales de la década de 1960, los arqueólogos descubrieron y desenterraron parte de los contrafuertes y las murallas helenísticas de la ciudad, y una parte de la catedral medieval, la Mayor, que todavía se conserva.
Hay tanta vida en el puerto que existe un servicio de trasbordador que lo cruza de un lado a otro, para no tener que darle la vuelta. Por todas partes se abren caminos para explorar. Nos acompañó un viento mistral durante toda nuestra estancia que nos abrió literalmente los pulmones al yodo y al olor a la mar brava. Frente a los fortines que protegen el puerto, vimos varias islas que salpican la bahía. Destaca entre todas, la Isla de If, cuyo castillo del siglo XVI, es protagonista en la novela de Alejandro Dumas, el Conde de Montecristo. Muy cerca también, de la explanada que se abre al mar, se encuentra la Catedral de Marsella, que sorprende por su policromía exterior, alternando bandas de piedra de colores blanco y verde, al estilo gótico victoriano. El edificio, ideado por León Vaudoyer, mezcla elementos de los estilos románico y bizantino y en conjunto, sorprenden sus colores, tamaño y emplazamiento junto al mar.
El hambre apretaba y empezamos a buscar un restaurante donde comer el «plato de los platos» marselleses: la bullabesa, o «Bouillabaisse«. Esta especialidad de la zona, consiste en una sopa de pescado al pimentón, con piezas de pescado fresco del día «a banda», o sea, servido a parte, para mezclarlo con la sopa, al gusto del consumidor. Se acompaña con picatostes y salsa alioli.
No sabíamos a dónde ir e hicimos lo que solemos hacer: preguntar a los «locales». Esta vez, se lo pregunté a una señora que iba a montarse en su «barquito» en ese momento y nos avisó que en los restaurantes del puerto pegaban auténticas clavadas y que ella nos recomendaba, coger un autobús y trasladarnos hasta la playa de los catalanes, siguiendo la costa. Nos dijo de ir a una restaurante llamado «Chez Michel» que aunque era un poco caro, era de lo mejorcito de Marsella. Al principio dudamos, de si valía la pena trasladarnos por una sopa de pescado, pero al final le hicimos caso a la buena señora y creo que jamás nos arrepentiremos de esa decisión.Cruzamos el puerto en trasbordador, y cogimos el autobús nº 83 que nos llevó hasta la misma puerta del restaurante. Cuando llegamos, un maître exquisito nos recibió, vestido de chaqué y con modales de mayordomo inglés, nos dijo que lo sentía mucho pero que estaba completo. Eran las dos de la tarde, y las mesas estaban a rebosar de clientela septuagenaria, luciendo sus mejores galas.
Nos señaló el restaurante Calypso, que estaba frente al mar y que también era de la «casa». Allí que fuimos y lo que vivimos a partir de ese momento, pasará a los anales de la historia gastronómica del Diario viajero.El ¡rien ne va plus!!. Vistas al mar, un vino blanco fresquísimo y una Bullabesa que nos dejó listos para la posteridad. La sopa estaba en su punto de sal y pimentón. Los pescados del día estaba buenísimos y el ceremonial duró hasta que la cuenta nos devolvió a la cruda realidad. Pero daba igual, en momentos así, es cuando el dinero no significa absolutamente nada… bueno miento, sirve para comprar placeres. (aviso a navegantes: una buena bullabesa cuesta una media de 60 euros por persona).
Fue una comida realmente especial y la disfrutamos mucho. Hicimos caso a nuestra «asesora local» y no salió nada mal. Al salir, había que digerir la comida, y por la costa fuimos paseando, mientras el viento mistral nos zarandeaba y el sol nos «acunaba». Las vistas sobre la bahía (ver fotos) son magníficas desde la Playa de los catalanes y hay varios cafés y restaurantes que están como colgados de las rocas. En uno de ellos paramos a tomar café y a disfrutar durante un buen rato de las vistas y de todo el entorno.
El mismo viento que nos llenaba los pulmones de brisa marina, nos fue empujando poco a poco hasta nuestro punto de partida inicial. A la vuelta decidimos no coger el trasbordador, y recorrer a pié el puerto por la orilla. Durante toda nuestra visita, no dejó de planear sobre nuestras cabezas la sombra de la Iglesia de Notre Dame de la Garde. Está iglesia «corona» la ciudad desde una colina, a 154 metros de altitud. Las vistas desde allí deben ser alucinantes pero no estábamos dispuestos a «morir en el intento»… Dejamos la «hazaña» para la posteridad y lo que sí hicimos fue subir unos metros por el el gran Boulevard de la Canebiere, que es la gran «espina dorsal» de Marsella.
Al atardecer, nos despedimos de Marsella y nos marchamos con una sensación de haber descubierto una ciudad que nos había sorprendido muy gratamente y a la que volveríamos pronto, sin duda. No tuvimos tiempo de visitarla en profundidad, pero sí que nos llevamos muy buenos recuerdos.
Pregunté si podíamos ir por la costa hasta nuestro siguiente destino pero, me confirmaron que no se podía. A Cassis teníamos que ir por el interior, aunque fuese un pueblo costero. La conocida «Riviera Francesa», o Costal Azul comprende el litoral que va desde Marsella hasta la frontera francesa con Italia. En este viaje no teníamos tiempo de visitar Cannes o Niza pero tampoco podíamos cerrar el viaje sin disfrutar un poco de la famosísima «Riviera» francesa. Lo que hicimos, fue reservar noche de hotel en Cassis, un pueblo típico de la Costa azul con muy buenas referencias.Una vez más, no se equivocaron quienes nos recomendaron visitar Cassis. En su día alguien dijo : « qui a vu Paris, s»il n»a pas vu Cassis n»a rien vu » (quien ha visto París pero no ha visto Cassis, no ha visto nada…). Parecía un poco exagerado pero luego comprobamos que no tanto…
Dejamos las maletas en un hotel de la cadena Best Western, que había reservado también por Internet, guiándome por las fotos, no siempre «sinceras» que aparecen en la web. Esta vez no había engaño, la piscina del hotel daba al mar y las habitaciones estaban muy bien: http://www.hotel-cassis.com/francais/presentation-larade.php#Después de la gran ciudad, un descanso en este remanso de tranquilidad no venía nada mal. Cassis también atrajo a pintores como Matisse y Dufy. No nos extrañó. Se trata de un pueblo que «enamora» desde el primer momento (ver fotos). Sus casas de colores y su puerto pesquero se enclavan en una bahía, flanqueada por la pared de roca del gran Cabo Canalla (se llama así, no es broma), y una costa agreste, con entrantes y salientes de tierra rocosa, formando las famosas calas conocidas como « les calanques».
Desde el pueblo se puede ir caminando por la costa, hasta la primera de las grandes calas, entre pinares mediterráneos y casas impresionantes, con sus piscinas y balcones que dan directamente al mar. Este paisaje de «fiordos» mediterráneos es único en Europa. Abarca unos 20 km de largo y 4 de ancho. Desde Marsella hasta Cassis por la Costa, la tierra se hunde y sale a la superficie, formando pequeñas y grandes calas de roca calcárea sobre un fondo marino de aguas turquesas.
El paseo y la cena que vino a continuación en el puerto, fue la mejor manera de acabar un día «de los de recordar. Todas las terrazas estaban llenas de gente y, aunque, seguía soplando el mistral que no nos había abandonado desde Marsella, cenamos al aire libre, brindando con un buen rosado fresco, por los buenos momentos que nos daba la vida. Definitivamente se acaba el viaje y habíamos elegido un buen lugar para rematarlo.
Lunes 17 de abril: despedida y cierre
Operación retorno. Nos levantamos temprano y aprovechamos los primeros rayos de sol para desayunar unos croissanes recién salidos del horno con un buen café con leche, en una terraza del puerto pesquero.No queríamos irnos de allí. Lo mismo nos ocurrió en Cadaqués. Son sitios que cuando los descubres piensas: ¡aquí me quedo para los restos…..!pero todo tiene un final y la voz de la conciencia, en forma de marido cabal me dijo: «tenemos que volver, hoy vuelve todo el mundo a casa y podríamos tener retenciones…»Retención es lo que hubiese deseado tener en Cassis y que nada, ni nadie me hubiesen dejado irme de allí, pero bueno, la vida sigue y no se paraba allí…
En 6 horas hicimos el camino de vuelta, desde Cassis a Castellón. Tengo que decir que mi plan inicial era desviarme a la vuelta unos 50 km para visitar la ciudad-fortaleza de Carcassone. Recapacité y cuando empezamos a ver las caravanas de coches que volvían a Barcelona, en el carril contrario, con colas de hasta 30 km, agradecí a los cielos el haber hecho caso a la parte «cerebral y juiciosa de mi matrimonio»….Y así acabó nuestro viaje por el Sureste de Francia. Con muy buenos recuerdos y con una gran cantidad de imágenes e historias que estaba deseando registrar en el diario. Definitivamente, no estaba loco.
Un comentario en “Van Gogh no estaba loco…”