De la mina al Rocío


HUELVA: Del 28 de diciembre de 2018 al 4 de enero de 2019
A mi querida Chouchou

 Viernes 28: San Clemente – Valdepeñas
Cámara súper 8, rodando, rodando.. Sólo faltaba Mariano Ozores como protagonista de la película que montamos antes de salir de casa. La Suegra, o sea mi querida madre, las dos perras, las maletas, un radiador eléctrico, la parafernalia canina, el jamón y no sé cuántas bolsas de plástico llenas de cosas. Cuando por fin nos montamos todos y conseguimos cerrar el maletero, empezamos a rezar para que no nos parase la Benemérita en los casi 800 kms que teníamos por delante. Sí, era nuestro primer viaje con nuestras “niñas peludas” y reconozco que la experiencia fue positiva, tanto que volveremos a repetir viaje con ellas próximamente. La que igual no repetiría sería mi madre, porque eso de compartir los asientos traseros con las dos sultanas no fue precisamente su viaje soñado pero bueno, lo conseguimos, salimos cinco y volvimos los mismos pero con el maletero más vacío.

Nuestro destino final era un pueblo pequeño de Huelva, Sanlúcar del Guadiana, que como su nombre indica, se encuentra a orillas del río que aparece y desaparece, en frente de Portugal. Allí se ha comprado una casita mi querida tía Chouchou, y allá que íbamos a pasar el final del año 2018. Nos esperaban unos días fantásticos en una provincia totalmente desconocida para nosotros. Pero vamos a lo que vamos, que queda mucho diario por delante. Salimos a las cuatro y a las seis paramos en San Clemente, un pueblo que nos gustó tanto la primera vez que lo vimos que se lo quería enseñar a mi madre. Una joya arquitectónica en el centro de la mayor extensión de pino piñonero de Europa. Un conjunto histórico-artístico tan vasto y rico que fue declarado Patrimonio monumental en 1980. No estuvimos mucho rato, hacía un frío que pelaba. Pero sí el tiempo suficiente para que mi madre viera la plaza del Ayuntamiento y los edificios aledaños monumentales. Recomendable 100%:
http://www.turismosanclemente.com/es/historia.zhtm

Antes de llegar a Valdepeñas, cuando oscurecía ya y la niebla empezaba a ser peligrosamente espesa, vimos que la temperatura se iba acercando a los grados en negativo. ¡Cómo agradecimos lo caliente que estaba la habitación en el hotel Hidalgo!. Un hotel de carretera que admite mascotas gratis y que tiene un jardín con piscina en sus instalaciones, una gozada para viajar con perros. Lo descubrimos cuando fuimos a Córdoba a por nuestras “niñas” y quisimos repetir, porque está bien ubicado, bastante insonorizado para estar junto a la autovía de Andalucía y además las habitaciones son enormes. Cenamos en el bar del hotel y caímos rendidos todos, humanos y caninos.

Sábado 29: Santaella – Carmona – Sanlúcar de Guadiana
Entre brumas amanecimos. La niebla era tan espesa que nos costó encontrar en Valdepeñas, la capital de vino Manchego, una cafetería para desayunar. El pueblo en sí no tiene nada de especial, la primera vez que estuvimos no nos dejó huella, y esta segunda vez tampoco. Las calles estaban vacías, al final conseguimos encontrar una panadería y un bar al lado. No tardamos en marcharnos y seguir ruta hacia el sol de Andalucía. A pocos kilómetros ya vimos el cielo azul, las brumas manchegas quedaban atrás… Volvimos a pasar por los mismos lugares: Bailén, Montoro, Córdoba capital y a unos 30 kms al sur de la capital nos desviamos hacia Montilla y Santaella. En este pequeño pueblo cordobés adoptamos a nuestras perras dos años antes, y queríamos saludar a María José, el “Hada madrina” que rescata y salva la vida a muchos perros en su protectora. Nos vimos en la terraza de un bar, fue muy emotivo, no diría que le reconocieron porque las cogimos con 3 meses de vida pero sí que Maria José se alegró mucho de verlas sanas y tan felices. Nos llevó al refugio que no existía dos años antes. A las afueras del pueblo se encuentra el terreno cedido por el ayuntamiento de Santaella, dónde María José y un grupo de voluntarios hacen que la vida de muchos perros abandonados sea más feliz. Me hubiese llevado unos cuantos, una perrita, llamada Lisa, se pegó literalmente a mis piernas. Mientras, mis dos perras no dejaban de ladrar desde el coche, María José me recomendó que no bajaran. Fue una visita de lo más emotiva, lagrimones que aún hoy me caen recordando ese momento. En fin, esta híper sensibilidad que tengo, no es muy normal, creo me lo tengo que hacer mirar ¿no? https://www.facebook.com/segundaoportunidadsantaellaoficial/

Al salir de Santaella eran casi las dos de la tarde. No sabíamos dónde parar a comer, al final seguimos haciendo ruta y retomamos la autovía hacia Sevilla. Repetimos en Carmona, otro pueblo que nos gustó muchísimo la primera vez que estuvimos. En el diario viajero que escribí sobre Córdoba, describo este pueblo que nos encantó desde el principio: https://mimondolirondo.com/2015/10/13/de-omeyas-y-sombreros-cordobeses/.

Aparcar en el centro fue imposible, optamos por salir a las afueras y encontramos un restaurante un tanto sui generis, cercano a una gasolinera donde pasamos por los rodillos de lavado, no podíamos presentarnos con el coche sucio en Huelva. No recuerdo el nombre, no lo apunté porque la paella que me comí era tan mala, con un gusto extraño a caldo de pescado a pesar de llevar pollo, que preferí no anotarlo en mi diario. A la vuelta nos recomendaron otro restaurante, también a las afueras: Casa Miró y ese sí que lo recomiendo: la comida riquísima, el servicio impecable y los precios de risa.

Carmona a media hora de Sevilla. Rodear la capital de Andalucía nos costó unos cuantos kilómetros de tráfico denso pero al final, salimos airosos, con el coche a tope cuales “moricos” de la morería pero sanos y salvos. Desde Sevilla a Huelva capital, tardamos más o menos una hora por la autovía pero luego tuvimos que desviarnos hacia el interior y ese trayecto ya fue más peliagudo. Sanlúcar de Guadiana se encuentra a unos 70 kms de la capital, pero hay que recorrer un último tramo de unos 16 kms a 50 como máximo. Un paisaje precioso de encinares dónde viven familias enteras de corzos que cruzan la carretera en cualquier momento y a cualquier hora. Nosotros durante la estancia tuvimos un par de sustos y menos mal que íbamos despacio porque la aventura podía haber acabado mal, muy mal..

Mereció la pena, Sanlúcar del Guadiana es una joyita, escondida de las masas de turistas, un pueblo pequeño, encalado, y con mucho encanto. Sus calles adoquinadas nos condujeron hasta un pequeño puerto fluvial a pocos metros de distancia del pueblo vecino portugués llamado Alcoutim. Los dos países separados por el Guadiana, tan lejos y tan cerca. De hecho, nos contaron que todos los años se celebra el Festival del Contrabando que conmemora aquellos años (1930-1940) en los que se hacía contrabando entre las dos localidades. Los porteadores desafiaban la ley para pasar mercancía de un lado al otro del Guadiana en época de guerra, tanto de día como de noche. Esta actividad transfronteriza marcó la vida cotidiana de los habitantes de ambas poblaciones y, al mismo tiempo, estableció un vínculo cultural y emocional entre sus gentes. Por eso, todos los años celebran este festival que incluye conciertos, talleres, mercadillos y un acto muy especial, la instalación de un puente flotante que une ambos municipios para que cientos de personas crucen el puente a ras de agua, entre el muelle de Alcoutim y el de Sanlúcar, los tres días que dura el Festival.
https://www.miruta.es/el-festival-del-contrabando/

En un bar que hay junto al muelle, con unas vistas maravillosas sobre el río, tomamos una copa de bienvenida con mi tía y su pareja Jean-Louis. Nuestras perras Tuca y Lola se seguían portando muy bien, a pesar de haber hecho el viaje más largo de sus vidas. Esa primera noche cenamos con 11 franceses, amigos de mi tía. Formábamos un grupo de 14 personas en total y a partir de esa noche íbamos a pasar unos días juntos visitando Huelva y celebrando la Nochevieja. Con sus pros y sus contras: nos lo pasamos muy bien juntos pero al mismo tiempo era muy difícil ver todo lo que tenía previsto al tener que movilizar a tanta gente. Así que me relajé. Ya veríamos lo que pudiésemos ver y lo que no, pues ya volveríamos. Cenamos muy a gusto en la casa de mi tía, un poco “apretaus” pero echando unas risas desde el principio hasta el final. La cosa prometía…

Domingo 30: Ayamonte – Isla Cristina – El Rompido
Al estar a orillas de un río, en Sanlúcar amanece casi siempre entre bancos de niebla. Ese día tuvimos suerte porque desde primera hora el cielo estaba despejado. Sin prisas desayunamos y a media mañana cogimos los coches para ir a la costa, a Ayamonte e Isla Cristina. Ayamonte es un pueblo tranquilo de pescadores. Los griegos la bautizaron con el nombre de Anapotaman (“sobre el río”), de donde deriva su actual nombre. Nos gustó mucho el paseo que orilla la desembocadura del Guadiana.

En este pueblo también blanco y con olor a mar, hay varios puntos de interés, desde su punto más alto donde se ubica el Parador, que antes fue Castillo, hasta la parte más plana y llana junto al río. Ayamonte es el núcleo urbano más cercano a Portugal. No lo cruzamos ese día pero sí nos enseñaron a lo lejos, el gran puente internacional sobre el río Guadiana. (lo cruzaríamos el último día para ir a Tavira, un bonito pueblo en el Algarve portugués). Como decía, entre los edificios de interés de Ayamonte, destacan las iglesias de Nuestra Señora de las Angustias y de San Francisco, ambas del siglo XVI; la iglesia parroquial del Salvador, del siglo XV; y las casas de indianos.

 Desde Ayamonte (que no Almonte) fuimos hasta Isla Cristina, donde nos esperaba el grupo de franceses en una playa inmensa, kilométrica. Ya me habían avisado que en Huelva, al igual que en Cádiz lo mejor, las playas. Y la verdad es que conforme fuimos viendo las distintas playas, el nivel iba in crescendo…

Los orígenes de Isla Cristina se remontan a la fundación de una colonia pesquera por catalanes y valencianos tras el terremoto de Lisboa de 1755. Su lonja es la primera por subastas de pescado fresco de Andalucía y la segunda por tonelaje, solo superada por Cádiz. Huele a salitre, a mar. En el término municipal se encuentran las Marismas de Isla Cristina, protegidas mediante la forma de Paraje Natural. Debido a su orientación este-oeste, las puestas de sol que acaban entre el mar y la tierra han servido de inspiración a varios poetas, llegándose a crear la Ruta de las puestas de sol: un hermoso recorrido a lo largo de la costa, con carteles  que señalan las citas que hicieron poetas como Alberti, Cernuda, Juan Ramón Jiménez, entre otros, sobre los atardeceres de Isla Cristina.

Dimos un buen paseo con las perras por la playa de la Gola, mientras el grupo de franceses también paseaba tranquilamente, dejándose empujar por el viento que azotaba ligeramente. En Isla cristina hay 11 playas, a cada cuál más extensa y más salvaje. La de Gola, es una playa urbana, cercana al puerto deportivo. Después del paseo, nos llevaron a comer a un restaurante al que desde aquí, desde estas líneas voy a intentar hacer un homenaje. Restaurante La Sal se llama. Hay que reservar porque lo que se come allí no se come en cualquier sitio. Las gambas blancas típicas de Huelva, el jamón de Jabugo, of course,  el pueblo más famoso de la provincia, el adobo (Cazón) que aquí lo hacen de atún y no de pez espada, el pulpo, las puntillitas, los choclos y el postre casero de galleta. Así, uno detrás de otro, sin respirar. Orgía gastronómica, no puedo decir más. Varias veces salí para ver cómo estaban las “niñas” y en la sala no entraba ni un alfiler, ese restaurante merece estar en la lista de los puntos de interés de Huelva. Señor alcalde, haga Usted el favor. https://www.tripadvisor.es/Restaurant_Review-g644305-d4472968-Reviews-La_Sal-Isla_Cristina_Costa_de_la_Luz_Andalucia.html

Encontrar el restaurante la sal no tiene pérdida, se encuentra en la pintoresca plaza de las Flores, una plaza preciosa, en la que destacan las fachadas coloristas de sus casas, especialmente la fachada con azulejos modernistas que se sitúa justo en frente del restaurante.  https://www.minube.com/fotos/rincon/57602#gallery-modal. En este centro histórico de Isla Cristina hay muchos rincones, plazas y portalones de cofradías para visitar mientas paseas después de comer. Por esas mismas calles discurre uno de los carnavales más famosos e históricos de España, del que por cierto no había oído hablar antes. Dicen que después del Carnaval de Tenerife y el de Cádiz, el de Isla Cristina es el que más interés suscita y está declarado como Fiesta de Interés Turístico de Andalucía. Así que… otra excusa más para volver.

En el paseo de vuelta hacia el aparcamiento se nos acercaron unos niños para acariciar a las perras y nos preguntaron: ¿podemos acariciarlos o son “reveníos”? me hizo mucha gracia, al menos les había entendido a la primera, por que….. ¡Ozú con el acento onubense!, ríete tú del gaditano de Jezulín, no me extraña que mi pobre tía no les entienda ni la mitad. Les propuse ir a la Playa de la Flecha del Rompido. Desde Isla Cristina atravesamos La Antilla, una zona de hoteles entre pinares y playas muy agradable. Atravesamos después Lepe, el famoso pueblo de los chistes, dejando atrás un inmenso radio de chabolas donde malviven los africanos que vienen a recoger las fresas en Lepe y Palos de la Frontera. Otro mar de plástico con esclavos en el siglo XXI…

Llegamos a un punto dónde no sabíamos muy bien por dónde ir, finalmente llegamos a “El Rompido” pero en vez de meternos directamente a la zona de la costa, nos perdimos por un camino entre pinares, hasta que la carretera se metía en el mar.  Dejamos los coches y preguntamos a un chico que estaba en una casa con una barra que impedía el acceso. Nos explicó que a la Flecha (una estructura única en todo el litoral andaluz, una singular lengua de arena de más de unos 13 kilómetros de longitud que discurre paralela a la costa y separa las aguas del Río Piedras de las del océano Atlántico), sólo se puede ir en Ferry, y entre los meses de abril a octubre. La teníamos en frente, pero de no ir nadando, no podíamos llegar ni en coche, ni caminando. Así que optamos por dejar los coches en ese punto e ir andando hasta la civilización.

Tuvimos suerte porque el paseo entra en el Parque natural de las Marismas del Río Piedras. Pasarelas de madera que bordean las marismas y penetran en la naturaleza. Un paseo que descubrimos por casualidad y que de verdad merece la pena recorrerlo. Al final del paseo llegamos hasta un Faro y a una gran explanada que da a un puerto deportivo. Justo a tiempo de disfrutar de un atardecer de “postal”. Si lo hubiésemos planeado no hubiese salido mejor. La vuelta a los coches fue más accidentada. No todo podía salir bien, nuestras perras se metieron en las marismas y por un momento vimos a Lola que se hundía en el fango. Fue un momento horroroso, de impotencia porque era imposible sacarla de allí sin hundirse también. Menos mal que al final consiguió salir por sí misma, el susto aún me dura….

Me costó recuperarme, tanto que cuando llegamos a casa por la noche, después de cruzarnos con un corzo enorme en los últimos kilómetros antes de Sanlúcar, cenamos y directamente nos fuimos a dormir. La intensidad del día me dejó rendida no, lo siguiente.

Lunes 31: Punta Umbría, Huelva capital, La Rábida, Palos de la Frontera, Moguer y Nochevieja
Sueño reparador. El último día del año también prometía intensidad, así que nos lo tomamos con más calma. Arrancamos con otras playas inmensas, las de Punta Umbría. Si con algo me quedo del viaje a Huelva es con su interior y con sus playas, nada que envidiar a las aclamadas playas de la vecina Cádiz. Punta Umbría es otra villa marinera situada entre las rías del río Tinto y del río Odiel. A lo largo del paseo marítimo (que va desde el Muelle de pescadores hasta la Punta de la Canaleta) pueden verse multitud de pequeñas embarcaciones pesqueras que traen a diario: gambas, chocos, sardinas, boquerones, y chirlas, entre otros muchos productos. Atravesamos de punta a punta en coche y aparcamos en un extremo de una playa kilométrica. Las perras se volvían locas de contentas y nosotros, a pesar del viento, disfrutamos un buen rato paseando por la orilla. No vimos tampoco grandes aglomeraciones de apartamentos, la impresión en cada una de las playas a las que fuimos, es que en Huelva ofrecen un turismo de gama media-alta. Hoteles de cinco y cuatro estrellas y urbanizaciones de apartamentos pero sin desmedida, sin desastres urbanísticos,  una costa, desde luego, mucho más cuidada que el litoral mediterráneo.

Desde Punta Umbría y orillando las marismas, seguimos ruta hacia la capital. Ya estábamos avisados, la capital no es de las más bonitas del país pero bueno, por lo menos una vuelta sí queríamos dar. Uno de los lugares más interesantes se encuentra en la desembocadura del río Odiel, el muelle de mineral de la Compañía Riotinto. Allí empezamos nuestro paseo por la capital, aparcando junto al muelle que lo han restaurado de forma espectacular: https://www.youtube.com/watch?v=vyovrGDTZXQ

Una obra de ingeniería, construida en el año 1876, que durante 100 años se utilizó para transportar el mineral procedente de las minas del norte de la provincia hasta el puerto de la capital. Su fantástica ubicación hace que después de su uso minero, ahora se haya convertido en un lugar de esparcimiento, un paseo con vistas a las marismas.

Desde el muelle, seguimos paseando hacia el centro de Huelva. En el centro histórico el primer sitio que vimos fue la plaza de las Monjas, considerada como el centro neurálgico y donde destaca una estatua de Cristóbal Colón. Estaba llena de gente en las terrazas de los bares, una plaza muy animada. Después recorrimos la Gran vía, aunque su nombre oficial es la Avenida Martín Alonso Pinzón (como no podía ser de otra manera en la Huelva Colombina). El Ayuntamiento de estilo Herreriano y la Catedral con fachada barroca son también otros dos puntos de interés.  Nos faltó por ver un barrio curioso, al que volveremos la próxima vez. Se trata de Barrio de la Victoria, conocido asimismo como el Barrio obrero. Las casas unifamiliares de esta barriada fueron construidas con un marcado estilo inglés en honor a la Reina Victoria I por la  Río Tinto Company, empresa de origen británico que explotaba el mineral de la cuenca minera de la provincia. Por las imágenes que veo ahora en Internet, pasearse por ese barrio con la luz de Andalucía y las casas tan “British” tiene que ser de lo más antagónico. Me recuerda un poco a Oporto y a Burdeos, dos ciudades que han tenido “invasión británica” durante años y que también tienen huellas británicas en sus calles y edificios.

Para comer en Huelva, nuestros anfitriones nos llevaron a un sitio muy cool. Se llama el Templo: https://www.facebook.com/RestauranteTemplo. Es más bien un Gastro bar tan de moda ahora, no propiamente un restaurante. A base de tapas y raciones originales y con unos camareros muy simpáticos, mi tía y su pareja ya son clientes fieles, cada vez que van a la ciudad “repostan” allí. Probamos el Falafel con salsa de curry, las tostas con aguacate y anchoas y los crujientes de espinacas con queso. Todo buenísimo, en un ambiente inmejorable, soleado, al aire libre y en diciembre.

Después de comer, volvimos paseando hasta la zona del muelle donde habíamos aparcado, junto al estadio de Fútbol. Para ir al siguiente destino, la zona del Monasterio de la Rábida teníamos que coger los coches, no está muy lejos de la capital pero andando no hubiésemos llegado a tiempo a la cena de Nochevieja. Sin saberlo, iniciamos la Ruta de los lugares colombinos que empieza con una monumental estatua de piedra que representa el Monumento a la Fe descubridora, en la confluencia de los ríos Odiel y Tinto, en una zona conocida como Punta del Sebo. Esta colosal figura de 37 metros de altura fue donada por Estados Unidos y representa a un navegante que mira hacia el Oeste. Popularmente se le conoce como el Monumento a Colón y fue donada “como expresión de amistad a la Nación cuya generosidad y clara visión hicieron posible el descubrimiento de Colón”. Es impresionante, he buscado este vídeo que lo dice todo: https://www.youtube.com/watch?v=c6IU3zAKgnc

El siguiente lugar colombino nos esperaba en un entorno natural increíble. Una extensa zona verde de parques y jardines rodea el Monasterio franciscano del siglo XIV y de estilo Mudéjar, que en su día fue refugio de Cristóbal Colón, tras conocer la noticia de que los Reyes Católicos habían rechazado su petición de poner en marcha la expedición en busca de las Indias. Pasó un tiempo y el Prior, confesor de la reina Isabel, Juan Pérez, logró que la propuesta de Colón fuese atendida. No pudimos entrar en el interior porque estaba cerrado, tampoco nos extrañó siendo la tarde de nochevieja. Dejo aquí un vídeo sobre el interior de la Rábida para verlo aunque sea virtualmente: https://www.nazaret.tv/video/45/monasterio-de-la-raacutebida-de-nazarettv.

Desde allí, fuimos en coche hasta el Muelle de las Carabelas y el Monumento Plus Ultra, cruzando de nuevo los parques y jardines que componen este “pulmón verde” de Huelva. Estos dos enclaves se encuentran casi unidos y ubicados de tal manera que no es difícil imaginar el lugar de partida de los navíos colombinos. Frente al mar, frente a un infinito que deja volar la imaginación. Primero paramos frente al monumento Plus Ultra que honra el primer hidroavión de la Aeronáutica militar española  que realizó por primera vez un vuelo entre España y América, despegando el 22 de enero de 1926 frente a La Rábida en Palos de la Frontera (Huelva) con destino Buenos Aires, adonde llegó el 10 de febrero de ese mismo año. Me gustó especialmente el monumento, por su tamaño, su ubicación y su estética modernista.

Muy cerca, como decía, se encuentra el Muelle de las Carabelas, con las réplicas de la Pinta, la Niña y la Santa María. No las pudimos ver de cerca porque también estaba cerrado. Además de las réplicas de los barcos, su principal reclamo turístico, el Museo Muelle de las Carabelas cuenta con un centro de interpretación, el barrio medieval (recreado alrededor de la dársena) y la Isla del Encuentro, en la que se ha intentado recrear la cultura indígena de la Isla de Guanahani, primera isla en la que desembarcó Cristóbal Colón el 12 de Octubre de 1492, a la que nombró San Salvador. Todo el conjunto de monumentos, museos, parques y jardines de este rincón de Huelva que pertenece al municipio de Palos de la Frontera, es un paraíso para pasar un día entero con niños. Nuestras “niñas” también disfrutaron del paseo, un lugar para recordar.

Palos de la Frontera, famoso pueblo por sus fresones y por su pasado tan ligado al descubrimiento de las Américas, se encuentra a muy pocos kilómetros de la Rábida. Cuando cruzamos con el coche el pueblo, lo hicimos lentamente porque las calles, pocas horas antes de la cena de Nochevieja, estaban a rebosar de gente que abarrotaba las terrazas y barras de los bares. Palos de la Frontera es conocida como la cuna del Descubrimiento de América , ya que en esta ciudad se gestó y se preparó el primer viaje de Cristóbal Colón hacia las Indias. Zarparon del puerto de esta ciudad el 3 de agosto de 1492, llegando el 12 de octubre de dicho año a una isla del actual continente americano, que por entonces era desconocido por los europeos. Los tres hermanos Pinzón que acompañaron a Colón eran de Palos de la Frontera, y así lo rememoran en el pueblo. Cada año, en el mes de marzo celebran una feria medieval del Descubrimiento y convierten la localidad en un escenario ambientad en el siglo XV: https://www.youtube.com/watch?v=D7gNslxZdOs

No paramos en Palos, seguimos ruta hasta el siguiente pueblo, el tiempo se nos venía encima y queríamos visitar especialmente Moguer, la ciudad que vio nacer al poeta Juan Ramón Jiménez. Apenas a 9 kilómetros de distancia, cuando llegas a la entrada de Moguer, no hay pérdida porque desde el principio, el camino hacia el centro viene guiado por diversas placas cerámicas con versos de la obra más universal del escritor: “Platero y yo”. También en Moguer había ambientazo, nos costó aparcar.

Moguer es  Bien de Interés Cultural de los Lugares Colombinos, al haber tenido especial relevancia en la preparación y la realización del primer viaje de Cristóbal Colón. Además, Moguer rinde culto a su poeta premio Nobel con poemas, figuras en bronce de los protagonistas de sus obras, especialmente de “Platero”, la Casa-Museo de Zenobia y Juan Ramón Jiménez y la casa natal.  Está presente en todos los rincones y calles del pueblo. Un total de 42 placas cerámicas, de las cuales 29 pertenecen a la obra universalmente conocida “Platero y yo” y el resto, recogen versos de otras obras del escritor. No pudimos pasar tanto tiempo como nos hubiese gustado, entre otras cosas porque nuestras “niñas” no paraban de ladrar a las figuras de bronce de Platero. Situación rocambolesca, la gente se reía y no había manera de calmarlas, se pensaban que era un burro de verdad. Antes de que nos echaran por escándalo público-canino, nos paseamos por la Plaza Mayor, donde destaca la fachada modernista del Teatro Felipe Godinez y, no muy lejos, también vimos por fuera la Iglesia de Nuestra Señora de la Granada, un edificio protegido y declarado como sitio histórico y conjunto artístico de los Lugares Colombinos. Me dio pena no poder entrar, porque estaba cerrada pero ya nos daría tiempo de verla en otra ocasión (a Huelva teníamos que volver, se quedaron varios lugares en el tintero). Y Moguer nos dijo adiós, bueno más bien un hasta pronto, la sombra de Platero nos persiguió en la despedida, mientras el cielo se teñía de rojo y nos regalaba un atardecer de postal para la última noche del año.

Volvimos a casa, teníamos poco tiempo para descansar, ducharnos y prepararnos para la cena de Nochevieja. Haciendo tiempo estábamos cuando nos llamaron nuestros anfitriones de la noche para decirnos que si nos pasaba algo por tardar tanto… Hubo un malentendido, nos esperaban desde la siete para el aperitivo como buenos franceses y nosotros esperando, pensando que la cita era a las nueve. 11 franceses alojados en una casa rural a pocos kilómetros de nuestro pueblo de adopción navideño. La “Casa del Ingeniero” en el Puerto de la Laja, una casa rural muy auténtica en un antiguo poblado minero, a orillas del río Guadiana. https://www.homeaway.es/p8902117

En esta casa vivió el ingeniero-jefe de minas de las Herrerías. En la fachada principal aún permanecen el mástil de la bandera y la campana que avisaba de la llegada de barcos al puerto. Esa misma campana nos sirvió pocas horas más tarde para tomarnos las uvas de Nochevieja. Nunca olvidaremos esa cena, como buenos franceses nos agasajaron con unos platos y unos vinos que aún recordamos, meses más tarde. Patés, jamón y carne de pato, gambas, tellinas, zarzuela de marisco, quesos y tarta de chocolate. Por supuesto todo regado con los mejores vinos y cavas. Cuando faltaba poco para la medianoche, y habíamos preparado los cuencos con las uvas, me enteré de que la tele no funcionaba. ¡No podía creerlo! Sin tele, sin wifi, sin cobertura para Internet ni móviles, ¿Qué podíamos hacer? no cundió el pánico porque precavidos ellos, habían hablado con una familia española que también se alojaba en una casa rural vecina, que a las 12 vendrían a tomar las uvas con nosotros y a tocar la antigua campana que estaba en la entrada, la misma que en el siglo pasado avisaba de la llegada de los barcos al puerto fluvial. Fue un momento mágico, hacía un frío que pelaba pero daba igual. Allá que estuvimos con la campanita dando los cuartos y las campanadas, mientras los franceses engullían las uvas pensando, estos españoles están locos, loquitos de atar. De las mejores nocheviejas de mi vida, no la olvidaré nunca…Supimos retirarnos no muy tarde, teníamos que volver a casa por una carretera bastante sinuosa. Tuca y Lola volvieron dormidas, había sido un día intenso. Lo dicho, una nochevieja para recordar.

Martes 1: relax, e Isla Canela
Empezamos el año sin demasiada resaca, lo de no fumar ayuda bastante. Un cielo despejado nos acompañó durante nuestro paseo por Sanlúcar del Guadiana, el pueblo donde estábamos alojados y que aún no habíamos tenido tiempo de conocer tranquilamente, sin prisas. Es un pueblo pequeño, típico andaluz de suelos adoquinados y casas encaladas. Su ubicación a orillas del Guadiana lo hace único. Como citaba al principio, Sanlúcar es uno de los pueblos más bonitos de la provincia de Huelva y merece la pena llegar hasta su encuentro, a pesar de los 16 kilómetros de curvas que hay que cruzar desde la carretera principal que viene de Ayamonte. Además de las vistas a Portugal, Sanlúcar cuenta con un castillo-fortaleza emplazado en un alto cerro al Este de la población, conocido como Castillo de San Marcos. https://www.youtube.com/watch?v=dPUWs-qaKpA

No subimos, pero tampoco hubiésemos podido entrar, está cerrado por restauración. Para los más atrevidos, se puede volver del castillo en “modo gaviota” ¿alguien se atreve? Yo, no: https://www.youtube.com/watch?v=5kxsnyNpGpc. Según anuncian se trata de la única tirolina transfronteriza del mundo, y seguramente lo será, pero una ya está para otros menesteres… Así que optamos por seguir paseando tranquilamente por las calles de Sanlúcar y su puerto fluvial que cuenta con una pequeña playa de arena, frente a la costa portuguesa. El pueblo estaba vacío, no vimos a nadie, la nochevieja había sido más larga para otros. No estaba abierto ni siquiera el bar del puerto para tomar el vermut. Así que nos retiramos a comer un pollo asado que estaba para chuparse los dedos (que conste en acta que mi tía cuando cocina, cocina de verdad). Sin echar la siesta, sin contemplaciones,  nos fuimos primero a tomar un café a Ayamonte y después con la luz invernal del atardecer a pasear por las playas de Isla Canela, unas playas que me había recomendado mi amiga Inma de Bilbo y que desde aquí digo que tardaré en volver a ver unas playas tan bestialmente salvajes, kilométricas y deslumbrantes. Las “niñas” volvieron a disfrutar corriendo por la arena y haciendo agujeros para meterse en ellos. Grabé un vídeo pero ya no lo tengo, una pena… bueno, he encontrado uno que da una idea de uno de los espacios naturales más bellos que han visto mis ojos: https://www.youtube.com/watch?v=xOGim69g4Ns

 No pudimos empezar el año 2019 de mejor manera. Se nos hizo de noche cuando dejamos las playas de isla canela, y volvimos por la costa, por la zona dónde están todos los hoteles de todas las cadenas conocidas. Ni uno solo estaba abierto, pero viendo los jardines y las instalaciones desde el exterior, intuimos que aquí una semana de agosto para una familia de 4 miembros salía por un pico bastante, bastante grande. Turismo de alto nivel, hoteles de categoría superior, pocos bocadillos de mortadela, las tarteras con tortilla de patatas en peligro de extinción. ¡Qué bien estábamos alojados en nuestra casita de Sanlucar!

Miércoles 2: Cortegana, Jabugo, Almonaster la Real, Aracena.
Movilizar a 14 personas y dos perras tiene sus inconvenientes y mi ruta por el interior de Huelva, por Sierra Morena, la tuve que reducir drásticamente casi a la mitad. Pero tampoco nos importó, disfrutamos de un día fabuloso y siempre tendríamos oportunidad de volver (mi tía ya lo sabe, tenemos que acabar lo que un día empezamos). La Ruta original incluía: Niebla – las Minas de Río Tinto – Aracena – Linares de la Sierra – Alajar, Almonaster la Real – Jabugo y Cortegana.  El interior de Huelva es sencillamente inabarcable en un día, hay que tomárselo con calma y disfrutar de sus paisajes y pueblos durante varios días.

Empezamos la ruta por Cortegana y su castillo en el Parque Natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Erigido como fortaleza defensiva ante la amenaza portuguesa en plena Reconquista, el castillo y el pueblo entero se mantienen en equilibrio sobre los riscos de un cerro desde el siglo XIII. Cuestas y pendientes, llegar hasta la cima del castillo, un desaliento, pero las vistas desde allí merecen la falta de respiración. Un castillo muy bien conservado, se puede visitar el interior. Su origen no está claro, aunque diferentes fuentes coinciden en que fue ordenado construir por el Rey Sancho IV el Bravo. Dispone de cinco torres y una pequeña ermita, de tamaño realmente minúsculo, en honor a la virgen de la Piedad. Su origen hay que encuadrarlo en el siglo XIII como un ejemplo más de las ermitas de repoblación que se erigieron por toda la comarca tras la conquista cristiana.

Después de “conquistar” el castillo y disfrutar de las vistas, bajamos de nuevo al centro del pueblo a tomar un café en su plaza principal. Coincidimos con la celebración de un funeral en la Iglesia del Divino Salvador de estilo gótico-mudéjar, que se encuentra en la misma plaza. Los franceses no entendían por qué los hombres estaban todos en la puerta sin entrar, mientras las mujeres seguían el oficio dentro. Yo no supe dar una explicación convincente al debate abierto de si era una doble moral. Me limité a sonreír y a poner cara de “voy a tomarme un café y no pienso entrar en terrenos antropológicos”.

El sol lucía pero a la sombra no sobraban lo abrigos. Ya era casi mediodía y les animé a seguir ruta. Menos mal que no quisieron comer a la hora francesa, porque cuando llegamos al siguiente destino, la capital del mejor jamón del mundo ya se nos había echado el día encima. Jabugo no huele a jamón pero todo, absolutamente todo, gira alrededor de su “oro de pata negra”. El centro del pueblo es bonito, todo encalado y con unas calles tan estrechas que si entras conduciendo hasta la plaza mayor, hay momentos en los que piensas ¿por qué coño no habré aparcado antes?. No encontramos ni un sitio para aparcar, recorrimos todo el centro en coche.

La plaza mayor, se conoce como la Plaza del Jamón y está rodeada por los edificios más emblemáticos: el Casino, EL Ayuntamiento y la Iglesia de San Miguel Arcángel.

A Jabugo todo el mundo viene a lo que viene. Nosotros no caímos en la tentación porque estábamos avisados y no nos equivocamos. Seguramente si vas con alguien de la zona a comprar no te darán gato por liebre pero los pronósticos no fallaron. Mi madre compró varios paquetes para regalar y bueno, comestible estaba pero ni mucho menos lo que se espera de un buen jamón de Jabugo. (Y sí, lo confieso, desde que probamos el jamón que trajo nuestro amigo Mario de Extremadura, no hemos vuelto a probar cosa igual). Sabio refranero: “Crea fama y échate a dormir….”

Con las alforjas llenas de jamón los franceses estaban pletóricos y dejamos Jabugo para dar la bienvenida a uno de los pueblos de la lista de los más bellos de España: Almonaster la Real. ¿Y qué tiene de especial? Pues entre otras cosas, este bello pueblo de la Sierra onubense cuenta con un tesoro arquitectónico: la única mezquita andalusí que se ha conservado casi intacta en España en una zona rural. Fue construida durante el Califato de Córdoba, entre los siglos IX y X, en el interior del castillo de Almonaster, sobre los restos de una basílica visigoda del siglo VI, cuyos materiales se reutilizaron. Tras la Reconquista cristiana, fue convertida en ermita, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción, albergando desde entonces culto católico. Hay que subir hasta la parte más alta del pueblo y disfrutar una vez más de las vistas increíbles sobre la Sierra de Aracena. La plaza de toros también se encuentra allí, en lo alto y es algo sorprendente. https://www.youtube.com/watch?v=F6coAyyqWjQ

Almonaster, como todos los pueblos que habíamos visto desde nuestra llegada a Huelva días atrás, está limpio no, lo siguiente. Calles y casas cuidadas, los vecinos cuidan su pueblo como si fuese su propia casa. Cerca de la plaza principal tomamos un aperitivo y pedimos que nos aconsejaran un restaurante para comer. Con las perras nos hubiese gustado ir a uno que tenía terraza, que no recuerdo ahora el nombre, pero estaba cerrado. Al final fuimos al Rincón de Curro, afamado restaurante que sí estaba abierto. Durante ese tiempo de la comida fue el único momento del viaje en el que me hubiese gustado estar sin nuestras “niñas” porque fue horroroso. Las tuvimos que atar en una especie de patio que había al lado de la carretera y al lado de la entrada del restaurante. Hasta tres veces vino un camarero a decirnos que Lola se había soltado y que andaba perdida. La muy “perra” se salía del arnés y nos buscaba. La última vez me asusté porque ya estaba casi en la carretera cuando salí a buscarla. Total, que nos dieron la comida que estaba bastante rica pero con unos precios un tanto abusivos. No lo probé pero el solomillo en hojaldre es uno de sus platos más solicitados. http://rincon.de.curro.la-colmena.org/

 Y así, con sustos, buenos momentos y bonitos pueblos iba acabando el día. Al atardecer con la mejor luz, llegamos al último destino de la ruta por el interior de Huelva: Aracena. Otro pueblo de los “elegidos” como de los más bellos del país. Lo primero que hicimos fue ir hasta el castillo, en la cima de la Sierra a la que da nombre y que forma parte de Sierra Morena. No nos daba tiempo a visitar su famosa Gruta de las Maravillas, situada en pleno centro urbano de Aracena y a la que se puede acceder de camino al Castillo. Fue abierta al público en 1914, siendo la primera en España en hacerlo. La longitud total conocida de este complejo subterráneo es de 2.130 m, de los que 1.400 están abiertos al público. Se puede ver un conjunto de formaciones kársticas de extraordinaria belleza: estalactitas verticales, estalagmitas, y otras formaciones de nombres imposibles. Nos dio pena no poder entrar, pero de momento, me tengo que consolar con este vídeo: (queda la gruta pendiente para cuando volvamos). https://www.youtube.com/watch?time_continue=15&v=7wu3yG6JcC0

El castillo sí que tuvimos la suerte de poder visitarlo y de poder disfrutar de un atardecer de los de película.  El cielo flameaba con colores rojos, naranjas y rosáceos. Soplaba un viento frío pero no nos impidió bordear el castillo y hacer el recorrido completo por el exterior.

El castillo fue construido a mediados del siglo XIII y se mantuvo en uso hasta principios del siglo XVI, cuando fue perdiendo su función militar. La fortaleza de Aracena estaba dividida en patio de armas y alcázar, separados por una muralla donde destacaba la Torre Mayor. El Alcázar del castillo de Aracena ocupa la zona oriental del recinto, la cota más alta del monte. Sus torres eran de planta cuadrada o rectangular y cuentan con terrazas a las que se accede por pequeñas escaleras desde el adarve o paseo de ronda de las murallas. La Torre Mayor se ubica en la zona más alta del cerro, siendo concebida como último reducto de la defensa. Todo el conjunto mudéjar es impresionante, y en él se incluye también su Iglesia prioral a la que accedimos a última hora antes de que anocheciera completamente. https://www.youtube.com/watch?v=0SLW63jy2q0

El pueblo de Aracena a los pies del castillo es un laberinto de calles estrechas adoquinadas, con avenidas peatonales flanqueadas con naranjos. Vimos varias esculturas en una de estas calles anchas que, según parece, forman parte del museo de arte contemporáneo al aire libre «Andalucía», el de mayor extensión de Europa. Después, en la Plaza Alta, nos encontramos con dos edificios predominantes: el Cabildo, antigua Casa consistorial del siglo XV con portada renacentista y en frente, la Iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación.

En la parte más baja, no hay que perderse la Plaza del Marqués de Aracena con el Casino “Arias Montano”, un bello edificio que destaca sobre los demás con su estilo regionalista andaluz. Y para rematar el descubrimiento de Aracena, nos llamó la atención un edificio muy bien restaurado, un convento reconvertido en hotel y Spa: http://www.hotelconventoaracena.es/. No nos hubiese importado pasar la noche allí, tenía muy buena pinta. Unas semanas más tarde, mi querida amiga Pura viajó por estas tierras y se alojó en este hotel y lo recomienda al 100%. ¡Oído cocina!

Y así acabamos otro día intenso, ya habíamos empezado la cuenta atrás para la despedida. Al volver ya de noche a casa, pasamos por las minas de Río tinto pero sólo pudimos imaginar las aguas oxidadas del río a su paso por las minas. Las instalaciones de las famosas minas siguen ahí y la visita del parque minero quedaba pendiente: https://parquemineroderiotinto.es/. El pueblo y las murallas de Niebla también lo dejamos para otra ocasión que seguro no se haría mucho esperar.

Jueves 3: Alcoutim y Tavira en Portugal
Esa mañana nos despertamos con una niebla espesa que no dejó de caer a plomo hasta bien entrada la tarde. Con un silbido, así sin más, desde la orilla de Sanlúcar silbamos al barquero portugués que en pocos minutos cruzó el Guadiana para recogernos y llevarnos a la orilla portuguesa de Alcoutim, un pequeño pueblo blanco de similares características pero con algunas diferencias arquitectónicas, como por ejemplo, los marcos de las puertas y ventanas de las casas que son de color azul y amarillo principalmente. No tardamos ni dos minutos en cruzar el Guadiana. En Alcoutim había un poco más de meneo a pesar del cielo gris plomizo. Dimos un paseo por el pueblo y llegamos hasta el Castillo, construido en el Siglo XVI. En su interior alberga el Núcleo Museológico de Arqueología, con ruinas de las murallas medievales del castillo así como otros objetos y una exposición sobre juegos de mesa islámicos. Las vistas desde el emplazamiento del Castillo merecen la pena.

Otro sitio que merece la pena descubrir en Alcoutim es un paseo que va desde el pueblo por la parte trasera, hacia el interior, llegando a un parque que tiene una playa fluvial conocida como Pego do Fundo. Es un sitio muy agradable con parques, jardines, y terrazas que invitan a tomar algo tranquilamente. Toda esta zona verde que rodea el pueblo por la parte trasera discurre entre prados donde vimos retozar a unos cerdos muy negros, mientras las gallinas y unas ocas piaban y un grupo de ovejas balaban. Una orquesta sinfónica en toda regla, los únicos sonidos que rompían el silencio invernal de Alcoutim.

Para volver a casa, antes de “echarnos a la mar”, nos tomamos un vermut a la portuguesa, es decir, ni una triste tapa en un bar bastante deprimente. Cosas ricas tienen los hermanos portugueses pero lo del tapeo no va con ellos…. La misma tristeza que se siente cuando entras en los bares de pueblo franceses, en los que el dueño o la dueña tiene cara de pocos amigos, y si te sirve una cerveza, no sabes si está caducada porque puede que seas el único cliente que ha entrado en meses. Pues eso, papas matutano de toda la vida y un vino blanco de garrafa que de “vinho verde” no tenía ni el color. Superado el “aperitivo” nos esperaba una suculenta comida con un plato heredado de nuestra añorada mamie: envidias al horno con jamón y queso gratinado. ¡Pa´ chuparse los dedos y tó el cuerpo!

Por la tarde volvimos a Portugal, pero esta vez por tierra no por mar, digo río. Cruzamos el famoso puente de Ayamonte que cruza el Guadiana casi en la desembocadura y nos acercamos por la costa a uno de los pueblos más visitados del Algarve portugués: Tavira. Esta localidad es una pequeña ciudad portuguesa de la costa del Algarve. La atraviesa el río Gilão, que desemboca en las ensenadas y lagunas del parque natural de Ría Formosa. La isla de Tavira cuenta con una extensa playa de arena y salinas que atraen a flamencos, espátulas y otras aves zancudas. También cuenta con un castillo medieval panorámico y la iglesia de Santa María do Castelo, donde se hallan las tumbas de siete caballeros de la Orden de Santiago que murieron a manos de las tropas musulmanas. Pero vamos por partes…

Lo primero que hicimos fue aparcar cerca del río y caminar dando un paseo por la orilla hasta el famoso Puente de los siete arcos sobre las aguas del Gilão. En ambas orillas se ven edificios con bellas fachadas, algunas decoradas con los típicos azulejos portugueses. Es una ciudad tranquila, para pasear sin prisa. Tiendas de artesanía y de recuerdos con productos originales, nada que ver con los “made in China” que invaden otros lugares turísticos. Llegamos hasta una plaza conocida como Jardim do Coreto, que está ubicada a los pies del mercado municipal. Un pequeño parque que separa el río del centro histórico. Desde allí, nos perdimos por unas calles que ascendían a la Iglesia de Santa María do Castello en la que destaca su imponente reloj que preside una de sus torres. Antes de llegar a la Iglesia, atravesamos una estrecha calle dónde se escuchaban fados. La voz con “saudade” llegaba desde una pequeña sala de conciertos que se llama: “Fado com Historia”: https://www.fadocomhistoria.com/. Esta sala está un poco escondida, al lado de la Iglesia de la Misericordia, por eso añado la web para los que se “derriten”, como yo, cuando escuchan un fado de Madredeus o de Amália Rodrigues. No pudimos escoger un momento mejor para seguir nuestra ruta por Tavira. Fados como “hilo musical callejero” mientras paseábamos por la zona alta de la ciudad. Poco a poco se iba yendo el sol, ese mismo sol que había tardado en salir aquél día por la mañana. Junto a un árbol decorado con luces navideñas, nos sentamos en una terraza para tomarnos un café y el postre de los postres portugueses, un pastelito cremoso de Belém: https://es.wikipedia.org/wiki/Pastel_de_Bel%C3%A9m.

No nos dio tiempo a ver los alrededores de Tavira, pero convenimos en volver en primavera con días más largos para descubrir las maravillosas playas y el Parque Natural de la Ría Formosa, formado por diversos canales, islas y bancos de arena. Las playas de Tavira están muy valoradas y forman parte del Algarve, una zona que no conocemos aún y que tendremos que venir a descubrir.

Horas, minutos nos quedaban para la despedida. Al día siguiente ya teníamos que volver a casa y nos esperaban casi 700 kms de carretera. Para coronar un viaje inolvidable, haríamos una última parada en un lugar que tenía muchas ganas de conocer: el Rocío.

Viernes 4: Adiós Huelva
Sin prisas pero sin pausa. A media mañana con un sol radiante nos despedimos de nuestros anfitriones y emprendimos el viaje de vuelta hacia Castellón. Al final lo haríamos en dos etapas como a la ida, durmiendo otra vez en Valdepeñas. Entre Huelva capital y Sevilla por la autovía A-49 se tarda una hora escasa. Antes nos desviamos hacia Almonte, que se encuentra a 40 minutos de Huelva, por la misma autovía que lleva a Sevilla (salida 50).

Suele pasar, cuando te imaginas un sitio y luego lo ves realmente a veces te decepciona y otras te asombra. En este caso, hubo una mezcla, me lo imaginaba todo en una zona mucho más “salvaje”, adentrada en la naturaleza, como si llegar hasta la ermita de la Blanca Paloma supusiese atravesar campos, marismas y bosques, y no, la realidad es que a la aldea se accede por carretera sin tener que accionar la tracción a las cuatro ruedas. Y por otro lado, me asombró el poblado en sí, como recién salido de una película de “spaghetti western” almeriense, mucho más grande de lo imaginado.

Aparcamos en una zona habilitada junto a una de las marismas del Parque de Doñana que se encuentra justo a un lado. Vino un señor orondo a vendernos unos boletos de la Hermandad rociera y nos dijo que si nos tocaba, y los números coincidían con el sorteo del niño, podíamos ganar una moto y un cuadro gigante de la Virgen del Rocío ¿Cómo no íbamos a tentar a la suerte con semejantes premios? Compramos los boletos mientras veíamos a un par de caballos paseando tranquilamente por las aguas de las marismas. Tuca y Lola empezaron a ladrar como poseídas al ver a los caballos que trotaban por la aldea. Después de lo vivido en Moguer cuando ladraban a las estatuas de Platero, en el Rocío los caballos de verdad tuvieron que sufrir los ladridos de estas dos locas perrunas. La Ermita del Rocío, la famosa ermita rociera es realmente impresionante por su tamaño y por la estética barroca de su interior. La primitiva «Ermita de Santa María de Las Rocinas», de estilo mudéjar, fue mandada levantar por Alfonso X «El Sabio» entre 1270-1300,  tras conquistar la tierra a los árabes, y fue citada en el «Libro de la Montería» de Alfonso XI. La actual ermita, de estilo regionalista andaluz, fue proyectada por los arquitectos Alberto Balbontín Orta y Antonio Delgado Roig con planta de cruz latina, tres naves, un triforio y al fondo, la capilla mayor.

Cuenta la leyenda que en el siglo XV un humilde cazador encontró una imagen en las marismas, dentro del hueco de un viejo árbol (lugar conocido como La Rocina). El hombre se trajo la imagen hasta Almonte, pero la imagen volvió milagrosamente hasta el lugar dónde fue encontrada, y por eso, se construyó en esa misma ubicación la actual ermita de la Virgen del Rocío.  Un vídeo explicativo sobre la aldea:  https://www.youtube.com/watch?v=8hXe3wRGzQA, y también otro vídeo sobre la famosísima romería y el salto de la reja que deja los pelos de punta, porque se supone que es una fiesta religiosa y el personal (masculino) acaba a tortazo limpio, un sinsentido de esos a los que nos tiene acostumbrados esta España ambivalente.
http://bloghalconviajes.com/rocio-otras-romerias-andalucia/

Nosotros después de calmar a las perras que seguían ladrando a los caballos, y después de haber entrado en la ermita por turnos, para poder cuidar a las “niñas”, dimos una vuelta por el poblado. Es realmente curioso; el suelo de arena, las casas con maderos en la entrada para atar a los caballos y esas tiendas con vestidos de faralaes dando un toque de color al escenario de “solo ante el peligro”.  Precios astronómicos piden por el alquiler de una casa rociera para la semana grande que coincide con la celebración de Pentecostés. Caben muchos rocieros pero la media no baja de 3000 euros por una semana. También pregunté en una oficina que organiza rutas por el Parque de Doñana en 4×4 y tomé nota para hacer esta excursión en un futuro. La mayoría de las rutas por el Parque parten desde esta aldea del Rocío por una media de 30 euros por persona y una duración de 4 horas. Una de las empresas organizadoras:
https://www.donanareservas.com/es/servicios/visita-clasica/

¡Cuántas cosas habíamos visto y cuántas se nos quedaron en el tintero…! Cómo imaginar que en una provincia como Huelva, totalmente desconocida para mí, me iba a encontrar con esas playas, con ese interior, con esa naturaleza y con esas gambas pecaminosas…

Lo dicho, Â bientôt Chouchou, ne ferme surtout pas la porte à clé !!!

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